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La alegría de la generosidad

29 mayo 2021 Publicado por Noticias 0 comentarios sobre “La alegría de la generosidad”

Estos días la comunidad de Ebur Angataruk, uno de los lugares bajo el cuidado de la misión de Kokuselei, ha despedido a Paulina Lokaale. Una mujer católica Turkana que sirvió siempre con alegría a su comunidad como responsable del Centro Materno Infantil St. Moses.

Las misioneras de Kokuselei agradecen a Dios la alegría de encontrar personas como Paulina en Turkana, dispuestas a servir generosamente cada día a quienes más lo necesitan. Su decisión de dedicar su vida a los demás sin esperar nada a cambio, ha hecho posible una vida digna para cientos de niños de Ebur los últimos 14 años.

Celebramos haber tenido esta gran amiga entre nosotras con quien compartimos nuestra misión y quien nos acogió siempre con gran cariño. Celebramos nuestra amistad con una persona que brilló siempre por su fe, hospitalidad y generosidad.

Paulina, has dejado una huella inolvidable en quienes te conocimos. Decidiste seguir a Cristo y has sembrado una semilla de amor en tu comunidad. Tu vida ha dejado un mensaje en nuestros corazones: ¡Sirve, sonríe y canta a Dios!

Diana Trompetero

De Pietraforte a Kenia: Patrizia Aniballi

1 noviembre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “De Pietraforte a Kenia: Patrizia Aniballi”

Siempre es difícil explicar cómo nació la vocación. Mi caso no es tan especial como uno se pudiera imaginar. Muchas veces la gente considera al misionero o a los religiosos personas tan especiales que casi los describen como seres fuera de lo normal, pero no es así; tenemos mucho que aprender de los demás. Lo que nos caracteriza es que queremos sin medida a los más marginados, aunque eso no nos sea siempre fácil.

Como podéis ver por mi nombre, yo soy italiana, aunque ahora de italiana ya no me queda casi nada, pues hace más de 28 años que vivo en Kenia y, como sabéis, aquí se habla inglés y kiswahili, y en nuestra comunidad hablamos español e inglés, así que hoy en día ya no sé qué idioma hablo, quizá una mezcla de casi todo.

Os cuento cómo aparecí en esta tierra tan lejana. Yo vivía en un pequeño pueblo que se llama Pietraforte, en la provincia de Rieti, en Italia. En aquel entonces en mi pueblo había unas 100 personas, ¡no exagero! Mucha gente se había marchado para buscar trabajo en las ciudades. El párroco de la iglesia era un sacerdote español, y un día que vino a oficiar un funeral al pueblo, yo lo fui a buscar para que me hiciera un certificado que necesitaba mi primo para casarse. Vi el coche del padre aparcado con dos jóvenes dentro y me acerqué, abrí la puerta y me senté con ellas. Las jóvenes estaban sorprendidas al verme, y empecé a explicarles por qué estaba allí. Ellas me hablaban medio en italiano, medio en español. Eran dos misioneras laicas de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, que me explicaron durante más de media hora lo que hacían en Kenia. Yo les dije que siempre había querido ser misionera, pero que cada vez que me acercaba al cura me presentaba a monjas para ver si quería ser religiosa, pero yo veía que eso no era para mí.

Después llegó el sacerdote y me invitó a acompañarles a Roma, porque aquel día llegaba el P. Paco. Me fui con ellos. Desde el primer momento que Paco me vio me invitó a ir a Kenia. Él me parecía demasiado determinado, por decirlo así. Era la primera vez que alguien que no me conocía se fiaba de mí a primera vista, y yo

le dije que sí, que quería ir. Estuve con ellos dos días, y aunque todos se esforzaban en hablarme en italiano casi no les entendía y yo no hablaba español.

Así fue como al cabo de unos meses dejé a mi familia. Yo tuve un hermano, cuatro años menor que yo, que nació prematuro, de seis meses, y estuvo un tiempo en la incubadora. Más tarde le diagnosticaron una parálisis cerebral y vivió tan sólo hasta los nueve años, así que me convertí en hija única. Afortunadamente mi primo de cuatro años se añadió a nuestra pequeña familia tras la muerte de su padre y mi madre lo crió hasta que a los catorce volvió con su madre. Entonces fui realmente hija única. Y a pesar de eso, mis padres no se opusieron a mi marcha a Kenia. Al principio me echaban de menos, pero lo aceptaron.

Ahora, después de muchos años, entiendo bien la determinación de Paco a llamarme a dejarlo todo para seguir a Cristo e ir donde no hay nada, donde la gente es tan pobre que viven con “menos que nada”, en Turkana.

Al llegar a Kenia viví mucho tiempo en Nairobi. En la comunidad era la única italiana, y no hablaba nada más que italiano. Muchas veces me sentía extraña, ansiaba ir a vivir a Turkana, al desierto, y no estar en una gran ciudad. Me acuerdo que al principio sólo quería ir con la chica de la Comunidad que conocí en mi pueblo, pero ella tuvo que irse a otra misión en Bolivia y me costaba adaptarme a los demás. Mi madre me llamaba de vez en cuando un minuto para saber si estaba bien, y aunque yo le decía que sí, se daba cuenta de que no era verdad. Nunca quise decírselo, pues me costó bastante separarme de mi familia y de “mi pequeño mundo”. Estaba habituada a hacer un poco lo que yo quería, a viajar y tomar mis propias decisiones.

Los primeros meses fueron así: “me gustaba, pero”… después todo fue cambiando, entendí más lo que significaba la vida que quería seguir. El cariño y, sobre todo, la paciencia que toda la comunidad tuvo conmigo fueron extraordinarios. Tras algunos meses me decidí a quedarme. Fue después de haber ido a Turkana, de ver cómo vive la gente, de ver el trabajo que allí se hace. Creo que esto me conmovió, y pensar que podría ser útil cambió mi manera de actuar.

En estos 28 años mi madre ha venido casi todo los años a estar con nosotros. Se encontraba como en casa, enseñando a coser, bordar, a hacer pasta italiana, salchichas y muchas más cosas. Es bonito ver cómo la familia se integra con la Comunidad, y al final formamos todos una misma familia. Acompañándonos aquí son muy útiles, aprenden a querer a toda nuestra gente en la misión y así entienden muchas de las cosas que yo les explicaba.

No fue casualidad que en mi pequeño pueblo estuviera un cura español. Todo sucedió de la mano de Dios, que estaba allí. Por mi parte la puerta estaba abierta, y espero que la mano de Dios me siga guiando por los caminos de la misión, allí donde me quiera llevar

Patrizia Aniballi, MCSPA

Los Pequeños Gestos y la Mirada Hacia el Otro: Lillian Omari

31 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Los Pequeños Gestos y la Mirada Hacia el Otro: Lillian Omari”

Nunca en mi juventud me había planteado visitar Turkana, y mucho menos me había imaginado que un día estaría viviendo aquí. Tampoco pensé que podría llegar a hablar o escribir en otros idiomas aparte del swahili e inglés. Y es que un mundo absolutamente nuevo se abrió ante mí gracias a la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA) y especialmente al padre Francisco Andreo, el fundador, y al padre Francis Teo, quienes me invitaron a participar de su visión y experiencia. Así pude ver las cosas con otros ojos y descubrir en mi vida el valor de dirigir mi mirada hacia los otros y darnos a ellos a través de los pequeños gestos, descubriendo de este modo a Jesús: “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”. (Mateo 25:35-36).

En aquel tiempo viajar dos días por carretera era algo que solo algunos locos podían hacer. Además, era muy aventurado ir a un lugar como Turkana teniendo en cuenta que la gente del sur de Kenia, como yo, no conocía su historia ni su cultura, incluso muchos ni siquiera saben que es una región que forma parte de Kenia.

Yo crecí en Nairobi, y tuve la suerte de pertenecer a una familia generosa y muy católica. Tuvieron que trabajar muchísimo para lograr que todos sus hijos disfruta- sen de una educación decente, comida en la mesa cada día, y se convirtieran en buenas personas.

Viviendo en ese entorno, crecí creyendo en algunos valores: había que estudiar mucho, obtener buenos resultados, bus- car un buen trabajo, ayudar a nuestros padres y hermanas para que tuviesen una vida mejor, casarme y seguir haciendo lo mismo con nuestros hijos, y ellos como nosotros con ellos. Nunca pensé que ve- ría las cosas de otra manera. Pero ese viaje a Turkana me sirvió para desmontar los prejuicios que tenía sobre mi propia familia, como pensar que éramos los más pobres del barrio porque no teníamos coche o no comíamos carne cada semana… Hasta que vi la pobreza que había en Turkana, y me di cuenta de que éramos privilegiados.

Conocí a la MCSPA gracias a mi primo George Ouma, que en aquel tiempo vivía con los misioneros, con el padre Francis, en concreto, y quería ser sacerdote como los demás misioneros. Él vino a mi casa y nos contó lo que estaba haciendo en Turkana y de ahí me dieron muchas ganas de ir. Eso sí, solo a conocer ese lindo pero extraño lugar llamado Turkana.

El viaje fue muy, muy largo. Los dos días de camino parecían interminables. El padre Fernando Aguirre conducía un cuatro por cuatro. ¡Era la primera vez en subirme a uno, solo los había visto en películas! El coche iba lleno hasta los topes de comida, medicinas, muebles, pollitos, árboles… y en un pequeño espacio atrás cabíamos cuatro personas más. Viajamos con unos chicos de Turkana, Napocho, Ekalukan y Morita. Ellos me explicaban pequeñas anécdotas de Turkana. Esas historias me dieron ánimo e ilusión para continuar el viaje y poco a poco se me fue quitando el miedo inicial y los prejuicios sobre este lugar tan remoto.

Recuerdo que paramos a mitad de camino y el padre Fernando, Natalia, una de las misioneras, y los chicos sacaron un cesto, y de repente montamos un estupendo pícnic con tortilla española, jamón, mangos y agua. ¡Una comida completa! Este fue otro pequeño gesto que me hizo cambiar mi forma de pensar. Nunca había pensado en llevar comida para un viaje, siempre suponía que podías parar e ir a una tienda y comprarla… Ante mi sorpresa, el padre Fernando me dijo: “Y aunque tuvieras dinero, Lillian, ¿dónde están las tiendas para comprar la comida? Si quieres ser una buena misionera tienes que estar preparada para pensar en los demás primero antes que en ti”.

Ya en el camino que se adentraba en Turkana el paisaje era muy seco y solitario y solo veíamos algunos camellos y cabras cruzando la carretera de vez en cuando y grupitos de cabañas hechas con ramas. Los chicos me explicaron que eran las casas de la gente, y pensé: “¿Pero a dónde me están llevando? ¡Esto parece el n del mundo!”. Finalmente llegamos a la misión de Nariokotome. Ahí, después de dos días viajando, vi gente que llevaba ropa y hablaba un idioma que podía entender.

Y casas por primera vez. Sacamos todas las cosas del coche y me llevaron a una casa con una de las misioneras, que me anunció: “Esta es tu habitación, dúchate. Dentro de una hora comemos y luego te vas a descansar“,suspiré y me retiré a mi habitación.

Minutos después escuché “¡Emergency, emergency!”. Vi a Natalia, que, además de misionera, era médico, corriendo hacia el coche. Salí fuera y pregunté: “¿Qué pasa?”. Me dijo: “Sube, vamos, hay que atender a una madre que no puede dar a luz”. Subí pitando al coche y ella condujo como los que van al Safari Rally, hacia la montaña de Riokomor, saltando por los baches. Al llegar encontramos una señora embarazada que hacía dos días quería dar a luz, pero estaba muy anémica y no tenía apenas fuerza. La misionera cogió el cesto del coche, preparo un té con mucho azúcar, se lo dio a la señora para beber e inmediatamente la pusimos en el coche y salimos de nuevo hacia el dispensario de Nariokotome.

Después de 40 minutos por los caminos de piedras y tierra, los que iban atrás del coche nos hicieron parar: ¡el bebé había nacido! No entendí nada, pero es- taba muy contenta porque la vida de la madre y la del hijo ya no estaban en peligro. Cuando llegamos a Nariokotome, Natalia me explicó que gracias al té con mucho azúcar y a los botes del coche la madre pudo reunir fuerza suficiente para dar a luz al bebé. Como estas anécdotas se dieron muchas durante mi estancia, y definitivamente me hicieron pensar mucho y ver las cosas diferentes a cómo las veía antes.

Estuve en la misión dos meses ayudando donde podía, en la cocina, en el huerto, en la clínica móvil, en el centro de nutrición, limpiando… Desde el primer día me sentí como una más de ellos y no como una visitante, a pesar de que eran gente de diferentes países: kenianos, colombianos, venezolanos, españoles… Había algo que les unía, todos se querían.

Volví a Nairobi y empecé a estudiar. Unos seis meses después, cuando ya me había olvidado un poco debido a la vida del día a día, llegó mi primo y me preguntó si quería ir a una misa a la que los misioneros me invitaban. Pensé: “¿Para qué tengo que ir a misa si tenía pensado ir el domingo?”. Aún así, fui. Ahí estaban el padre Francisco (Paco) y el padre Francis. Fue una misa sencilla con gente sencilla. Y sin embargo sentí algo que no sé explicar. Algo pasó dentro de mí que me devolvió la misma felicidad que experimenté durante los dos meses que estuve en Turkana la primera vez.

En aquel momento no podía decir que tenía vocación de misionera. Pero esa felicidad, el aprender la importancia de los gestos a los demás, el dirigir la mirada hacia el otro fueron cosas que me hicieron replantearme lo que quería hacer y ser.

A través de esas pequeñas experiencias descubrí el tesoro que había en Turkana con la Comunidad Misionera de San Pablo. La invitación a la misa en Nairobi aquel día entre semana, la motivación de los padres Paco y Francis al pensar en mi y preocuparse de invitarme, y después la chispa que encendió esa luz en mi interior, y que poco a poco se iba avivando a través de personas que no solo no pensaban en ellos mismos, sino que querían compartir esa felicidad conmigo y con otros. Creo que este conjunto de pequeños gestos, personas, motivaciones, acabaron de despertar esa llamada misionera en mí. Si no me hubieran invitado a esa misa, creo que hubiera seguido haciendo lo que todo mundo hace: estudiar, trabajar, ayudar a la familia, casarme y tener hijos. ¡Gracias a Francis por invitarme a esa misa que movió algo en mi!

Esa llama en mi interior, avivada por las personas que me han rodeado en estos 18 años, ha sido la motivación que me ha llevado a ser quien soy y estar donde estoy ahora, en la misión de Nariokotome.

Me gustaría que Dios me ilumine y me dé fuerza para compartir todo lo que he ido aprendiendo en este camino, como dice la plegaria de San Francisco de Asís: “Haz de mí un instrumento de tu paz”. Todo lo que hago es gracias primero a Dios por darme la vida, a mi familia, a la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, y también al apoyo que me aportan todos mis amigos en España, Kenia, Singapur, Malasia, Alemania… Ellos nos apoyan con su amistad, oraciones y económicamente para poder hacer todo este trabajo.

Durante estos años he vivido multitud de experiencias, a veces buenas y a veces malas. He visitado y vivido en países muy diferentes (Etiopía, Colombia, Alemania), con gentes y lenguas muy diferentes, y todo eso me ha hecho ser, humildemente, mejor persona y motivarme para intentar compartir mi felicidad de encontrar a Jesús en los otros a través de los pequeños gestos, volviendo mi mirada hacia los otros. Espero que mi experiencia pueda ayudar a otros a encontrar esa misma felicidad, llevando siempre la sonrisa de Dios a todas partes.

Lillian Omari, MCSPA

Mi Vocación: P. Avelino Bassols

30 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Mi Vocación: P. Avelino Bassols”

De niño y mas tarde de adolescente leía los relatos de misioneros en Asia, América y África con mucho entusiasmo. Naturalmente, en aquella época no me podía imaginar que acabaría viviendo en el corazón de África. Tampoco no estuvo nunca en mis planes ser sacerdote, y mucho menos misionero. De pequeño quería ser cartero, y cuando me preguntaban porqué contestaba “para traer buenas noticias a la gente”. Nunca me habría pensado que una parte de mi labor a lo largo de mi vida sería “traer buenas noticias a la gente”, no como cartero, sino como misionero en África.

La primera vez que pisé suelo africano fue en 1987. Al instante me enamoré del continente y de su gente y al cabo de un mes ya tenía claro que iba a pasar el resto de mi vida en Africa. El lugar donde aterricé fue en la zona árida de Turkana. Ciertamente hubo dificultades al principio, aunque con el tiempo las empiezas a relativizar. Como decía Jorge Manrique, “a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor”. Lo que también es cierto es que aunque un lugar pueda parecer inhóspito de entrada, con el tiempo te vas instalando, conoces las costumbres de la gente, sabes como moverte, y al final conviertes en tu propio hogar. Si me preguntan si he sido feliz en Turkana solamente puedo contestar afirmativamente. He sido muy feliz, lo sigo considerando mi hogar y de hecho, cuando al final dejé Turkana atrás estaba en la cúspide de trayectoria como misionero.

Fui ordenado para la diócesis de Lodwar en el norte de Kenia en 1992, y allí me estrené como sacerdote. En 2017 celebraba 25 años de sacerdocio, y algunos mas en Kenia. Fue entonces, durante unos ejercicios espirituales, que vi claro que era hora de dar un paso mas. Así pues, después de algunas vicisitudes, acabé en Ave María, en Sudán del Sur. Muchos preguntarán, donde se encuentra Ave María. Si trazamos una cruz sobre el continente africano de norte a sur, y de este a oeste, mas o menos en el centro está Ave María, es decir, verdaderamente en el corazón de África.

Llevo ahora diez meses en esta nueva misión. Ya no es una zona árida, sino una selva tropical. La gente aquí no pasa hambre, como en Turkana. Sin embargo, por el resto esta región está a años luz de Turkana. La cobertura sanitaria es prácticamente inexistente. La educación escolar es pésima. Y en general no hay servicios de nada. No hay ningún sistema bancario, ni correos, ni siquiera comercios donde se pueda comprar ni lo mas básico. Aquí parece que uno vive relegado a la Edad Media.

Como he mencionado arriba, la misión de Turkana tiene ciertamente sus retos. Sin embargo, las dificultades de la misión en Sudán del Sur superan con un margen bastante amplio las que había experimentado en Turkana, Kenia. Al mismo tiempo, siento que es aquí el lugar a donde se me ha llamado a estar. Al final esto es lo que llamamos vocación, no un empeño personal, sino una llamada. Y por muchas dificultades que un lugar puede suponer, cuando sabemos que es otro el que nos ha llamado, esto nos da fuerzas para superar cualquier obstáculo, pues al final la misión no es nuestra, sino del que nos ha llamado, y del que nos ha enviado a proclamar sus buenas noticias.

Avelino Bassols, MCSPA

Nunca Más Detrás de la Cámara: Ángel Valdivia López

29 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Nunca Más Detrás de la Cámara: Ángel Valdivia López”

El inmenso horizonte parecía arder con la luz del ocaso y las montañas de Naita se dibujaban como una silueta oscura y lejana. Miraras donde miraras no parecía haber obstáculo para la vista, para los sentidos; teníamos la certeza de que éramos los únicos seres humanos en muchos kilómetros a la redonda, rodeados de naturaleza en su estado puro. Con las últimas luces del día nos dispusimos a montar el campamento en ese lugar perdido pero mágico, a medio camino entre territorio Nyangatom y Surma en Etiopía. Antes de la cena celebraríamos la primera misa católica en ese rincón del mundo junto a Mons. Dominic Kimengich, Obispo de la Diócesis de Lodwar, donde la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA) ha estado presente durante los últimos veinticinco años.

Nos encontrábamos en la primera noche de un largo viaje de Turkana (Kenia) a Etiopía que sería histórico; nunca antes un obispo de Kenia había visitado a su igual Etíope por tierra, por lo menos no en esas vastas regiones del sur-oeste de Etiopía, donde la iglesia católica no ha podido estar presente. Durante la misa rezamos por Paco, que hacía poco más de dos semanas que nos había dejado. Lo sentíamos muy presente al estar siendo protagonistas de su sueño, un sueño del que él nos había contagiado y enamorado, el sueño de construir misiones “desde Turkana hasta Alejandría”, centros de vida para la gente de los alrededores, como lo ha sido Nariokotome durante todos estos años.

Gracias a este sueño de Paco empezamos hace cinco años esta aventura de fundar una nueva misión entre la gente nyangatom, que habitan el suroeste de Etiopía.

¡Quién me iba a decir a mí, que iba a venir a parar hasta aquí! nadie habría dicho que “era posible” habiendo salido del Prat de Llobregat, un pueblo del cinturón rojo de Barcelona; de una buena familia, aunque poco practicante; de un ambiente en el que ser cristiano, era casi un “pecado”, y ser cura poco menos que una “locura”.

Así es como conocí a las personas que fijándose en mi y creyendo que “si era posible”, poco a poco iban a cambiar el rumbo de mi vida: Lourdes, Paco y todos mis hermanos y hermanas de la MCSPA, con los que comparto mi vida y mis sueños. Conocí a Lourdes cuando yo estudiaba formación profesional de la rama de Imagen y Sonido. Me encantaba la fotografía y la comunicación como medios para plasmar tanto la belleza del mundo, como también la crudeza y las injusticias.

Eran momentos de grandes cambios en la sociedad, de gritos por la libertad: la gira mundial de Bruce Springsteen sobre los derechos humanos, la caída del muro de Berlín, la liberación de Mandela y el fin del Apartheid. Por un lado, yo tenía ganas de contribuir a cambiar las injusticias del mundo, pero por otro, solo me atrevía a estar “detrás de la cámara”.

Por las cosas de la vida, siempre había preferido quedarme como un espectador ante la vida, protegido del daño que el mundo me pudiera causar. Conocer a la Comunidad me ayudó poco a poco a ir perdiendo el miedo a estar “delante de la cámara”, a ser yo mismo protagonista de la historia, de lo que pasaba delante de mí, siendo cada vez más consciente de que Dios me llamaba a salir de mi refugio y a encontrar la felicidad dándome a los demás.

Una de las cosas más bonitas que recuerdo cuando conocí a mis nuevos amigos, fue esa sensación de contar con ellos a largo plazo, con ellos podía compartir no sólo de ocho a dos, o el fin de semana a tomar unas copas, si no que podías contar con ellos para toda tu vida… Que cuando hablábamos o discutíamos de algo, llegábamos hasta el fondo, y hablábamos en primera persona: de nuestras actitudes, de lo que podíamos cambiar, de mejorar nosotros mismos, el mundo y las personas que nos rodeaban.

¡Oía hablar por primera vez de Jesús de Nazaret, y me parecía un descubrimiento alucinante!
Y así fui poco a poco ayudando a mis nuevos amigos a ocuparse de niños de familias marginadas.

Oyéndoles hablar cada dos por tres de África, de Turkana, hablando, compartiendo, conociendo a los que iban yendo y viniendo, me fui enamorando de estos amigos, de su estilo de vida, de su lucha constante por mejorar la vida de los que estaban sufriendo, allí donde estuvieran; y di una respuesta a la llamada que me hacían a dejarlo todo y seguir a Cristo. Durante todos estos años aprendí primero a ser persona, a ver las necesidades de los otros antes que las mías, a ser compasivo, como otros lo eran conmigo (muchas veces más), a estar en todo momento disponible, en función de los demás, lo que llamamos la “flexibilidad permanente”. Eso es el gran tesoro que le debemos a Paco.

Hubo también momentos de oscuridad. Pero en esos momentos aprendí a que siempre tenemos que ver nuestras tribulaciones, nuestras limitaciones, incluso nuestras relaciones humanas, en clave sobrenatural, mirando más allá y viendo que todo tiene sentido si trascendemos y vemos en todo ello la mano de Jesús, de Dios.

¡Y llegó la primavera, nuestra ordenación sacerdotal, hace dieciséis años! Salir al campo, respirar, disfrutar del don de la ordenación. Y enseguida meterse al ruedo y enfrentarse al toro, así es como tomamos consciencia de que ayudar a los demás no es siempre tan fácil. Allí, con Albert, empecé a aprender a ser sacerdote, a tener esa dedicación para con los fieles, a hacer de las homilías algo mucho más ameno, a construir presas, a llevar a los enfermos la esperanza y la sanación de Jesús. Todo ello me ha ayudado a acercarme a Jesús: ocupándome de la viuda, el huérfano y el extranjero. Y concretamente ocupándome de Gregorio que había que- dado huérfano y ahora tiene 20 años, de Pablo, que sufría una osteomielitis en el fémur que casi acabó con él, pero tras años de lucha finalmente se ha curado y ahora tiene 21 años y del pequeño Joseph, un niño de 13 años que tiene una severa artritis reumatoide juvenil.

Ellos también han sido, sin saberlo, los que me han dado la oportunidad de encontrarme con Jesús y de ver mi fe fortalecida, como los que en el evangelio llevaban al paralítico en una camilla para que Jesús le curara, Lc 5,17-26.

Luego, nuevos retos vinieron: trabajar en la catedral de San Agustín de Lodwar y de ahí, junto con nuestro Obispo emérito Patrick Harrington, montar desde la nada la emisora Radio Akicha (que significa “luz” en turkana) siendo esta la primera emisora de radio católica, en toda la parte norte de Kenia. Ahora la radio continúa su rumbo, intentando llevar “luz” a la gente de Lodwar y sus alrededores.

Más tarde volver a mi querida parroquia de Lokitaung, antes de cruzar la última frontera hacia la nueva misión de Nyangatom, intentando ser portadores de Buenas Noticias reales y concretas a aquellos que viven olvidados por el mundo global, esclavizados por el hambre, la sed, la enfermedad y la ignorancia.

Y finalmente hace cinco años empezamos, junto con mi compañero el padre David Escrich, esta aventura de empezar una nueva misión entre los Nyangatom. Nos fuimos con lo puesto y establecimos un campamento-misión en uno de los poblados más remotos de nyangatom. Nos concentramos en ayudar a la gente con el problema del agua, y en estos últimos años hemos podido realizar 13 pozos. También hemos dado asistencia a multitud de enfermos. Ahora ya establecidos en la misión de Príncipe de la Paz, en la colina de Naturomoe, esperamos seguir siendo una luz para la gente de los alrededores.

Ángel Valdivia López, MCSPA

El Año de Gracia: P. Alejandro José Campón

27 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “El Año de Gracia: P. Alejandro José Campón”

Hace más de 23 años, cuando esta revista nuestra In Itinere, comenzaba su andadura en el mundo de las publicaciones, escribía un artículo en el mismo apartado que el actual dando cuenta de mis sensaciones y pensamientos al haber recibido recientemente la gracia de la ordenación sacerdotal; lo titulé en aquel entonces “el año de Gracia”. Releyéndolo recientemente me preguntaba si esa novedad que suponía en mí el haber recibido la ordenación sacerdotal seguía igual de viva y fuerte; si esa felicidad por ser sacerdote que me desbordaba cuando escribía mi artículo seguía siendo el eje de mi vida.

Este año 2019 se han cumplido 23 años de sacerdocio en mi vida, ¿23 años de felicidad?, ¿23 años de “Gracia”?

Es una pregunta compleja y debo ser honesto con vosotros además de conmigo mismo. Podría escaparme con algún superficial y acaramelado panegírico ó elogio a ser sacerdote, de los muchos que he escuchado precisamente en este recién celebrado “año de los sacerdotes”, clausurado por el Papa Benedicto XVI. Podría también caer en un análisis pesimista y lúgubre, sin esperanza ni futuro, en un año precisamente en el que el orden sacerdotal está siendo cuestionado y en el que la valoración del sacerdote en el mundo occidental está por los suelos.

Dejadme empezar por la conclusión: Sí, 23 años de felicidad y Gracia. Y creo que soy honesto y no lo digo porque toca ó por que- dar bien. Si no hubieran sido años de felicidad y de sentir la Gracia en mi vida, me habría escapado de alguna forma y habría declinado a hacer el artículo. Si lo digo así es porque de verdad creo que esa es la respuesta escueta a lo que me preguntaba; es lo que siento y pienso.

La felicidad es un término complejo, porque desgraciadamente estamos acostumbrados a utilizarla banalmente y con pobre base filosófica. En pocas y circunscritas palabras, creo que el problema radica en cómo ubicar en nuestra vida la experiencia de dolor, el sufrimiento, nuestra limitación humana en un universo ilimitado. Por eso no somos felices. Cada sufrimiento vivido no somos muchas veces capaces de introspectivamente transformarlo en un gozo en nuestro peregrinar hacia el plan que Dios tiene para nosotros. Y he aquí mi pobre resumen que da sentido al decir que he sido feliz.

En estos 23 años he pasado por muchas alegrías y también por fuertes experiencias de dolor y de sufrimiento. El día a día de un sacerdote misionero, en tierras remotas y en primera línea de evangelización, como ahora donde estoy en el norte de Turkana, está lleno de constantes desafíos a la vida: hambre, enfermedad, violencia, ignorancia… Es duro y te hace duro. Pero en la ecuación puede más la felicidad de haber aportado tu granito de arena en paliar algo de ese dolor aparente- mente ajeno y eso te hace doblemente feliz y te ablanda el corazón. Créanme, es una de las felicidades más sublimes: el ver a un niño hambriento comer, la sonrisa de una madre porque no tiene que hacer varios kilómetros cada día porque ahora tiene agua cerca, la energía vital de unos jóvenes que se sienten útiles porque tienen trabajo y no condenados a vivir en una espiral de violencia por la supervivencia, la mirada de un anciano cuando se siente aliviado por tu visita, el júbilo de una comunidad que vive y baila la esperanza de su nueva Fe renovada…

Otras experiencias dolorosas vienen motivadas por la pérdida ó separación de seres queridos. Estas experiencias, que desgraciadamente las he tenido también, suponen un gran esfuerzo personal no sólo en el ámbito racional sino sobre todo emocional. Construir la felicidad de vivir sobre ausencias es también duro, pero se sobrelleva con la esperanza puesta en nuevas ilusiones, en ver que Cristo sigue llamando a la puerta de muchos dispuestos a seguirle y en el gozo de ver que el Plan de Dios es mucho más inmenso y seguramente dichoso que lo vivido y experimentado hasta ahora.

También en 23 años hay tiempo para crisis y bajones. No me creo a los que dicen que no han pasado por una crisis existencial ó vocacional. Cada cambio de ritmo en la vida, cada aparente seguridad creada, cada soberbia ó falso derecho adquirido tambalea una y otra vez nuestra vocación. Pero es como la enfermedad cuando se es niño: cada gripe ó cada malaria hace crecer a los niños unos centímetros. Cada bajón, enfrentado con amor, es una elevación en nuestro peregrinaje; cada crisis, una oportunidad de superarnos y de humildemente aceptar que, quién todo lo puede, aprieta pero nos sostiene siempre.

Han sido 23 años, varias misiones, diferentes realidades, vivencias en dos continentes y de vuelta a África, a Turkana. Han sido 14 años de intentar dar el todo por el todo a la llamada recibida, de hacer extensa la llama- da a otros con éxito relativo, pero sin fracaso. También de querer servir a los demás y de intentar que haya un poco más de Cristo en las vidas de los que me han rodeado. Y más que cansado, ahora esperanzado y fortalecido, pues los años pasados, te hacen más fuerte y confiado en que el amor de Cristo penetrará los corazones de los que Dios me envíe.

Alejandro José Campón

 

 

 

Aprendiz en el Amor: David Escrich

27 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Aprendiz en el Amor: David Escrich”

Hace ya 25 años que mi vida está ligada a esta comunidad, 22 de ellos los he pasado en África, los últimos trece como sacerdote. No me es fácil mirar atrás e intentar sintetizar en unas líneas mi itinerario vocacional. No puedo decir que al principio yo fuera una persona muy religiosa, ni mucho menos. Fui descubriendo a Dios, poco a poco, a través de las evidencias, de una infinita sinfonía de personas, eventos, retos, alegrías y derrotas orquestadas por Dios.

Vengo de una familia humilde, que emigraron a Barcelona en busca de trabajo. A los dieciséis o diecisiete años pasé por una época de desencanto con lo que la sociedad tenía que ofrecer y solía soñar, en las tardes de lluvia otoñales, con cambiar el mundo con mis canciones. No es que tuvi- era muchas ni que se me diera bien la música, era más una aspiración que un hecho. Supongo que casi todo el mundo vive algo parecido a esa edad y que al final, la cruda realidad siempre acaba por imponerse. Antes de que nos demos cuenta, ya estamos sumergidos y arrastrados por una riada de imprescindibles eventos para nuestra supervivencia: estudiar, encontrar trabajo (en lo que sea) y no perderlo, las casi obligadas relaciones premaritales, conseguir un coche, una vivienda, formar una familia, los amigos, etc. La fiera acaba ahogándose en las turbulentas aguas de los deberes sociales y se lleva con ella todas esas quimeras, que terminan pasando a un segundo plano, olvidadas en el cajón de las agradables e ingenuas ilusiones adolescentes. Pues bien, podríamos decir que yo tuve la suerte de encontrarme en mi camino a ciertas personas, como Ángel, Lourdes, Paco, etc., que me tendieron la mano y me sacaron de esas torrenciales aguas, abriéndome la verja de un mundo nuevo donde no tuve que canjear mis sueños por un plato de lentejas. Dios se cruzó en mi vida y me puso en bandeja una forma real de materializar mis utópicas inquietudes.
 Lo primero que me cautivó fue la vida en comunidad. Me gustó tanto que me quedé. En nuestras sociedades occidentales la amistad ha sido relegada a un segundo plano, por debajo de las relaciones de pareja. Nos es difícil aceptar como válido cualquier tipo de amor (fuera del círculo familiar) que no sea sexual. Aprender a vivir la amistad como una forma plena de amar me hizo redescubrir las palabras y acciones de Jesús, que cobraron sentido y vida.

El Evangelio se convirtió para mi en un mapa interactivo y real del día a día:“(…) y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino pre- parado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. (…) Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (…).” (Mt 25:31-46) .

Y el siguiente paso lógico a seguir fue poner en práctica el no ser indiferente al sufrimiento ajeno. Esto fue lo que me impulsó a ir a las misiones de Kenia a ayudar.

Dios se cruzó en mi vida y me puso en bandeja una forma real de materializar mis utópicas inquietudes.

En los años que estuve en Kenia, el amor, la caridad, la compasión y la generosidad por el que sufre me llevaron a descubrir a Cristo y mi vocación a seguirlo, a ser oveja.
Todo esto, puesto así, suena muy idílico, nada más lejos de la realidad. En palabras de Leonard Cohen, el amor no es una marcha victoriosa, es un frío y roto aleluya. No es nada fácil salir de uno mismo y anteponer las necesidades de otros a las nuestras. Abandonar las comodidades, rutinas, planes y seguridades que uno tiende a crearse y ponerlo todo en función de un desconocido que viene a tu puerta es una tarea ardua, suele ser molesto, pesado, engorroso y costoso, no sale automáticamente, necesitas que alguien te ayude, corrija y exhorte. Gracias a personas como Paco experimenté que a veces nosotros mismos limitamos la realidad, y que lo que pensamos imposible no lo es, que Dios es un factor a tener en cuenta. Nos da miedo morirnos a nosotros mismos, sacrificarnos por otros, cada sacrificio es una pequeña muerte en la cruz y eso nos asusta. Pero, aunque parezca una contradicción, después de la cruz hay vida, es precisa- mente cuando uno se pierde en hacer felices a los demás, que uno encuentra la verdadera felicidad, uno experimenta la resurrección (cf Mt 16:24-26).

Fue a través de Paco que descubrí mi vocación sacerdotal; que la Eucaristía no es otra cosa que la celebración de que Jesús sacrificó su vida por nosotros, que nos dio todo lo que tenía, su carne y su sangre, para alimentarnos, curarnos, liberarnos; y que es, al mismo tiempo, una invitación a imitarle. La Eucaristía es el sacramento del amor, de la caridad, de la generosidad, de la compasión, del sacrificio de dar comida al hambriento, agua al sediento, ropa al desnudo, hospitalidad al extranjero, visitar al enfermo o al prisionero, abrir los ojos al ciego, etc. La Eucaristía es pasar en nuestro día a día, a tiempo y destiempo, por la cruz y la resurrección de Cristo. Sigo recorriendo este camino de aprendiz en el amor. Es un viaje sin fin, cada tramo es diferente, imprevisible y nunca deja de sorprendente. Si tuviera que quedarme con un texto que definiera todo esto elegiría este de nuestro santo patrón, el Apóstol Pablo:
 “Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los *misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso … Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.” (1Cor 13:1-13)

David Escrich, MCSPA

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Una Vocación Movida – Eleni Tsegaw

26 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Una Vocación Movida – Eleni Tsegaw”

Eleni Tsegaw, como miembro de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, narra su vocación que surgió de salir de su país natal, Etiopía y las alegrías que han llenado su vida como misionera.

Acababa de terminar mis estudios de secundaria y estaba planteándome qué hacer con mi vida, si continuar estudiando en la universidad o tal vez trabajar. Me encontraba en este debate, cuando conocí por primera vez a Cecilia Puig de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA). Ella llevaba un año en Etiopia desarrollando proyectos para la gente más necesitada en el Valle de Angar Guten. Me parecía muy interesante lo que hacía, me preguntaba por qué lo hacía, y qué la movía a venir desde tan lejos a ayudar a gente que no conocía de nada, con la que no tenia  ningún vínculo … Pero todas estas preguntas las guardaba en mi corazón porque no hablaba inglés y Cecilia no hablaba amárico.

Cecilia me propuso que estudiara inglés para poder comunicarnos y explicarme todas las cosas que tenían en mente para desarrollar en Etiopia, así que estuve seis meses estudiando para tener una base y poder hablar. Una vez que terminé, viajé a Angar Guten para ver lo que allí hacían y tenían. Quedé muy impresionada por el trabajo que realizaban, tenían un dispensario y varios puntos de atención con la clínica móvil.

Guten era un pueblo pequeño, sin electricidad, sin agua y sin muchas cosas. En el Valle de Angar Guten en un principio habitaban los Oromos y los Gumuz, pero con la hambruna de los ochentas, el gobierno etíope trajo otras tribus del Norte de Etiopia, como los Amhara y los Tigray. Esto hacía del valle un lugar muy especial para trabajar, pues había que responder a las necesidades de cada una de las tribus. Con Cecilia solíamos caminar por las tardes y era usual que muchos niños nos siguieran por el camino. Ella me propuso que porque no hacíamos algo por ellos, pues no iban a las guarderías porque no existían y sólo unos pocos podían ir a la escuela primaria.

Yo en un principio vi claro que había que hacer algo por esos niños, que les hacía falta de todo, pero mi intención era estar por un periodo corto, y luego volver a Addis a estudiar y seguir con mi vida. Pero Dios tenía otro plan para mí y era que le siguiera, no por un tiempo, sino para toda la vida; cosa que no entendí en el primer momento.

Ese viaje fue muy especial, porque conocí de primera mano cómo eran otras partes de mi país que desconocía. Así que volví a Addis Abeba a estudiar puericultura, y durante este tiempo no paraba de pensar en los niños de Angar Guten. Una vez termine las clases volví con Cecilia y montamos allí una guardería, ¡la primera guardería! Que de hecho es más un Centro de Vida que una guardería,  porque todos tienen cabida, niños, madres, hermanos mayores, etc. incluso habían niños musulmanes, todos tienen un lugar allí.

Fuimos realizando varias actividades para los niños y las madres; y poco a poco me fui involucrando cada vez más, casi sin darme cuenta ya se me había olvidado la idea de volver a casa en Addis Abeba para seguir con mi vida; pues mi vida ahora era este lugar, esta gente, era Cecilia, era Paco, eran todos los de la MCSPA.

Una de las tantas visitas de Paco a Etiopia, marcó mucho lo que hoy es mi vida; esa vez me dijo que era necesario salir de mi país, por lo menos unos veinte años – cosa que yo pensé que era broma – y también me dijo que nadie era profeta en su tierra. Hoy entiendo que era una forma de abrirme los ojos, que él veía en mí la posibilidad de volar, de volar como un águila y ser libre para hacer el bien.

En ese momento me fue muy difícil entender la profundidad de este mensaje, hoy veo que era la Providencia, la mano de Dios que me invitaba a ser parte de una iglesia universal, me invitaba a un plan más amplio, más rico, más complejo.

A causa de esa salida de mi país tuve la oportunidad de viajar a Bolivia y estar más de un año, tanto en Santa Cruz de la Sierra como en Cochabamba. Allí teníamos trabajo con los niños y diferentes programas de desarrollo; en Colombia estuve en la Calera a las afueras de Bogotá trabajando en el desarrollo materno infantil. Luego me fui a vivir a Alemania con un grupo de mujeres de nuestra Comunidad, todas africanas; fueron años duros al principio por la lengua, por el clima y por la cultura, pero poco a poco eso tan duro se convirtió en un regalo para nuestras vidas, pues aprendimos a movernos por el mundo, encontramos amigos formidables que aun hoy están presentes en nuestra vida y nos siguen apoyando.

Durante estos años en Alemania, en Paderborn, nunca estuvimos solas, siempre iban a visitarnos alguno de la Comunidad como Paco. Siempre nos daban ánimo para seguir. En estos años no paramos de dar charlas sobre África en parroquias, colegios y diferentes grupos.

En cada charla me daba cuenta de lo mucho que anhelaba volver a Kenia o Etiopia, y se hacía más fuerte mi vocación. Y también me daba cuenta que cuando explicas otra visión de África la gente se enamora y quiere colaborar, pues en África no todo son desgracias como a veces lo muestran los medios, es un continente lleno de alegría y con gentes con un potencial enorme, que sólo están esperando que alguien les eche una mano.

Luego me fue a vivir a México, nuevamente a empezar de cero – siempre los inicios me han costado mucho; tenía que hablar español, nuevos amigos, nueva casa, nueva gente. Pero con la ayuda de Lourdes, Rosa y de las demás mujeres de la Comunidad, todo se hizo más fácil y fueron años en los que aprendí mucho. Trabajábamos en el barrio del Ajusco, que estaba a las afueras de la Ciudad de México. Allí el trabajo era con familias que habían migrado de otras partes de México y llegaban casi con lo puesto, a buscar oportunidades en la gran capital.

Nuestro foco de interés siempre han sido los niños porque son los más vulnerables, por eso teníamos una guardería que al cabo de unos años se convirtió en el Centro Materno Infantil San José. A mí me impresionó como pidiendo ayuda en el mismo país la gente respondía de forma positiva y nunca nos faltó apoyo en ese sentido; tanto la Central de Abastos como algunas empresas privadas nos donaban sus productos para el buen funcionamiento del Centro San José.

Pero aquí no termina la historia, después de estar ya acostumbrada a México, a sus gentes, volví a salir pero esta vez hacia a África, a Kenia, a Turkana. Y la historia vuelve a comenzar: nueva lengua, casa, gente …

Si miro atrás, sólo puedo decir que mi vida ha sido una bendición, pues han sido años moviéndome de un lugar a otro y sólo puedo decir que he cosechado muchas alegrías. Hoy quiero dar gracias a todos y especialmente a Cecilia porque despertó mi vocación y me ayudo a ser fuerte y seguir a Cristo, a Paco que me impulso a salir de mi país y me enseño que podía moverme en cualquier lado, ser una persona universal, vivir en cualquier lugar, con diferentes personas y sentir que cada lugar es mi casa, mi hogar.

Hoy entiendo mi vocación como una pequeña semilla que puso Dios en mi corazón, que yo misma no sabía que existía hasta que conocí a Cecilia y la despertó, luego vinieron otros como Paco, Lourdes, Escolástica y muchos otros que me han ayudado en este camino, que me han ayudado a ser fuerte, humilde, paciente, exigente, tantas cosas, que me faltarían hojas para poder describir lo mucho que cada uno ha aportado en mi vida. Quisiera invitar a tantas personas jóvenes que vienen a visitarnos a las misiones a que den el siguiente paso, el paso de quedarse para siempre y vivir una vida plena sirviendo a otros, porque yo descubrí que este es el camino a la felicidad.

Eleni Tsegaw MCSPA

Mi Vocación Misionera: Una Llamada al Compromiso por los Pobres

11 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Mi Vocación Misionera: Una Llamada al Compromiso por los Pobres”

Quiero compartir brevemente el testimonio de mi vocación en este Mes Extraordinario Misionero, especialmente con tantos jóvenes en el mundo que han tenido la fortuna de crecer en países y familias que nos han dado tanto. Soy colombiana, y crecí con unos padres y hermanos maravillosos con los que viví con alegría mi fe católica desde pequeña. Además, crecí en una de las muchas parroquias de la Arquidiócesis de Bogotá, donde el ejemplo de buenos sacerdotes atrae a muchos a seguir a Cristo sin condiciones.

Sin embargo, y a pesar de tener tanto amor de personas cercanas, una extraña insatisfacción llenó mi vida durante los años vividos en la universidad. El dolor de tanta gente de mi país en permanente guerra y el sufrimiento de tantas personas en el mundo, me hacían sentir agradecida por cada cosa que tenía, pero a la vez dejaban mi corazón sediento, hambriento. Nada me saciaba. Mis estudios de psicología, no saciaban mi sed de justicia, mi sed de querer ser parte del plan de bondad que Dios tiene para todos. Muchos libros, mucha teoría, pero poca práctica, poco amor. Fueron momentos difíciles: intensos anhelos de querer cambiar el mundo y no saber cómo. Entre tanta confusión e insatisfacción de una joven bogotana que lo había tenido todo, Dios puso en mi camino, y de la forma más inesperada, mi felicidad.

Una mujer, enfermera y misionera en África durante muchos años, me invitó a ser parte de una familia excepcional: la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol. Con el entusiasmo de Cecilia, y el de muchos otros misioneros del grupo, mi vida encontró a un Jesús vivo: transformador de un mundo que clama justicia y amor. No puedo olvidar al padre Francisco Andreo – Paco-, quien revolucionó todos mis esquemas desde que lo conocí. Con él, el Evangelio comenzó a ser para mí algo vivo, activo, concreto, gracias a su excepcional amor por los más necesitados y especialmente por África. La manera como se comprometía, de principio a fin,  con quienes sufren marcó mi vocación para siempre. Su confianza en Dios era sorprendente, y su fe en la transformación de personas y lugares oprimidos por la desesperación, sigue, aun hoy, impulsando mi vida.

No hay palabras para agradecer aquellos momentos (hace 17 años) en que Dios me llenó de fortaleza para decir “Sí, te sigo, incondicionalmente y de por vida para ir donde me necesites”. Y aquí estoy, en un rincón de África llamado Turkana, lleno de personas sorprendentes que en medio de la extrema pobreza, del hambre, de la falta de agua y la escasez de oportunidades, están construyendo poco a poco un presente y un futuro más digno, a pesar de los innumerables retos.

¡Que bendición haber recibido la misión de convertir en un jardín este remoto lugar del desértico Turkana! Que felicidad ser parte de una familia misionera que desea comprometerse completamente con los más desfavorecidos, acompañándoles de forma permanente para anunciarles un Cristo que les ama aquí y ahora. Y que alegría encontrar en este camino, tantas personas generosas que nos ayudan a construir el Reino de Dios.

Reconozco que la fe en Dios de los turkanas y madurar juntos nuestra fe en Cristo, ha sido mi gran alegría y una enorme responsabilidad que comparto con mis compañeras de camino en la misión de Kokuselei. Misioneras laicas como yo, con quienes estamos construyendo una Iglesia viva y joven en medio de numerosas personas llenas de entusiasmo por hacer presente a Dios en sus vidas. Personas, que necesitan ser acompañadas, pastoreadas, hacia caminos de esperanza, de fe y de amor.

Aquí en África, cientos de personas están necesitadas de buenos pastores que les lleven donde hay vida, donde está Jesús. Pero nos faltan manos, sacerdotes misioneros y misioneras que deseen salir de su propia tierra para llegar a tantos que esperan el mensaje concreto del amor de Dios. Jóvenes que quieran dejarlo todo para seguir a Cristo y que estén dispuestos a ser enviados donde se necesite. Jóvenes que deseen superar ataduras y que estén listos a caminar en contra dirección de un mundo que muchas veces cierra las puertas al verdadero amor.

Soy feliz y sé que quien sigue a Cristo cien por ciento lo es. Como misionera, espero que este Mes Extraordinario Misionero siembre en los corazones de tantos jóvenes católicos alrededor del mundo la semilla de un amor sin miedo y de un amor comprometido con el anuncio de Jesús entre los más necesitados. Oro para que broten vocaciones dispuestas a traspasar fronteras y a unirse a la misión universal de la Iglesia.

Diana Trompetero – MCSPA

TESTIMONIO DE EMILIANO HERNÁNDEZ URRUTIA –

28 febrero 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “TESTIMONIO DE EMILIANO HERNÁNDEZ URRUTIA –”

Queridos amigos y benefactores;

Voy a intentar resumiros mi historia, apenas unas palabras que no pueden expresar todo lo vivido, pero que espero os ayuden a acercaros conmigo a este trocito de Africa donde nuestra ayuda es tan necesaria.

2009: MI PRIMER VERANO EN TURKANA.

Empecé este proyecto como un joven estudiante, hace 10 años, cuando fui por primera vez a Turkana invitado por los misioneros de la MCSPA.

Ese verano marcó mi destino y descubrí mi vocación de enfermero.

Unido a otros jóvenes, “los jóvenes Lobur”, empezamos este proyecto.

Lo que empezamos unos pocos jóvenes un verano del 2009, con un presupuesto de apenas 1500€ para comprar medicinas básicas y administrarlas desde los centros materno-infantiles de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, con el tiempo ha evolucionado hacia un proyecto de salud de referencia en esta zona remota de Turkana.

Echando la vista atrás, me emociona ver que pese a las dificultades que podéis imaginar, los Turkana siguen su camino adelante, progresan poco a poco, aunque en nuestra cultura y sentido de la eficiencia a veces nos desesperamos.

2012: GRAN DECISIÓN, SOMOS ENFERMEROS. ¡NOS VAMOS A TURKANA!

Como os contaba, ese verano del 2009 fue la semilla para tomar una gran decisión años más tarde con mi mujer Teresa, entonces mi novia.

En el 2012 decidimos pasar un año y medio en Turkana como enfermeros recién licenciados e impulsar la clínica móvil, aunque en los comienzos era una moto-móvil la que nos transportaba a los poblados, pero no tardamos mucho en recibir vuestro apoyo y nos donaron el coche para ser formalmente una Clínica móvil.

Muchos son los cambios acontecidos, como sabéis los que nos seguís a través de los boletines.

Otros jóvenes enfermeros nos han relevado, hasta que volvimos en el 2018 a vivir otro año Teresa y yo con nuestro hijo de un año, José. Mientras con el grupo de jóvenes Lobur y otros profesionales desde España hemos ayudado a que la Clínica se consolide y crezca.

2018: VOLVEMOS TERESA Y YO CON NUESTRO HIJO JOSÉ

Este año 2018, ha sido un reencuentro con Turkana y con la clínica móvil que se ha consolidado en un proyecto de salud más amplio, con nuevos retos, logros y dificultades.

Hemos vuelto desde un momento vital distinto, ya no somos esos jóvenes soñadores abriendo el camino con una vieja moto, esta vez lo hemos vivido desde una experiencia familiar, dejando nuestras seguridades en España y adaptándonos a una nueva Turkana, pues son muchos los cambios acontecidos desde nuestros comienzos en el 2012.

Cambios que quizás a ojos de los que estáis en España no son perceptibles o tampoco son apreciables por muchos Turkana que luchan cada día por su supervivencia.

A pesar de ser una asistencia a la salud en una inmensa zona donde no hay apenas nada, a pesar de todas las trabas burocráticas con el gobierno que hay que salvar y todos los peros y dificultades, creo que esta semilla que plantamos juntos en el 2012 ya da sus frutos, frutos que crecerán con nuestra perseverancia y unión, para lograr que, en uno de los lugares más olvidados del planeta, los Turkana tengan algún día la asistencia básica que cualquier ser humano necesita.

NOTICIAS DE ESTE AÑO.

Esta zona de Kenya está empezando a tener más personal y medios en sus dispensarios.

Los MOH, jefe médico de cada condado, controla un presupuesto adscrito a su zona y en gran medida lo implementan bien.

Como podéis imaginar es una mejoría y es esperanzador que se hagan presentes, pero queda mucho que hacer y Turkana sigue siendo un lugar muy aislado y de una pobreza y hambruna que no podemos ignorar.Estamos trabajando para integrarnos en el programa de salud del gobierno y que algún día nuestra labor quede en manos de los locales.

A pesar de todas las dificultades no olvidamos que lo que empezamos Teresa y yo con los años ya es un programa de salud con un equipo de dos españoles y dos kenianos y asistentes y empleados Turkana, algo que en el 2012 ni imaginábamos.

LA EMERGENCY ROOM EN LA MISION, ¡UNA MARAVILLA!

Este año por los avatares y dificultades del clima, tres meses de lluvia que hacían inaccesibles los caminos y por la acción del gobierno, hemos estado trabajando mas desde la Emergency room.

Sé que ha sido un quebradero de cabeza y sobretodo un esfuerzo económico, pero ¡qué bien se trabaja, qué cambio, qué orden y sobretodo qué nivel de atención más bueno!

En la Emergency Room, o “futuro dispensario”, no hemos parado de atender emergencias, muchas de ellas bastante graves, otras llenas de vida, pues todos los partos de la zona y ecografías suceden aquí, ¡¡¡que maravilla!!

También hay que destacar el conocido caso de Asibitar, una bebé con cáncer que ha recibido una asistencia especial, que vive gracias al nunca desmedido esfuerzo de los benefactores y de nuestro equipo, especialmente Teresa Y Josephine.

De nuevo somos la referencia en la zona igual que lo fuimos con la clínica móvil, seguimos abriendo pequeños caminos para el futuro de la salud en Turkana.

NUEVO LABORATORIO EN LA EMERGENCY

Gracias al apoyo de la universidad de Alcalá de Henares y su programa de Cooperación, hemos recibido a Cristina, especializada en microbiología y parasitología que, con Martín, también enfermero de nuestra clínica móvil en el pasado, han montado este laboratorio.

Seguimos en contacto con la Universidad para continuar con esta labor, donde para empezar en su primera estancia, Martin y Cristina han detectado un tipo de malaria que no consideraban en la zona.

¡HASTA SIEMPRE!

Ha llegado el final de nuestra estancia en Turkana y hemos pasado el testigo de nuevo por unos meses a Paula, también enfermera de la Clínica en el pasado y repetidora estos meses de transición.

Muy pronto Paula nos mandará noticias y nos presentará a Iona, médico de Tenerife que viene un año a trabajar a la Clínica y ahora también Emergency room.

Hasta aquí os puedo contar.

Seguiremos apoyando desde donde estemos este precioso proyecto que crece con nosotros y que da esperanza a aquellos que como Asibitar sobrevive a su enfermedad, proyecto que da consuelo a madres que recorren kilómetros con un hijo moribundo, da Paz a aquellos que están muriendo en nuestras manos y donde nuestra asistencia es siempre alivio para los que sufren.

Mi mujer Teresa, mi hijo José y yo ahora tomamos otro camino, volvemos a España llevando a Turkana siempre en el corazón.

Volvemos profundamente agradecidos a los Misioneros, amigos con los que hemos aprendido tantas cosas y seguiremos aprendiendo y creciendo con ese espíritu tan fuerte que entrega la vida a los demás, a nuestros compañeros-as, con quienes hemos creado una unión más allá de la profesional, a Mamen por su paciencia, a nuestra familia turkanera, los “Jóvenes Lobur”

y a vosotros queridos benefactores que lo hacéis posible.

EMILIANO HERNANDEZ URRUTIA

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