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Así Me Buscó Dios: P. Manuel Hernández (Manolo)

28 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Así Me Buscó Dios: P. Manuel Hernández (Manolo)”

Los caminos de los que Dios se vale para llamarnos a seguirle son muy variados. La historia de la llamada vocacional de cada uno es única, peculiar y distinta de todas las demás.

En mi caso, cuando yo terminé los estudios de educación primaria mis padres eligieron el Seminario Menor en nuestra diócesis de Ciudad Rodrigo (España) para que continuara con mi educación secundaria y, si Dios me llamaba a ello, más

En el Seminario Menor recibí, durante cuatro años, una esmerada formación religiosa, académica y humana. Al acabar la secundaria decidí continuar con los estudios universitarios en Salamanca para así irme preparando para más tarde hacer frente a la difícil aventura de la vida. Mi etapa como estudiante en Salamanca pasó rápidamente y al cabo de tres años había completado los estudios de Técnico en Empresas y Actividades Turísticas y estaba dispuesto para comenzar la vida laboral.

De todos modos, al término de mis estudios en vez de empezar a trabajar de inmediato decidí marchar a Inglaterra a perfeccionar los conocimientos de inglés. Por un cúmulo de circunstancias ter- miné viviendo en St. Joseph College en Londres, casa central de la Sociedad Misionera de San José, conocida popularmente como Misioneros de Mill Hill. Lo que en un principio parecía iba a ser una etapa gris y monótona de mi vida se convirtió en una periodo muy importante, crucial. Mi vida iba a cambiar por completo y a tomar un nuevo rumbo, totalmente inesperado.

Por aquel entonces vivían y estudiaban en St. Joseph College dos seminaristas, hoy sacerdotes, de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, los padres Francisco Moro y Fernando Aguirre. En mis ratos libres comencé a acompañarles en sus diferentes apostolados como seminaristas y miembros de la Comunidad en Londres. Juntos visitamos infinidad de veces a la comunidad española de Fulham, participamos en retiros espirituales en la abadía benedictina de Ampleforth o les acompañé a dar charlas de animación misionera a diferentes parroquias donde eran invitados. Poco a poco fue renaciendo en mí la llama de la vocación, aunque yo siguiera afirmando que no tenía nada claro lo de ser sacerdote y menos aún misionero.

Fue a partir de mi primera visita a África con el Padre Francisco Andreo, a finales de 1991, cuando vi claramente que el lugar para seguir a Cristo era la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol y la forma era como sacerdote allí donde Dios me quisiera enviar.

Desde esa primera visita han pasado más de diez años, y yo sigo trabajando en África. Cuando miro hacia atrás y veo mis miedos y dudas iniciales me doy cuenta de que tenemos que tener más fe y confiar más en los caminos, a veces inverosímiles, por los que Dios nos invita a seguirle.

P. Manuel Hernández, MCSPA

 

 

El Año de Gracia: P. Alejandro José Campón

27 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “El Año de Gracia: P. Alejandro José Campón”

Hace más de 23 años, cuando esta revista nuestra In Itinere, comenzaba su andadura en el mundo de las publicaciones, escribía un artículo en el mismo apartado que el actual dando cuenta de mis sensaciones y pensamientos al haber recibido recientemente la gracia de la ordenación sacerdotal; lo titulé en aquel entonces “el año de Gracia”. Releyéndolo recientemente me preguntaba si esa novedad que suponía en mí el haber recibido la ordenación sacerdotal seguía igual de viva y fuerte; si esa felicidad por ser sacerdote que me desbordaba cuando escribía mi artículo seguía siendo el eje de mi vida.

Este año 2019 se han cumplido 23 años de sacerdocio en mi vida, ¿23 años de felicidad?, ¿23 años de “Gracia”?

Es una pregunta compleja y debo ser honesto con vosotros además de conmigo mismo. Podría escaparme con algún superficial y acaramelado panegírico ó elogio a ser sacerdote, de los muchos que he escuchado precisamente en este recién celebrado “año de los sacerdotes”, clausurado por el Papa Benedicto XVI. Podría también caer en un análisis pesimista y lúgubre, sin esperanza ni futuro, en un año precisamente en el que el orden sacerdotal está siendo cuestionado y en el que la valoración del sacerdote en el mundo occidental está por los suelos.

Dejadme empezar por la conclusión: Sí, 23 años de felicidad y Gracia. Y creo que soy honesto y no lo digo porque toca ó por que- dar bien. Si no hubieran sido años de felicidad y de sentir la Gracia en mi vida, me habría escapado de alguna forma y habría declinado a hacer el artículo. Si lo digo así es porque de verdad creo que esa es la respuesta escueta a lo que me preguntaba; es lo que siento y pienso.

La felicidad es un término complejo, porque desgraciadamente estamos acostumbrados a utilizarla banalmente y con pobre base filosófica. En pocas y circunscritas palabras, creo que el problema radica en cómo ubicar en nuestra vida la experiencia de dolor, el sufrimiento, nuestra limitación humana en un universo ilimitado. Por eso no somos felices. Cada sufrimiento vivido no somos muchas veces capaces de introspectivamente transformarlo en un gozo en nuestro peregrinar hacia el plan que Dios tiene para nosotros. Y he aquí mi pobre resumen que da sentido al decir que he sido feliz.

En estos 23 años he pasado por muchas alegrías y también por fuertes experiencias de dolor y de sufrimiento. El día a día de un sacerdote misionero, en tierras remotas y en primera línea de evangelización, como ahora donde estoy en el norte de Turkana, está lleno de constantes desafíos a la vida: hambre, enfermedad, violencia, ignorancia… Es duro y te hace duro. Pero en la ecuación puede más la felicidad de haber aportado tu granito de arena en paliar algo de ese dolor aparente- mente ajeno y eso te hace doblemente feliz y te ablanda el corazón. Créanme, es una de las felicidades más sublimes: el ver a un niño hambriento comer, la sonrisa de una madre porque no tiene que hacer varios kilómetros cada día porque ahora tiene agua cerca, la energía vital de unos jóvenes que se sienten útiles porque tienen trabajo y no condenados a vivir en una espiral de violencia por la supervivencia, la mirada de un anciano cuando se siente aliviado por tu visita, el júbilo de una comunidad que vive y baila la esperanza de su nueva Fe renovada…

Otras experiencias dolorosas vienen motivadas por la pérdida ó separación de seres queridos. Estas experiencias, que desgraciadamente las he tenido también, suponen un gran esfuerzo personal no sólo en el ámbito racional sino sobre todo emocional. Construir la felicidad de vivir sobre ausencias es también duro, pero se sobrelleva con la esperanza puesta en nuevas ilusiones, en ver que Cristo sigue llamando a la puerta de muchos dispuestos a seguirle y en el gozo de ver que el Plan de Dios es mucho más inmenso y seguramente dichoso que lo vivido y experimentado hasta ahora.

También en 23 años hay tiempo para crisis y bajones. No me creo a los que dicen que no han pasado por una crisis existencial ó vocacional. Cada cambio de ritmo en la vida, cada aparente seguridad creada, cada soberbia ó falso derecho adquirido tambalea una y otra vez nuestra vocación. Pero es como la enfermedad cuando se es niño: cada gripe ó cada malaria hace crecer a los niños unos centímetros. Cada bajón, enfrentado con amor, es una elevación en nuestro peregrinaje; cada crisis, una oportunidad de superarnos y de humildemente aceptar que, quién todo lo puede, aprieta pero nos sostiene siempre.

Han sido 23 años, varias misiones, diferentes realidades, vivencias en dos continentes y de vuelta a África, a Turkana. Han sido 14 años de intentar dar el todo por el todo a la llamada recibida, de hacer extensa la llama- da a otros con éxito relativo, pero sin fracaso. También de querer servir a los demás y de intentar que haya un poco más de Cristo en las vidas de los que me han rodeado. Y más que cansado, ahora esperanzado y fortalecido, pues los años pasados, te hacen más fuerte y confiado en que el amor de Cristo penetrará los corazones de los que Dios me envíe.

Alejandro José Campón

 

 

 

Aprendiz en el Amor: David Escrich

27 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Aprendiz en el Amor: David Escrich”

Hace ya 25 años que mi vida está ligada a esta comunidad, 22 de ellos los he pasado en África, los últimos trece como sacerdote. No me es fácil mirar atrás e intentar sintetizar en unas líneas mi itinerario vocacional. No puedo decir que al principio yo fuera una persona muy religiosa, ni mucho menos. Fui descubriendo a Dios, poco a poco, a través de las evidencias, de una infinita sinfonía de personas, eventos, retos, alegrías y derrotas orquestadas por Dios.

Vengo de una familia humilde, que emigraron a Barcelona en busca de trabajo. A los dieciséis o diecisiete años pasé por una época de desencanto con lo que la sociedad tenía que ofrecer y solía soñar, en las tardes de lluvia otoñales, con cambiar el mundo con mis canciones. No es que tuvi- era muchas ni que se me diera bien la música, era más una aspiración que un hecho. Supongo que casi todo el mundo vive algo parecido a esa edad y que al final, la cruda realidad siempre acaba por imponerse. Antes de que nos demos cuenta, ya estamos sumergidos y arrastrados por una riada de imprescindibles eventos para nuestra supervivencia: estudiar, encontrar trabajo (en lo que sea) y no perderlo, las casi obligadas relaciones premaritales, conseguir un coche, una vivienda, formar una familia, los amigos, etc. La fiera acaba ahogándose en las turbulentas aguas de los deberes sociales y se lleva con ella todas esas quimeras, que terminan pasando a un segundo plano, olvidadas en el cajón de las agradables e ingenuas ilusiones adolescentes. Pues bien, podríamos decir que yo tuve la suerte de encontrarme en mi camino a ciertas personas, como Ángel, Lourdes, Paco, etc., que me tendieron la mano y me sacaron de esas torrenciales aguas, abriéndome la verja de un mundo nuevo donde no tuve que canjear mis sueños por un plato de lentejas. Dios se cruzó en mi vida y me puso en bandeja una forma real de materializar mis utópicas inquietudes.
 Lo primero que me cautivó fue la vida en comunidad. Me gustó tanto que me quedé. En nuestras sociedades occidentales la amistad ha sido relegada a un segundo plano, por debajo de las relaciones de pareja. Nos es difícil aceptar como válido cualquier tipo de amor (fuera del círculo familiar) que no sea sexual. Aprender a vivir la amistad como una forma plena de amar me hizo redescubrir las palabras y acciones de Jesús, que cobraron sentido y vida.

El Evangelio se convirtió para mi en un mapa interactivo y real del día a día:“(…) y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino pre- parado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. (…) Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (…).” (Mt 25:31-46) .

Y el siguiente paso lógico a seguir fue poner en práctica el no ser indiferente al sufrimiento ajeno. Esto fue lo que me impulsó a ir a las misiones de Kenia a ayudar.

Dios se cruzó en mi vida y me puso en bandeja una forma real de materializar mis utópicas inquietudes.

En los años que estuve en Kenia, el amor, la caridad, la compasión y la generosidad por el que sufre me llevaron a descubrir a Cristo y mi vocación a seguirlo, a ser oveja.
Todo esto, puesto así, suena muy idílico, nada más lejos de la realidad. En palabras de Leonard Cohen, el amor no es una marcha victoriosa, es un frío y roto aleluya. No es nada fácil salir de uno mismo y anteponer las necesidades de otros a las nuestras. Abandonar las comodidades, rutinas, planes y seguridades que uno tiende a crearse y ponerlo todo en función de un desconocido que viene a tu puerta es una tarea ardua, suele ser molesto, pesado, engorroso y costoso, no sale automáticamente, necesitas que alguien te ayude, corrija y exhorte. Gracias a personas como Paco experimenté que a veces nosotros mismos limitamos la realidad, y que lo que pensamos imposible no lo es, que Dios es un factor a tener en cuenta. Nos da miedo morirnos a nosotros mismos, sacrificarnos por otros, cada sacrificio es una pequeña muerte en la cruz y eso nos asusta. Pero, aunque parezca una contradicción, después de la cruz hay vida, es precisa- mente cuando uno se pierde en hacer felices a los demás, que uno encuentra la verdadera felicidad, uno experimenta la resurrección (cf Mt 16:24-26).

Fue a través de Paco que descubrí mi vocación sacerdotal; que la Eucaristía no es otra cosa que la celebración de que Jesús sacrificó su vida por nosotros, que nos dio todo lo que tenía, su carne y su sangre, para alimentarnos, curarnos, liberarnos; y que es, al mismo tiempo, una invitación a imitarle. La Eucaristía es el sacramento del amor, de la caridad, de la generosidad, de la compasión, del sacrificio de dar comida al hambriento, agua al sediento, ropa al desnudo, hospitalidad al extranjero, visitar al enfermo o al prisionero, abrir los ojos al ciego, etc. La Eucaristía es pasar en nuestro día a día, a tiempo y destiempo, por la cruz y la resurrección de Cristo. Sigo recorriendo este camino de aprendiz en el amor. Es un viaje sin fin, cada tramo es diferente, imprevisible y nunca deja de sorprendente. Si tuviera que quedarme con un texto que definiera todo esto elegiría este de nuestro santo patrón, el Apóstol Pablo:
 “Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los *misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso … Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.” (1Cor 13:1-13)

David Escrich, MCSPA

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Una Vocación Movida – Eleni Tsegaw

26 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Una Vocación Movida – Eleni Tsegaw”

Eleni Tsegaw, como miembro de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, narra su vocación que surgió de salir de su país natal, Etiopía y las alegrías que han llenado su vida como misionera.

Acababa de terminar mis estudios de secundaria y estaba planteándome qué hacer con mi vida, si continuar estudiando en la universidad o tal vez trabajar. Me encontraba en este debate, cuando conocí por primera vez a Cecilia Puig de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA). Ella llevaba un año en Etiopia desarrollando proyectos para la gente más necesitada en el Valle de Angar Guten. Me parecía muy interesante lo que hacía, me preguntaba por qué lo hacía, y qué la movía a venir desde tan lejos a ayudar a gente que no conocía de nada, con la que no tenia  ningún vínculo … Pero todas estas preguntas las guardaba en mi corazón porque no hablaba inglés y Cecilia no hablaba amárico.

Cecilia me propuso que estudiara inglés para poder comunicarnos y explicarme todas las cosas que tenían en mente para desarrollar en Etiopia, así que estuve seis meses estudiando para tener una base y poder hablar. Una vez que terminé, viajé a Angar Guten para ver lo que allí hacían y tenían. Quedé muy impresionada por el trabajo que realizaban, tenían un dispensario y varios puntos de atención con la clínica móvil.

Guten era un pueblo pequeño, sin electricidad, sin agua y sin muchas cosas. En el Valle de Angar Guten en un principio habitaban los Oromos y los Gumuz, pero con la hambruna de los ochentas, el gobierno etíope trajo otras tribus del Norte de Etiopia, como los Amhara y los Tigray. Esto hacía del valle un lugar muy especial para trabajar, pues había que responder a las necesidades de cada una de las tribus. Con Cecilia solíamos caminar por las tardes y era usual que muchos niños nos siguieran por el camino. Ella me propuso que porque no hacíamos algo por ellos, pues no iban a las guarderías porque no existían y sólo unos pocos podían ir a la escuela primaria.

Yo en un principio vi claro que había que hacer algo por esos niños, que les hacía falta de todo, pero mi intención era estar por un periodo corto, y luego volver a Addis a estudiar y seguir con mi vida. Pero Dios tenía otro plan para mí y era que le siguiera, no por un tiempo, sino para toda la vida; cosa que no entendí en el primer momento.

Ese viaje fue muy especial, porque conocí de primera mano cómo eran otras partes de mi país que desconocía. Así que volví a Addis Abeba a estudiar puericultura, y durante este tiempo no paraba de pensar en los niños de Angar Guten. Una vez termine las clases volví con Cecilia y montamos allí una guardería, ¡la primera guardería! Que de hecho es más un Centro de Vida que una guardería,  porque todos tienen cabida, niños, madres, hermanos mayores, etc. incluso habían niños musulmanes, todos tienen un lugar allí.

Fuimos realizando varias actividades para los niños y las madres; y poco a poco me fui involucrando cada vez más, casi sin darme cuenta ya se me había olvidado la idea de volver a casa en Addis Abeba para seguir con mi vida; pues mi vida ahora era este lugar, esta gente, era Cecilia, era Paco, eran todos los de la MCSPA.

Una de las tantas visitas de Paco a Etiopia, marcó mucho lo que hoy es mi vida; esa vez me dijo que era necesario salir de mi país, por lo menos unos veinte años – cosa que yo pensé que era broma – y también me dijo que nadie era profeta en su tierra. Hoy entiendo que era una forma de abrirme los ojos, que él veía en mí la posibilidad de volar, de volar como un águila y ser libre para hacer el bien.

En ese momento me fue muy difícil entender la profundidad de este mensaje, hoy veo que era la Providencia, la mano de Dios que me invitaba a ser parte de una iglesia universal, me invitaba a un plan más amplio, más rico, más complejo.

A causa de esa salida de mi país tuve la oportunidad de viajar a Bolivia y estar más de un año, tanto en Santa Cruz de la Sierra como en Cochabamba. Allí teníamos trabajo con los niños y diferentes programas de desarrollo; en Colombia estuve en la Calera a las afueras de Bogotá trabajando en el desarrollo materno infantil. Luego me fui a vivir a Alemania con un grupo de mujeres de nuestra Comunidad, todas africanas; fueron años duros al principio por la lengua, por el clima y por la cultura, pero poco a poco eso tan duro se convirtió en un regalo para nuestras vidas, pues aprendimos a movernos por el mundo, encontramos amigos formidables que aun hoy están presentes en nuestra vida y nos siguen apoyando.

Durante estos años en Alemania, en Paderborn, nunca estuvimos solas, siempre iban a visitarnos alguno de la Comunidad como Paco. Siempre nos daban ánimo para seguir. En estos años no paramos de dar charlas sobre África en parroquias, colegios y diferentes grupos.

En cada charla me daba cuenta de lo mucho que anhelaba volver a Kenia o Etiopia, y se hacía más fuerte mi vocación. Y también me daba cuenta que cuando explicas otra visión de África la gente se enamora y quiere colaborar, pues en África no todo son desgracias como a veces lo muestran los medios, es un continente lleno de alegría y con gentes con un potencial enorme, que sólo están esperando que alguien les eche una mano.

Luego me fue a vivir a México, nuevamente a empezar de cero – siempre los inicios me han costado mucho; tenía que hablar español, nuevos amigos, nueva casa, nueva gente. Pero con la ayuda de Lourdes, Rosa y de las demás mujeres de la Comunidad, todo se hizo más fácil y fueron años en los que aprendí mucho. Trabajábamos en el barrio del Ajusco, que estaba a las afueras de la Ciudad de México. Allí el trabajo era con familias que habían migrado de otras partes de México y llegaban casi con lo puesto, a buscar oportunidades en la gran capital.

Nuestro foco de interés siempre han sido los niños porque son los más vulnerables, por eso teníamos una guardería que al cabo de unos años se convirtió en el Centro Materno Infantil San José. A mí me impresionó como pidiendo ayuda en el mismo país la gente respondía de forma positiva y nunca nos faltó apoyo en ese sentido; tanto la Central de Abastos como algunas empresas privadas nos donaban sus productos para el buen funcionamiento del Centro San José.

Pero aquí no termina la historia, después de estar ya acostumbrada a México, a sus gentes, volví a salir pero esta vez hacia a África, a Kenia, a Turkana. Y la historia vuelve a comenzar: nueva lengua, casa, gente …

Si miro atrás, sólo puedo decir que mi vida ha sido una bendición, pues han sido años moviéndome de un lugar a otro y sólo puedo decir que he cosechado muchas alegrías. Hoy quiero dar gracias a todos y especialmente a Cecilia porque despertó mi vocación y me ayudo a ser fuerte y seguir a Cristo, a Paco que me impulso a salir de mi país y me enseño que podía moverme en cualquier lado, ser una persona universal, vivir en cualquier lugar, con diferentes personas y sentir que cada lugar es mi casa, mi hogar.

Hoy entiendo mi vocación como una pequeña semilla que puso Dios en mi corazón, que yo misma no sabía que existía hasta que conocí a Cecilia y la despertó, luego vinieron otros como Paco, Lourdes, Escolástica y muchos otros que me han ayudado en este camino, que me han ayudado a ser fuerte, humilde, paciente, exigente, tantas cosas, que me faltarían hojas para poder describir lo mucho que cada uno ha aportado en mi vida. Quisiera invitar a tantas personas jóvenes que vienen a visitarnos a las misiones a que den el siguiente paso, el paso de quedarse para siempre y vivir una vida plena sirviendo a otros, porque yo descubrí que este es el camino a la felicidad.

Eleni Tsegaw MCSPA

Testimonio de Mi Vocación: Mª Josefa Nuñez (Pepi)

17 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Testimonio de Mi Vocación: Mª Josefa Nuñez (Pepi)”

No vengo de una familia especialmente religiosa, pero aún así, mis padres me han educado con valores cristianos. Recuerdo que cuando era pequeña siempre pensaba que cuando fuera mayor, trabajaría mucho para poder ayudar a la gente pobre que anda pidiendo por las calles.

 

Cuando tenía 17 años, pertenecía a un grupo de catequesis, nos estábamos preparando para el sacramento de la Confirmación. El párroco, Eugenio Romero, cada semana que nos reuníamos venía a visitarnos. Nunca olvidaré sus palabras y su cara de felicidad cuando decía: “estoy enamorado de Jesús”. Fue en aquella época, cuando en el grupo de jóvenes le planteamos que además de reunirnos cada semana podríamos hacer alguna actividad para ayudar a los niños de África. Y dos miembros de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, Lourdes Larruy y Rosa Murillo, viajaron en coche hasta el pueblo de Trebujena (Cádiz),  para explicar la labor que estaban realizando en la región de Turkana, en el norte de Kenia. Para nosotros fue todo un gran evento esta visita y que nos dieran la posibilidad de poder ayudar a dos niños de allí, para que pudieran estudiar.

 

Fue a través de este encuentro como empezamos a organizar, en un local que nos dejaron los del Ayuntamiento de Trebujena, la venta de artesanía de Kenia y otras actividades que se nos iban ocurriendo.

 

Me sentía especialmente inconforme con la injusticia y la gran diferencia de formas de vida que permitíamos que hubiera en el mundo. Lourdes y Rosa volvieron a venir al año siguiente y les dije que yo quería ser “monja misionera” y que quería ir a Kenia. Me decidí entonces a explicárselo a mis padres, pero su reacción no fue muy positiva. Me dijeron que dejara de pensar en tonterías y me dedicara primero a estudiar. Recuerdo que les escribí una carta en la que explicaba que no estaba de acuerdo con muchas cosas que pasaban en el mundo y que yo quería poner mi granito de arena dedicándome a ayudar a personas que sufren por hambre o por enfermedad, aunque ellos no lo entendieran. Yo tenía 18 años y tenía que decidir qué carrera estudiar; siempre me había gustado Física, pero empecé a sopesar las ventajas y desventajas en vistas de que yo quería ser misionera. Así que decidí estudiar enfermería por varias razones; es una carrera práctica, podría ejercerla estando en contacto cada día con personas enfermas; y eran solamente tres años, cosa que para mí era muy importante, con vistas a que después de acabar la carrera podría trabajar, independizarme de mis padres y entonces poder emprender mi viaje a Kenia. Para mi sorpresa y satisfacción, me gustó mucho la enfermería. Poco después de acabar los estudios, conseguí trabajo durante dos meses en Sevilla y después en Osuna (un pueblo de la provincia de Sevilla). Así que llegado a este momento tan esperado, escribí una carta a Lourdes diciéndole que ya estaba trabajando y que quería ir a Kenia. Después de tener una conversación por teléfono, quedamos en vernos en Barcelona, en el año 1996. Pasé un fin de semana con Lourdes y Rosa, en el que estuvimos conversando sobre muchos temas. La impresión que me quedó de este encuentro es que había estado con dos mujeres que desprendían felicidad, alegría; que valoraban y saboreaban cada momento de la vida. Y que lo más importante para ellas eran las personas.

 

Seguimos en contacto por carta y acordamos que al año siguiente me iría a Etiopía, donde estaba viviendo Lourdes, durante mi mes de vacaciones del trabajo. El mes de estancia en Etiopía pasó muy rápido y realmente lo que más me impactó fue la vuelta a España. Me había sentido con las misioneras, como en casa. Allí había cabida para todas las personas, porque los protagonistas de su vida eran las personas y los valores humanos y la generosidad eran la guía de los pasos a seguir cada día.

 

Hay cosas que son difíciles de expresar con palabras, pero ciertamente Dios no me dejó; al año siguiente volvía a ir un mes a Etiopía y cuando regresé a España me di cuenta de que la libertad empieza a existir cuando uno hace la elección y el compromiso en su vida y no cuando simplemente se observa el abanico de oportunidades que tienes delante para poder ir probando las diferentes opciones. Así que dejé el trabajo y expliqué a mi familia y a mis amigos que me iba porque realmente esa era mi vocación, para toda la vida.

Sigo viviendo en Etiopía y me encargo de forma más directa de un programa de salud integral en una zona rural, en el Valle de Angar Guten. En la que no hay médicos, todos somos enfermeros: los trabajadores que tenemos contratados y yo. Donde tenemos a nuestro cargo una clínica y dos puestos de salud. Realizamos cada mes vacunaciones y charlas de educación sanitaria en 9 poblados diferentes. Y en la clínica y los dos puestos de salud: atención médica a enfermos, traslado de pacientes en situación de emergencia con nuestro coche al hospital más cercano (que está a dos horas y media en coche), control a mujeres embarazadas, monitorización del peso a los niños y rehabilitación nutricional a los que están desnutridos, apoyo a las familias con Sida y Tuberculosis (para que puedan realizar las revisiones periódicas, tener siempre la medicación y una buena alimentación). También ayudamos a varios ancianos del poblado donde vivimos, con comida y ropa. Y cuando los enfermos necesitan una intervención quirúrgica más complicada o atención médica especializada, organizamos que viajen a la capital (Adís Abeba) y realizamos todo el seguimiento hasta su recuperación total, su mejora, y en algunos casos ( sobre todo los niños y jóvenes que ya tenemos en el cielo), que sufran lo menos posible y tengan una muerte digna. Hablo en plural, porque vivo en comunidad, con tres mujeres más. Y hacemos trabajo en equipo, aunque cada una de ellas también se encargan de las guarderías, de las actividades de agricultura y de construir pozos para que la gente tenga agua para cultivar sus tierras.

Ante tantas necesidades, me sigo sintiendo muy pequeña, pero sé que en este camino nunca estoy sola y Dios siempre nos envía grandes regalos en los pequeños detalles de cada día. Y sobre todo, a través de las personas que llamamos marginados o pobres… y paradójicamente nos dan grandes lecciones de humanidad cuando realmente comulgamos con su sufrimiento. Porque en cada uno de ellos está el rostro de Jesús. Ellos tienen mucho que aportar a la pobreza en valores, esperanza, plenitud, que invade a muchas personas de este mundo a pesar de tener todas las necesidades materiales cubiertas.

La verdad es que no fue tarea fácil explicar sobre todo a mis padres, que había decidido contestar “SÍ” a una llamada para toda la vida. Tampoco puedo entender desde la razón, cómo fui capaz en aquella época de dar el “salto”. Yo creo que simplemente, encontré el tesoro de mi vida. Y es durante la época de la juventud, cuando nos toca discernir sobre lo que queremos hacer y cuál es nuestro lugar en este mundo. Ahora, después de 20 años, puedo seguir afirmando que mi vocación es un gran regalo de Dios, así como poder haber conocido al Padre Francisco Andreo, que en paz descanse, y a todos los miembros de la MCSPA.

Mª Josefa Nuñez MCSPA

 

Mi Vocación Misionera: Una Llamada al Compromiso por los Pobres

11 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Mi Vocación Misionera: Una Llamada al Compromiso por los Pobres”

Quiero compartir brevemente el testimonio de mi vocación en este Mes Extraordinario Misionero, especialmente con tantos jóvenes en el mundo que han tenido la fortuna de crecer en países y familias que nos han dado tanto. Soy colombiana, y crecí con unos padres y hermanos maravillosos con los que viví con alegría mi fe católica desde pequeña. Además, crecí en una de las muchas parroquias de la Arquidiócesis de Bogotá, donde el ejemplo de buenos sacerdotes atrae a muchos a seguir a Cristo sin condiciones.

Sin embargo, y a pesar de tener tanto amor de personas cercanas, una extraña insatisfacción llenó mi vida durante los años vividos en la universidad. El dolor de tanta gente de mi país en permanente guerra y el sufrimiento de tantas personas en el mundo, me hacían sentir agradecida por cada cosa que tenía, pero a la vez dejaban mi corazón sediento, hambriento. Nada me saciaba. Mis estudios de psicología, no saciaban mi sed de justicia, mi sed de querer ser parte del plan de bondad que Dios tiene para todos. Muchos libros, mucha teoría, pero poca práctica, poco amor. Fueron momentos difíciles: intensos anhelos de querer cambiar el mundo y no saber cómo. Entre tanta confusión e insatisfacción de una joven bogotana que lo había tenido todo, Dios puso en mi camino, y de la forma más inesperada, mi felicidad.

Una mujer, enfermera y misionera en África durante muchos años, me invitó a ser parte de una familia excepcional: la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol. Con el entusiasmo de Cecilia, y el de muchos otros misioneros del grupo, mi vida encontró a un Jesús vivo: transformador de un mundo que clama justicia y amor. No puedo olvidar al padre Francisco Andreo – Paco-, quien revolucionó todos mis esquemas desde que lo conocí. Con él, el Evangelio comenzó a ser para mí algo vivo, activo, concreto, gracias a su excepcional amor por los más necesitados y especialmente por África. La manera como se comprometía, de principio a fin,  con quienes sufren marcó mi vocación para siempre. Su confianza en Dios era sorprendente, y su fe en la transformación de personas y lugares oprimidos por la desesperación, sigue, aun hoy, impulsando mi vida.

No hay palabras para agradecer aquellos momentos (hace 17 años) en que Dios me llenó de fortaleza para decir “Sí, te sigo, incondicionalmente y de por vida para ir donde me necesites”. Y aquí estoy, en un rincón de África llamado Turkana, lleno de personas sorprendentes que en medio de la extrema pobreza, del hambre, de la falta de agua y la escasez de oportunidades, están construyendo poco a poco un presente y un futuro más digno, a pesar de los innumerables retos.

¡Que bendición haber recibido la misión de convertir en un jardín este remoto lugar del desértico Turkana! Que felicidad ser parte de una familia misionera que desea comprometerse completamente con los más desfavorecidos, acompañándoles de forma permanente para anunciarles un Cristo que les ama aquí y ahora. Y que alegría encontrar en este camino, tantas personas generosas que nos ayudan a construir el Reino de Dios.

Reconozco que la fe en Dios de los turkanas y madurar juntos nuestra fe en Cristo, ha sido mi gran alegría y una enorme responsabilidad que comparto con mis compañeras de camino en la misión de Kokuselei. Misioneras laicas como yo, con quienes estamos construyendo una Iglesia viva y joven en medio de numerosas personas llenas de entusiasmo por hacer presente a Dios en sus vidas. Personas, que necesitan ser acompañadas, pastoreadas, hacia caminos de esperanza, de fe y de amor.

Aquí en África, cientos de personas están necesitadas de buenos pastores que les lleven donde hay vida, donde está Jesús. Pero nos faltan manos, sacerdotes misioneros y misioneras que deseen salir de su propia tierra para llegar a tantos que esperan el mensaje concreto del amor de Dios. Jóvenes que quieran dejarlo todo para seguir a Cristo y que estén dispuestos a ser enviados donde se necesite. Jóvenes que deseen superar ataduras y que estén listos a caminar en contra dirección de un mundo que muchas veces cierra las puertas al verdadero amor.

Soy feliz y sé que quien sigue a Cristo cien por ciento lo es. Como misionera, espero que este Mes Extraordinario Misionero siembre en los corazones de tantos jóvenes católicos alrededor del mundo la semilla de un amor sin miedo y de un amor comprometido con el anuncio de Jesús entre los más necesitados. Oro para que broten vocaciones dispuestas a traspasar fronteras y a unirse a la misión universal de la Iglesia.

Diana Trompetero – MCSPA

El Misterio de la Vocación: Alexy Moreno

9 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “El Misterio de la Vocación: Alexy Moreno”

Cuando pienso en mi vocación siempre la he vivido como un misterio. Nunca estuvo en mis planes originales, ni siquiera sabía que existían los misioneros en el siglo XXI. El tema de Dios en mi vida nunca fue una prioridad. Pensaba que con hacer lo que yo consideraba bueno era suficiente. Como toda persona joven que acababa la universidad buscaba, anhelaba y luchaba por un mundo mejor. Realmente me esforcé para ejercer mi profesión lo mejor posible y poder asistir a personas que buscaban ayuda, pero pronto me encontré con barreras casi infranqueables. Barreras burocráticas, políticas y con las más dura de todas: la indiferencia. Con las dos primeras casi gané la batalla, pero con la última fue imposible.

 

Eso me tocó profundamente: sentí la impotencia de ver que las personas no percibían ni se interesaban por el dolor de otros, que sufrían de formas inimaginables. Que las prioridades para muchos en la vida estaban centradas sólo en cumplir sus deseos porque sus necesidades básicas mayormente ya estaban cubiertas. Me negaba a vivir de esta manera, a vivir así… sin sueños, sin ideales de un mundo mejor … ignorando qué pasaba con el otro, ese otro que sufre, quien le iba a ayudar, quien le iba a atender, quien le iba a escuchar, quien le iba a guiar. Había algo en mí que buscaba algo más, que anhelaba otro mundo. No sabía qué era, pero estaba allí en mi interior.

 

¿A nadie le importaba? ¿Era acaso yo un ser extraño en un mundo rodeada de inmediatez? Sin embargo, como decía al principio, el misterio de mi vocación empezaba a desvelarse… Cuanto más oscuro yo pensaba que estaba, inmersa en mis dilemas éticos de hacer el bien o dejarme llevar por la corriente, conocí a Cecilia Puig, una misionera que venía de África. No era muy común eso en mi pequeño mundo, y con ella descubrí el más grande tesoro de mi vida, mi vocación.

 

Ella me mostró todo un mundo desconocido hasta entonces para mi. Interpelaba mis respuestas, me llevaba con sus preguntas a lugares dentro de mí que no quería ir, me hacia ir cada vez más allá, más allá de mis fuerzas, de mi entendimiento, y en ese proceso mi vida se transformaba y cobraba sentido.

 

Junto con ella y otras personas como Diana, fuimos creciendo para dar forma a nuestra vocación, a esa llamada que siempre estuvo presente en mi vida, pero que yo no había entendido o no había llegado a mí hasta ese momento de forma tan tangible y diáfana.

 

La palabra vocación (en latín vocare) presupone una llamada, una escucha y una respuesta. Necesita de estos tres momentos para que se llegue a dar realmente. Jesús siempre nos invita a participar de su plan de salvación a cada uno con una llamada particular. No llamó a los mejores, ni a los más sabios o entendidos, ni a los más valientes o influyentes, ni a los más capaces; llamó a los que Él quiso.

 

Dios ha escogido y amado a cada persona desde siempre, la ha preparado cuidadosamente para responder a su camino, y la llama a una tarea mucho más grande de lo que uno pueda imaginar. Pero no por nuestros méritos, sino por su gracia; pues Él no elige a los capaces, sino que capacita a los que elige.

 

La vocación así expuesta parece fácil pero no lo es del todo, pues hace falta un “sí”, una aceptación de esa llamada que se concreta en una opción fundamental. Nunca la he vivido como una renuncia, como muchos la entienden: yo no renuncié a ser médico o empresaria, por decir algo, porque eso nunca lo quise hacer. Elegí lo que me hacia feliz y lo que aun hoy, después de 16 años, me hace vibrar de alegría. Elegí y acepté la invitación que me hizo Jesús a través de una persona concreta, Cecilia, y con ella la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol.

 

Entiendo mi vocación como una llamada muy personal a una nueva intimidad y amistad con Jesús que va creciendo poco a poco: es una transformación de mi ser que nunca se acaba. Por eso la vocación se cultiva en el trato personal y constante con Dios en la oración, y en el responder de forma concreta a las necesidades del que sufre. De ahí que poco a poco uno se conforma con Jesús para aprender a vivir de una nueva forma, y de ese modo la vida adquiere un nuevo horizonte insospechado: ser un apóstol con la misión concreta de crear trocitos de cielo aquí en la tierra. El apóstol no se anuncia a sí mismo, sino que la razón de su vida es anunciar a un Cristo vivo.

 

En palabras de San Agustín “¡Es imposible conocerte y no amarte, amarte y no seguirte!”

Alex Moreno – MCSPA

Como Dios Me Invitó a Seguirle: Adriana Chametla Benavidez

7 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Como Dios Me Invitó a Seguirle: Adriana Chametla Benavidez”

El 12 de Octubre  del año 2008 conocí a unas mujeres que eran raras, pero también eran  normales, ellas cambiarían mi vida. Digo esto, por que cuando las  conocí por  primera vez , vi  que eran unas mujeres fuertes y con mucha alegría para anunciar el Reino de Dios.

 

Eran mujeres normales como yo, dijeron que eran misioneras,  para mi fue  ver que Dios ponía estas personas en mi camino y a la vez era el mismo Dios que me invitaba a seguirlo.

 

Yo pertenecía a un grupo de jóvenes en la parroquia de Xochimilco en la ciudad de México, y siempre pensaba que Dios me pedía algo más que esto, me pedía dejarlo todo y seguirle.

 

Al principio era un poco duro para mi el ir cada fin de semana  al centro Materno Infantil que tenían en el Ajusco y estar con ellas, ayudarles  a lo que hiciera falta, pero después me fui enganchado más y por  fin en Noviembre del 2009 me invitaron a ir a Etiopía y pertenecer a la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol , MCSPA, y sin dudarlo les dije que Sí. Esto era lo que busca el dejarlo todo y seguir a Cristo.

 

Ahora llevo 9 años viviendo en Etiopía con esta gente tan hermosa que  siempre los ves sonriendo y felices, solo con verlos te aportan felicidad y alegría.

 

Doy gracias a Dios por darme la oportunidad de conocer y ahora pertenecer a la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol , y a Rosa que fue la persona que me invito a seguir este camino.

 

 

Adriana Chametla Benavides – MCSPA

Mas información contáctanos via email  – admin@mcspa.org

Testimonio de Lucas Astoria

4 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Testimonio de Lucas Astoria”

No olvidaré en mi vida las 3 semanas que pasé en Andode. Llegué con muchísimas ganas de ayudar y al final el ayudado acabé siendo yo; porque al nivel de pobreza y las condiciones deplorables en las que vive la gente en Etiopía te acabas acostumbrando, pero la felicidad que desprenden cada vez que te cruzas con ellos en el poblado nunca deja de maravillarte.

Ya podías tener un día malo, que era salir por las puertas de la misión y empezar a encontrarte gente que te arrancaban una sonrisa que no se te borraba hasta el final del día.

Lucas Astoria (Voluntario)

Mas info: admin@mcspa.org

Testimonio de Ana Portugal Revilla

4 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Testimonio de Ana Portugal Revilla”

Siempre había querido hacer un voluntariado y ayudar en algún país de África y ahora que lo he hecho puedo decir que ha sido la experiencia más increíble, inolvidable y enriquecedora de mi vida con la que he aprendido un montón. Sin duda lo repetiría todos los años y me quedaría muchísimo más tiempo.

Estuve en Etiopia en la misión de Andode, un valle precioso, dos semanas aproximadamente y cuando me fui parecía que llevaba un año ya ahí, de lo agusto, lo contenta y lo feliz que estaba de poder estar ayudando allí a personas agradecidas, amables, y sobre todo felices y llenas de alegría y cariño que compartir con nosotros, de las cuales no me ha podido dar más pena separarme.

Llama mucho la atención ver lo felices que son con lo poco que tienen y con todos los problemas a los que se tienen que enfrentar diariamente (violaciones, terrorismo, gente con enfermedades las cuales se ven empeoradas por el agua que beben…), todas las historias que nos contaban las misioneras eran alucinantes y cada una era distinta de la anterior.

Al principio era un poco frustrante ver que en dos semanas no les iba a poder enseñar ni una mínima parte de lo que me hubiese gustado, pero a medida que iban pasando los días me daba cuenta que lo realmente importante era lo felices que hacíamos a los niños y a la gente del poblado solo con darles nuestra compañía y cariño. Tanto los niños como las profesoras tenían unas ganas enormes de aprender y ojalá podamos hacer que en un futuro todos los niños que tenían sueños como ser médico, ingeniero (porque había más de uno!)…puedan llegar a conseguirlo.

Nunca me voy a olvidar de esta experiencia, de todo lo que hemos vivido y de todas las personas a las que hemos conocido y con las que hemos compartido tantos momentos inolvidables. Tengo unas ganas increíbles de poder repetirla y volver a reencontrarme con todos.

Sin duda la labor que hace la Comunidad es impresionante y ojalá siga ayudando a tanta gente como ayuda muchísimo más tiempo.

Ana Portugal Revilla

Voluntaria

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