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Cómo no volver a Etiopía

20 octubre 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Cómo no volver a Etiopía”

Me llamo Leire, tengo 31 años y soy de Bilbao. Trabajo como enfermera en un hospital de Bilbao y conozco la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol desde hace 4 años. Mi primera experiencia fue con un voluntariado en grupo en MukeTuri y luego tuve la oportunidad de vivir más de cerca el día a día de las misioneras, conviviendo con ellas y participando en otros proyectos.

Desde entonces, he viajado una vez al año para aportar mi granito de arena en un proyecto que me parece tan sencillo como necesario, en el que se trabaja por, para y con la gente local. Todas y cada una de las veces he recibido mucho más de lo que he dado, y me siento conquistada por esta manera de ayudar.

Sin embargo, son numerosas las trabas que se encuentran a diario aunque sea en las tareas más sencillas, y numerosas las situaciones que ponen a prueba la fortaleza de uno. A veces llegas a casa con sensación de derrota y de impotencia, te preguntas si algo está bajo tu control, si el trabajo sirve de algo…

Una noche de té y charleta mi compañera voluntaria me preguntó: “¿entonces, por qué vuelves?”. Tardé unos momentos en contestar y mi respuesta fue “¿cómo no volver?”.

No sé cuál será la motivación de otros voluntarios, la mía es colaborar con mi tiempo a mejorar una situación que me parece injusta. No quiero conocer algo que no me gusta y no hacer nada por cambiarlo, así que aunque sea difícil o no cambie la situación de Etiopía, me siento ya unida al trabajo que todas las misioneras hacen. Estando aquí vivo una especie de calma interior con cada sonrisa o cada logro y siento que soy parte de un cambio a mejor.

Quiero expresar mi más profundo respeto y admiración a todas vosotras, que habéis decidido hacer de esta lucha diaria vuestro modo de vida. Los que venimos de voluntarios abandonamos nuestra normalidad por un tiempo pero luego volvemos a nuestro hogar, con nuestra familia. Nuestra “entrega” es temporal. Pero la vuestra es una entrega total para servir a los que más lo necesitan, y a pesar de la frustración, la tristeza y todas las dificultades que se presentan en el camino, me fascina la constancia y el cariño con el que seguís adelante. Regaláis vuestro tiempo y calidez a personas y realidades que muchos ni conciben desde sus hogares acomodados. Hablando con muchas contestáis que en los momentos de flaqueza encontráis la fuerza en la Fe. Yo no soy creyente, pero doy gracias también a esa Fe que sí que mueve montañas.

Siempre tenéis otro punto de vista en el que la esperanza de algo mejor existe y habéis decidido materializarlo. Quisiera compartir algo que me hizo pensar mucho este año:

Al llegar a una zona donde recientemente un sacerdote de la diócesis local había abierto una escuela, me inundó la pena y la rabia por la ausencia de recursos con los que contaba la escuela. No había un sistema para conseguir agua limpia, ni comida para todos los días, los profesores no eran de allí y ni siquiera hablaban la misma lengua. Desolada por el caos yo me llevaba las manos a la cabeza y me preguntaba: “entonces, para qué sirve esta escuela?”  Sarai me respondió: ” Al menos Abba Petros los ha visto y gracias a esta escuela, nosotras también”.

Esta visita sirvió para conseguir la financiación de un pozo y abrir una línea de colaboración con el sacerdote para abastecer de comida la escuela. Sin ese precario comienzo, esa comunidad seguiría desconocida y aislada en esas montañas, y el mundo seguiría día tras día, ignorando el sufrimiento de esta gente.

Gracias por ESTAR para ver a esa gente, por prestarles atención y empezar de cero la lucha para mejorar muchas vidas. En definitiva, gracias por no ignorar a tantas personas que nadie ve, y hacer que los olvidados en este mundo sean unos pocos menos.

 

Un mes en Etiopía: El privilegio de conocer una realidad desprivilegiada

26 septiembre 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Un mes en Etiopía: El privilegio de conocer una realidad desprivilegiada”

Para entender lo que supone una experiencia en Etiopía primero hay que ponerse un poco en contexto. Etiopía es un país situado en el cuerno de África y cuenta con 100 millones de habitantes oficialmente. Se trata del único país africano que nunca ha sido colonizado, únicamente sufrió una ocupación italiana entre 1936-1941. Este último hecho es importantísimo para entender su manera de pensar y de actuar.

Nada más llegar nos damos cuenta del contraste que hay con la vida occidental. Tras bajar del avión más moderno en el que jamás he subido y salir de una terminal del aeropuerto prácticamente vacía nos damos cuenta de la realidad del país. Personas queriéndote montar las maletas al coche a cambio de una propina se amontonan a la salida. Toyota de todas las épocas por la carretera conduciendo al estilo etíope, respetando la distancia de seguridad de 20 cm con el coche de delante. Esto último no fue tan chocante para mi porque estuve en India el año anterior. Desde el minuto uno éramos vistos como extranjeros o ‘farenjis’ y nos miraban allá a donde íbamos, algunos con admiración y otros con desprecio, dándonos importancia por nuestro color de piel.

Cuando piensas que ya nada te puede sorprender ves las condiciones en las que viven los mendigos en una de las capitales más importantes de África sin refugiarse de las constantes lluvias. Un país en el que la gente tiene gran afán por mantener sus zapatos limpios, con limpiabotas en cada esquina, mientras sus compatriotas mueren de hambre a dos metros de ellos. Este es uno de los muchos contrasentidos que chocan con nuestra manera de pensar occidental.

Las primeras noches en Addis las pasamos en la pensión Baró. Una pensión de las mejores de la ciudad que equivaldría a una de las peores en España donde ya empezábamos a perder nuestras comodidades. Y este es el primer paso para empezar un voluntariado, salir de tu zona de confort para poder así llegar a otros que lo necesiten. En mi caso empezó con una resolución/lema: no quejarse de nada. Esto me iría ayudando a lo largo del viaje a afrontar las circunstancias que se nos venían encima.

El viaje a Andode es digno de mención. Un viaje por carreteras etíopes, muchas de las cuales estaban allí debido a la inversión en infraestructura que hicieron los italianos en sus años de ocupación. Esta travesía duró unas 11 horas para recorrer una distancia de unos 420 km, que estamos acostumbrados a hacer en menos de 4 horas. Durante el viaje vas siendo consciente de la situación del país: la policía nos para 4 veces al salir de Addis para controlar nuestros documentos, vemos coches volcados debido al estado de las carreteras por las lluvias de la noche anterior, gente que se limita a observar… caos en definitiva para la mente de un occidental; sin embargo en sí ese caos lleva consigo un orden que afecta a la forma de vivir de millones de personas a quienes, a una escala inferior, hemos venido desde muy lejos a ayudar. Nos pasamos todo el viaje saludando a personas por la carretera, cosa que les sorprende mucho, otra vez por el hecho determinante de nuestro color de piel.

Una vez llegados a Andode, al bajar del minibús conocemos a algunos de los que son ahora nuestros niños. Al bajar todos ellos te miran, lo cual ya deja de resultar extraño después de dos días en Addis. Nos dicen sus nombres (que se nos olvidan en seguida) y nosotros les decimos los nuestros. Después del recibimiento de las misioneras nos instalamos en lo que va a ser nuestra casa durante el próximo mes. Al día siguiente nos levantamos con las pilas cargadas y con muchas ganas de conocer aquello a lo que nos vamos a enfrentar.

Ninguno de nosotros (excepto las que ya habían estado) se podía imaginar, para bien o para mal lo que nos íbamos a encontrar. Techos de paja y casas de adobe circundadas de barro por las lluvias de la noche anterior, eso sí, que no faltase su antena parabólica y su televisión. Parece absurdo que en un país donde la mayor parte de los niños sufren lo que en España sería desnutrición severa y donde muchos de ellos no alcanzan la edad de los 7 años, un país donde los cortes de luz están a la orden del día, las familias se endeuden pidiendo un préstamo para comprar un televisor que tener en sus casas. Es una situación que inevitablemente te hace reflexionar y darte cuenta de que no tienen el concepto del ahorro ni el de vivir pensando en mañana. Viven al día en todos los sentidos, preocupándose solo por el presente.

Ya desde el primer día la relación con los niños fue espectacular; no te conocen de nada pero te reciben en su pueblo con los brazos abiertos y una sonrisa de oreja a oreja; muchos de ellos nos acompañaron a casa corriendo, saltando y gritando. Un agotador primer día que deja muy buen sabor de boca de lo que va a ser un mes lleno de experiencias intensas.

Ya el lunes da comienzo lo que podríamos llamar “nuestra rutina”. En mi caso, en primer lugar, si no había que podar árboles con Adriana íbamos a la guardería con los niños de entre 3 y 6 años de 10 a 12h. Durante este tiempo jugábamos con ellos, hacíamos manualidades, cantábamos y luego ayudábamos a las profesoras a darles de comer lo que hubieran preparado para ellos las cocineras. Verlos comer, verlos jugar y en definitiva, verlos sonreír a cada uno de ellos hacía ya desde el primer día que este viaje hubiera merecido la pena.

Después de nuestra comida en la misión, donde gracias a dos compañeros voluntarios comíamos a las mil maravillas con lo poco que había, nos turnábamos para dar clase de inglés a los trabajadores de la misión. Algunos de ellos no sabían escribir, con lo que enseñarles era un desafío pero con una pizarra y poniendo muchas ganas y empeño, unido a algo de esfuerzo por parte de algunos de ellos, conseguimos buenos resultados.

De 3 a 4h de la tarde impartíamos clase de inglés a las niñas del pueblo. Desde el primer momento esto supuso para mí un gran reto. La educación que reciben estas niñas las coarta mucho en cuanto a su forma de ser delante de un hombre. Y más delante de un hombre blanco. Por este motivo, entre los voluntarios que allí estábamos decidimos que a cada una de las clases de niñas debía asistir al menos un hombre. Esperábamos que así pudieran asimilar de alguna manera que hombres y mujeres pueden vivir en régimen de igualdad, cosa que tristemente para ellas es algo inconcebible. Ejemplo de ello es la manera en que se tapan la boca al reírse para evitar enseñar los dientes, o lo calladas que se quedan al pasar cerca de un grupo de chicos, o incluso el silencio que entre ellas reina cuando alguien como yo, se dirige a ellas para preguntarles en clase algo que realmente saben. Esta manera de actuar es bien distinta a la de las niñas de la guardería porque en ellas no ha calado aún la educación recibida y por ello son más libres en cuanto a su manera de comportarse y actuar.

En este momento nace uno de mis retos personales, el de conseguir ganarme a las niñas que estaban en mi clase. De un modo u otro vencer las barreras que ponen entre nosotros. Después de mucho esfuerzo y muchas horas haciendo el tonto conseguí (con un poco de ayuda) que me perdieran el respeto (omitiré la manera) para poder así llegar a ellas y ganármelas. Una tarea dura que mereció totalmente la pena porque son muy buenas chicas y como ya he dicho antes, a pesar de sus circunstancias y educación, inteligentes y abiertas a aprender.

Hay que entender la importancia que tiene impartirles clase a estas chicas. Son niñas que están condenadas de algún modo a llevar la vida que sus madres y abuelas han llevado antes que ellas.

Una vida en la que ellas le pertenecen al hombre con el que se casen, y deberán hacer lo que él les mande a riesgo de recibir ellas mismas o sus hijos una paliza. Algo semejante a lo que ocurría no hace mucho en nuestro país, aunque de un modo más extremo en el que las mujeres casi son un objeto comercial y se dan a cambio de una dote. Sin embargo, está claro que también se da el caso contrario, en el que el marido quiere a la mujer y a los hijos. Es por este motivo por el que merece la pena, para darles una oportunidad, una salida que de otro modo no tendrían.

De 4 a 5h dábamos clase a los niños del pueblo. Como llegaban a la escuela acelerados, antes de entrar les hacíamos hacer ejercicio, ya fueran flexiones o saltar o correr para relajarles un poco y que pudieran centrarse mejor. Con los niños hicimos una división en 4 niveles y nos repartimos las clases. Personalmente, elegí el nivel más bajo ya que para mí eran los chicos que realmente más lo necesitaban. Niños de 7 a 11/12 años que aún no sabían leer ni escribir con soltura, que se sabían las letras del abecedario de memoria en orden, pero a la vez eran incapaces de identificar las letras individualmente. Probablemente iba a ser un proyecto muy difícil y ambicioso, pero decidimos dedicarnos a enseñarles desde 0. Cada día hacíamos unas pocas letras con el ligero inconveniente de que al día siguiente algunos habían olvidado las del día anterior, ralentizando así mucho el proceso. Para que lo afianzaran bien, al final de las clases hacíamos juegos. Casi todos los días nos quedábamos con los niños que veíamos por debajo del nivel general de la clase. Ha sido un proceso frustrante con muchas dificultades, pero realmente hemos visto resultados positivos en gran parte de los chicos.

Para entender su dificultad para aprender y la precariedad de su nivel, hay que entender también las condiciones en las que estudian. Normalmente en Etiopía los niños no son registrados y no se les da un nombre hasta que tienen 7 años. Esto se debe a que no se considera que vayan a sobrevivir hasta que han llegado a esta edad. Para la mentalidad occidental esta es una manera fría de tratar a los niños, pero la mortalidad infantil está a la orden del día en este país (que en la actualidad siempre se encuentra entre los países más pobres del mundo) y esta es, en mi opinión, una manera de reducir las secuelas psicológicas que inevitablemente te deja la muerte de un hijo.

Sin embargo, si han tenido suerte, han podido asistir a alguna guardería como esta de la misión. A los 7 años ingresan en el colegio con muchos otros niños y aquí, oficialmente aprenden a leer y escribir, así como matemáticas y otras asignaturas. Extraoficialmente se podría decir que les pasan de curso aunque muchos de ellos no aprendan nada, para tener de este modo unos niveles de escolarización más altos. Por este motivo muchos de ellos no tienen un rendimiento académico excepcional, ya que no están en un ambiente estimulante para aprender y cargan ellos solos con la responsabilidad de salir adelante por su cuenta.

Dada la falta de atención que reciben en clase muchos niños, entre ellos los que estaban en el grupo más bajo, si no aprenden a leer y a escribir en estos momentos se quedarán atrás respecto al resto de la clase y ahí finalizaría su aprendizaje. Por ello es en estos niveles donde la necesidad es mayor. Darles una oportunidad a aquellos que no la han tenido, una oportunidad que todos nosotros hemos tenido y que no hay que dar por descontada.

Una vez que terminábamos las clases con los niños más rezagados del grupo volvíamos a la misión donde normalmente impartíamos clase a las niñas que viven allí con las misioneras, cuyas edades estaban entre los 8 y los 15. Estas niñas tenían historias familiares y circunstancias muy complicadas y a pesar de ello eran capaces de recibirte siempre con una sonrisa. Entre ellas para mí destacó Marta, a la que ya habíamos conocido en el viaje de Addis Abeba a Andode, pero no contaré aquí su historia. Les dábamos clase a la vez que nos divertíamos con ellas contando historias y jugando en inglés. Ha sido un privilegio y un gusto para mi conocerlas y estar cerca de ellas.

Los días que Adriana nos reclamaba podábamos o nos encargábamos de echarle una mano en lo que podíamos con lo que nos dijera. Esto nos permitió acercarnos a las maneras rudimentarias de trabajar de los agricultores y de los constructores, que sin ningún tipo de maquinaria hacían todo tipo de cosas. No tenían tractores para arar el campo y en su lugar utilizaban vacas para poder así plantar.  Hacían el cemento en el suelo. Empleaban herramientas básicas. También pudimos ver alguna de sus chapuzas, como la de montar un depósito de agua sobre una estructura que milagrosamente no había cedido aún pero que ya estaba doblada entera puesto que claramente no lo podía soportar.

Dentro de la misión se puede decir que las plantaciones van viento en popa. Se produce una cantidad muy grande de alimentos y esto se debe en gran medida al empeño de las misioneras por demostrar a la gente local que se puede conseguir.

Esta es otra de las trabas de este país. Todo hay que demostrarlo. Como he mencionado anteriormente, nunca han sido colonizados. Esto les hace de alguna manera ser reacios a todo aquello que venga del exterior. Mirándolo desde su punto de vista esto es absolutamente lógico. Somos gente que vamos a su país, a su tierra una temporada y pretendemos enseñarles cómo hacer las cosas, cambiar su manera de ser y de pensar por una que nosotros creemos que es mejor, una semejante a la nuestra.

Por ello todo es más lento en Etiopía. A pesar de la fertilidad de la tierra, la agricultura no se explota a su máximo rendimiento, sino que se planta exclusivamente cuando llueve, quedando el resto del año desaprovechada. No conciben regar los cultivos. Esto vuelve a ser una cosa que tiene sentido si nos ponemos en sus zapatos. Caminar 3, 5 o incluso 7 km a un pozo en busca de agua con un bidón de 50 litros a la espalda para luego verterla al suelo, no es algo ni práctico ni evidente para ellos, como era de esperar. Yo tuve ocasión de experimentar esta situación llevándole a una de las niñas de 9 años de mi clase el bidón de 20 litros y puedo asegurar que no es una experiencia placentera.

Dadas estas circunstancias las misioneras intentan darles apoyo, educación e infraestructuras construyendo pozos y realizando charlas de nutrición y salud. Además también dan cursos de agricultura en los que incentivan a los agricultores locales a cambiar tanto su manera de cultivar como aquello que cultivan, y todo esto para que puedan producir más y mejor. Como ellas dicen, esto es una pescadilla que se muerde la cola. Para poder progresar necesitan educación. Para poder darles una educación tienen que estar nutridos y alimentados correctamente. Para poder estar nutridos necesitan que la agricultura funcione adecuadamente y con ello, puedan obtener excedentes que vender o almacenar para el resto del año. Para ello hacen falta infraestructuras como pozos. Y a su vez para esto hace falta progreso. A su vez, también cuentan con diversas clínicas y centros de salud. Es un proceso lento e incluso a veces frustrante, según lo que yo he vivido, al que ellas han dedicado la vida y por ello son merecedoras de nuestro reconocimiento.

La desnutrición, como era de suponer, es un frente abierto en la lucha de las misioneras. En los diversos centros que tienen pesan a niños y embarazadas, muchos de los cuales resultan estar en unas condiciones nefastas. Madres anémicas que dan a luz a niños que desde un primer momento ya van a tener un desarrollo tanto físico como mental más lento. Esto ya es una losa en su camino. No puedo tratar este tema sin mencionar a Salomon y sus hermanos, a los que estuvimos dando de comer los últimos días después de clase. Para venir a clase Salomon y su hermano pequeño, Abraham, hacían una buena caminata desde un pueblo cercano (relativamente). Una vez finalizada la clase, devoraban lo que les hubiéramos preparado y volvían a su casa, con el estómago lleno y una sonrisa. Salomon siempre ha estado desnutrido (con 11 años pesa cerca de 20kg) y sus hermanos pequeños estuvieron en riesgo de muerte por desnutrición cuando apenas eran unos bebes. Todo esto a causa de la complejidad de su situación familiar. Pudimos observar una mejoría en los niños, del primer día al último. Al principio apenas hablaban ni se movían. Para nuestra sorpresa, el último día reían y hacían volteretas laterales y se unían al principio del ejercicio de las clases, flexiones incluidas. Espero que no fuera porque nos íbamos al día siguiente. También tuvimos oportunidad de conocer a Belise y a su madre. Belise con 5 años sufría de raquitismo. No encuentro palabras para describir su estado, yo nunca había visto una cosa igual.

Otra de las cosas realmente chocantes del viaje fue el tema del Sida. En mi caso, siempre había oído habar de esta enfermedad, pero nunca había llegado a conocer a alguien que la padeciera. Nada más llegar nos damos de bruces con la que es una de las tristes realidades del país. Incluso sabiendo la dificultad de su contagio, es un estigma que marca la vida de mucha gente. Si tienes sida te proporcionan tratamiento, pero, sin embargo, te pueden subir el alquiler, no te admiten en muchos colegios, la gente te desprecia… eres en definitiva inferior. Esto se debe en parte al desconocimiento de la gente respecto a las formas de contagio y a sus supersticiones. Los etíopes en general son mas devotos que los europeos y buscan una motivación religiosa para lo que les pasa, considerando por tanto el sida y demás enfermedades como una maldición o algo semejante.

La labor de las misioneras en este lugar es en definitiva muy importante. Es admirable su entereza a la hora de soportar todas las tensiones y adversidades que les proporcionan las circunstancias del país. Hacen sin duda todo lo que está en su mano por ayudar a esa gente. Dan gratis lo que han recibido gratis, que es realmente la esencia de la cooperación y del voluntariado. Siempre habrá maneras de hacer mejor las cosas y ellas están totalmente abiertas a sugerencias y críticas constructivas, que es algo muy destacable. Quieren mejorar en todo lo que hacen y aprovechar así al máximo los limitados recursos de los que disponen.

Para concluir, se trata de una experiencia que yo recomendaría a todo el mundo, pero sí es cierto que hay que tener un cierto perfil personal. Tienes que ir dispuesto a darlo todo y a sobrepasar las dificultades que se van a presentar con absoluta certeza, en mayor o menor magnitud. Desde el hecho de renunciar a tus comodidades hasta el ser capaz de reconocer una realidad tan dura como la que viven las personas de allí. Está claro que esto no es para todo el mundo porque no todo el mundo encaja las cosas igual o le da la misma importancia. Sin embargo, sí es cierto que cualquier persona que tenga el coraje y las ganas de adentrarse en un país como es Etiopía, recibirá a cambio mucho más de lo que ha dado. Para mí ha sido un lujo poder llegar a conocer a las personas de Andode, que aunque no tuvieran mucho que ofrecer siempre estaban dispuestos a ayudarte en lo que podían. Eso me recuerda al día en que uno de los agricultores nos invitó a su casa; vivía con su mujer y sus tres hijos en una casa de adobe y paja de 25 metros cuadrados y aún así no le importó nada que nosotros, con medio pueblo de niños a la espalda, entráramos y la ocupáramos entera. Ahora que han pasado unos meses y puedo ver lo que he vivido con perspectiva, me doy realmente cuenta de lo rica que es espiritualmente África en comparación con lo que lo es materialmente Europa. Toda experiencia queda muy bien reflejada en la expresión TIA (This Is Africa).

Inevitablemente nos sale pensar qué habremos hecho nosotros para merecernos la vida que tenemos, de qué manera nos hemos ganado unos derechos y unos privilegios por nacer unos kilómetros más allá.

Daniel Bodrato

 

Mi experiencia en Andode, Etiopía

30 agosto 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Mi experiencia en Andode, Etiopía”

Etiopía. Sentada en la parte trasera del Land Cruiser conducido por Tariku y en compañía de Adriana y más visitantes como yo. En algún momento del trayecto de vuelta a la misión desde una aldea que habíamos visitado, palabras comenzaron a surgir en mi cabeza. No sabría describir muy bien su proveniencia aunque una parte de mí estaba segura de que, de alguna forma, era el cam  ino de tierra que dejaba atrás la makina (coche en amárico) el que iba proyectando en mí todas aquellas sensaciones y sentimientos.

Era el camino de tierra; eran los niños, dueños de una enorme sonrisa, saludando a quienes viajábamos en el vehículo; era el verde de las montañas y de los valles, ese verde que espero volver a ver; la madera de las cabañas; el barro de las casas; los pies descalzos de la gente; las garrafas a cuesta.

Todo ello, cada detalle, me hizo rebobinar y ser consciente de todo lo que había aprendido. Si pienso en lo que yo misma decía antes de coger ese avión me doy cuenta de la certeza de mis palabras: “No sé cuánto aportaré a Andode cuando acabe mi experiencia allí, lo que sí sé es que aprenderé yo mucho más de su gente que lo que yo pueda enseñarles a ellos”.

Como decía, palabras llenas de significado brotaban en mi mente. Esclavitud era una de ellas. Esclavos son los etíopes  de su pobreza. Esclavos también de las lluvias que a las cinco de la tarde amenazan con destruir sus casas de barro y madera.

¿Y nosotros, los europeos, chinos o australianos? En fin, los forenyis como ellos nos llaman. También esclavos, aunque de diferente manera. Esclavos de nuestro tiempo, ¡Qué digo nuestro! Como bien nos dimos cuenta y como, con muy acertadas palabras, describe Kapuscinski en las primeras páginas del libro Ébano, al contrario que los africanos, nosotros somos dominados por el tiempo, vivimos a su merced. Con todo establecido, los minutos corren aunque nosotros no podamos seguirles, no nos esperan. Sin embargo, aquí gozan de libertad con respecto al señor tiempo. Pueden permanecer sentados en algún banco, aun con cosas que hacer, porque a ellos el tiempo no les abandona.

Esclavos somos los forenyis del individualismo que nos ciega. Aquí todo se comparte, al contrario que de donde yo vengo. En España, Francia o Bélgica, pongamos como ejemplo, la tendencia que existe hoy en día es a crecer, a aspirar a más, a convertirse en un “yo” más grande y con un futuro provechoso. En un “yo” y no un “nosotros”. Incluso aunque hagamos un bien por otro, en muchas ocasiones importará que “una persona hizo esto por alguien” por encima del bien recibido por ese alguien. Es triste y paradójico a la vez que este individualismo haya contribuido a desarrollar sociedades enteras.

Y de plantearme nuestro individualismo obtengo un nuevo término del mismo camino de tierra que kilómetros atrás me hizo comenzar a meditar: la generosidad. De eso abunda, como los mangos, los mus (plátanos) o los avocados, rebosa la generosidad. Una invitación como agradecimiento por parte de la mamá de Aster, a quien cuidábamos; ver a Teru aprender a decir “Que Dios te bendiga” en español; que una niña de doce años divida en dos un absurdo pedazo de pan que tú le diste, para compartirlo contigo. Estos y muchos otros son ejemplos de la grandeza y bondad que puebla Etiopía y sus aldeas. De ellas aprendo que no es necesario poseer para dar.

 

También pensé en la fe. Pienso en las cruces que las ortodoxas se tatúan en la cara, en sus propias casas, como muestra de su fe; fe, que nuestra sociedad “avanzada” pierde conforme “progresa”. Me planteo lo fuerte que ha de ser para paliar de alguna forma el sufrimiento de ver enfermar a tu hijo de cuatro años, sabiendo que con una alimentación correcta estaría corriendo con los demás niños. También pienso en el conformismo y en la resignación de pensar que las cosas son así porque así han de suceder. ¿Hasta qué punto es bueno o malo este conformismo en una sociedad en la que resulta tremendamente complicado aspirar a ser algo más?

Otra palabra: calor. El sol etíope calienta, aunque no tanto como imaginaba. Y más a unos que a otros. A los habitantes de los poblados, por ejemplo, estoy segura de que es difícil, pues su piel, dura y áspera a causa del trabajo, ha hecho una coraza y mantiene su cuerpo y mente fríos. Frío, para que en una familia con mellizos sean capaces de decidir cuál de los dos es el más fuerte y, en consecuencia, alimentarle más, sabiendo que con su elección, el otro tendrá aún menos oportunidades de sobrevivir. Algunos podrán pensar que esto no es sino crueldad. Yo, sin embargo, creo que es tan grande la coraza que ya ni los rayos del sol africano consiguen calentarles.

En la vuelta a casa desde Angar, montañas y más montañas verdes. Y cómo no, ese color me hace acordarme de mi madre, pues le encanta. Y así, mi mente vaga hasta mi padre y mi hermana, en definitiva, mi familia, palabra que implica unión y amor. Si lo trasladaba aquí, el concepto de familia se tornaba muy poderoso. Estoy segura de que Rosa, una de las misioneras, ha encontrado aquí a su segunda familia.

Sus lazos han de ser fuertes para mantener una misión grande. Estos lazos se demuestran en la confianza puesta en sus trabajadores, en la preocupación por los niños de Andode, en las palabras dedicadas a personas que se hicieron un hueco en esta gran familia y que ya no se encuentran con ellas. Estos lazos implican unión.

Como decía, una familia es unión y amor. En el caso de las misioneras, entre su gente y a Dios. El amor, en toda familia, ha de ponerse en práctica, no basta con decir un te quiero o dar un beso. Aquí, el amor a Dios se pone en práctica, se demuestra manteniendo centros de salud abiertos, cuidando de niños que no tenían un futuro digno, haciendo de la misión un hogar lejos de sus casas.

Raquel Niddan Sánchez

Junio 2017

Los mejores momentos de mi vida

22 agosto 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Los mejores momentos de mi vida”

Durante seis meses estuve viviendo en la Misión de Benga (Malawi) con miembros de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, donde pasé algunos de los mejores momentos de mi vida.

Me di cuenta de que ir a África, a un país tan pobre como Malawi, me cambió, probablemente mucho más de lo que yo pude cambiar la vida de la gente que vive en Benga.

Los miembros de la MCSPA me enseñaron que ayudar y servir a las personas necesitadas podía abrir mi corazón, empatizando con sus necesidades y problemas diarios, e incluso cambiando mis propias creencias y vida espiritual. Y al volver a Alemania, seguí sintiendo esa conexión especial con las personas de Benga.

Además, desde la vuelta a mi país, he sentido una mayor conexión con las personas de Alemania, porque realmente he aprendido que, a pesar de que todos tenemos nuestro propios problemas en el día a día, al final deseamos lo mismo: formar parte de una comunidad y sentirnos aceptados y queridos por los demás.

Me siento muy afortunado y agradecido por haber podido vivir esta experiencia, que también ha sido una lección de vida.

Valentino Amian

 

Un Camino Nuevo

20 julio 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Un Camino Nuevo”

​Tras casi una semana de aventuras, nuevas experiencias, relax, desconexión y felicidad he reflexionado acerca de multiples cosas. En primer lugar me he dado cuenta de lo afortunada que soy no sólo por poder viajar, tener privilegios y caprichos sino simplemente por tener cosas tan básicas como un vaso de leche para desayunar o una cama donde dormir. Lo mas sorprendente es que la gente de aqui, la gente de Turkana, los niños del colegio, son felices con lo que tienen lo cual es de valorar.
Por otro lado, siendo sincera tengo que añadir que estas pequeñas “vacaciones” han fortalecido mis ganas de compartir con los demás y mi fuerza interior. Al estar rodeada de gente con tantísimo talento y voluntad te das cuenta de que lo que puedes aportar es mucho  más de lo que normalmente estas acostumbrada a aportar. Gracias a esta comunidad, la Comunidad Misionera de San Pablo (MCSPA) y sobretodo gracias a mi madre, Belén Madrazo, he podido experimentar en estos días mucho más de lo que me esperaba. En fin, espero haber aportado mi granito de arena al igual que el resto de mi grupo. Ojalá todo el mundo en la medida de lo posible dedique parte de su tiempo, esfuerzo, y dinero para esta maravillosa gente por que es necesario.

Viva África, Viva Turkana y Viva la MCSPA!

Belén Bolea Madrazo

Mi Lugar en el Mundo

12 junio 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Mi Lugar en el Mundo”

Si tuviese que describir mi estancia en Muketuri (Etiopía) en una única palabra sería felicidad.

Conocí Muketuri y a las misioneras de la Comunidad de San Pablo Apóstol, el 15 de enero. Llegaba al país con cierto miedo, miedo a lo desconocido, a no encajar con la gente, y lo que he encontrado ha sido amor sin límites.

Soy dietista-nutricionista por la universidad de Valencia (España), viajé a Etiopía junto con una compañera de universidad para comenzar un proyecto sobre nutrición enfocado a mujeres embarazadas y lactantes y niños.

Durante este mes he trabajado duro al lado de muchísima gente (mujeres, niños, jóvenes, ancianos, de distintos lugares del mundo), he crecido mucho profesionalmente, pero sobre todo personalmente.

Todo este tiempo he podido vivir personalmente la providencia, como el amor y la donación a los demás tiene la fuerza necesaria para mover montañas. En Muketuri no existen dos días iguales, y todos los días se palpan los milagros. He visto en las misioneras y todo el personal que trabaja con ellas todas las obras de misericordia cumplidas, y esto me anima a querer vivir de otra manera.

Llevo una semana en Valencia y cuento los días que me faltan para volver a Muketuri, donde todo huele a injera fermentada.

Como dice Paco Moreno, a quién tuve la gran suerte de conocer, cada uno debe encontrar su lugar en el mundo

Raquel Moret.

VOLUNTARIADO, UN MES EN ETIOPIA

11 junio 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “VOLUNTARIADO, UN MES EN ETIOPIA”

En un lugar donde el hambre es una característica común que supuestamente, a lo largo de la historia, ha ido adaptando el metabolismo y el ADN para que los etíopes puedan sobrevivir con muy poco o con casi nada de alimentos.

La base de la alimentación etíope es el teff (Eragrotis tef), Teff significa “lo que se lleva el viento” se necesitan unas 3000 semillas de este diminuto cereal para conseguir pesar un gramo.

Con la harina del teff, después de fermentada y amasada, se produce un pan llamado injera, alrededor de la injera sobrevive la población etíope. En el Merkato pregunte a una mujer que cocia injera ¿Qué si comía de ese pan todos los días? Y me contesto que “todos los días que podía”.

El hambre o la escasez de alimentos no es sólo lo que produce desnutrición y enfermedad en la población etíope, la falta de agua potable es otro grave problema que lleva a la falta de pautas higiénicas básicas y esta a la parasitosis, a las infecciones, problemas oculares, de oídos, a padecer enfermedades de la piel y picaduras de insectos que agravan más si cabe la salud de la población etíope, especialmente en las zonas rurales.

Dice la sabiduría popular que “Dios aprieta pero que no ahoga” quizás por eso ha enviado a una comunidad de misioneras laicas, las de San Pablo Apóstol. Estas mujeres fuertes y convencidas

de que en el mundo se pueden y deben cambiar las cosas que no sean justas o equitativas, llevan a cabo una misión que a primera vista parece una misión de titanes pero que viéndolas trabajar cada día comprendes por que no se apaga la luz de la esperanza.

Con verdadero ahínco cada mañana estas mujeres se entregan a la lucha para mejorar las condiciones de miles de personas de zonas rurales de Etiopia. Abren pozos, forman a los agricultores, les proporcionan semillas y crean huertos, instalan y organizan comedores, escuelas, facilitan el acceso a la sanidad y nos permiten a nosotros, los voluntarios llegar hasta ellos con nuestros conocimientos recién estrenados, con nuestros conocimientos de Universidad Europea, aplicamos dichos conocimientos para mejorar, en lo que cabe, a la comunidad rural etíope, pero también aprendemos de ellos, de los pobladores de estas tierras como Gimbichu e Igukura de estas aldeas nos hemos traído más de lo que hemos ayudado, mucho más de lo que hemos llevado, elegimos poner en terreno la práctica de lo aprendido junto con nuestro tiempo y nuestros ahorros para poder ser solidarios y compartir parte de la abundancia de la que disponemos en occidente, pero lo más grato y sorprendente es que estas buenas gentes nos han acogido como si hubiéramos nacido allí, y me pregunto, ¿Qué hubiera sido de nosotros si hubiéramos nacido allí?, hagámonos esta pregunta y pensemos como nos gustaría que nos trataran, pongámonos en su lugar, en el lugar de esa madre que pide ayuda porque su hijo de 9 meses tiene los pies zambos (equinovaros), pongámonos en el lugar del amor, de la igualdad, porque somos iguales y sentimos de igual manera aunque el haber nacido en distinto lugar nos haga creer que somos diferentes.

Ma Ascensión Olcina Simón 21/02/2017

Mirando al cielo

7 junio 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Mirando al cielo”

Aquí en Etiopía muchos niños no tienen nombre, crecen sin identidad porque hay pocas posibilidades de que puedan sobrevivir. Nada más nacer, las madres cortan el pelo de sus bebés dejando un pequeño mechón en sus cabezas. De esta manera se aseguran que un ángel pueda sujetarlos y llevarlos volando hasta el cielo en el caso de fallecer.

Las cifras muestran esta realidad. Aproximadamente el 44% de los niños menores de cinco años sufren desnutrición severa en Etiopía, siendo ésta la principal causa de mortalidad infantil. Expuestos desde que nacen, los que sobreviven son registrados cuando alcanzan la edad de los 7 años. Hasta entonces se mantienen anónimos, porque nadie se atreve a pensar en su futuro. Son los Abush o Mimi, niños y niñas sin identidad. “La falta de alimentos es la principal causa de este problema”, asegura Blanca Beltrán, misionera de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol. “La mayoría de los pequeños que asistimos en nuestros programas de desnutrición no tienen nombre. Sus madres no quieren darles uno porque no tienen fe en su esperanza de vida”.

Desde hace 23 años, esta Misión trabaja en el Valle de Angar Guten ofreciendo asistencia sanitaria, educación preescolar y talleres de agricultura a las distintas comunidades que habitan en la zona. Un trabajo de más de dos décadas en las que han conseguido poner en marcha una clínica, dos puestos de salud y tres guarderías que atienden y dan de comer a más de 400 niños de la región. “Todos nuestros proyectos están enfocados en torno a la nutrición”, comenta Blanca. “Nuestro principal objetivo es que la gente tenga comida en sus casas, que puedan abastecerse, diversificar sus cultivos y obtener excedente para poderlo vender”.

En un país en el que el 70% de la población vive en zonas rurales, la agricultura es la base de su sustento. No obstante, la mayoría de los terrenos están dedicados al cultivo de maíz y sorgo, insuficientes para una alimentación equilibrada. “El problema de la desnutrición es la falta de educación, la gente no relaciona la salud con la alimentación”, asegura esta misionera. “En nuestros talleres de agricultura ofrecemos también cursos de cocina, y abastecemos a los campesinos de semillas para que abran sus cultivos a nuevos alimentos como la soja, el cacahuete, las judías u otras verduras”.

 Talleres que en amárico han rebautizado como “escuelas de producción de comida” y que la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol pretende extender a otros poblados como Abo Sahshover y Abo Goyam, a pocos kilómetros de su misión de Andode, y en donde acaban de realizar una primera sesión de exploración. “En este primer contacto el trato personal es fundamental”, afirma Blanca. “Una a una visitamos las casas de la zona para poder presentarnos y conocer de primera mano el estado en el que viven cada una de estas familias: de dónde cogen el agua, qué cultivan, cuáles son sus necesidades…”.

 Pero la falta de recursos es una constante entre los campesinos del Valle de Guten y los niños sin nombre una realidad en su día a día. Es el caso de la pequeña de Enat Ayenew, una de las mujeres que habitan en la primera aldea que visitan en este recorrido. Se trata de un asentamiento formado por desplazados que han huido de la hambruna y de la sequía de la región de Wollo, una de las zonas más pobres de Etiopía. Un pueblo de agricultores que ha emigrado en sucesivas oleadas hasta el valle buscando tierras fértiles donde poder cultivar.

Una vez aquí, las cosas siguen sin ser fáciles. Los habitantes de esta comunidad tienen que caminar 6 km hasta el poblado más cercano para recoger agua y la zona no cuenta con ninguna asistencia sanitaria ni educación. “Además de conocer sus necesidades, realizar estas visitas nos permite también descubrir determinados casos de desnutrición severa en los que es necesario actuar”. Así fue, precisamente como encontraron a Salomón y sus hermanos, los hermanos de Salomón son gemelos y la madre no podía alimentar a los dos, cuando el más fuerte se enfermó la madre vino a pedirnos ayuda, así nos dimos cuenta de que estaba dejando morir al gemelito más débil, al ver que la madre no creía que con la soja que le dábamos para los bebés los dos podían vivir, la fuimos a ver a su casa, ahí encontramos a Salomón que con 7 años “Su situación era extrema”, recuerda Blanca, “pesaba en torno a 19 kilos, por lo que también tuvimos que incorporarle inmediatamente a nuestro programa de desnutrición”. Gracias a estos cuidados, los gemelos fueron ganando peso. Poco a poco consiguieron recuperarse y, una vez fuera de peligro, fue entonces cuando su familia decidió darles un nombre. “Ese es uno de los momentos más emocionantes de nuestro trabajo”, asegura esta misionera, “ahí es cuando sabes que una madre se ha liberado de todos sus miedos, cree en el futuro de su hijo y apuesta por la vida”. Con Salomón la recuperación ha sido más lenta, sube de peso poco a poco, pero es un niño muy fuerte y con ganas de vivir, tenemos la esperanza de que remontará tantos años de desnutrición severa, este niño se ha agarrado a la vida con todas sus fuerzas.

En su lucha por sobrevivir desde que nacen, la falta de identidad hace aún más vulnerables a los niños en Etiopía. Un país en el que los menores de cinco años tienen 30 veces más probabilidades de morir que en Europa occidental. Es entonces cuando un nombre se convierte en algo más que un atributo. Es un reconocimiento a la existencia, una oportunidad.

Escrito por Paloma López del Hierro.

Un gran corazón

1 junio 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Un gran corazón”

Si tuviera que resumir mi experiencia en Andode con Blanca y sus compañeras, me vendría a la cabeza un gran corazón. Eso es lo que tienen todas estas personas que realizan esa magnífica labor en esta remota aldea de Etiopía. Me fascinó la pasión, tesón, paciencia y, principalmente, amor, que dedican para llevar a cabo su trabajo.

Cuando llegué allí no sabía muy bien qué iba a hacer, y eso me gustó, porque lo que vas a hacer ahí se define según la necesidad del momento: hicimos desde inscribir a los niños en la escuela en el comienzo del curso escolar, como preparar leche de soja para la merienda de ellos, como talar unos mangos enfermos según las indicaciones de una agrónoma alemana que estuvo hace poco con ellas en Andode.

Cada uno aporta lo que puede y sabe, ya que todos tenemos algo valioso que aportar, o así por lo menos nos lo hacen ver. Pero sin duda, lo que me quedó claro es que quién más ganó en este intercambio, fui yo. Recuerdo como celebramos el año nuevo etíope con la gente de Andode, saltando la hoguera, y como, sin tener grandes cosas, no dudaban en compartirlas con nosotros, invitándonos a comer injera en su casa. Como los niños de la aldea reconocieron con una gran sonrisa a Cris, Mónica, Belén y Noe, cuando las vieron, ya que habían ido el año anterior, y no querían separarse de ellas, jugando sin parar.

También recuerdo con especial cariño los desayunos con Blanca y sus compañeras de la misión en la casa de Andode, en estos desayunos en los que Blanca me explicaba todo el trabajo que hacían, sus expectativas, sus dificultades, y en definitiva, la esencia de su presencia ahí. De todo esto, sin duda lo que más me fascinó fue el reto que configura su misión principal: ir ahí donde nadie ha ido, a un terreno en el que falta de todo, y todo está por hacer, sitios en los que hay que partir de cero para poner algo en marcha, ya sean escuelas para dar de comer a los niños desnutridos, talleres de agricultura para mujeres en las que se les enseñan cómo cultivar alimentos para poder tener comida, la construcción de pozos de agua para combatir las estaciones secas… Todo ello sin intermediarios y sin burocracia que a veces alejan a la mayoría de las organizaciones benéficas u ONGs de su fin principal: que la ayuda llegue al terreno.

Esto fue lo que me convenció del todo para seguir colaborando con ellos desde Madrid, vendiendo artesanía etíope para recaudar fondos para los diferentes proyectos que tienen de ayuda para alimentar a bebés y niños desnutridos, enseñar a mujeres formación básica de higiene para evitar la propagación de enfermedades, conseguir vacunas y vacunar a tantas personas como puedan, la construcción de pozos de agua, gallineros, huertas, y principalmente, llevar su valor humano allá donde se necesita.

Muchas gracias por acogerme con vosotros el poquito tiempo que estuve, y dejarme formar parte de vuestro proyecto.

Ade Dópico

Verano de 2012

“Papá, Mamá me voy de voluntariado”.

27 mayo 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre ““Papá, Mamá me voy de voluntariado”.”

Nunca pensé que la mejor experiencia de mi vida empezase con un “Papá, mamá me voy de voluntariado”.

Todo empezó con unas ganas, una ilusión, una idea, con la necesidad de aprovechar el tiempo. Algo que a simple vista parecía una locura transitoria acabó consolidada en un pueblecito llamado Andode. A día de hoy no sabría deciros que fue lo que me impulso a irme de voluntariado, es algo que todavía desconozco; pero si os podría decir los millones de motivos que tengo para volver.

La experiencia de voluntariado es muy personal y cada uno la vive de una manera muy distinta, pero todos los que vamos, vamos por algo y eso es lo que nos une. ¿Si no, cómo podrían convivir trece personas totalmente diferentes en una casa? Trece personalidades, trece formas de ser y una cosa en común: el tratar de aportar ideas y trabajar en equipo para hacer que Salomón coma, Daniel sonría o ver la felicidad de los niños por hacer unas manualidades.

A mí el voluntariado me ha enriquecido como persona, me ha enseñado a vivir de otra manera. Aprendes que hay que luchar por las cosas, que hay que ser persistente, que no hay que rendirse a la primera y que con muy poco se puede ser feliz. Cuando vuelves, valoras lo que tienes mucho más y eres capaz de discernir aquello que tiene verdadera importancia, de lo que no; que por muy difícil que parezcan las cosas tienen solución.

En Andode he visto conseguir lo imposible, lo inimaginable, a base de perseverancia, esfuerzo y cooperación.

No sé quién leerá esto, pero si tú estás como mi yo de hace dos años, pensando en hacer un voluntariado y no te acabas por decidir, hazlo, vivirás tu experiencia a tu manera, pero te puedo asegurar que merecerá la pena.

Por último, agradecer a las misioneras Blanca, Pepi y Lydiah todo el interés y disposición que han puesto para que esta experiencia sea irrepetible.

Beatriz Gómez Tapia

Verano 2016

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