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De Pietraforte a Kenia: Patrizia Aniballi

1 noviembre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “De Pietraforte a Kenia: Patrizia Aniballi”

Siempre es difícil explicar cómo nació la vocación. Mi caso no es tan especial como uno se pudiera imaginar. Muchas veces la gente considera al misionero o a los religiosos personas tan especiales que casi los describen como seres fuera de lo normal, pero no es así; tenemos mucho que aprender de los demás. Lo que nos caracteriza es que queremos sin medida a los más marginados, aunque eso no nos sea siempre fácil.

Como podéis ver por mi nombre, yo soy italiana, aunque ahora de italiana ya no me queda casi nada, pues hace más de 28 años que vivo en Kenia y, como sabéis, aquí se habla inglés y kiswahili, y en nuestra comunidad hablamos español e inglés, así que hoy en día ya no sé qué idioma hablo, quizá una mezcla de casi todo.

Os cuento cómo aparecí en esta tierra tan lejana. Yo vivía en un pequeño pueblo que se llama Pietraforte, en la provincia de Rieti, en Italia. En aquel entonces en mi pueblo había unas 100 personas, ¡no exagero! Mucha gente se había marchado para buscar trabajo en las ciudades. El párroco de la iglesia era un sacerdote español, y un día que vino a oficiar un funeral al pueblo, yo lo fui a buscar para que me hiciera un certificado que necesitaba mi primo para casarse. Vi el coche del padre aparcado con dos jóvenes dentro y me acerqué, abrí la puerta y me senté con ellas. Las jóvenes estaban sorprendidas al verme, y empecé a explicarles por qué estaba allí. Ellas me hablaban medio en italiano, medio en español. Eran dos misioneras laicas de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, que me explicaron durante más de media hora lo que hacían en Kenia. Yo les dije que siempre había querido ser misionera, pero que cada vez que me acercaba al cura me presentaba a monjas para ver si quería ser religiosa, pero yo veía que eso no era para mí.

Después llegó el sacerdote y me invitó a acompañarles a Roma, porque aquel día llegaba el P. Paco. Me fui con ellos. Desde el primer momento que Paco me vio me invitó a ir a Kenia. Él me parecía demasiado determinado, por decirlo así. Era la primera vez que alguien que no me conocía se fiaba de mí a primera vista, y yo

le dije que sí, que quería ir. Estuve con ellos dos días, y aunque todos se esforzaban en hablarme en italiano casi no les entendía y yo no hablaba español.

Así fue como al cabo de unos meses dejé a mi familia. Yo tuve un hermano, cuatro años menor que yo, que nació prematuro, de seis meses, y estuvo un tiempo en la incubadora. Más tarde le diagnosticaron una parálisis cerebral y vivió tan sólo hasta los nueve años, así que me convertí en hija única. Afortunadamente mi primo de cuatro años se añadió a nuestra pequeña familia tras la muerte de su padre y mi madre lo crió hasta que a los catorce volvió con su madre. Entonces fui realmente hija única. Y a pesar de eso, mis padres no se opusieron a mi marcha a Kenia. Al principio me echaban de menos, pero lo aceptaron.

Ahora, después de muchos años, entiendo bien la determinación de Paco a llamarme a dejarlo todo para seguir a Cristo e ir donde no hay nada, donde la gente es tan pobre que viven con “menos que nada”, en Turkana.

Al llegar a Kenia viví mucho tiempo en Nairobi. En la comunidad era la única italiana, y no hablaba nada más que italiano. Muchas veces me sentía extraña, ansiaba ir a vivir a Turkana, al desierto, y no estar en una gran ciudad. Me acuerdo que al principio sólo quería ir con la chica de la Comunidad que conocí en mi pueblo, pero ella tuvo que irse a otra misión en Bolivia y me costaba adaptarme a los demás. Mi madre me llamaba de vez en cuando un minuto para saber si estaba bien, y aunque yo le decía que sí, se daba cuenta de que no era verdad. Nunca quise decírselo, pues me costó bastante separarme de mi familia y de “mi pequeño mundo”. Estaba habituada a hacer un poco lo que yo quería, a viajar y tomar mis propias decisiones.

Los primeros meses fueron así: “me gustaba, pero”… después todo fue cambiando, entendí más lo que significaba la vida que quería seguir. El cariño y, sobre todo, la paciencia que toda la comunidad tuvo conmigo fueron extraordinarios. Tras algunos meses me decidí a quedarme. Fue después de haber ido a Turkana, de ver cómo vive la gente, de ver el trabajo que allí se hace. Creo que esto me conmovió, y pensar que podría ser útil cambió mi manera de actuar.

En estos 28 años mi madre ha venido casi todo los años a estar con nosotros. Se encontraba como en casa, enseñando a coser, bordar, a hacer pasta italiana, salchichas y muchas más cosas. Es bonito ver cómo la familia se integra con la Comunidad, y al final formamos todos una misma familia. Acompañándonos aquí son muy útiles, aprenden a querer a toda nuestra gente en la misión y así entienden muchas de las cosas que yo les explicaba.

No fue casualidad que en mi pequeño pueblo estuviera un cura español. Todo sucedió de la mano de Dios, que estaba allí. Por mi parte la puerta estaba abierta, y espero que la mano de Dios me siga guiando por los caminos de la misión, allí donde me quiera llevar

Patrizia Aniballi, MCSPA

Los Pequeños Gestos y la Mirada Hacia el Otro: Lillian Omari

31 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Los Pequeños Gestos y la Mirada Hacia el Otro: Lillian Omari”

Nunca en mi juventud me había planteado visitar Turkana, y mucho menos me había imaginado que un día estaría viviendo aquí. Tampoco pensé que podría llegar a hablar o escribir en otros idiomas aparte del swahili e inglés. Y es que un mundo absolutamente nuevo se abrió ante mí gracias a la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA) y especialmente al padre Francisco Andreo, el fundador, y al padre Francis Teo, quienes me invitaron a participar de su visión y experiencia. Así pude ver las cosas con otros ojos y descubrir en mi vida el valor de dirigir mi mirada hacia los otros y darnos a ellos a través de los pequeños gestos, descubriendo de este modo a Jesús: “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”. (Mateo 25:35-36).

En aquel tiempo viajar dos días por carretera era algo que solo algunos locos podían hacer. Además, era muy aventurado ir a un lugar como Turkana teniendo en cuenta que la gente del sur de Kenia, como yo, no conocía su historia ni su cultura, incluso muchos ni siquiera saben que es una región que forma parte de Kenia.

Yo crecí en Nairobi, y tuve la suerte de pertenecer a una familia generosa y muy católica. Tuvieron que trabajar muchísimo para lograr que todos sus hijos disfruta- sen de una educación decente, comida en la mesa cada día, y se convirtieran en buenas personas.

Viviendo en ese entorno, crecí creyendo en algunos valores: había que estudiar mucho, obtener buenos resultados, bus- car un buen trabajo, ayudar a nuestros padres y hermanas para que tuviesen una vida mejor, casarme y seguir haciendo lo mismo con nuestros hijos, y ellos como nosotros con ellos. Nunca pensé que ve- ría las cosas de otra manera. Pero ese viaje a Turkana me sirvió para desmontar los prejuicios que tenía sobre mi propia familia, como pensar que éramos los más pobres del barrio porque no teníamos coche o no comíamos carne cada semana… Hasta que vi la pobreza que había en Turkana, y me di cuenta de que éramos privilegiados.

Conocí a la MCSPA gracias a mi primo George Ouma, que en aquel tiempo vivía con los misioneros, con el padre Francis, en concreto, y quería ser sacerdote como los demás misioneros. Él vino a mi casa y nos contó lo que estaba haciendo en Turkana y de ahí me dieron muchas ganas de ir. Eso sí, solo a conocer ese lindo pero extraño lugar llamado Turkana.

El viaje fue muy, muy largo. Los dos días de camino parecían interminables. El padre Fernando Aguirre conducía un cuatro por cuatro. ¡Era la primera vez en subirme a uno, solo los había visto en películas! El coche iba lleno hasta los topes de comida, medicinas, muebles, pollitos, árboles… y en un pequeño espacio atrás cabíamos cuatro personas más. Viajamos con unos chicos de Turkana, Napocho, Ekalukan y Morita. Ellos me explicaban pequeñas anécdotas de Turkana. Esas historias me dieron ánimo e ilusión para continuar el viaje y poco a poco se me fue quitando el miedo inicial y los prejuicios sobre este lugar tan remoto.

Recuerdo que paramos a mitad de camino y el padre Fernando, Natalia, una de las misioneras, y los chicos sacaron un cesto, y de repente montamos un estupendo pícnic con tortilla española, jamón, mangos y agua. ¡Una comida completa! Este fue otro pequeño gesto que me hizo cambiar mi forma de pensar. Nunca había pensado en llevar comida para un viaje, siempre suponía que podías parar e ir a una tienda y comprarla… Ante mi sorpresa, el padre Fernando me dijo: “Y aunque tuvieras dinero, Lillian, ¿dónde están las tiendas para comprar la comida? Si quieres ser una buena misionera tienes que estar preparada para pensar en los demás primero antes que en ti”.

Ya en el camino que se adentraba en Turkana el paisaje era muy seco y solitario y solo veíamos algunos camellos y cabras cruzando la carretera de vez en cuando y grupitos de cabañas hechas con ramas. Los chicos me explicaron que eran las casas de la gente, y pensé: “¿Pero a dónde me están llevando? ¡Esto parece el n del mundo!”. Finalmente llegamos a la misión de Nariokotome. Ahí, después de dos días viajando, vi gente que llevaba ropa y hablaba un idioma que podía entender.

Y casas por primera vez. Sacamos todas las cosas del coche y me llevaron a una casa con una de las misioneras, que me anunció: “Esta es tu habitación, dúchate. Dentro de una hora comemos y luego te vas a descansar“,suspiré y me retiré a mi habitación.

Minutos después escuché “¡Emergency, emergency!”. Vi a Natalia, que, además de misionera, era médico, corriendo hacia el coche. Salí fuera y pregunté: “¿Qué pasa?”. Me dijo: “Sube, vamos, hay que atender a una madre que no puede dar a luz”. Subí pitando al coche y ella condujo como los que van al Safari Rally, hacia la montaña de Riokomor, saltando por los baches. Al llegar encontramos una señora embarazada que hacía dos días quería dar a luz, pero estaba muy anémica y no tenía apenas fuerza. La misionera cogió el cesto del coche, preparo un té con mucho azúcar, se lo dio a la señora para beber e inmediatamente la pusimos en el coche y salimos de nuevo hacia el dispensario de Nariokotome.

Después de 40 minutos por los caminos de piedras y tierra, los que iban atrás del coche nos hicieron parar: ¡el bebé había nacido! No entendí nada, pero es- taba muy contenta porque la vida de la madre y la del hijo ya no estaban en peligro. Cuando llegamos a Nariokotome, Natalia me explicó que gracias al té con mucho azúcar y a los botes del coche la madre pudo reunir fuerza suficiente para dar a luz al bebé. Como estas anécdotas se dieron muchas durante mi estancia, y definitivamente me hicieron pensar mucho y ver las cosas diferentes a cómo las veía antes.

Estuve en la misión dos meses ayudando donde podía, en la cocina, en el huerto, en la clínica móvil, en el centro de nutrición, limpiando… Desde el primer día me sentí como una más de ellos y no como una visitante, a pesar de que eran gente de diferentes países: kenianos, colombianos, venezolanos, españoles… Había algo que les unía, todos se querían.

Volví a Nairobi y empecé a estudiar. Unos seis meses después, cuando ya me había olvidado un poco debido a la vida del día a día, llegó mi primo y me preguntó si quería ir a una misa a la que los misioneros me invitaban. Pensé: “¿Para qué tengo que ir a misa si tenía pensado ir el domingo?”. Aún así, fui. Ahí estaban el padre Francisco (Paco) y el padre Francis. Fue una misa sencilla con gente sencilla. Y sin embargo sentí algo que no sé explicar. Algo pasó dentro de mí que me devolvió la misma felicidad que experimenté durante los dos meses que estuve en Turkana la primera vez.

En aquel momento no podía decir que tenía vocación de misionera. Pero esa felicidad, el aprender la importancia de los gestos a los demás, el dirigir la mirada hacia el otro fueron cosas que me hicieron replantearme lo que quería hacer y ser.

A través de esas pequeñas experiencias descubrí el tesoro que había en Turkana con la Comunidad Misionera de San Pablo. La invitación a la misa en Nairobi aquel día entre semana, la motivación de los padres Paco y Francis al pensar en mi y preocuparse de invitarme, y después la chispa que encendió esa luz en mi interior, y que poco a poco se iba avivando a través de personas que no solo no pensaban en ellos mismos, sino que querían compartir esa felicidad conmigo y con otros. Creo que este conjunto de pequeños gestos, personas, motivaciones, acabaron de despertar esa llamada misionera en mí. Si no me hubieran invitado a esa misa, creo que hubiera seguido haciendo lo que todo mundo hace: estudiar, trabajar, ayudar a la familia, casarme y tener hijos. ¡Gracias a Francis por invitarme a esa misa que movió algo en mi!

Esa llama en mi interior, avivada por las personas que me han rodeado en estos 18 años, ha sido la motivación que me ha llevado a ser quien soy y estar donde estoy ahora, en la misión de Nariokotome.

Me gustaría que Dios me ilumine y me dé fuerza para compartir todo lo que he ido aprendiendo en este camino, como dice la plegaria de San Francisco de Asís: “Haz de mí un instrumento de tu paz”. Todo lo que hago es gracias primero a Dios por darme la vida, a mi familia, a la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, y también al apoyo que me aportan todos mis amigos en España, Kenia, Singapur, Malasia, Alemania… Ellos nos apoyan con su amistad, oraciones y económicamente para poder hacer todo este trabajo.

Durante estos años he vivido multitud de experiencias, a veces buenas y a veces malas. He visitado y vivido en países muy diferentes (Etiopía, Colombia, Alemania), con gentes y lenguas muy diferentes, y todo eso me ha hecho ser, humildemente, mejor persona y motivarme para intentar compartir mi felicidad de encontrar a Jesús en los otros a través de los pequeños gestos, volviendo mi mirada hacia los otros. Espero que mi experiencia pueda ayudar a otros a encontrar esa misma felicidad, llevando siempre la sonrisa de Dios a todas partes.

Lillian Omari, MCSPA

Mientras Buscaba Me Encontró: Fernando Aguirre

31 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Mientras Buscaba Me Encontró: Fernando Aguirre”

A la pregunta de “¿por qué me hice sacerdote?” Hans Urs von Baltasar responde: “No podría decirlo. Yo no quería en realidad hacerme sacerdote. Ha salido así”1. Ante la misma pregunta me ocurre algo similar: nunca fue mi idea, pero ahora soy sacerdote y estoy contento. Y aunque encuentro difícil la tarea de escribir sobre algo tan íntimo como es la propia llamada, me obligo a intentarlo.

Desde que tengo memoria de mi propia consciencia recuerdo un deseo profundo de no caer en la corriente del mundo: la universidad, el trabajo remunerado, fundar una familia, todo ello se me hacía una montaña. Encuentro aquí apropiada la reflexión de Panikkar, el cual sustituye la tradicional fuga mundi por huída del sistema 2. El sistema, el mundo, tal como se me presentaba, no era mi medio. Aunque siendo hijo de un militante comunista, a primera vista la Iglesia tampoco lo era.

Hoy desde la perspectiva que me otorga el paso del tiempo subscribo las palabras de Panikkar: “Desde mi primera juventud me he sentido siempre monje, pero monje sin monasterio, es decir, sin muros…, sin llevar hábito o, si acaso, con los vestidos comunes a todos los miembros de la familia humana. Y también estos vestidos debían ser descartados, porque todos los vestidos culturales no son más que revelaciones de aquello que ocultan: la desnudez pura de la transparencia total, visible solamente a la mirada simple de los limpios de corazón”3. Pero ¿a dónde ir? ¿a quién asociarme? Me sentía algo perdido.

Continúa Panikkar – también yo en mi búsqueda: “El monje llega a monje no por un proceso de reflexión o por un mero deseo, sino como resultado de un impulso, fruto de una experiencia que eventualmente le conduce a hacer un cambio y, en último análisis romper algo en su vida por amor a aquella ‘cosa’ que supera o transciende todo lo demás. Uno no se hace monje para hacer algo o ni siquiera para alcanzar algo, sino para ser”4. A mi esta conversio, esta metanoia, me llegó cuando estudiaba secundaria. Era un mal estudiante por falta de motivación, y para qué ocultarlo, también por falta de “pesquis”5. Al sus- pender tres materias mis padres se alarmaron y no sé muy bien cómo, y muy a mi pesar, acabé en una parroquia donde un grupo de estudiantes se encontraba a repasar asignaturas pendientes. Allí conocí primero a Paco y a Pere, después a otras personas con las que hoy formamos la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol. Recuerdo que a pesar de mis prejuicios contra la Iglesia Católica el flechazo fue inmediato. Eso era lo que buscaba y allí quería quedarme. Éste fue el principio de una larga aventura que me llevó de las orillas del Mediterráneo a las orillas de Lago Turkana, aclamado en las guías para viajeros intrépidos como uno de los lugares más remotos del planeta. Aquí llevo 13 años, y estoy bien dispuesto a seguir sumando.

¿Qué me sedujo? Me gustan las palabras del Cardenal van Thuan que en un retiro dado al Santo Padre en el año 2000 afirmaba: “lo he abandonado todo para seguir a Jesús porque amo los defectos de Jesús”5. Su primer defecto, no tiene buena memoria y perdona los pecados al ladrón a su derecha (Lc 23, 42-43), a la pecadora que unge con perfume sus pies (Lc 7, 47) y alaba al padre cuando acoge al hijo pródigo que ha malgastado toda su herencia (Lc 15, 18-24). Segundo defecto, no sabe de matemáticas, abandona a las 99 ovejas para buscar a la descarriada (Lc 15, 4-7). Tercer defecto, no sabe de lógica. La mujer que perdió la dracma gasta mucho más en celebrar que la ha recuperado (Lc 5, 8- 10). Cuarto defecto, es un aventurero, promete persecuciones (Mt 5, 3-12). Quinto defecto, no entiende de finanzas: paga lo mismo a los que han trabajado todo el día en la viña que los que han llegado a última hora (Mt 20, 1-6).

Pero ¿por qué tiene Jesús estos defectos? Porque es amor. En palabras de van Thuan: “el amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda ofensas, y no pone condiciones”6.

El Evangelio es algo que si no se comparte se marchita. Si en cierta manera fui seducido por Jesús y sus defectos fue porque mediaron personas concretas. En el camino me he encontrado con mucha otra gente que a un nivel u otro también buscan. Y creo que si nosotros, los operarios, amamos, y nos esforzamos en suscitar inquietudes a partir del tesoro que comporta vivir en carne viva el Evangelio, Jesús saldrá al encuentro de muchos otros una vez se pongan en camino. Es por ello que deseo amar y seguir adelante hasta que acaben mis días.

 

Fernando Aguirre, MCSPA

References

  1. Raimundo Panikkar. Elogio de la Sencillez. Estella: EVD, 1993. p. 148
  2. Ibídem. p. 14
  3. Francis Xavier Van Thuan Nguyen. Testigos de Esperanza. Madrid: Ed. Ciudad Nueva, 2001. p. 26
  4. Ibídem. p. 25-31

 

 

Mi Vocación: P. Avelino Bassols

30 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Mi Vocación: P. Avelino Bassols”

De niño y mas tarde de adolescente leía los relatos de misioneros en Asia, América y África con mucho entusiasmo. Naturalmente, en aquella época no me podía imaginar que acabaría viviendo en el corazón de África. Tampoco no estuvo nunca en mis planes ser sacerdote, y mucho menos misionero. De pequeño quería ser cartero, y cuando me preguntaban porqué contestaba “para traer buenas noticias a la gente”. Nunca me habría pensado que una parte de mi labor a lo largo de mi vida sería “traer buenas noticias a la gente”, no como cartero, sino como misionero en África.

La primera vez que pisé suelo africano fue en 1987. Al instante me enamoré del continente y de su gente y al cabo de un mes ya tenía claro que iba a pasar el resto de mi vida en Africa. El lugar donde aterricé fue en la zona árida de Turkana. Ciertamente hubo dificultades al principio, aunque con el tiempo las empiezas a relativizar. Como decía Jorge Manrique, “a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor”. Lo que también es cierto es que aunque un lugar pueda parecer inhóspito de entrada, con el tiempo te vas instalando, conoces las costumbres de la gente, sabes como moverte, y al final conviertes en tu propio hogar. Si me preguntan si he sido feliz en Turkana solamente puedo contestar afirmativamente. He sido muy feliz, lo sigo considerando mi hogar y de hecho, cuando al final dejé Turkana atrás estaba en la cúspide de trayectoria como misionero.

Fui ordenado para la diócesis de Lodwar en el norte de Kenia en 1992, y allí me estrené como sacerdote. En 2017 celebraba 25 años de sacerdocio, y algunos mas en Kenia. Fue entonces, durante unos ejercicios espirituales, que vi claro que era hora de dar un paso mas. Así pues, después de algunas vicisitudes, acabé en Ave María, en Sudán del Sur. Muchos preguntarán, donde se encuentra Ave María. Si trazamos una cruz sobre el continente africano de norte a sur, y de este a oeste, mas o menos en el centro está Ave María, es decir, verdaderamente en el corazón de África.

Llevo ahora diez meses en esta nueva misión. Ya no es una zona árida, sino una selva tropical. La gente aquí no pasa hambre, como en Turkana. Sin embargo, por el resto esta región está a años luz de Turkana. La cobertura sanitaria es prácticamente inexistente. La educación escolar es pésima. Y en general no hay servicios de nada. No hay ningún sistema bancario, ni correos, ni siquiera comercios donde se pueda comprar ni lo mas básico. Aquí parece que uno vive relegado a la Edad Media.

Como he mencionado arriba, la misión de Turkana tiene ciertamente sus retos. Sin embargo, las dificultades de la misión en Sudán del Sur superan con un margen bastante amplio las que había experimentado en Turkana, Kenia. Al mismo tiempo, siento que es aquí el lugar a donde se me ha llamado a estar. Al final esto es lo que llamamos vocación, no un empeño personal, sino una llamada. Y por muchas dificultades que un lugar puede suponer, cuando sabemos que es otro el que nos ha llamado, esto nos da fuerzas para superar cualquier obstáculo, pues al final la misión no es nuestra, sino del que nos ha llamado, y del que nos ha enviado a proclamar sus buenas noticias.

Avelino Bassols, MCSPA

Un Sueño del que No Quiero Despertar: Lourdes Larruy

30 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Un Sueño del que No Quiero Despertar: Lourdes Larruy”

Hace 24 años que conocí un estilo diferente de vivir y todavía me parece un sueño del que no quiero despertar.

De antes, recuerdo una sensación calmada propia de una familia alegre y apacible, pero al mismo tiempo una sensación de impotencia ante lo que pasaba en el resto del mundo. Desde que tengo uso de razón recuerdo a mi madre en la puerta de la casa donde vivíamos dando bocadillos a Tomasa, una señora gitana que tenía seis hijos de los que, creo, mi madre pagaba la escuela a tres. De niña le preguntaba a mi madre, y ¿por qué esta gente son tan pobres?

Luego crecí y de jovencita las cosas me iban bien, pero siempre seguí con esta sensación de insatisfacción. “¿Habrá algo más?”, pensaba. Muchas cosas me gustaban: los estudios, el grupo de amigos de la parroquia, los novios, pero nada parecía ser suficiente.

Hasta que un día, por obligación todo sea dicho, fui a una misa que se celebraba cada año en mi pueblo en un castillo en ruinas y para mi sorpresa el celebrante no era el de siempre. Apareció un sacerdote con barba que no era del pueblo: Paco, y la gente dijo que era el nuevo párroco de San Nicasio, una parroquia en un barrio marginal de las afueras que yo, nacida en el centro del pueblo, ni siquiera sabía que existía.

Después de la celebración, algo de dentro, no sé muy bien qué, me empujó a ir a saludarlo. Creo que le dije que me alegraba de que hubiera venido, o alguna ridiculez por el estilo. Iba acompañado de un grupo de chicos y chicas, que a mí me recordaron a los actores de “Jesucristo Superstar”, película que por aquel entonces estaba de moda. Yo iba con dos amigas de mi grupo de “scouts” y pensé que no me haría caso, pero de nuevo para mi sorpresa nos invitaron a cenar el siguiente jueves, a las ocho. Ese día a las seis y media alguien llamó por teléfono de parte del padre preguntando si me gustaban las lentejas…

Cuando fui con mis dos amigas todo me volvió a parecer de película: encontramos un grupo de gente que trabajaban juntos y se llevaban bien. Paco nos invitó a poner en pie el trabajo de una parroquia en la que el templo era un garaje y donde vivía seguramente la gente más pobre del pueblo. Esto a mi me llenó de ilusión. Por fin, podía hacer algo por ese mundo que tanto me entristecía.

Y ahí empezó una historia apasionante. Dábamos bocadillos a los niños gitanos que venían a la parroquia a ver qué conseguían -a veces robaban los monederos de las señoras en la misa-. Nos los llevábamos los fines de semana a la playa, a la montaña, les buscábamos médicos, conseguíamos leche para las escuelas pobres del pueblo, preparábamos las misas del domingo: preparábamos la liturgia, ensayábamos los cantos.

Para poder llevarnos a los niños en verano necesitábamos dinero para pagar el transporte y la comida, y para nuestra sorpresa hubo gente que nos ayudó ¡A nosotros, que éramos unos jóvenes melenudos! Desde entonces empecé a vivir la certeza de que Dios estaba ahí, dándome energía, fuerza y manifestando su providencia.

Paco me hablaba de las mujeres del Evangelio, y yo pensaba, ¿cómo no me había dado cuenta de que en el Evangelio aparecían mujeres, que lo dejaron todo por seguir a Cristo? “Las mujeres que habían venido con él desde Galilea” (Lc, 23, 55).

¿Por qué nadie me lo había explicado? ¡Qué interesante! Yo lo tenía cada vez más claro, esto es lo que quería para el resto de mi vida.

Los estudios y todo lo que me había propuesto me había ido siempre muy bien, pero por fin alguien me pro- ponía algo que me sobrepasaba; Dios, a través de este sacerdote, me proponía lo que ha sido un reto constante el resto de mi vida: intentar, indignamente, ser una mujer como las del Evangelio, valientes y generosas, testigos de la Resurrección de Jesús y por tanto, portadoras de vida hasta los confines de la tierra.

Las cosas entonces se empezaron a poner difíciles ya que no todo el mundo lo veía igual que yo, empezando por mis amigos y mi familia. Pero cuanto más difícil me lo ponían más segura estaba de lo que quería hacer (tengo que reconocer que en aquel entonces, la madurez para dialogar no era mi fuerte).

Iba a la universidad a estudiar filosofía y soñaba con poder estar completamente libre para lanzarme del todo y poder vivir en la comunidad que Paco había empezado con algunos jóvenes de su anterior parroquia.

Cuando les visitaba me dejaban cocinar, planchar, hablábamos durante horas. Las chicas hablaban de irse a África, era en 1983 cuando las primeras mujeres del grupo se fueron a Kenia. Me pareció tan interesante: vivir juntos, estudiar, viajar, ayudar a la gente que sufre, mejorar el mundo, eso es lo que yo quería.

Cuando me licencié en filosofía, ya había visitado Kenia y me puse a estudiar enfermería, que era lo que pedían para poder tener permisos de trabajo en África. A parte de estudiar, nos dedicábamos a reforzar la asociación civil que habíamos creado: Nuevos Caminos, bus- cando colaboradores y recogiendo fondos para ayudar a la gente en España y en Kenia. Por aquel entonces firmamos el primer contrato con la Unión Europea para un proyecto de salud en Turkana, Kenia… ¡nosotros! Nos dábamos cuenta de estar emprendiendo la mejor de las empresas: la de mejorar el mundo. Y con el mejor de los patrones, nuestro Padre, que nos hace participar de su humanidad y de su divinidad.

No todo ha sido un camino de rosas en estos años. Si me entristecía ver sufrir a tanta gente en este mundo, ahora me entristecía también ver que ese mismo mundo suele tratar mal a los que intentan que todo eso cambie. No siempre uno recibe el apoyo y la comprensión necesarios para seguir luchando por un mundo mejor.

A lo largo de los años, he vivido en diferentes países, en Kenia, en Alemania, en Etiopía, y ahora en México, y siempre con la seguridad de que cuento con una fuerza que no es mía.

Y el reto y las sorpresas continúan siempre, esa llamada que yo recibí continúa, la propuesta de Paco con su fuerza y autenticidad continúan ahí, y además otros jóvenes se han decidido a seguir este camino del Evangelio a través mío. Qué sorpresa, ¿no? Sueño cada día con los que vendrán, los que se añaden a ese grupo de mujeres y hombres a la luz de los que seguían a Cristo, que iban de lugar en lugar siendo testigos de algo grande.

Agradezco a Paco que se fijara en mí para llevar esta vida, a mis hermanos y hermanas en la fe, por esta aventura de quererse hasta el final y sobre todo, gracias al que todo lo ve, por estar ahí…

Aquí estoy, sabiéndome indigna de formar parte de esta historia humana y divina, que es como un sueño del que no quiero despertar y que debe ser como el Reino de los Cielos que empieza aquí en esta tierra, todavía llena de sufrimiento e incomprensión. Pero ya desde aquí intuimos, vislumbramos, la pálida sombra de Dios que nos espera con los brazos abiertos.

Lourdes Larruy, MCSPA

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Nunca Más Detrás de la Cámara: Ángel Valdivia López

29 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Nunca Más Detrás de la Cámara: Ángel Valdivia López”

El inmenso horizonte parecía arder con la luz del ocaso y las montañas de Naita se dibujaban como una silueta oscura y lejana. Miraras donde miraras no parecía haber obstáculo para la vista, para los sentidos; teníamos la certeza de que éramos los únicos seres humanos en muchos kilómetros a la redonda, rodeados de naturaleza en su estado puro. Con las últimas luces del día nos dispusimos a montar el campamento en ese lugar perdido pero mágico, a medio camino entre territorio Nyangatom y Surma en Etiopía. Antes de la cena celebraríamos la primera misa católica en ese rincón del mundo junto a Mons. Dominic Kimengich, Obispo de la Diócesis de Lodwar, donde la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA) ha estado presente durante los últimos veinticinco años.

Nos encontrábamos en la primera noche de un largo viaje de Turkana (Kenia) a Etiopía que sería histórico; nunca antes un obispo de Kenia había visitado a su igual Etíope por tierra, por lo menos no en esas vastas regiones del sur-oeste de Etiopía, donde la iglesia católica no ha podido estar presente. Durante la misa rezamos por Paco, que hacía poco más de dos semanas que nos había dejado. Lo sentíamos muy presente al estar siendo protagonistas de su sueño, un sueño del que él nos había contagiado y enamorado, el sueño de construir misiones “desde Turkana hasta Alejandría”, centros de vida para la gente de los alrededores, como lo ha sido Nariokotome durante todos estos años.

Gracias a este sueño de Paco empezamos hace cinco años esta aventura de fundar una nueva misión entre la gente nyangatom, que habitan el suroeste de Etiopía.

¡Quién me iba a decir a mí, que iba a venir a parar hasta aquí! nadie habría dicho que “era posible” habiendo salido del Prat de Llobregat, un pueblo del cinturón rojo de Barcelona; de una buena familia, aunque poco practicante; de un ambiente en el que ser cristiano, era casi un “pecado”, y ser cura poco menos que una “locura”.

Así es como conocí a las personas que fijándose en mi y creyendo que “si era posible”, poco a poco iban a cambiar el rumbo de mi vida: Lourdes, Paco y todos mis hermanos y hermanas de la MCSPA, con los que comparto mi vida y mis sueños. Conocí a Lourdes cuando yo estudiaba formación profesional de la rama de Imagen y Sonido. Me encantaba la fotografía y la comunicación como medios para plasmar tanto la belleza del mundo, como también la crudeza y las injusticias.

Eran momentos de grandes cambios en la sociedad, de gritos por la libertad: la gira mundial de Bruce Springsteen sobre los derechos humanos, la caída del muro de Berlín, la liberación de Mandela y el fin del Apartheid. Por un lado, yo tenía ganas de contribuir a cambiar las injusticias del mundo, pero por otro, solo me atrevía a estar “detrás de la cámara”.

Por las cosas de la vida, siempre había preferido quedarme como un espectador ante la vida, protegido del daño que el mundo me pudiera causar. Conocer a la Comunidad me ayudó poco a poco a ir perdiendo el miedo a estar “delante de la cámara”, a ser yo mismo protagonista de la historia, de lo que pasaba delante de mí, siendo cada vez más consciente de que Dios me llamaba a salir de mi refugio y a encontrar la felicidad dándome a los demás.

Una de las cosas más bonitas que recuerdo cuando conocí a mis nuevos amigos, fue esa sensación de contar con ellos a largo plazo, con ellos podía compartir no sólo de ocho a dos, o el fin de semana a tomar unas copas, si no que podías contar con ellos para toda tu vida… Que cuando hablábamos o discutíamos de algo, llegábamos hasta el fondo, y hablábamos en primera persona: de nuestras actitudes, de lo que podíamos cambiar, de mejorar nosotros mismos, el mundo y las personas que nos rodeaban.

¡Oía hablar por primera vez de Jesús de Nazaret, y me parecía un descubrimiento alucinante!
Y así fui poco a poco ayudando a mis nuevos amigos a ocuparse de niños de familias marginadas.

Oyéndoles hablar cada dos por tres de África, de Turkana, hablando, compartiendo, conociendo a los que iban yendo y viniendo, me fui enamorando de estos amigos, de su estilo de vida, de su lucha constante por mejorar la vida de los que estaban sufriendo, allí donde estuvieran; y di una respuesta a la llamada que me hacían a dejarlo todo y seguir a Cristo. Durante todos estos años aprendí primero a ser persona, a ver las necesidades de los otros antes que las mías, a ser compasivo, como otros lo eran conmigo (muchas veces más), a estar en todo momento disponible, en función de los demás, lo que llamamos la “flexibilidad permanente”. Eso es el gran tesoro que le debemos a Paco.

Hubo también momentos de oscuridad. Pero en esos momentos aprendí a que siempre tenemos que ver nuestras tribulaciones, nuestras limitaciones, incluso nuestras relaciones humanas, en clave sobrenatural, mirando más allá y viendo que todo tiene sentido si trascendemos y vemos en todo ello la mano de Jesús, de Dios.

¡Y llegó la primavera, nuestra ordenación sacerdotal, hace dieciséis años! Salir al campo, respirar, disfrutar del don de la ordenación. Y enseguida meterse al ruedo y enfrentarse al toro, así es como tomamos consciencia de que ayudar a los demás no es siempre tan fácil. Allí, con Albert, empecé a aprender a ser sacerdote, a tener esa dedicación para con los fieles, a hacer de las homilías algo mucho más ameno, a construir presas, a llevar a los enfermos la esperanza y la sanación de Jesús. Todo ello me ha ayudado a acercarme a Jesús: ocupándome de la viuda, el huérfano y el extranjero. Y concretamente ocupándome de Gregorio que había que- dado huérfano y ahora tiene 20 años, de Pablo, que sufría una osteomielitis en el fémur que casi acabó con él, pero tras años de lucha finalmente se ha curado y ahora tiene 21 años y del pequeño Joseph, un niño de 13 años que tiene una severa artritis reumatoide juvenil.

Ellos también han sido, sin saberlo, los que me han dado la oportunidad de encontrarme con Jesús y de ver mi fe fortalecida, como los que en el evangelio llevaban al paralítico en una camilla para que Jesús le curara, Lc 5,17-26.

Luego, nuevos retos vinieron: trabajar en la catedral de San Agustín de Lodwar y de ahí, junto con nuestro Obispo emérito Patrick Harrington, montar desde la nada la emisora Radio Akicha (que significa “luz” en turkana) siendo esta la primera emisora de radio católica, en toda la parte norte de Kenia. Ahora la radio continúa su rumbo, intentando llevar “luz” a la gente de Lodwar y sus alrededores.

Más tarde volver a mi querida parroquia de Lokitaung, antes de cruzar la última frontera hacia la nueva misión de Nyangatom, intentando ser portadores de Buenas Noticias reales y concretas a aquellos que viven olvidados por el mundo global, esclavizados por el hambre, la sed, la enfermedad y la ignorancia.

Y finalmente hace cinco años empezamos, junto con mi compañero el padre David Escrich, esta aventura de empezar una nueva misión entre los Nyangatom. Nos fuimos con lo puesto y establecimos un campamento-misión en uno de los poblados más remotos de nyangatom. Nos concentramos en ayudar a la gente con el problema del agua, y en estos últimos años hemos podido realizar 13 pozos. También hemos dado asistencia a multitud de enfermos. Ahora ya establecidos en la misión de Príncipe de la Paz, en la colina de Naturomoe, esperamos seguir siendo una luz para la gente de los alrededores.

Ángel Valdivia López, MCSPA

Una Jornada de 31 Años: Rosa Murillo

28 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Una Jornada de 31 Años: Rosa Murillo”

Este año será mi 31 aniversario como miembro de la Comunidad Misionera de San Pablo el Apóstol (MCSPA). Voy a intentar contar como comenzó todo y como han sido estos últimos años.

Un buen día en 1983, unos amigos me invitaron a asistir a catequesis para preparar la Confirmación en la parroquia San Nicasio en Gavà (Barcelona) y desde ese momento, sucedieron muchas circunstancias me animaron a frecuentar la parroquia. En primer lugar, el padre Francisco Andreo, párroco entonces, nos pidió que cuidáramos de un grupo de niñas gitanas que vivían en un vecindario marginado situado cerca de la parroquia. Comenzamos por buscarles una escuela y llevándoles al médico; además, solían pasar los fines de semana y vacaciones con nosotros.

En segundo lugar, el padre Francisco nos pidió cuidar a una anciana que tenía tres nietos jovencísimos que dependían de ella. Le ayudamos a limpiar su casa y le dábamos de comer, comida proveniente de familiares y amigos. Fue aquí, ayudando a los demás con mi grupo de la parroquia, que comencé a sentir que había encontrado un grupo de personas con quienes podía hacer cosas que significaban algo para mí.

Cuando en 1988, el padre P. Francisco y algunos de los jóvenes del grupo de la parroquia decidieron irse como misioneros a Turkana en el norte de Kenia, pensé que iba a perder a este grupo de personas con el que me sentía identificada. No podía quedarme sin hacer nada. Tomar una decisión fue difícil pero finalmente decidí dejarlo todo atrás para unirme a ese pequeño grupo que más adelante sería la MCSPA. A través de ellos descubrí la llamada de Jesús y entendí que Él quería que le siguiera a través de estas personas.

Debido a una enfermedad crónica que tuve, la cual no tiene cura todavía, no pude ir a África durante mucho tiempo. Sin embargo, tuve la suerte de poder cuidar a Pau Bernabé, un niño Turkana con parálisis cerebral que vivió nueve años conmigo en España. Cuidar a Pau me ayudó a apreciar lo que tenía, apreciar lo que Dios nos da a cada uno de nosotros, perseverar en mi vocación y en el compromiso que había adquirido. Durante este periodo, hice mías las palabras de Santa Teresa de Jesús – “La paciencia todo lo alcanza” – con el deseo que  algún día sería capaz de volver a África.

Unos años después con el permiso de mi médico, pude vivir dos años Nairobi. Luego con otros miembros de la comunidad abrí una nueva misión en Méjico DF: establecimos un Centro Materno-infantil en el distrito del Ajusco y comenzamos a cuidar a los niños con el objetivo de aportarles una vida mejor. Estuve 10 años en Méjico.

Finalmente ahora, en Etiopia, me encuentro al cargo de una misión situada en sur-oeste del país, donde estaré hasta que Dios desee que me mueva a algún lugar que este más necesitado.

Espero que mientras me encuentre en Etiopía sea capaz de ver los frutos de nuestra presencia: niños y jóvenes que se nos acercan con la esperanza que un día decidirán dejar todo atrás para seguir a Cristo a través de nosotros.  Esto ya sucedió en Méjico donde conocimos algunas jóvenes mujeres que ahora son miembros de MCSPA y actualmente viven en Etiopía, algunas de ellas creían  a veces no ser capaces de ser misioneras como nosotras pero a través de nuestro ejemplo, plantamos una semilla en ellas que les hace ser mejores y les permite continuar hacia adelante.

Estaría mintiendo si dijera que ha sido un camino de rosas; también han existido momentos de decepción y desamparo. Por otra parte, el balance es definitivamente positivo: ha habido más momentos de felicidad que de tristeza, y he recibido más de lo que he dado.

De lo que estoy convencida es que Dios me llama pese a mi enfermedad crónica.

Me quiere viva: podría estar ahora mismo en los brazos de Jesús, disfrutando de su Reino, pero no lo estoy. Me quiere aquí, sirviéndole, para que con mi pequeña contribución pueda aliviar el sufrimiento de aquellos que ha puesto en mi camino.

Finalmente me gustaría agradecer a Dios por su llamada para que le siguiera a través del Padre Francisco y el resto de los miembros de la MCSPA. Me gustaría también agradecer a cada uno, desde el primero hasta el último, de aquellos que siguen aquí y de los que nos han dejado, porque cada uno de ellos ha tenido un enorme impacto en mi vida.

Rosa Murillo MCSPA

Así Me Buscó Dios: P. Manuel Hernández (Manolo)

28 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Así Me Buscó Dios: P. Manuel Hernández (Manolo)”

Los caminos de los que Dios se vale para llamarnos a seguirle son muy variados. La historia de la llamada vocacional de cada uno es única, peculiar y distinta de todas las demás.

En mi caso, cuando yo terminé los estudios de educación primaria mis padres eligieron el Seminario Menor en nuestra diócesis de Ciudad Rodrigo (España) para que continuara con mi educación secundaria y, si Dios me llamaba a ello, más

En el Seminario Menor recibí, durante cuatro años, una esmerada formación religiosa, académica y humana. Al acabar la secundaria decidí continuar con los estudios universitarios en Salamanca para así irme preparando para más tarde hacer frente a la difícil aventura de la vida. Mi etapa como estudiante en Salamanca pasó rápidamente y al cabo de tres años había completado los estudios de Técnico en Empresas y Actividades Turísticas y estaba dispuesto para comenzar la vida laboral.

De todos modos, al término de mis estudios en vez de empezar a trabajar de inmediato decidí marchar a Inglaterra a perfeccionar los conocimientos de inglés. Por un cúmulo de circunstancias ter- miné viviendo en St. Joseph College en Londres, casa central de la Sociedad Misionera de San José, conocida popularmente como Misioneros de Mill Hill. Lo que en un principio parecía iba a ser una etapa gris y monótona de mi vida se convirtió en una periodo muy importante, crucial. Mi vida iba a cambiar por completo y a tomar un nuevo rumbo, totalmente inesperado.

Por aquel entonces vivían y estudiaban en St. Joseph College dos seminaristas, hoy sacerdotes, de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, los padres Francisco Moro y Fernando Aguirre. En mis ratos libres comencé a acompañarles en sus diferentes apostolados como seminaristas y miembros de la Comunidad en Londres. Juntos visitamos infinidad de veces a la comunidad española de Fulham, participamos en retiros espirituales en la abadía benedictina de Ampleforth o les acompañé a dar charlas de animación misionera a diferentes parroquias donde eran invitados. Poco a poco fue renaciendo en mí la llama de la vocación, aunque yo siguiera afirmando que no tenía nada claro lo de ser sacerdote y menos aún misionero.

Fue a partir de mi primera visita a África con el Padre Francisco Andreo, a finales de 1991, cuando vi claramente que el lugar para seguir a Cristo era la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol y la forma era como sacerdote allí donde Dios me quisiera enviar.

Desde esa primera visita han pasado más de diez años, y yo sigo trabajando en África. Cuando miro hacia atrás y veo mis miedos y dudas iniciales me doy cuenta de que tenemos que tener más fe y confiar más en los caminos, a veces inverosímiles, por los que Dios nos invita a seguirle.

P. Manuel Hernández, MCSPA

 

 

El Año de Gracia: P. Alejandro José Campón

27 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “El Año de Gracia: P. Alejandro José Campón”

Hace más de 23 años, cuando esta revista nuestra In Itinere, comenzaba su andadura en el mundo de las publicaciones, escribía un artículo en el mismo apartado que el actual dando cuenta de mis sensaciones y pensamientos al haber recibido recientemente la gracia de la ordenación sacerdotal; lo titulé en aquel entonces “el año de Gracia”. Releyéndolo recientemente me preguntaba si esa novedad que suponía en mí el haber recibido la ordenación sacerdotal seguía igual de viva y fuerte; si esa felicidad por ser sacerdote que me desbordaba cuando escribía mi artículo seguía siendo el eje de mi vida.

Este año 2019 se han cumplido 23 años de sacerdocio en mi vida, ¿23 años de felicidad?, ¿23 años de “Gracia”?

Es una pregunta compleja y debo ser honesto con vosotros además de conmigo mismo. Podría escaparme con algún superficial y acaramelado panegírico ó elogio a ser sacerdote, de los muchos que he escuchado precisamente en este recién celebrado “año de los sacerdotes”, clausurado por el Papa Benedicto XVI. Podría también caer en un análisis pesimista y lúgubre, sin esperanza ni futuro, en un año precisamente en el que el orden sacerdotal está siendo cuestionado y en el que la valoración del sacerdote en el mundo occidental está por los suelos.

Dejadme empezar por la conclusión: Sí, 23 años de felicidad y Gracia. Y creo que soy honesto y no lo digo porque toca ó por que- dar bien. Si no hubieran sido años de felicidad y de sentir la Gracia en mi vida, me habría escapado de alguna forma y habría declinado a hacer el artículo. Si lo digo así es porque de verdad creo que esa es la respuesta escueta a lo que me preguntaba; es lo que siento y pienso.

La felicidad es un término complejo, porque desgraciadamente estamos acostumbrados a utilizarla banalmente y con pobre base filosófica. En pocas y circunscritas palabras, creo que el problema radica en cómo ubicar en nuestra vida la experiencia de dolor, el sufrimiento, nuestra limitación humana en un universo ilimitado. Por eso no somos felices. Cada sufrimiento vivido no somos muchas veces capaces de introspectivamente transformarlo en un gozo en nuestro peregrinar hacia el plan que Dios tiene para nosotros. Y he aquí mi pobre resumen que da sentido al decir que he sido feliz.

En estos 23 años he pasado por muchas alegrías y también por fuertes experiencias de dolor y de sufrimiento. El día a día de un sacerdote misionero, en tierras remotas y en primera línea de evangelización, como ahora donde estoy en el norte de Turkana, está lleno de constantes desafíos a la vida: hambre, enfermedad, violencia, ignorancia… Es duro y te hace duro. Pero en la ecuación puede más la felicidad de haber aportado tu granito de arena en paliar algo de ese dolor aparente- mente ajeno y eso te hace doblemente feliz y te ablanda el corazón. Créanme, es una de las felicidades más sublimes: el ver a un niño hambriento comer, la sonrisa de una madre porque no tiene que hacer varios kilómetros cada día porque ahora tiene agua cerca, la energía vital de unos jóvenes que se sienten útiles porque tienen trabajo y no condenados a vivir en una espiral de violencia por la supervivencia, la mirada de un anciano cuando se siente aliviado por tu visita, el júbilo de una comunidad que vive y baila la esperanza de su nueva Fe renovada…

Otras experiencias dolorosas vienen motivadas por la pérdida ó separación de seres queridos. Estas experiencias, que desgraciadamente las he tenido también, suponen un gran esfuerzo personal no sólo en el ámbito racional sino sobre todo emocional. Construir la felicidad de vivir sobre ausencias es también duro, pero se sobrelleva con la esperanza puesta en nuevas ilusiones, en ver que Cristo sigue llamando a la puerta de muchos dispuestos a seguirle y en el gozo de ver que el Plan de Dios es mucho más inmenso y seguramente dichoso que lo vivido y experimentado hasta ahora.

También en 23 años hay tiempo para crisis y bajones. No me creo a los que dicen que no han pasado por una crisis existencial ó vocacional. Cada cambio de ritmo en la vida, cada aparente seguridad creada, cada soberbia ó falso derecho adquirido tambalea una y otra vez nuestra vocación. Pero es como la enfermedad cuando se es niño: cada gripe ó cada malaria hace crecer a los niños unos centímetros. Cada bajón, enfrentado con amor, es una elevación en nuestro peregrinaje; cada crisis, una oportunidad de superarnos y de humildemente aceptar que, quién todo lo puede, aprieta pero nos sostiene siempre.

Han sido 23 años, varias misiones, diferentes realidades, vivencias en dos continentes y de vuelta a África, a Turkana. Han sido 14 años de intentar dar el todo por el todo a la llamada recibida, de hacer extensa la llama- da a otros con éxito relativo, pero sin fracaso. También de querer servir a los demás y de intentar que haya un poco más de Cristo en las vidas de los que me han rodeado. Y más que cansado, ahora esperanzado y fortalecido, pues los años pasados, te hacen más fuerte y confiado en que el amor de Cristo penetrará los corazones de los que Dios me envíe.

Alejandro José Campón

 

 

 

Una Vocación Movida – Eleni Tsegaw

26 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Una Vocación Movida – Eleni Tsegaw”

Eleni Tsegaw, como miembro de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, narra su vocación que surgió de salir de su país natal, Etiopía y las alegrías que han llenado su vida como misionera.

Acababa de terminar mis estudios de secundaria y estaba planteándome qué hacer con mi vida, si continuar estudiando en la universidad o tal vez trabajar. Me encontraba en este debate, cuando conocí por primera vez a Cecilia Puig de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA). Ella llevaba un año en Etiopia desarrollando proyectos para la gente más necesitada en el Valle de Angar Guten. Me parecía muy interesante lo que hacía, me preguntaba por qué lo hacía, y qué la movía a venir desde tan lejos a ayudar a gente que no conocía de nada, con la que no tenia  ningún vínculo … Pero todas estas preguntas las guardaba en mi corazón porque no hablaba inglés y Cecilia no hablaba amárico.

Cecilia me propuso que estudiara inglés para poder comunicarnos y explicarme todas las cosas que tenían en mente para desarrollar en Etiopia, así que estuve seis meses estudiando para tener una base y poder hablar. Una vez que terminé, viajé a Angar Guten para ver lo que allí hacían y tenían. Quedé muy impresionada por el trabajo que realizaban, tenían un dispensario y varios puntos de atención con la clínica móvil.

Guten era un pueblo pequeño, sin electricidad, sin agua y sin muchas cosas. En el Valle de Angar Guten en un principio habitaban los Oromos y los Gumuz, pero con la hambruna de los ochentas, el gobierno etíope trajo otras tribus del Norte de Etiopia, como los Amhara y los Tigray. Esto hacía del valle un lugar muy especial para trabajar, pues había que responder a las necesidades de cada una de las tribus. Con Cecilia solíamos caminar por las tardes y era usual que muchos niños nos siguieran por el camino. Ella me propuso que porque no hacíamos algo por ellos, pues no iban a las guarderías porque no existían y sólo unos pocos podían ir a la escuela primaria.

Yo en un principio vi claro que había que hacer algo por esos niños, que les hacía falta de todo, pero mi intención era estar por un periodo corto, y luego volver a Addis a estudiar y seguir con mi vida. Pero Dios tenía otro plan para mí y era que le siguiera, no por un tiempo, sino para toda la vida; cosa que no entendí en el primer momento.

Ese viaje fue muy especial, porque conocí de primera mano cómo eran otras partes de mi país que desconocía. Así que volví a Addis Abeba a estudiar puericultura, y durante este tiempo no paraba de pensar en los niños de Angar Guten. Una vez termine las clases volví con Cecilia y montamos allí una guardería, ¡la primera guardería! Que de hecho es más un Centro de Vida que una guardería,  porque todos tienen cabida, niños, madres, hermanos mayores, etc. incluso habían niños musulmanes, todos tienen un lugar allí.

Fuimos realizando varias actividades para los niños y las madres; y poco a poco me fui involucrando cada vez más, casi sin darme cuenta ya se me había olvidado la idea de volver a casa en Addis Abeba para seguir con mi vida; pues mi vida ahora era este lugar, esta gente, era Cecilia, era Paco, eran todos los de la MCSPA.

Una de las tantas visitas de Paco a Etiopia, marcó mucho lo que hoy es mi vida; esa vez me dijo que era necesario salir de mi país, por lo menos unos veinte años – cosa que yo pensé que era broma – y también me dijo que nadie era profeta en su tierra. Hoy entiendo que era una forma de abrirme los ojos, que él veía en mí la posibilidad de volar, de volar como un águila y ser libre para hacer el bien.

En ese momento me fue muy difícil entender la profundidad de este mensaje, hoy veo que era la Providencia, la mano de Dios que me invitaba a ser parte de una iglesia universal, me invitaba a un plan más amplio, más rico, más complejo.

A causa de esa salida de mi país tuve la oportunidad de viajar a Bolivia y estar más de un año, tanto en Santa Cruz de la Sierra como en Cochabamba. Allí teníamos trabajo con los niños y diferentes programas de desarrollo; en Colombia estuve en la Calera a las afueras de Bogotá trabajando en el desarrollo materno infantil. Luego me fui a vivir a Alemania con un grupo de mujeres de nuestra Comunidad, todas africanas; fueron años duros al principio por la lengua, por el clima y por la cultura, pero poco a poco eso tan duro se convirtió en un regalo para nuestras vidas, pues aprendimos a movernos por el mundo, encontramos amigos formidables que aun hoy están presentes en nuestra vida y nos siguen apoyando.

Durante estos años en Alemania, en Paderborn, nunca estuvimos solas, siempre iban a visitarnos alguno de la Comunidad como Paco. Siempre nos daban ánimo para seguir. En estos años no paramos de dar charlas sobre África en parroquias, colegios y diferentes grupos.

En cada charla me daba cuenta de lo mucho que anhelaba volver a Kenia o Etiopia, y se hacía más fuerte mi vocación. Y también me daba cuenta que cuando explicas otra visión de África la gente se enamora y quiere colaborar, pues en África no todo son desgracias como a veces lo muestran los medios, es un continente lleno de alegría y con gentes con un potencial enorme, que sólo están esperando que alguien les eche una mano.

Luego me fue a vivir a México, nuevamente a empezar de cero – siempre los inicios me han costado mucho; tenía que hablar español, nuevos amigos, nueva casa, nueva gente. Pero con la ayuda de Lourdes, Rosa y de las demás mujeres de la Comunidad, todo se hizo más fácil y fueron años en los que aprendí mucho. Trabajábamos en el barrio del Ajusco, que estaba a las afueras de la Ciudad de México. Allí el trabajo era con familias que habían migrado de otras partes de México y llegaban casi con lo puesto, a buscar oportunidades en la gran capital.

Nuestro foco de interés siempre han sido los niños porque son los más vulnerables, por eso teníamos una guardería que al cabo de unos años se convirtió en el Centro Materno Infantil San José. A mí me impresionó como pidiendo ayuda en el mismo país la gente respondía de forma positiva y nunca nos faltó apoyo en ese sentido; tanto la Central de Abastos como algunas empresas privadas nos donaban sus productos para el buen funcionamiento del Centro San José.

Pero aquí no termina la historia, después de estar ya acostumbrada a México, a sus gentes, volví a salir pero esta vez hacia a África, a Kenia, a Turkana. Y la historia vuelve a comenzar: nueva lengua, casa, gente …

Si miro atrás, sólo puedo decir que mi vida ha sido una bendición, pues han sido años moviéndome de un lugar a otro y sólo puedo decir que he cosechado muchas alegrías. Hoy quiero dar gracias a todos y especialmente a Cecilia porque despertó mi vocación y me ayudo a ser fuerte y seguir a Cristo, a Paco que me impulso a salir de mi país y me enseño que podía moverme en cualquier lado, ser una persona universal, vivir en cualquier lugar, con diferentes personas y sentir que cada lugar es mi casa, mi hogar.

Hoy entiendo mi vocación como una pequeña semilla que puso Dios en mi corazón, que yo misma no sabía que existía hasta que conocí a Cecilia y la despertó, luego vinieron otros como Paco, Lourdes, Escolástica y muchos otros que me han ayudado en este camino, que me han ayudado a ser fuerte, humilde, paciente, exigente, tantas cosas, que me faltarían hojas para poder describir lo mucho que cada uno ha aportado en mi vida. Quisiera invitar a tantas personas jóvenes que vienen a visitarnos a las misiones a que den el siguiente paso, el paso de quedarse para siempre y vivir una vida plena sirviendo a otros, porque yo descubrí que este es el camino a la felicidad.

Eleni Tsegaw MCSPA

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