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Los Pequeños Gestos y la Mirada Hacia el Otro: Lillian Omari

31 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Los Pequeños Gestos y la Mirada Hacia el Otro: Lillian Omari”

Nunca en mi juventud me había planteado visitar Turkana, y mucho menos me había imaginado que un día estaría viviendo aquí. Tampoco pensé que podría llegar a hablar o escribir en otros idiomas aparte del swahili e inglés. Y es que un mundo absolutamente nuevo se abrió ante mí gracias a la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA) y especialmente al padre Francisco Andreo, el fundador, y al padre Francis Teo, quienes me invitaron a participar de su visión y experiencia. Así pude ver las cosas con otros ojos y descubrir en mi vida el valor de dirigir mi mirada hacia los otros y darnos a ellos a través de los pequeños gestos, descubriendo de este modo a Jesús: “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”. (Mateo 25:35-36).

En aquel tiempo viajar dos días por carretera era algo que solo algunos locos podían hacer. Además, era muy aventurado ir a un lugar como Turkana teniendo en cuenta que la gente del sur de Kenia, como yo, no conocía su historia ni su cultura, incluso muchos ni siquiera saben que es una región que forma parte de Kenia.

Yo crecí en Nairobi, y tuve la suerte de pertenecer a una familia generosa y muy católica. Tuvieron que trabajar muchísimo para lograr que todos sus hijos disfruta- sen de una educación decente, comida en la mesa cada día, y se convirtieran en buenas personas.

Viviendo en ese entorno, crecí creyendo en algunos valores: había que estudiar mucho, obtener buenos resultados, bus- car un buen trabajo, ayudar a nuestros padres y hermanas para que tuviesen una vida mejor, casarme y seguir haciendo lo mismo con nuestros hijos, y ellos como nosotros con ellos. Nunca pensé que ve- ría las cosas de otra manera. Pero ese viaje a Turkana me sirvió para desmontar los prejuicios que tenía sobre mi propia familia, como pensar que éramos los más pobres del barrio porque no teníamos coche o no comíamos carne cada semana… Hasta que vi la pobreza que había en Turkana, y me di cuenta de que éramos privilegiados.

Conocí a la MCSPA gracias a mi primo George Ouma, que en aquel tiempo vivía con los misioneros, con el padre Francis, en concreto, y quería ser sacerdote como los demás misioneros. Él vino a mi casa y nos contó lo que estaba haciendo en Turkana y de ahí me dieron muchas ganas de ir. Eso sí, solo a conocer ese lindo pero extraño lugar llamado Turkana.

El viaje fue muy, muy largo. Los dos días de camino parecían interminables. El padre Fernando Aguirre conducía un cuatro por cuatro. ¡Era la primera vez en subirme a uno, solo los había visto en películas! El coche iba lleno hasta los topes de comida, medicinas, muebles, pollitos, árboles… y en un pequeño espacio atrás cabíamos cuatro personas más. Viajamos con unos chicos de Turkana, Napocho, Ekalukan y Morita. Ellos me explicaban pequeñas anécdotas de Turkana. Esas historias me dieron ánimo e ilusión para continuar el viaje y poco a poco se me fue quitando el miedo inicial y los prejuicios sobre este lugar tan remoto.

Recuerdo que paramos a mitad de camino y el padre Fernando, Natalia, una de las misioneras, y los chicos sacaron un cesto, y de repente montamos un estupendo pícnic con tortilla española, jamón, mangos y agua. ¡Una comida completa! Este fue otro pequeño gesto que me hizo cambiar mi forma de pensar. Nunca había pensado en llevar comida para un viaje, siempre suponía que podías parar e ir a una tienda y comprarla… Ante mi sorpresa, el padre Fernando me dijo: “Y aunque tuvieras dinero, Lillian, ¿dónde están las tiendas para comprar la comida? Si quieres ser una buena misionera tienes que estar preparada para pensar en los demás primero antes que en ti”.

Ya en el camino que se adentraba en Turkana el paisaje era muy seco y solitario y solo veíamos algunos camellos y cabras cruzando la carretera de vez en cuando y grupitos de cabañas hechas con ramas. Los chicos me explicaron que eran las casas de la gente, y pensé: “¿Pero a dónde me están llevando? ¡Esto parece el n del mundo!”. Finalmente llegamos a la misión de Nariokotome. Ahí, después de dos días viajando, vi gente que llevaba ropa y hablaba un idioma que podía entender.

Y casas por primera vez. Sacamos todas las cosas del coche y me llevaron a una casa con una de las misioneras, que me anunció: “Esta es tu habitación, dúchate. Dentro de una hora comemos y luego te vas a descansar“,suspiré y me retiré a mi habitación.

Minutos después escuché “¡Emergency, emergency!”. Vi a Natalia, que, además de misionera, era médico, corriendo hacia el coche. Salí fuera y pregunté: “¿Qué pasa?”. Me dijo: “Sube, vamos, hay que atender a una madre que no puede dar a luz”. Subí pitando al coche y ella condujo como los que van al Safari Rally, hacia la montaña de Riokomor, saltando por los baches. Al llegar encontramos una señora embarazada que hacía dos días quería dar a luz, pero estaba muy anémica y no tenía apenas fuerza. La misionera cogió el cesto del coche, preparo un té con mucho azúcar, se lo dio a la señora para beber e inmediatamente la pusimos en el coche y salimos de nuevo hacia el dispensario de Nariokotome.

Después de 40 minutos por los caminos de piedras y tierra, los que iban atrás del coche nos hicieron parar: ¡el bebé había nacido! No entendí nada, pero es- taba muy contenta porque la vida de la madre y la del hijo ya no estaban en peligro. Cuando llegamos a Nariokotome, Natalia me explicó que gracias al té con mucho azúcar y a los botes del coche la madre pudo reunir fuerza suficiente para dar a luz al bebé. Como estas anécdotas se dieron muchas durante mi estancia, y definitivamente me hicieron pensar mucho y ver las cosas diferentes a cómo las veía antes.

Estuve en la misión dos meses ayudando donde podía, en la cocina, en el huerto, en la clínica móvil, en el centro de nutrición, limpiando… Desde el primer día me sentí como una más de ellos y no como una visitante, a pesar de que eran gente de diferentes países: kenianos, colombianos, venezolanos, españoles… Había algo que les unía, todos se querían.

Volví a Nairobi y empecé a estudiar. Unos seis meses después, cuando ya me había olvidado un poco debido a la vida del día a día, llegó mi primo y me preguntó si quería ir a una misa a la que los misioneros me invitaban. Pensé: “¿Para qué tengo que ir a misa si tenía pensado ir el domingo?”. Aún así, fui. Ahí estaban el padre Francisco (Paco) y el padre Francis. Fue una misa sencilla con gente sencilla. Y sin embargo sentí algo que no sé explicar. Algo pasó dentro de mí que me devolvió la misma felicidad que experimenté durante los dos meses que estuve en Turkana la primera vez.

En aquel momento no podía decir que tenía vocación de misionera. Pero esa felicidad, el aprender la importancia de los gestos a los demás, el dirigir la mirada hacia el otro fueron cosas que me hicieron replantearme lo que quería hacer y ser.

A través de esas pequeñas experiencias descubrí el tesoro que había en Turkana con la Comunidad Misionera de San Pablo. La invitación a la misa en Nairobi aquel día entre semana, la motivación de los padres Paco y Francis al pensar en mi y preocuparse de invitarme, y después la chispa que encendió esa luz en mi interior, y que poco a poco se iba avivando a través de personas que no solo no pensaban en ellos mismos, sino que querían compartir esa felicidad conmigo y con otros. Creo que este conjunto de pequeños gestos, personas, motivaciones, acabaron de despertar esa llamada misionera en mí. Si no me hubieran invitado a esa misa, creo que hubiera seguido haciendo lo que todo mundo hace: estudiar, trabajar, ayudar a la familia, casarme y tener hijos. ¡Gracias a Francis por invitarme a esa misa que movió algo en mi!

Esa llama en mi interior, avivada por las personas que me han rodeado en estos 18 años, ha sido la motivación que me ha llevado a ser quien soy y estar donde estoy ahora, en la misión de Nariokotome.

Me gustaría que Dios me ilumine y me dé fuerza para compartir todo lo que he ido aprendiendo en este camino, como dice la plegaria de San Francisco de Asís: “Haz de mí un instrumento de tu paz”. Todo lo que hago es gracias primero a Dios por darme la vida, a mi familia, a la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, y también al apoyo que me aportan todos mis amigos en España, Kenia, Singapur, Malasia, Alemania… Ellos nos apoyan con su amistad, oraciones y económicamente para poder hacer todo este trabajo.

Durante estos años he vivido multitud de experiencias, a veces buenas y a veces malas. He visitado y vivido en países muy diferentes (Etiopía, Colombia, Alemania), con gentes y lenguas muy diferentes, y todo eso me ha hecho ser, humildemente, mejor persona y motivarme para intentar compartir mi felicidad de encontrar a Jesús en los otros a través de los pequeños gestos, volviendo mi mirada hacia los otros. Espero que mi experiencia pueda ayudar a otros a encontrar esa misma felicidad, llevando siempre la sonrisa de Dios a todas partes.

Lillian Omari, MCSPA

Mientras Buscaba Me Encontró: Fernando Aguirre

31 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Mientras Buscaba Me Encontró: Fernando Aguirre”

A la pregunta de “¿por qué me hice sacerdote?” Hans Urs von Baltasar responde: “No podría decirlo. Yo no quería en realidad hacerme sacerdote. Ha salido así”1. Ante la misma pregunta me ocurre algo similar: nunca fue mi idea, pero ahora soy sacerdote y estoy contento. Y aunque encuentro difícil la tarea de escribir sobre algo tan íntimo como es la propia llamada, me obligo a intentarlo.

Desde que tengo memoria de mi propia consciencia recuerdo un deseo profundo de no caer en la corriente del mundo: la universidad, el trabajo remunerado, fundar una familia, todo ello se me hacía una montaña. Encuentro aquí apropiada la reflexión de Panikkar, el cual sustituye la tradicional fuga mundi por huída del sistema 2. El sistema, el mundo, tal como se me presentaba, no era mi medio. Aunque siendo hijo de un militante comunista, a primera vista la Iglesia tampoco lo era.

Hoy desde la perspectiva que me otorga el paso del tiempo subscribo las palabras de Panikkar: “Desde mi primera juventud me he sentido siempre monje, pero monje sin monasterio, es decir, sin muros…, sin llevar hábito o, si acaso, con los vestidos comunes a todos los miembros de la familia humana. Y también estos vestidos debían ser descartados, porque todos los vestidos culturales no son más que revelaciones de aquello que ocultan: la desnudez pura de la transparencia total, visible solamente a la mirada simple de los limpios de corazón”3. Pero ¿a dónde ir? ¿a quién asociarme? Me sentía algo perdido.

Continúa Panikkar – también yo en mi búsqueda: “El monje llega a monje no por un proceso de reflexión o por un mero deseo, sino como resultado de un impulso, fruto de una experiencia que eventualmente le conduce a hacer un cambio y, en último análisis romper algo en su vida por amor a aquella ‘cosa’ que supera o transciende todo lo demás. Uno no se hace monje para hacer algo o ni siquiera para alcanzar algo, sino para ser”4. A mi esta conversio, esta metanoia, me llegó cuando estudiaba secundaria. Era un mal estudiante por falta de motivación, y para qué ocultarlo, también por falta de “pesquis”5. Al sus- pender tres materias mis padres se alarmaron y no sé muy bien cómo, y muy a mi pesar, acabé en una parroquia donde un grupo de estudiantes se encontraba a repasar asignaturas pendientes. Allí conocí primero a Paco y a Pere, después a otras personas con las que hoy formamos la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol. Recuerdo que a pesar de mis prejuicios contra la Iglesia Católica el flechazo fue inmediato. Eso era lo que buscaba y allí quería quedarme. Éste fue el principio de una larga aventura que me llevó de las orillas del Mediterráneo a las orillas de Lago Turkana, aclamado en las guías para viajeros intrépidos como uno de los lugares más remotos del planeta. Aquí llevo 13 años, y estoy bien dispuesto a seguir sumando.

¿Qué me sedujo? Me gustan las palabras del Cardenal van Thuan que en un retiro dado al Santo Padre en el año 2000 afirmaba: “lo he abandonado todo para seguir a Jesús porque amo los defectos de Jesús”5. Su primer defecto, no tiene buena memoria y perdona los pecados al ladrón a su derecha (Lc 23, 42-43), a la pecadora que unge con perfume sus pies (Lc 7, 47) y alaba al padre cuando acoge al hijo pródigo que ha malgastado toda su herencia (Lc 15, 18-24). Segundo defecto, no sabe de matemáticas, abandona a las 99 ovejas para buscar a la descarriada (Lc 15, 4-7). Tercer defecto, no sabe de lógica. La mujer que perdió la dracma gasta mucho más en celebrar que la ha recuperado (Lc 5, 8- 10). Cuarto defecto, es un aventurero, promete persecuciones (Mt 5, 3-12). Quinto defecto, no entiende de finanzas: paga lo mismo a los que han trabajado todo el día en la viña que los que han llegado a última hora (Mt 20, 1-6).

Pero ¿por qué tiene Jesús estos defectos? Porque es amor. En palabras de van Thuan: “el amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda ofensas, y no pone condiciones”6.

El Evangelio es algo que si no se comparte se marchita. Si en cierta manera fui seducido por Jesús y sus defectos fue porque mediaron personas concretas. En el camino me he encontrado con mucha otra gente que a un nivel u otro también buscan. Y creo que si nosotros, los operarios, amamos, y nos esforzamos en suscitar inquietudes a partir del tesoro que comporta vivir en carne viva el Evangelio, Jesús saldrá al encuentro de muchos otros una vez se pongan en camino. Es por ello que deseo amar y seguir adelante hasta que acaben mis días.

 

Fernando Aguirre, MCSPA

References

  1. Raimundo Panikkar. Elogio de la Sencillez. Estella: EVD, 1993. p. 148
  2. Ibídem. p. 14
  3. Francis Xavier Van Thuan Nguyen. Testigos de Esperanza. Madrid: Ed. Ciudad Nueva, 2001. p. 26
  4. Ibídem. p. 25-31

 

 

Mi Vocación: P. Avelino Bassols

30 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Mi Vocación: P. Avelino Bassols”

De niño y mas tarde de adolescente leía los relatos de misioneros en Asia, América y África con mucho entusiasmo. Naturalmente, en aquella época no me podía imaginar que acabaría viviendo en el corazón de África. Tampoco no estuvo nunca en mis planes ser sacerdote, y mucho menos misionero. De pequeño quería ser cartero, y cuando me preguntaban porqué contestaba “para traer buenas noticias a la gente”. Nunca me habría pensado que una parte de mi labor a lo largo de mi vida sería “traer buenas noticias a la gente”, no como cartero, sino como misionero en África.

La primera vez que pisé suelo africano fue en 1987. Al instante me enamoré del continente y de su gente y al cabo de un mes ya tenía claro que iba a pasar el resto de mi vida en Africa. El lugar donde aterricé fue en la zona árida de Turkana. Ciertamente hubo dificultades al principio, aunque con el tiempo las empiezas a relativizar. Como decía Jorge Manrique, “a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor”. Lo que también es cierto es que aunque un lugar pueda parecer inhóspito de entrada, con el tiempo te vas instalando, conoces las costumbres de la gente, sabes como moverte, y al final conviertes en tu propio hogar. Si me preguntan si he sido feliz en Turkana solamente puedo contestar afirmativamente. He sido muy feliz, lo sigo considerando mi hogar y de hecho, cuando al final dejé Turkana atrás estaba en la cúspide de trayectoria como misionero.

Fui ordenado para la diócesis de Lodwar en el norte de Kenia en 1992, y allí me estrené como sacerdote. En 2017 celebraba 25 años de sacerdocio, y algunos mas en Kenia. Fue entonces, durante unos ejercicios espirituales, que vi claro que era hora de dar un paso mas. Así pues, después de algunas vicisitudes, acabé en Ave María, en Sudán del Sur. Muchos preguntarán, donde se encuentra Ave María. Si trazamos una cruz sobre el continente africano de norte a sur, y de este a oeste, mas o menos en el centro está Ave María, es decir, verdaderamente en el corazón de África.

Llevo ahora diez meses en esta nueva misión. Ya no es una zona árida, sino una selva tropical. La gente aquí no pasa hambre, como en Turkana. Sin embargo, por el resto esta región está a años luz de Turkana. La cobertura sanitaria es prácticamente inexistente. La educación escolar es pésima. Y en general no hay servicios de nada. No hay ningún sistema bancario, ni correos, ni siquiera comercios donde se pueda comprar ni lo mas básico. Aquí parece que uno vive relegado a la Edad Media.

Como he mencionado arriba, la misión de Turkana tiene ciertamente sus retos. Sin embargo, las dificultades de la misión en Sudán del Sur superan con un margen bastante amplio las que había experimentado en Turkana, Kenia. Al mismo tiempo, siento que es aquí el lugar a donde se me ha llamado a estar. Al final esto es lo que llamamos vocación, no un empeño personal, sino una llamada. Y por muchas dificultades que un lugar puede suponer, cuando sabemos que es otro el que nos ha llamado, esto nos da fuerzas para superar cualquier obstáculo, pues al final la misión no es nuestra, sino del que nos ha llamado, y del que nos ha enviado a proclamar sus buenas noticias.

Avelino Bassols, MCSPA

El Año de Gracia: P. Alejandro José Campón

27 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “El Año de Gracia: P. Alejandro José Campón”

Hace más de 23 años, cuando esta revista nuestra In Itinere, comenzaba su andadura en el mundo de las publicaciones, escribía un artículo en el mismo apartado que el actual dando cuenta de mis sensaciones y pensamientos al haber recibido recientemente la gracia de la ordenación sacerdotal; lo titulé en aquel entonces “el año de Gracia”. Releyéndolo recientemente me preguntaba si esa novedad que suponía en mí el haber recibido la ordenación sacerdotal seguía igual de viva y fuerte; si esa felicidad por ser sacerdote que me desbordaba cuando escribía mi artículo seguía siendo el eje de mi vida.

Este año 2019 se han cumplido 23 años de sacerdocio en mi vida, ¿23 años de felicidad?, ¿23 años de “Gracia”?

Es una pregunta compleja y debo ser honesto con vosotros además de conmigo mismo. Podría escaparme con algún superficial y acaramelado panegírico ó elogio a ser sacerdote, de los muchos que he escuchado precisamente en este recién celebrado “año de los sacerdotes”, clausurado por el Papa Benedicto XVI. Podría también caer en un análisis pesimista y lúgubre, sin esperanza ni futuro, en un año precisamente en el que el orden sacerdotal está siendo cuestionado y en el que la valoración del sacerdote en el mundo occidental está por los suelos.

Dejadme empezar por la conclusión: Sí, 23 años de felicidad y Gracia. Y creo que soy honesto y no lo digo porque toca ó por que- dar bien. Si no hubieran sido años de felicidad y de sentir la Gracia en mi vida, me habría escapado de alguna forma y habría declinado a hacer el artículo. Si lo digo así es porque de verdad creo que esa es la respuesta escueta a lo que me preguntaba; es lo que siento y pienso.

La felicidad es un término complejo, porque desgraciadamente estamos acostumbrados a utilizarla banalmente y con pobre base filosófica. En pocas y circunscritas palabras, creo que el problema radica en cómo ubicar en nuestra vida la experiencia de dolor, el sufrimiento, nuestra limitación humana en un universo ilimitado. Por eso no somos felices. Cada sufrimiento vivido no somos muchas veces capaces de introspectivamente transformarlo en un gozo en nuestro peregrinar hacia el plan que Dios tiene para nosotros. Y he aquí mi pobre resumen que da sentido al decir que he sido feliz.

En estos 23 años he pasado por muchas alegrías y también por fuertes experiencias de dolor y de sufrimiento. El día a día de un sacerdote misionero, en tierras remotas y en primera línea de evangelización, como ahora donde estoy en el norte de Turkana, está lleno de constantes desafíos a la vida: hambre, enfermedad, violencia, ignorancia… Es duro y te hace duro. Pero en la ecuación puede más la felicidad de haber aportado tu granito de arena en paliar algo de ese dolor aparente- mente ajeno y eso te hace doblemente feliz y te ablanda el corazón. Créanme, es una de las felicidades más sublimes: el ver a un niño hambriento comer, la sonrisa de una madre porque no tiene que hacer varios kilómetros cada día porque ahora tiene agua cerca, la energía vital de unos jóvenes que se sienten útiles porque tienen trabajo y no condenados a vivir en una espiral de violencia por la supervivencia, la mirada de un anciano cuando se siente aliviado por tu visita, el júbilo de una comunidad que vive y baila la esperanza de su nueva Fe renovada…

Otras experiencias dolorosas vienen motivadas por la pérdida ó separación de seres queridos. Estas experiencias, que desgraciadamente las he tenido también, suponen un gran esfuerzo personal no sólo en el ámbito racional sino sobre todo emocional. Construir la felicidad de vivir sobre ausencias es también duro, pero se sobrelleva con la esperanza puesta en nuevas ilusiones, en ver que Cristo sigue llamando a la puerta de muchos dispuestos a seguirle y en el gozo de ver que el Plan de Dios es mucho más inmenso y seguramente dichoso que lo vivido y experimentado hasta ahora.

También en 23 años hay tiempo para crisis y bajones. No me creo a los que dicen que no han pasado por una crisis existencial ó vocacional. Cada cambio de ritmo en la vida, cada aparente seguridad creada, cada soberbia ó falso derecho adquirido tambalea una y otra vez nuestra vocación. Pero es como la enfermedad cuando se es niño: cada gripe ó cada malaria hace crecer a los niños unos centímetros. Cada bajón, enfrentado con amor, es una elevación en nuestro peregrinaje; cada crisis, una oportunidad de superarnos y de humildemente aceptar que, quién todo lo puede, aprieta pero nos sostiene siempre.

Han sido 23 años, varias misiones, diferentes realidades, vivencias en dos continentes y de vuelta a África, a Turkana. Han sido 14 años de intentar dar el todo por el todo a la llamada recibida, de hacer extensa la llama- da a otros con éxito relativo, pero sin fracaso. También de querer servir a los demás y de intentar que haya un poco más de Cristo en las vidas de los que me han rodeado. Y más que cansado, ahora esperanzado y fortalecido, pues los años pasados, te hacen más fuerte y confiado en que el amor de Cristo penetrará los corazones de los que Dios me envíe.

Alejandro José Campón

 

 

 

Aprendiz en el Amor: David Escrich

27 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Aprendiz en el Amor: David Escrich”

Hace ya 25 años que mi vida está ligada a esta comunidad, 22 de ellos los he pasado en África, los últimos trece como sacerdote. No me es fácil mirar atrás e intentar sintetizar en unas líneas mi itinerario vocacional. No puedo decir que al principio yo fuera una persona muy religiosa, ni mucho menos. Fui descubriendo a Dios, poco a poco, a través de las evidencias, de una infinita sinfonía de personas, eventos, retos, alegrías y derrotas orquestadas por Dios.

Vengo de una familia humilde, que emigraron a Barcelona en busca de trabajo. A los dieciséis o diecisiete años pasé por una época de desencanto con lo que la sociedad tenía que ofrecer y solía soñar, en las tardes de lluvia otoñales, con cambiar el mundo con mis canciones. No es que tuvi- era muchas ni que se me diera bien la música, era más una aspiración que un hecho. Supongo que casi todo el mundo vive algo parecido a esa edad y que al final, la cruda realidad siempre acaba por imponerse. Antes de que nos demos cuenta, ya estamos sumergidos y arrastrados por una riada de imprescindibles eventos para nuestra supervivencia: estudiar, encontrar trabajo (en lo que sea) y no perderlo, las casi obligadas relaciones premaritales, conseguir un coche, una vivienda, formar una familia, los amigos, etc. La fiera acaba ahogándose en las turbulentas aguas de los deberes sociales y se lleva con ella todas esas quimeras, que terminan pasando a un segundo plano, olvidadas en el cajón de las agradables e ingenuas ilusiones adolescentes. Pues bien, podríamos decir que yo tuve la suerte de encontrarme en mi camino a ciertas personas, como Ángel, Lourdes, Paco, etc., que me tendieron la mano y me sacaron de esas torrenciales aguas, abriéndome la verja de un mundo nuevo donde no tuve que canjear mis sueños por un plato de lentejas. Dios se cruzó en mi vida y me puso en bandeja una forma real de materializar mis utópicas inquietudes.
 Lo primero que me cautivó fue la vida en comunidad. Me gustó tanto que me quedé. En nuestras sociedades occidentales la amistad ha sido relegada a un segundo plano, por debajo de las relaciones de pareja. Nos es difícil aceptar como válido cualquier tipo de amor (fuera del círculo familiar) que no sea sexual. Aprender a vivir la amistad como una forma plena de amar me hizo redescubrir las palabras y acciones de Jesús, que cobraron sentido y vida.

El Evangelio se convirtió para mi en un mapa interactivo y real del día a día:“(…) y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino pre- parado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. (…) Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (…).” (Mt 25:31-46) .

Y el siguiente paso lógico a seguir fue poner en práctica el no ser indiferente al sufrimiento ajeno. Esto fue lo que me impulsó a ir a las misiones de Kenia a ayudar.

Dios se cruzó en mi vida y me puso en bandeja una forma real de materializar mis utópicas inquietudes.

En los años que estuve en Kenia, el amor, la caridad, la compasión y la generosidad por el que sufre me llevaron a descubrir a Cristo y mi vocación a seguirlo, a ser oveja.
Todo esto, puesto así, suena muy idílico, nada más lejos de la realidad. En palabras de Leonard Cohen, el amor no es una marcha victoriosa, es un frío y roto aleluya. No es nada fácil salir de uno mismo y anteponer las necesidades de otros a las nuestras. Abandonar las comodidades, rutinas, planes y seguridades que uno tiende a crearse y ponerlo todo en función de un desconocido que viene a tu puerta es una tarea ardua, suele ser molesto, pesado, engorroso y costoso, no sale automáticamente, necesitas que alguien te ayude, corrija y exhorte. Gracias a personas como Paco experimenté que a veces nosotros mismos limitamos la realidad, y que lo que pensamos imposible no lo es, que Dios es un factor a tener en cuenta. Nos da miedo morirnos a nosotros mismos, sacrificarnos por otros, cada sacrificio es una pequeña muerte en la cruz y eso nos asusta. Pero, aunque parezca una contradicción, después de la cruz hay vida, es precisa- mente cuando uno se pierde en hacer felices a los demás, que uno encuentra la verdadera felicidad, uno experimenta la resurrección (cf Mt 16:24-26).

Fue a través de Paco que descubrí mi vocación sacerdotal; que la Eucaristía no es otra cosa que la celebración de que Jesús sacrificó su vida por nosotros, que nos dio todo lo que tenía, su carne y su sangre, para alimentarnos, curarnos, liberarnos; y que es, al mismo tiempo, una invitación a imitarle. La Eucaristía es el sacramento del amor, de la caridad, de la generosidad, de la compasión, del sacrificio de dar comida al hambriento, agua al sediento, ropa al desnudo, hospitalidad al extranjero, visitar al enfermo o al prisionero, abrir los ojos al ciego, etc. La Eucaristía es pasar en nuestro día a día, a tiempo y destiempo, por la cruz y la resurrección de Cristo. Sigo recorriendo este camino de aprendiz en el amor. Es un viaje sin fin, cada tramo es diferente, imprevisible y nunca deja de sorprendente. Si tuviera que quedarme con un texto que definiera todo esto elegiría este de nuestro santo patrón, el Apóstol Pablo:
 “Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los *misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso … Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.” (1Cor 13:1-13)

David Escrich, MCSPA

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Testimonio de Mi Vocación: Mª Josefa Nuñez (Pepi)

17 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Testimonio de Mi Vocación: Mª Josefa Nuñez (Pepi)”

No vengo de una familia especialmente religiosa, pero aún así, mis padres me han educado con valores cristianos. Recuerdo que cuando era pequeña siempre pensaba que cuando fuera mayor, trabajaría mucho para poder ayudar a la gente pobre que anda pidiendo por las calles.

 

Cuando tenía 17 años, pertenecía a un grupo de catequesis, nos estábamos preparando para el sacramento de la Confirmación. El párroco, Eugenio Romero, cada semana que nos reuníamos venía a visitarnos. Nunca olvidaré sus palabras y su cara de felicidad cuando decía: “estoy enamorado de Jesús”. Fue en aquella época, cuando en el grupo de jóvenes le planteamos que además de reunirnos cada semana podríamos hacer alguna actividad para ayudar a los niños de África. Y dos miembros de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, Lourdes Larruy y Rosa Murillo, viajaron en coche hasta el pueblo de Trebujena (Cádiz),  para explicar la labor que estaban realizando en la región de Turkana, en el norte de Kenia. Para nosotros fue todo un gran evento esta visita y que nos dieran la posibilidad de poder ayudar a dos niños de allí, para que pudieran estudiar.

 

Fue a través de este encuentro como empezamos a organizar, en un local que nos dejaron los del Ayuntamiento de Trebujena, la venta de artesanía de Kenia y otras actividades que se nos iban ocurriendo.

 

Me sentía especialmente inconforme con la injusticia y la gran diferencia de formas de vida que permitíamos que hubiera en el mundo. Lourdes y Rosa volvieron a venir al año siguiente y les dije que yo quería ser “monja misionera” y que quería ir a Kenia. Me decidí entonces a explicárselo a mis padres, pero su reacción no fue muy positiva. Me dijeron que dejara de pensar en tonterías y me dedicara primero a estudiar. Recuerdo que les escribí una carta en la que explicaba que no estaba de acuerdo con muchas cosas que pasaban en el mundo y que yo quería poner mi granito de arena dedicándome a ayudar a personas que sufren por hambre o por enfermedad, aunque ellos no lo entendieran. Yo tenía 18 años y tenía que decidir qué carrera estudiar; siempre me había gustado Física, pero empecé a sopesar las ventajas y desventajas en vistas de que yo quería ser misionera. Así que decidí estudiar enfermería por varias razones; es una carrera práctica, podría ejercerla estando en contacto cada día con personas enfermas; y eran solamente tres años, cosa que para mí era muy importante, con vistas a que después de acabar la carrera podría trabajar, independizarme de mis padres y entonces poder emprender mi viaje a Kenia. Para mi sorpresa y satisfacción, me gustó mucho la enfermería. Poco después de acabar los estudios, conseguí trabajo durante dos meses en Sevilla y después en Osuna (un pueblo de la provincia de Sevilla). Así que llegado a este momento tan esperado, escribí una carta a Lourdes diciéndole que ya estaba trabajando y que quería ir a Kenia. Después de tener una conversación por teléfono, quedamos en vernos en Barcelona, en el año 1996. Pasé un fin de semana con Lourdes y Rosa, en el que estuvimos conversando sobre muchos temas. La impresión que me quedó de este encuentro es que había estado con dos mujeres que desprendían felicidad, alegría; que valoraban y saboreaban cada momento de la vida. Y que lo más importante para ellas eran las personas.

 

Seguimos en contacto por carta y acordamos que al año siguiente me iría a Etiopía, donde estaba viviendo Lourdes, durante mi mes de vacaciones del trabajo. El mes de estancia en Etiopía pasó muy rápido y realmente lo que más me impactó fue la vuelta a España. Me había sentido con las misioneras, como en casa. Allí había cabida para todas las personas, porque los protagonistas de su vida eran las personas y los valores humanos y la generosidad eran la guía de los pasos a seguir cada día.

 

Hay cosas que son difíciles de expresar con palabras, pero ciertamente Dios no me dejó; al año siguiente volvía a ir un mes a Etiopía y cuando regresé a España me di cuenta de que la libertad empieza a existir cuando uno hace la elección y el compromiso en su vida y no cuando simplemente se observa el abanico de oportunidades que tienes delante para poder ir probando las diferentes opciones. Así que dejé el trabajo y expliqué a mi familia y a mis amigos que me iba porque realmente esa era mi vocación, para toda la vida.

Sigo viviendo en Etiopía y me encargo de forma más directa de un programa de salud integral en una zona rural, en el Valle de Angar Guten. En la que no hay médicos, todos somos enfermeros: los trabajadores que tenemos contratados y yo. Donde tenemos a nuestro cargo una clínica y dos puestos de salud. Realizamos cada mes vacunaciones y charlas de educación sanitaria en 9 poblados diferentes. Y en la clínica y los dos puestos de salud: atención médica a enfermos, traslado de pacientes en situación de emergencia con nuestro coche al hospital más cercano (que está a dos horas y media en coche), control a mujeres embarazadas, monitorización del peso a los niños y rehabilitación nutricional a los que están desnutridos, apoyo a las familias con Sida y Tuberculosis (para que puedan realizar las revisiones periódicas, tener siempre la medicación y una buena alimentación). También ayudamos a varios ancianos del poblado donde vivimos, con comida y ropa. Y cuando los enfermos necesitan una intervención quirúrgica más complicada o atención médica especializada, organizamos que viajen a la capital (Adís Abeba) y realizamos todo el seguimiento hasta su recuperación total, su mejora, y en algunos casos ( sobre todo los niños y jóvenes que ya tenemos en el cielo), que sufran lo menos posible y tengan una muerte digna. Hablo en plural, porque vivo en comunidad, con tres mujeres más. Y hacemos trabajo en equipo, aunque cada una de ellas también se encargan de las guarderías, de las actividades de agricultura y de construir pozos para que la gente tenga agua para cultivar sus tierras.

Ante tantas necesidades, me sigo sintiendo muy pequeña, pero sé que en este camino nunca estoy sola y Dios siempre nos envía grandes regalos en los pequeños detalles de cada día. Y sobre todo, a través de las personas que llamamos marginados o pobres… y paradójicamente nos dan grandes lecciones de humanidad cuando realmente comulgamos con su sufrimiento. Porque en cada uno de ellos está el rostro de Jesús. Ellos tienen mucho que aportar a la pobreza en valores, esperanza, plenitud, que invade a muchas personas de este mundo a pesar de tener todas las necesidades materiales cubiertas.

La verdad es que no fue tarea fácil explicar sobre todo a mis padres, que había decidido contestar “SÍ” a una llamada para toda la vida. Tampoco puedo entender desde la razón, cómo fui capaz en aquella época de dar el “salto”. Yo creo que simplemente, encontré el tesoro de mi vida. Y es durante la época de la juventud, cuando nos toca discernir sobre lo que queremos hacer y cuál es nuestro lugar en este mundo. Ahora, después de 20 años, puedo seguir afirmando que mi vocación es un gran regalo de Dios, así como poder haber conocido al Padre Francisco Andreo, que en paz descanse, y a todos los miembros de la MCSPA.

Mª Josefa Nuñez MCSPA

 

El Misterio de la Vocación: Alexy Moreno

9 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “El Misterio de la Vocación: Alexy Moreno”

Cuando pienso en mi vocación siempre la he vivido como un misterio. Nunca estuvo en mis planes originales, ni siquiera sabía que existían los misioneros en el siglo XXI. El tema de Dios en mi vida nunca fue una prioridad. Pensaba que con hacer lo que yo consideraba bueno era suficiente. Como toda persona joven que acababa la universidad buscaba, anhelaba y luchaba por un mundo mejor. Realmente me esforcé para ejercer mi profesión lo mejor posible y poder asistir a personas que buscaban ayuda, pero pronto me encontré con barreras casi infranqueables. Barreras burocráticas, políticas y con las más dura de todas: la indiferencia. Con las dos primeras casi gané la batalla, pero con la última fue imposible.

 

Eso me tocó profundamente: sentí la impotencia de ver que las personas no percibían ni se interesaban por el dolor de otros, que sufrían de formas inimaginables. Que las prioridades para muchos en la vida estaban centradas sólo en cumplir sus deseos porque sus necesidades básicas mayormente ya estaban cubiertas. Me negaba a vivir de esta manera, a vivir así… sin sueños, sin ideales de un mundo mejor … ignorando qué pasaba con el otro, ese otro que sufre, quien le iba a ayudar, quien le iba a atender, quien le iba a escuchar, quien le iba a guiar. Había algo en mí que buscaba algo más, que anhelaba otro mundo. No sabía qué era, pero estaba allí en mi interior.

 

¿A nadie le importaba? ¿Era acaso yo un ser extraño en un mundo rodeada de inmediatez? Sin embargo, como decía al principio, el misterio de mi vocación empezaba a desvelarse… Cuanto más oscuro yo pensaba que estaba, inmersa en mis dilemas éticos de hacer el bien o dejarme llevar por la corriente, conocí a Cecilia Puig, una misionera que venía de África. No era muy común eso en mi pequeño mundo, y con ella descubrí el más grande tesoro de mi vida, mi vocación.

 

Ella me mostró todo un mundo desconocido hasta entonces para mi. Interpelaba mis respuestas, me llevaba con sus preguntas a lugares dentro de mí que no quería ir, me hacia ir cada vez más allá, más allá de mis fuerzas, de mi entendimiento, y en ese proceso mi vida se transformaba y cobraba sentido.

 

Junto con ella y otras personas como Diana, fuimos creciendo para dar forma a nuestra vocación, a esa llamada que siempre estuvo presente en mi vida, pero que yo no había entendido o no había llegado a mí hasta ese momento de forma tan tangible y diáfana.

 

La palabra vocación (en latín vocare) presupone una llamada, una escucha y una respuesta. Necesita de estos tres momentos para que se llegue a dar realmente. Jesús siempre nos invita a participar de su plan de salvación a cada uno con una llamada particular. No llamó a los mejores, ni a los más sabios o entendidos, ni a los más valientes o influyentes, ni a los más capaces; llamó a los que Él quiso.

 

Dios ha escogido y amado a cada persona desde siempre, la ha preparado cuidadosamente para responder a su camino, y la llama a una tarea mucho más grande de lo que uno pueda imaginar. Pero no por nuestros méritos, sino por su gracia; pues Él no elige a los capaces, sino que capacita a los que elige.

 

La vocación así expuesta parece fácil pero no lo es del todo, pues hace falta un “sí”, una aceptación de esa llamada que se concreta en una opción fundamental. Nunca la he vivido como una renuncia, como muchos la entienden: yo no renuncié a ser médico o empresaria, por decir algo, porque eso nunca lo quise hacer. Elegí lo que me hacia feliz y lo que aun hoy, después de 16 años, me hace vibrar de alegría. Elegí y acepté la invitación que me hizo Jesús a través de una persona concreta, Cecilia, y con ella la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol.

 

Entiendo mi vocación como una llamada muy personal a una nueva intimidad y amistad con Jesús que va creciendo poco a poco: es una transformación de mi ser que nunca se acaba. Por eso la vocación se cultiva en el trato personal y constante con Dios en la oración, y en el responder de forma concreta a las necesidades del que sufre. De ahí que poco a poco uno se conforma con Jesús para aprender a vivir de una nueva forma, y de ese modo la vida adquiere un nuevo horizonte insospechado: ser un apóstol con la misión concreta de crear trocitos de cielo aquí en la tierra. El apóstol no se anuncia a sí mismo, sino que la razón de su vida es anunciar a un Cristo vivo.

 

En palabras de San Agustín “¡Es imposible conocerte y no amarte, amarte y no seguirte!”

Alex Moreno – MCSPA

Como Dios Me Invitó a Seguirle: Adriana Chametla Benavidez

7 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Como Dios Me Invitó a Seguirle: Adriana Chametla Benavidez”

El 12 de Octubre  del año 2008 conocí a unas mujeres que eran raras, pero también eran  normales, ellas cambiarían mi vida. Digo esto, por que cuando las  conocí por  primera vez , vi  que eran unas mujeres fuertes y con mucha alegría para anunciar el Reino de Dios.

 

Eran mujeres normales como yo, dijeron que eran misioneras,  para mi fue  ver que Dios ponía estas personas en mi camino y a la vez era el mismo Dios que me invitaba a seguirlo.

 

Yo pertenecía a un grupo de jóvenes en la parroquia de Xochimilco en la ciudad de México, y siempre pensaba que Dios me pedía algo más que esto, me pedía dejarlo todo y seguirle.

 

Al principio era un poco duro para mi el ir cada fin de semana  al centro Materno Infantil que tenían en el Ajusco y estar con ellas, ayudarles  a lo que hiciera falta, pero después me fui enganchado más y por  fin en Noviembre del 2009 me invitaron a ir a Etiopía y pertenecer a la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol , MCSPA, y sin dudarlo les dije que Sí. Esto era lo que busca el dejarlo todo y seguir a Cristo.

 

Ahora llevo 9 años viviendo en Etiopía con esta gente tan hermosa que  siempre los ves sonriendo y felices, solo con verlos te aportan felicidad y alegría.

 

Doy gracias a Dios por darme la oportunidad de conocer y ahora pertenecer a la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol , y a Rosa que fue la persona que me invito a seguir este camino.

 

 

Adriana Chametla Benavides – MCSPA

Mas información contáctanos via email  – admin@mcspa.org

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