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25 Años Pasan Volando

28 agosto 2019 Publicado por Noticias 0 comentarios sobre “25 Años Pasan Volando”

Ayer por la tarde (27 de Agosto), los miembros de la MCSPA celebraron su veinticinco aniversario de presencia en Etiopía, en la iglesia de San Salvador en Addis Abeba (Capitál de Etiopía). La celebración fue presidida por Su Eminencia el Cardenal Berhaneyesus Souraphiel de Addis Abeba acompañado por Mons. Markos Gebremedhin Obispo de Jimma-Bonga.

Fue una gran alegría celebrar el 25 aniversario de nuestra presencia en Etiopía rodeado de muchas personas que han estado con nosotros desde el comienzo del trabajo misionero en Etiopía: amigos, trabajadores y miembros de las cuatro misiones en Etiopía.

Durante la misa, el cardenal felicitó a todos los que hicieron realidad esta misión. Del p. Paco, a Cecilia, Lourdes y todos los que trabajan ahora en Etiopía. Habló de cómo el p. Paco tenía mucha energía y alentó a los miembros de mcspa a cuidarnos de los pobres, recordando las palabras del Evangelio: “porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”. También alentó a los miembros a ser personas de oración como Santa Mónica y a buscar a Dios dentro de cada uno de nosotros, como dijo San Agustín. Finalmente nos aconsejó que continuáramos buscando la oveja perdida donde sea que estemos siguiendo así el carisma de MCSPA.

¡Después de la misa, todos nos reunimos en el salón para compartir la cena, discursos, presentación de diapositivas y finalmente canciones y bailes al estilo Nyangatom!

Queremos agradecer a todos los que hicieron que este día fuese un éxito, especialmente a todos los amigos, familiares, personal y miembros de MCSPA que asistieron. Oramos para que Dios continúe bendiciéndonos con más vocaciones para que podamos llegar a muchos otros lugares de Etiopía y países donde estamos presentes, allá donde la cosecha todavía es tan abundante.

¡Gracias a todos por vuestras oraciones y apoyo durante todos estos años!

Lillian Omari MCSPA

Los primeros ángeles en Andode, Etiopía

8 febrero 2019 Publicado por Noticias 0 comentarios sobre “Los primeros ángeles en Andode, Etiopía”

El lunes pasado se abrió por primera vez, el aula para niños con necesidades especiales en la misión de Andode, la misión más antigua de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol en Etiopía.

El día que iniciamos llegaron cuatro angelitos. Todo era nuevo tanto para ellos como para nosotras: el esperar cómo reaccionarían los niños al sacarlos de sus casas, el estar en un lugar donde podían ver la luz del día, el comer y estar limpios. Al enterarse la gente de los pueblos cercanos de la apertura de esta aula especial, han ido llegando más niños con necesidades especiales, y a final de la semana ya eran seis. El tiempo que pasan en la escuela lo emplean muy bien! Hacen fisioterapia, interactuan con los otros niños que asisten a la guardería y lo más importante la riso-terapia y amor-terapia.

Gracias, a todos los que han ayudado a que este sueño fuera posible. Y GRACIAS sobre todo a estos niños por existir, venir y ser angelitos que nos alegran la vida.
GRACIAS!!!!!!

Adriana Chametla

LA VIDA DE BILISE: UN REGALO DE DIOS PARA ANDODE, ETIOPÍA

31 agosto 2018 Publicado por Noticias 0 comentarios sobre “LA VIDA DE BILISE: UN REGALO DE DIOS PARA ANDODE, ETIOPÍA”

Hace dos años conocimos a Bilise, una niña de 5 años. Su madre, Workinesh, la trajo a Andode Health Post porque la niña tenía fiebre. Estaba severamente desnutrida y con deformación ósea en todo el cuerpo debido al raquitismo y la neumonía. Entonces, ella era muy frágil y era casi un milagro que todavía estuviera viva. Ella estaba llorando, por el dolor y la dificultad para respirar.

Cuando Workinesh estaba embarazada su pareja la dejó y, desde entonces, trabajó como jornalera llevando a Bilise en la espalda mientras trabajaba. Había perdido totalmente la esperanza y pensaba que el único destino de su hija sería la muerte.

Pero Bilise resistió la enorme desnutrición y la neumonía. Comenzaron a vivir en una de las habitaciones que la MCSPA construyó en el complejo de Andode Health Post para vigilar a los niños gravemente desnutridos y sus madres, las mujeres con complicaciones del embarazo que necesitan descanso y buena nutrición y los enfermos crónicos que necesitan control médico diario y que viven lejos del puesto de salud.

Cuando Bilise mejoró y comenzó a sonreír y hablar (por cierto, ¡ella habla mucho estos días!), Workinesh cambió por completo su actitud hacia el cuidado de su hija. Anteriormente, ella no seguía las instrucciones médicas para el tratamiento de Bilise.

De esta manera comenzaron a vivir de nuevo tanto Bilise como su madre. Nuestra pequeña tiene ahora 7 años y va a la guardería de la MCSPA en Andode, muy cerca del puesto de salud. Ella es una de las mejores estudiantes, por su interés en aprender y su deseo de jugar y vivir.

Para mí, ha sido un regalo precioso de Dios el poder seguir cuidando tanto a Bilise como a Workinesh, que ahora ayuda en la agricultura de la Misión de Andode y ha descubierto su dignidad como mujer y madre.

¡GRACIAS BILISE, WORKINESH Y TODOS LOS QUE HAN COLABORADO Y CONTINÚAN COLABORANDO EN SU CUIDADO Y TRATAMIENTO MÉDICO!

María Josefa Núñez (Pepi) MCSPA

 

Querida Etiopía

21 abril 2018 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Querida Etiopía”

Me llamo Sara, tengo 24 años y soy médico.

Este año, una vez terminados mis estudios me decidí por hacer algo que llevaba años esperando: Ayudar. Ayudar, en un continente al que prácticamente no llegan nuestras ayudas y las pocas que consiguen atravesar las fronteras no bastan. Ayudar en un país que sufre opresión desde hace más de 26 años y cuyo gobierno pretende mostrar al mundo que es un país autosuficiente a pesar de que año tras años los índices de mortalidad infantil por malnutrición nos muestran lo contrario. Quería ayudar, y no sólo económicamente sino con el corazón.

A pesar de ser médico y debido a mi inexperiencia, no quise dedicarme a continuar mi desarrollo profesional ahí. Me pareció que mi desarrollo personal era mucho más importante, y que a pesar de mis años de estudio tengo más que ofrecer como persona que como médico. Espero que eso no cambie por muchos años que pasen.

Decidí que mi destino sería Etiopía, con la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, fue duro para mis padres. Realmente cualquier destino lo hubiese sido. Sólo escuchar las vacunas que necesitaba para viajar, llenaba de lágrimas los ojos de mi madre. Pero por suerte o por desgracia, soy una persona muy perseverante, y leyendo sobre el país, y tomando todo tipo de precauciones conseguí convencerlos, de que iba a ser una experiencia maravillosa y que no había nada que temer.

Llegué a Etiopía sin ninguna expectativa, sin mirar ni una sola foto, con tan sólo la imagen mental que yo misma me había formado. Y cómo me sorprendió…! Los terrenos áridos desaparecieron y se convirtieron en selvas que no tenían fin, el calor sofocante para el que me había preparado, se convirtió en lluvia constante y un frío que las capas de mantas no conseguían quitar. Pero sobretodo me sorprendieron los niños; que al llegar no se extrañaron de esa chica tan blanca con la cabeza rapada, sino que corrían desesperados detrás de mí o huyendo de mi entre risas.

A las pocas semanas de llegar a Etiopía, un amigo de la infancia nos dejó para siempre. Y yo le prometí que podría seguir viendo a través de mis ojos toda la vida que le quedó por ver. Decidí entonces que tenía que disfrutar esa experiencia con todo el corazón. Que no tenía que ver pobreza y lamentarme, sino intentar que mis acciones generasen sonrisas y felicidad. Eso era lo que quería que él viera y lo que quería para toda esa gente.

Han sido meses en mi vida en los que sólo he sentido amor. Cada día cuando salía de casa y oía a los niños gritar mi nombre desde el otro lado del valle; cuando llegaba al colegio y todos corrían a colgarse de mí; cuando las profesoras llegaban a clase con todas las ganas del mundo de aprender; cuando ves que alguien que no sabía sostener un lápiz consigue escribir sus primeros números;  cuando los agricultores conseguían saludarnos en inglés y nosotras devolverles el saludo en amárico. Una vez me pareció curioso, como a los niños les emocionaba que les diese medicinas o les curase una herida, entonces entendí que era el sentimiento de que alguien se preocupase de ellos lo que les hacía felices.

De los casi tres meses que estuve ahí, me llevo el recuerdo de gente maravillosa. Personas que se llenaban de sonrisas al ver como jugábamos con sus niños y realmente tenían interés por aprender y ser mejores. Madres valientes que cuidaban solas de sus hijos en un país es el que la niñera es su hija de 7 años, mientras ellas se dejan la piel trabajando para conseguir mantenerlos. Y a pesar de eso no dudan ni un segundo en invitarte a su casa y ofrecerte lo poco que tengan.

Me voy feliz de haber conocido a las misioneras que han estado trabajando muchos años en Etiopía y han conseguido aprender ese idioma, que algún día aprenderé; y que dedican su vida a mejorar la vida de todos los que están a su alcance. Me llevo a personas como yo, que creen que poniendo el corazón todo puede mejorar.

Por último me quedo con un señor que en uno de mis viajes en guagua se acercó a hablar conmigo en uno de los descansos cuando me dirigía al orfanato de Injibara, que llevan las Hermanas Carmelitas Misioneras de Santa Teresa. Me dijo que había visto como no les había dado dinero pero si lápices de colores a los niños que esperaban en la carretera. Me agradeció con lágrimas en los ojos lo que estaba haciendo. El había sido huérfano. Ahora era periodista. Y recordaba con admiración y todo el cariño del mundo a las personas que durante su educación se ofrecieron a ayudar.

Las barreras no existen cuando servimos a los demás con paciencia, amor y caridad

28 febrero 2018 Publicado por 0 comentarios sobre “Las barreras no existen cuando servimos a los demás con paciencia, amor y caridad”

Actualmente alrededor del 45 % de la población etíope vive con menos de 1 dólar por día, el no contar con agua potable y medidas de saneamiento adecuadas ha expuesto a la población a enfermedades …

Las barreras no existen cuando servimos a los demás con paciencia, amor y caridad

28 febrero 2018 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Las barreras no existen cuando servimos a los demás con paciencia, amor y caridad”

Actualmente alrededor del 45 % de la población etíope vive con menos de 1 dólar por día, el no contar con agua potable y medidas de saneamiento adecuadas ha expuesto a la población a enfermedades por parásitos intestinales, problemas de la piel, diarrea, enfermedades respiratorias, malaria, tuberculosis, y VIH/SIDA; mismas que oscilan entre las principales causas de mortalidad entre niños y adultos.

Mi tarea como voluntaria con la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol ha sido ayudar a promover, sobre la importancia de la higiene,  y el lavado de manos para prevenir enfermedades, así como hablar sobre el VIH, el cuál es un tema que aún enfrentan con muchas supersticiones.

He tenido la oportunidad de dar pláticas en los diferentes kinder  y escuelas de Andode, Gida, y Guten a niños, padres y maestras.

Nuestro idioma y cultura no ha sido un impedimento para contribuir a que estas personas reciban información que puede ayudarles a mejorar su calidad de vida.

En mi experiencia como enfermera, la promoción y prevención no es un tarea fácil, pero la comunidad me ha enseñado que las barreras no existen cuando trabajamos y servimos a los demás con paciencia, amor, y caridad, y que trabajando en nombre de Dios, la esperanza y la fe es lo que nos mantiene firmes para seguir creando conciencia y compartir con nuestros hermanos Etíopes que a pesar de las dificultades, y que el cambio no es de la noche a la mañana los pasos pequeños pero firmes, nos llevaran a grandes resultados.

Sandra Platas Avendaño

 

Un mes en Etiopía: El privilegio de conocer una realidad desprivilegiada

26 septiembre 2017 Publicado por 0 comentarios sobre “Un mes en Etiopía: El privilegio de conocer una realidad desprivilegiada”

Para entender lo que supone una experiencia en Etiopía primero hay que ponerse un poco en contexto. Etiopía es un país situado en el cuerno de África y cuenta con 100 millones de habitantes oficialmente.

Un mes en Etiopía: El privilegio de conocer una realidad desprivilegiada

26 septiembre 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Un mes en Etiopía: El privilegio de conocer una realidad desprivilegiada”

Para entender lo que supone una experiencia en Etiopía primero hay que ponerse un poco en contexto. Etiopía es un país situado en el cuerno de África y cuenta con 100 millones de habitantes oficialmente. Se trata del único país africano que nunca ha sido colonizado, únicamente sufrió una ocupación italiana entre 1936-1941. Este último hecho es importantísimo para entender su manera de pensar y de actuar.

Nada más llegar nos damos cuenta del contraste que hay con la vida occidental. Tras bajar del avión más moderno en el que jamás he subido y salir de una terminal del aeropuerto prácticamente vacía nos damos cuenta de la realidad del país. Personas queriéndote montar las maletas al coche a cambio de una propina se amontonan a la salida. Toyota de todas las épocas por la carretera conduciendo al estilo etíope, respetando la distancia de seguridad de 20 cm con el coche de delante. Esto último no fue tan chocante para mi porque estuve en India el año anterior. Desde el minuto uno éramos vistos como extranjeros o ‘farenjis’ y nos miraban allá a donde íbamos, algunos con admiración y otros con desprecio, dándonos importancia por nuestro color de piel.

Cuando piensas que ya nada te puede sorprender ves las condiciones en las que viven los mendigos en una de las capitales más importantes de África sin refugiarse de las constantes lluvias. Un país en el que la gente tiene gran afán por mantener sus zapatos limpios, con limpiabotas en cada esquina, mientras sus compatriotas mueren de hambre a dos metros de ellos. Este es uno de los muchos contrasentidos que chocan con nuestra manera de pensar occidental.

Las primeras noches en Addis las pasamos en la pensión Baró. Una pensión de las mejores de la ciudad que equivaldría a una de las peores en España donde ya empezábamos a perder nuestras comodidades. Y este es el primer paso para empezar un voluntariado, salir de tu zona de confort para poder así llegar a otros que lo necesiten. En mi caso empezó con una resolución/lema: no quejarse de nada. Esto me iría ayudando a lo largo del viaje a afrontar las circunstancias que se nos venían encima.

El viaje a Andode es digno de mención. Un viaje por carreteras etíopes, muchas de las cuales estaban allí debido a la inversión en infraestructura que hicieron los italianos en sus años de ocupación. Esta travesía duró unas 11 horas para recorrer una distancia de unos 420 km, que estamos acostumbrados a hacer en menos de 4 horas. Durante el viaje vas siendo consciente de la situación del país: la policía nos para 4 veces al salir de Addis para controlar nuestros documentos, vemos coches volcados debido al estado de las carreteras por las lluvias de la noche anterior, gente que se limita a observar… caos en definitiva para la mente de un occidental; sin embargo en sí ese caos lleva consigo un orden que afecta a la forma de vivir de millones de personas a quienes, a una escala inferior, hemos venido desde muy lejos a ayudar. Nos pasamos todo el viaje saludando a personas por la carretera, cosa que les sorprende mucho, otra vez por el hecho determinante de nuestro color de piel.

Una vez llegados a Andode, al bajar del minibús conocemos a algunos de los que son ahora nuestros niños. Al bajar todos ellos te miran, lo cual ya deja de resultar extraño después de dos días en Addis. Nos dicen sus nombres (que se nos olvidan en seguida) y nosotros les decimos los nuestros. Después del recibimiento de las misioneras nos instalamos en lo que va a ser nuestra casa durante el próximo mes. Al día siguiente nos levantamos con las pilas cargadas y con muchas ganas de conocer aquello a lo que nos vamos a enfrentar.

Ninguno de nosotros (excepto las que ya habían estado) se podía imaginar, para bien o para mal lo que nos íbamos a encontrar. Techos de paja y casas de adobe circundadas de barro por las lluvias de la noche anterior, eso sí, que no faltase su antena parabólica y su televisión. Parece absurdo que en un país donde la mayor parte de los niños sufren lo que en España sería desnutrición severa y donde muchos de ellos no alcanzan la edad de los 7 años, un país donde los cortes de luz están a la orden del día, las familias se endeuden pidiendo un préstamo para comprar un televisor que tener en sus casas. Es una situación que inevitablemente te hace reflexionar y darte cuenta de que no tienen el concepto del ahorro ni el de vivir pensando en mañana. Viven al día en todos los sentidos, preocupándose solo por el presente.

Ya desde el primer día la relación con los niños fue espectacular; no te conocen de nada pero te reciben en su pueblo con los brazos abiertos y una sonrisa de oreja a oreja; muchos de ellos nos acompañaron a casa corriendo, saltando y gritando. Un agotador primer día que deja muy buen sabor de boca de lo que va a ser un mes lleno de experiencias intensas.

Ya el lunes da comienzo lo que podríamos llamar “nuestra rutina”. En mi caso, en primer lugar, si no había que podar árboles con Adriana íbamos a la guardería con los niños de entre 3 y 6 años de 10 a 12h. Durante este tiempo jugábamos con ellos, hacíamos manualidades, cantábamos y luego ayudábamos a las profesoras a darles de comer lo que hubieran preparado para ellos las cocineras. Verlos comer, verlos jugar y en definitiva, verlos sonreír a cada uno de ellos hacía ya desde el primer día que este viaje hubiera merecido la pena.

Después de nuestra comida en la misión, donde gracias a dos compañeros voluntarios comíamos a las mil maravillas con lo poco que había, nos turnábamos para dar clase de inglés a los trabajadores de la misión. Algunos de ellos no sabían escribir, con lo que enseñarles era un desafío pero con una pizarra y poniendo muchas ganas y empeño, unido a algo de esfuerzo por parte de algunos de ellos, conseguimos buenos resultados.

De 3 a 4h de la tarde impartíamos clase de inglés a las niñas del pueblo. Desde el primer momento esto supuso para mí un gran reto. La educación que reciben estas niñas las coarta mucho en cuanto a su forma de ser delante de un hombre. Y más delante de un hombre blanco. Por este motivo, entre los voluntarios que allí estábamos decidimos que a cada una de las clases de niñas debía asistir al menos un hombre. Esperábamos que así pudieran asimilar de alguna manera que hombres y mujeres pueden vivir en régimen de igualdad, cosa que tristemente para ellas es algo inconcebible. Ejemplo de ello es la manera en que se tapan la boca al reírse para evitar enseñar los dientes, o lo calladas que se quedan al pasar cerca de un grupo de chicos, o incluso el silencio que entre ellas reina cuando alguien como yo, se dirige a ellas para preguntarles en clase algo que realmente saben. Esta manera de actuar es bien distinta a la de las niñas de la guardería porque en ellas no ha calado aún la educación recibida y por ello son más libres en cuanto a su manera de comportarse y actuar.

En este momento nace uno de mis retos personales, el de conseguir ganarme a las niñas que estaban en mi clase. De un modo u otro vencer las barreras que ponen entre nosotros. Después de mucho esfuerzo y muchas horas haciendo el tonto conseguí (con un poco de ayuda) que me perdieran el respeto (omitiré la manera) para poder así llegar a ellas y ganármelas. Una tarea dura que mereció totalmente la pena porque son muy buenas chicas y como ya he dicho antes, a pesar de sus circunstancias y educación, inteligentes y abiertas a aprender.

Hay que entender la importancia que tiene impartirles clase a estas chicas. Son niñas que están condenadas de algún modo a llevar la vida que sus madres y abuelas han llevado antes que ellas.

Una vida en la que ellas le pertenecen al hombre con el que se casen, y deberán hacer lo que él les mande a riesgo de recibir ellas mismas o sus hijos una paliza. Algo semejante a lo que ocurría no hace mucho en nuestro país, aunque de un modo más extremo en el que las mujeres casi son un objeto comercial y se dan a cambio de una dote. Sin embargo, está claro que también se da el caso contrario, en el que el marido quiere a la mujer y a los hijos. Es por este motivo por el que merece la pena, para darles una oportunidad, una salida que de otro modo no tendrían.

De 4 a 5h dábamos clase a los niños del pueblo. Como llegaban a la escuela acelerados, antes de entrar les hacíamos hacer ejercicio, ya fueran flexiones o saltar o correr para relajarles un poco y que pudieran centrarse mejor. Con los niños hicimos una división en 4 niveles y nos repartimos las clases. Personalmente, elegí el nivel más bajo ya que para mí eran los chicos que realmente más lo necesitaban. Niños de 7 a 11/12 años que aún no sabían leer ni escribir con soltura, que se sabían las letras del abecedario de memoria en orden, pero a la vez eran incapaces de identificar las letras individualmente. Probablemente iba a ser un proyecto muy difícil y ambicioso, pero decidimos dedicarnos a enseñarles desde 0. Cada día hacíamos unas pocas letras con el ligero inconveniente de que al día siguiente algunos habían olvidado las del día anterior, ralentizando así mucho el proceso. Para que lo afianzaran bien, al final de las clases hacíamos juegos. Casi todos los días nos quedábamos con los niños que veíamos por debajo del nivel general de la clase. Ha sido un proceso frustrante con muchas dificultades, pero realmente hemos visto resultados positivos en gran parte de los chicos.

Para entender su dificultad para aprender y la precariedad de su nivel, hay que entender también las condiciones en las que estudian. Normalmente en Etiopía los niños no son registrados y no se les da un nombre hasta que tienen 7 años. Esto se debe a que no se considera que vayan a sobrevivir hasta que han llegado a esta edad. Para la mentalidad occidental esta es una manera fría de tratar a los niños, pero la mortalidad infantil está a la orden del día en este país (que en la actualidad siempre se encuentra entre los países más pobres del mundo) y esta es, en mi opinión, una manera de reducir las secuelas psicológicas que inevitablemente te deja la muerte de un hijo.

Sin embargo, si han tenido suerte, han podido asistir a alguna guardería como esta de la misión. A los 7 años ingresan en el colegio con muchos otros niños y aquí, oficialmente aprenden a leer y escribir, así como matemáticas y otras asignaturas. Extraoficialmente se podría decir que les pasan de curso aunque muchos de ellos no aprendan nada, para tener de este modo unos niveles de escolarización más altos. Por este motivo muchos de ellos no tienen un rendimiento académico excepcional, ya que no están en un ambiente estimulante para aprender y cargan ellos solos con la responsabilidad de salir adelante por su cuenta.

Dada la falta de atención que reciben en clase muchos niños, entre ellos los que estaban en el grupo más bajo, si no aprenden a leer y a escribir en estos momentos se quedarán atrás respecto al resto de la clase y ahí finalizaría su aprendizaje. Por ello es en estos niveles donde la necesidad es mayor. Darles una oportunidad a aquellos que no la han tenido, una oportunidad que todos nosotros hemos tenido y que no hay que dar por descontada.

Una vez que terminábamos las clases con los niños más rezagados del grupo volvíamos a la misión donde normalmente impartíamos clase a las niñas que viven allí con las misioneras, cuyas edades estaban entre los 8 y los 15. Estas niñas tenían historias familiares y circunstancias muy complicadas y a pesar de ello eran capaces de recibirte siempre con una sonrisa. Entre ellas para mí destacó Marta, a la que ya habíamos conocido en el viaje de Addis Abeba a Andode, pero no contaré aquí su historia. Les dábamos clase a la vez que nos divertíamos con ellas contando historias y jugando en inglés. Ha sido un privilegio y un gusto para mi conocerlas y estar cerca de ellas.

Los días que Adriana nos reclamaba podábamos o nos encargábamos de echarle una mano en lo que podíamos con lo que nos dijera. Esto nos permitió acercarnos a las maneras rudimentarias de trabajar de los agricultores y de los constructores, que sin ningún tipo de maquinaria hacían todo tipo de cosas. No tenían tractores para arar el campo y en su lugar utilizaban vacas para poder así plantar.  Hacían el cemento en el suelo. Empleaban herramientas básicas. También pudimos ver alguna de sus chapuzas, como la de montar un depósito de agua sobre una estructura que milagrosamente no había cedido aún pero que ya estaba doblada entera puesto que claramente no lo podía soportar.

Dentro de la misión se puede decir que las plantaciones van viento en popa. Se produce una cantidad muy grande de alimentos y esto se debe en gran medida al empeño de las misioneras por demostrar a la gente local que se puede conseguir.

Esta es otra de las trabas de este país. Todo hay que demostrarlo. Como he mencionado anteriormente, nunca han sido colonizados. Esto les hace de alguna manera ser reacios a todo aquello que venga del exterior. Mirándolo desde su punto de vista esto es absolutamente lógico. Somos gente que vamos a su país, a su tierra una temporada y pretendemos enseñarles cómo hacer las cosas, cambiar su manera de ser y de pensar por una que nosotros creemos que es mejor, una semejante a la nuestra.

Por ello todo es más lento en Etiopía. A pesar de la fertilidad de la tierra, la agricultura no se explota a su máximo rendimiento, sino que se planta exclusivamente cuando llueve, quedando el resto del año desaprovechada. No conciben regar los cultivos. Esto vuelve a ser una cosa que tiene sentido si nos ponemos en sus zapatos. Caminar 3, 5 o incluso 7 km a un pozo en busca de agua con un bidón de 50 litros a la espalda para luego verterla al suelo, no es algo ni práctico ni evidente para ellos, como era de esperar. Yo tuve ocasión de experimentar esta situación llevándole a una de las niñas de 9 años de mi clase el bidón de 20 litros y puedo asegurar que no es una experiencia placentera.

Dadas estas circunstancias las misioneras intentan darles apoyo, educación e infraestructuras construyendo pozos y realizando charlas de nutrición y salud. Además también dan cursos de agricultura en los que incentivan a los agricultores locales a cambiar tanto su manera de cultivar como aquello que cultivan, y todo esto para que puedan producir más y mejor. Como ellas dicen, esto es una pescadilla que se muerde la cola. Para poder progresar necesitan educación. Para poder darles una educación tienen que estar nutridos y alimentados correctamente. Para poder estar nutridos necesitan que la agricultura funcione adecuadamente y con ello, puedan obtener excedentes que vender o almacenar para el resto del año. Para ello hacen falta infraestructuras como pozos. Y a su vez para esto hace falta progreso. A su vez, también cuentan con diversas clínicas y centros de salud. Es un proceso lento e incluso a veces frustrante, según lo que yo he vivido, al que ellas han dedicado la vida y por ello son merecedoras de nuestro reconocimiento.

La desnutrición, como era de suponer, es un frente abierto en la lucha de las misioneras. En los diversos centros que tienen pesan a niños y embarazadas, muchos de los cuales resultan estar en unas condiciones nefastas. Madres anémicas que dan a luz a niños que desde un primer momento ya van a tener un desarrollo tanto físico como mental más lento. Esto ya es una losa en su camino. No puedo tratar este tema sin mencionar a Salomon y sus hermanos, a los que estuvimos dando de comer los últimos días después de clase. Para venir a clase Salomon y su hermano pequeño, Abraham, hacían una buena caminata desde un pueblo cercano (relativamente). Una vez finalizada la clase, devoraban lo que les hubiéramos preparado y volvían a su casa, con el estómago lleno y una sonrisa. Salomon siempre ha estado desnutrido (con 11 años pesa cerca de 20kg) y sus hermanos pequeños estuvieron en riesgo de muerte por desnutrición cuando apenas eran unos bebes. Todo esto a causa de la complejidad de su situación familiar. Pudimos observar una mejoría en los niños, del primer día al último. Al principio apenas hablaban ni se movían. Para nuestra sorpresa, el último día reían y hacían volteretas laterales y se unían al principio del ejercicio de las clases, flexiones incluidas. Espero que no fuera porque nos íbamos al día siguiente. También tuvimos oportunidad de conocer a Belise y a su madre. Belise con 5 años sufría de raquitismo. No encuentro palabras para describir su estado, yo nunca había visto una cosa igual.

Otra de las cosas realmente chocantes del viaje fue el tema del Sida. En mi caso, siempre había oído habar de esta enfermedad, pero nunca había llegado a conocer a alguien que la padeciera. Nada más llegar nos damos de bruces con la que es una de las tristes realidades del país. Incluso sabiendo la dificultad de su contagio, es un estigma que marca la vida de mucha gente. Si tienes sida te proporcionan tratamiento, pero, sin embargo, te pueden subir el alquiler, no te admiten en muchos colegios, la gente te desprecia… eres en definitiva inferior. Esto se debe en parte al desconocimiento de la gente respecto a las formas de contagio y a sus supersticiones. Los etíopes en general son mas devotos que los europeos y buscan una motivación religiosa para lo que les pasa, considerando por tanto el sida y demás enfermedades como una maldición o algo semejante.

La labor de las misioneras en este lugar es en definitiva muy importante. Es admirable su entereza a la hora de soportar todas las tensiones y adversidades que les proporcionan las circunstancias del país. Hacen sin duda todo lo que está en su mano por ayudar a esa gente. Dan gratis lo que han recibido gratis, que es realmente la esencia de la cooperación y del voluntariado. Siempre habrá maneras de hacer mejor las cosas y ellas están totalmente abiertas a sugerencias y críticas constructivas, que es algo muy destacable. Quieren mejorar en todo lo que hacen y aprovechar así al máximo los limitados recursos de los que disponen.

Para concluir, se trata de una experiencia que yo recomendaría a todo el mundo, pero sí es cierto que hay que tener un cierto perfil personal. Tienes que ir dispuesto a darlo todo y a sobrepasar las dificultades que se van a presentar con absoluta certeza, en mayor o menor magnitud. Desde el hecho de renunciar a tus comodidades hasta el ser capaz de reconocer una realidad tan dura como la que viven las personas de allí. Está claro que esto no es para todo el mundo porque no todo el mundo encaja las cosas igual o le da la misma importancia. Sin embargo, sí es cierto que cualquier persona que tenga el coraje y las ganas de adentrarse en un país como es Etiopía, recibirá a cambio mucho más de lo que ha dado. Para mí ha sido un lujo poder llegar a conocer a las personas de Andode, que aunque no tuvieran mucho que ofrecer siempre estaban dispuestos a ayudarte en lo que podían. Eso me recuerda al día en que uno de los agricultores nos invitó a su casa; vivía con su mujer y sus tres hijos en una casa de adobe y paja de 25 metros cuadrados y aún así no le importó nada que nosotros, con medio pueblo de niños a la espalda, entráramos y la ocupáramos entera. Ahora que han pasado unos meses y puedo ver lo que he vivido con perspectiva, me doy realmente cuenta de lo rica que es espiritualmente África en comparación con lo que lo es materialmente Europa. Toda experiencia queda muy bien reflejada en la expresión TIA (This Is Africa).

Inevitablemente nos sale pensar qué habremos hecho nosotros para merecernos la vida que tenemos, de qué manera nos hemos ganado unos derechos y unos privilegios por nacer unos kilómetros más allá.

Daniel Bodrato

 

Mi experiencia en Andode, Etiopía

30 agosto 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Mi experiencia en Andode, Etiopía”

Etiopía. Sentada en la parte trasera del Land Cruiser conducido por Tariku y en compañía de Adriana y más visitantes como yo. En algún momento del trayecto de vuelta a la misión desde una aldea que habíamos visitado, palabras comenzaron a surgir en mi cabeza. No sabría describir muy bien su proveniencia aunque una parte de mí estaba segura de que, de alguna forma, era el cam  ino de tierra que dejaba atrás la makina (coche en amárico) el que iba proyectando en mí todas aquellas sensaciones y sentimientos.

Era el camino de tierra; eran los niños, dueños de una enorme sonrisa, saludando a quienes viajábamos en el vehículo; era el verde de las montañas y de los valles, ese verde que espero volver a ver; la madera de las cabañas; el barro de las casas; los pies descalzos de la gente; las garrafas a cuesta.

Todo ello, cada detalle, me hizo rebobinar y ser consciente de todo lo que había aprendido. Si pienso en lo que yo misma decía antes de coger ese avión me doy cuenta de la certeza de mis palabras: “No sé cuánto aportaré a Andode cuando acabe mi experiencia allí, lo que sí sé es que aprenderé yo mucho más de su gente que lo que yo pueda enseñarles a ellos”.

Como decía, palabras llenas de significado brotaban en mi mente. Esclavitud era una de ellas. Esclavos son los etíopes  de su pobreza. Esclavos también de las lluvias que a las cinco de la tarde amenazan con destruir sus casas de barro y madera.

¿Y nosotros, los europeos, chinos o australianos? En fin, los forenyis como ellos nos llaman. También esclavos, aunque de diferente manera. Esclavos de nuestro tiempo, ¡Qué digo nuestro! Como bien nos dimos cuenta y como, con muy acertadas palabras, describe Kapuscinski en las primeras páginas del libro Ébano, al contrario que los africanos, nosotros somos dominados por el tiempo, vivimos a su merced. Con todo establecido, los minutos corren aunque nosotros no podamos seguirles, no nos esperan. Sin embargo, aquí gozan de libertad con respecto al señor tiempo. Pueden permanecer sentados en algún banco, aun con cosas que hacer, porque a ellos el tiempo no les abandona.

Esclavos somos los forenyis del individualismo que nos ciega. Aquí todo se comparte, al contrario que de donde yo vengo. En España, Francia o Bélgica, pongamos como ejemplo, la tendencia que existe hoy en día es a crecer, a aspirar a más, a convertirse en un “yo” más grande y con un futuro provechoso. En un “yo” y no un “nosotros”. Incluso aunque hagamos un bien por otro, en muchas ocasiones importará que “una persona hizo esto por alguien” por encima del bien recibido por ese alguien. Es triste y paradójico a la vez que este individualismo haya contribuido a desarrollar sociedades enteras.

Y de plantearme nuestro individualismo obtengo un nuevo término del mismo camino de tierra que kilómetros atrás me hizo comenzar a meditar: la generosidad. De eso abunda, como los mangos, los mus (plátanos) o los avocados, rebosa la generosidad. Una invitación como agradecimiento por parte de la mamá de Aster, a quien cuidábamos; ver a Teru aprender a decir “Que Dios te bendiga” en español; que una niña de doce años divida en dos un absurdo pedazo de pan que tú le diste, para compartirlo contigo. Estos y muchos otros son ejemplos de la grandeza y bondad que puebla Etiopía y sus aldeas. De ellas aprendo que no es necesario poseer para dar.

 

También pensé en la fe. Pienso en las cruces que las ortodoxas se tatúan en la cara, en sus propias casas, como muestra de su fe; fe, que nuestra sociedad “avanzada” pierde conforme “progresa”. Me planteo lo fuerte que ha de ser para paliar de alguna forma el sufrimiento de ver enfermar a tu hijo de cuatro años, sabiendo que con una alimentación correcta estaría corriendo con los demás niños. También pienso en el conformismo y en la resignación de pensar que las cosas son así porque así han de suceder. ¿Hasta qué punto es bueno o malo este conformismo en una sociedad en la que resulta tremendamente complicado aspirar a ser algo más?

Otra palabra: calor. El sol etíope calienta, aunque no tanto como imaginaba. Y más a unos que a otros. A los habitantes de los poblados, por ejemplo, estoy segura de que es difícil, pues su piel, dura y áspera a causa del trabajo, ha hecho una coraza y mantiene su cuerpo y mente fríos. Frío, para que en una familia con mellizos sean capaces de decidir cuál de los dos es el más fuerte y, en consecuencia, alimentarle más, sabiendo que con su elección, el otro tendrá aún menos oportunidades de sobrevivir. Algunos podrán pensar que esto no es sino crueldad. Yo, sin embargo, creo que es tan grande la coraza que ya ni los rayos del sol africano consiguen calentarles.

En la vuelta a casa desde Angar, montañas y más montañas verdes. Y cómo no, ese color me hace acordarme de mi madre, pues le encanta. Y así, mi mente vaga hasta mi padre y mi hermana, en definitiva, mi familia, palabra que implica unión y amor. Si lo trasladaba aquí, el concepto de familia se tornaba muy poderoso. Estoy segura de que Rosa, una de las misioneras, ha encontrado aquí a su segunda familia.

Sus lazos han de ser fuertes para mantener una misión grande. Estos lazos se demuestran en la confianza puesta en sus trabajadores, en la preocupación por los niños de Andode, en las palabras dedicadas a personas que se hicieron un hueco en esta gran familia y que ya no se encuentran con ellas. Estos lazos implican unión.

Como decía, una familia es unión y amor. En el caso de las misioneras, entre su gente y a Dios. El amor, en toda familia, ha de ponerse en práctica, no basta con decir un te quiero o dar un beso. Aquí, el amor a Dios se pone en práctica, se demuestra manteniendo centros de salud abiertos, cuidando de niños que no tenían un futuro digno, haciendo de la misión un hogar lejos de sus casas.

Raquel Niddan Sánchez

Junio 2017

Mi experiencia en Andode, Etiopía

30 agosto 2017 Publicado por 0 comentarios sobre “Mi experiencia en Andode, Etiopía”

Etiopía. Sentada en la parte trasera del Land Cruiser conducido por Tariku y en compañía de Adriana y más visitantes como yo. En algún momento del trayecto de vuelta a la misión desde una aldea …

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