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Un Sueño del que No Quiero Despertar: Lourdes Larruy

30 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Un Sueño del que No Quiero Despertar: Lourdes Larruy”

Hace 24 años que conocí un estilo diferente de vivir y todavía me parece un sueño del que no quiero despertar.

De antes, recuerdo una sensación calmada propia de una familia alegre y apacible, pero al mismo tiempo una sensación de impotencia ante lo que pasaba en el resto del mundo. Desde que tengo uso de razón recuerdo a mi madre en la puerta de la casa donde vivíamos dando bocadillos a Tomasa, una señora gitana que tenía seis hijos de los que, creo, mi madre pagaba la escuela a tres. De niña le preguntaba a mi madre, y ¿por qué esta gente son tan pobres?

Luego crecí y de jovencita las cosas me iban bien, pero siempre seguí con esta sensación de insatisfacción. “¿Habrá algo más?”, pensaba. Muchas cosas me gustaban: los estudios, el grupo de amigos de la parroquia, los novios, pero nada parecía ser suficiente.

Hasta que un día, por obligación todo sea dicho, fui a una misa que se celebraba cada año en mi pueblo en un castillo en ruinas y para mi sorpresa el celebrante no era el de siempre. Apareció un sacerdote con barba que no era del pueblo: Paco, y la gente dijo que era el nuevo párroco de San Nicasio, una parroquia en un barrio marginal de las afueras que yo, nacida en el centro del pueblo, ni siquiera sabía que existía.

Después de la celebración, algo de dentro, no sé muy bien qué, me empujó a ir a saludarlo. Creo que le dije que me alegraba de que hubiera venido, o alguna ridiculez por el estilo. Iba acompañado de un grupo de chicos y chicas, que a mí me recordaron a los actores de “Jesucristo Superstar”, película que por aquel entonces estaba de moda. Yo iba con dos amigas de mi grupo de “scouts” y pensé que no me haría caso, pero de nuevo para mi sorpresa nos invitaron a cenar el siguiente jueves, a las ocho. Ese día a las seis y media alguien llamó por teléfono de parte del padre preguntando si me gustaban las lentejas…

Cuando fui con mis dos amigas todo me volvió a parecer de película: encontramos un grupo de gente que trabajaban juntos y se llevaban bien. Paco nos invitó a poner en pie el trabajo de una parroquia en la que el templo era un garaje y donde vivía seguramente la gente más pobre del pueblo. Esto a mi me llenó de ilusión. Por fin, podía hacer algo por ese mundo que tanto me entristecía.

Y ahí empezó una historia apasionante. Dábamos bocadillos a los niños gitanos que venían a la parroquia a ver qué conseguían -a veces robaban los monederos de las señoras en la misa-. Nos los llevábamos los fines de semana a la playa, a la montaña, les buscábamos médicos, conseguíamos leche para las escuelas pobres del pueblo, preparábamos las misas del domingo: preparábamos la liturgia, ensayábamos los cantos.

Para poder llevarnos a los niños en verano necesitábamos dinero para pagar el transporte y la comida, y para nuestra sorpresa hubo gente que nos ayudó ¡A nosotros, que éramos unos jóvenes melenudos! Desde entonces empecé a vivir la certeza de que Dios estaba ahí, dándome energía, fuerza y manifestando su providencia.

Paco me hablaba de las mujeres del Evangelio, y yo pensaba, ¿cómo no me había dado cuenta de que en el Evangelio aparecían mujeres, que lo dejaron todo por seguir a Cristo? “Las mujeres que habían venido con él desde Galilea” (Lc, 23, 55).

¿Por qué nadie me lo había explicado? ¡Qué interesante! Yo lo tenía cada vez más claro, esto es lo que quería para el resto de mi vida.

Los estudios y todo lo que me había propuesto me había ido siempre muy bien, pero por fin alguien me pro- ponía algo que me sobrepasaba; Dios, a través de este sacerdote, me proponía lo que ha sido un reto constante el resto de mi vida: intentar, indignamente, ser una mujer como las del Evangelio, valientes y generosas, testigos de la Resurrección de Jesús y por tanto, portadoras de vida hasta los confines de la tierra.

Las cosas entonces se empezaron a poner difíciles ya que no todo el mundo lo veía igual que yo, empezando por mis amigos y mi familia. Pero cuanto más difícil me lo ponían más segura estaba de lo que quería hacer (tengo que reconocer que en aquel entonces, la madurez para dialogar no era mi fuerte).

Iba a la universidad a estudiar filosofía y soñaba con poder estar completamente libre para lanzarme del todo y poder vivir en la comunidad que Paco había empezado con algunos jóvenes de su anterior parroquia.

Cuando les visitaba me dejaban cocinar, planchar, hablábamos durante horas. Las chicas hablaban de irse a África, era en 1983 cuando las primeras mujeres del grupo se fueron a Kenia. Me pareció tan interesante: vivir juntos, estudiar, viajar, ayudar a la gente que sufre, mejorar el mundo, eso es lo que yo quería.

Cuando me licencié en filosofía, ya había visitado Kenia y me puse a estudiar enfermería, que era lo que pedían para poder tener permisos de trabajo en África. A parte de estudiar, nos dedicábamos a reforzar la asociación civil que habíamos creado: Nuevos Caminos, bus- cando colaboradores y recogiendo fondos para ayudar a la gente en España y en Kenia. Por aquel entonces firmamos el primer contrato con la Unión Europea para un proyecto de salud en Turkana, Kenia… ¡nosotros! Nos dábamos cuenta de estar emprendiendo la mejor de las empresas: la de mejorar el mundo. Y con el mejor de los patrones, nuestro Padre, que nos hace participar de su humanidad y de su divinidad.

No todo ha sido un camino de rosas en estos años. Si me entristecía ver sufrir a tanta gente en este mundo, ahora me entristecía también ver que ese mismo mundo suele tratar mal a los que intentan que todo eso cambie. No siempre uno recibe el apoyo y la comprensión necesarios para seguir luchando por un mundo mejor.

A lo largo de los años, he vivido en diferentes países, en Kenia, en Alemania, en Etiopía, y ahora en México, y siempre con la seguridad de que cuento con una fuerza que no es mía.

Y el reto y las sorpresas continúan siempre, esa llamada que yo recibí continúa, la propuesta de Paco con su fuerza y autenticidad continúan ahí, y además otros jóvenes se han decidido a seguir este camino del Evangelio a través mío. Qué sorpresa, ¿no? Sueño cada día con los que vendrán, los que se añaden a ese grupo de mujeres y hombres a la luz de los que seguían a Cristo, que iban de lugar en lugar siendo testigos de algo grande.

Agradezco a Paco que se fijara en mí para llevar esta vida, a mis hermanos y hermanas en la fe, por esta aventura de quererse hasta el final y sobre todo, gracias al que todo lo ve, por estar ahí…

Aquí estoy, sabiéndome indigna de formar parte de esta historia humana y divina, que es como un sueño del que no quiero despertar y que debe ser como el Reino de los Cielos que empieza aquí en esta tierra, todavía llena de sufrimiento e incomprensión. Pero ya desde aquí intuimos, vislumbramos, la pálida sombra de Dios que nos espera con los brazos abiertos.

Lourdes Larruy, MCSPA

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Nunca Más Detrás de la Cámara: Ángel Valdivia López

29 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Nunca Más Detrás de la Cámara: Ángel Valdivia López”

El inmenso horizonte parecía arder con la luz del ocaso y las montañas de Naita se dibujaban como una silueta oscura y lejana. Miraras donde miraras no parecía haber obstáculo para la vista, para los sentidos; teníamos la certeza de que éramos los únicos seres humanos en muchos kilómetros a la redonda, rodeados de naturaleza en su estado puro. Con las últimas luces del día nos dispusimos a montar el campamento en ese lugar perdido pero mágico, a medio camino entre territorio Nyangatom y Surma en Etiopía. Antes de la cena celebraríamos la primera misa católica en ese rincón del mundo junto a Mons. Dominic Kimengich, Obispo de la Diócesis de Lodwar, donde la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA) ha estado presente durante los últimos veinticinco años.

Nos encontrábamos en la primera noche de un largo viaje de Turkana (Kenia) a Etiopía que sería histórico; nunca antes un obispo de Kenia había visitado a su igual Etíope por tierra, por lo menos no en esas vastas regiones del sur-oeste de Etiopía, donde la iglesia católica no ha podido estar presente. Durante la misa rezamos por Paco, que hacía poco más de dos semanas que nos había dejado. Lo sentíamos muy presente al estar siendo protagonistas de su sueño, un sueño del que él nos había contagiado y enamorado, el sueño de construir misiones “desde Turkana hasta Alejandría”, centros de vida para la gente de los alrededores, como lo ha sido Nariokotome durante todos estos años.

Gracias a este sueño de Paco empezamos hace cinco años esta aventura de fundar una nueva misión entre la gente nyangatom, que habitan el suroeste de Etiopía.

¡Quién me iba a decir a mí, que iba a venir a parar hasta aquí! nadie habría dicho que “era posible” habiendo salido del Prat de Llobregat, un pueblo del cinturón rojo de Barcelona; de una buena familia, aunque poco practicante; de un ambiente en el que ser cristiano, era casi un “pecado”, y ser cura poco menos que una “locura”.

Así es como conocí a las personas que fijándose en mi y creyendo que “si era posible”, poco a poco iban a cambiar el rumbo de mi vida: Lourdes, Paco y todos mis hermanos y hermanas de la MCSPA, con los que comparto mi vida y mis sueños. Conocí a Lourdes cuando yo estudiaba formación profesional de la rama de Imagen y Sonido. Me encantaba la fotografía y la comunicación como medios para plasmar tanto la belleza del mundo, como también la crudeza y las injusticias.

Eran momentos de grandes cambios en la sociedad, de gritos por la libertad: la gira mundial de Bruce Springsteen sobre los derechos humanos, la caída del muro de Berlín, la liberación de Mandela y el fin del Apartheid. Por un lado, yo tenía ganas de contribuir a cambiar las injusticias del mundo, pero por otro, solo me atrevía a estar “detrás de la cámara”.

Por las cosas de la vida, siempre había preferido quedarme como un espectador ante la vida, protegido del daño que el mundo me pudiera causar. Conocer a la Comunidad me ayudó poco a poco a ir perdiendo el miedo a estar “delante de la cámara”, a ser yo mismo protagonista de la historia, de lo que pasaba delante de mí, siendo cada vez más consciente de que Dios me llamaba a salir de mi refugio y a encontrar la felicidad dándome a los demás.

Una de las cosas más bonitas que recuerdo cuando conocí a mis nuevos amigos, fue esa sensación de contar con ellos a largo plazo, con ellos podía compartir no sólo de ocho a dos, o el fin de semana a tomar unas copas, si no que podías contar con ellos para toda tu vida… Que cuando hablábamos o discutíamos de algo, llegábamos hasta el fondo, y hablábamos en primera persona: de nuestras actitudes, de lo que podíamos cambiar, de mejorar nosotros mismos, el mundo y las personas que nos rodeaban.

¡Oía hablar por primera vez de Jesús de Nazaret, y me parecía un descubrimiento alucinante!
Y así fui poco a poco ayudando a mis nuevos amigos a ocuparse de niños de familias marginadas.

Oyéndoles hablar cada dos por tres de África, de Turkana, hablando, compartiendo, conociendo a los que iban yendo y viniendo, me fui enamorando de estos amigos, de su estilo de vida, de su lucha constante por mejorar la vida de los que estaban sufriendo, allí donde estuvieran; y di una respuesta a la llamada que me hacían a dejarlo todo y seguir a Cristo. Durante todos estos años aprendí primero a ser persona, a ver las necesidades de los otros antes que las mías, a ser compasivo, como otros lo eran conmigo (muchas veces más), a estar en todo momento disponible, en función de los demás, lo que llamamos la “flexibilidad permanente”. Eso es el gran tesoro que le debemos a Paco.

Hubo también momentos de oscuridad. Pero en esos momentos aprendí a que siempre tenemos que ver nuestras tribulaciones, nuestras limitaciones, incluso nuestras relaciones humanas, en clave sobrenatural, mirando más allá y viendo que todo tiene sentido si trascendemos y vemos en todo ello la mano de Jesús, de Dios.

¡Y llegó la primavera, nuestra ordenación sacerdotal, hace dieciséis años! Salir al campo, respirar, disfrutar del don de la ordenación. Y enseguida meterse al ruedo y enfrentarse al toro, así es como tomamos consciencia de que ayudar a los demás no es siempre tan fácil. Allí, con Albert, empecé a aprender a ser sacerdote, a tener esa dedicación para con los fieles, a hacer de las homilías algo mucho más ameno, a construir presas, a llevar a los enfermos la esperanza y la sanación de Jesús. Todo ello me ha ayudado a acercarme a Jesús: ocupándome de la viuda, el huérfano y el extranjero. Y concretamente ocupándome de Gregorio que había que- dado huérfano y ahora tiene 20 años, de Pablo, que sufría una osteomielitis en el fémur que casi acabó con él, pero tras años de lucha finalmente se ha curado y ahora tiene 21 años y del pequeño Joseph, un niño de 13 años que tiene una severa artritis reumatoide juvenil.

Ellos también han sido, sin saberlo, los que me han dado la oportunidad de encontrarme con Jesús y de ver mi fe fortalecida, como los que en el evangelio llevaban al paralítico en una camilla para que Jesús le curara, Lc 5,17-26.

Luego, nuevos retos vinieron: trabajar en la catedral de San Agustín de Lodwar y de ahí, junto con nuestro Obispo emérito Patrick Harrington, montar desde la nada la emisora Radio Akicha (que significa “luz” en turkana) siendo esta la primera emisora de radio católica, en toda la parte norte de Kenia. Ahora la radio continúa su rumbo, intentando llevar “luz” a la gente de Lodwar y sus alrededores.

Más tarde volver a mi querida parroquia de Lokitaung, antes de cruzar la última frontera hacia la nueva misión de Nyangatom, intentando ser portadores de Buenas Noticias reales y concretas a aquellos que viven olvidados por el mundo global, esclavizados por el hambre, la sed, la enfermedad y la ignorancia.

Y finalmente hace cinco años empezamos, junto con mi compañero el padre David Escrich, esta aventura de empezar una nueva misión entre los Nyangatom. Nos fuimos con lo puesto y establecimos un campamento-misión en uno de los poblados más remotos de nyangatom. Nos concentramos en ayudar a la gente con el problema del agua, y en estos últimos años hemos podido realizar 13 pozos. También hemos dado asistencia a multitud de enfermos. Ahora ya establecidos en la misión de Príncipe de la Paz, en la colina de Naturomoe, esperamos seguir siendo una luz para la gente de los alrededores.

Ángel Valdivia López, MCSPA

Una Jornada de 31 Años: Rosa Murillo

28 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Una Jornada de 31 Años: Rosa Murillo”

Este año será mi 31 aniversario como miembro de la Comunidad Misionera de San Pablo el Apóstol (MCSPA). Voy a intentar contar como comenzó todo y como han sido estos últimos años.

Un buen día en 1983, unos amigos me invitaron a asistir a catequesis para preparar la Confirmación en la parroquia San Nicasio en Gavà (Barcelona) y desde ese momento, sucedieron muchas circunstancias me animaron a frecuentar la parroquia. En primer lugar, el padre Francisco Andreo, párroco entonces, nos pidió que cuidáramos de un grupo de niñas gitanas que vivían en un vecindario marginado situado cerca de la parroquia. Comenzamos por buscarles una escuela y llevándoles al médico; además, solían pasar los fines de semana y vacaciones con nosotros.

En segundo lugar, el padre Francisco nos pidió cuidar a una anciana que tenía tres nietos jovencísimos que dependían de ella. Le ayudamos a limpiar su casa y le dábamos de comer, comida proveniente de familiares y amigos. Fue aquí, ayudando a los demás con mi grupo de la parroquia, que comencé a sentir que había encontrado un grupo de personas con quienes podía hacer cosas que significaban algo para mí.

Cuando en 1988, el padre P. Francisco y algunos de los jóvenes del grupo de la parroquia decidieron irse como misioneros a Turkana en el norte de Kenia, pensé que iba a perder a este grupo de personas con el que me sentía identificada. No podía quedarme sin hacer nada. Tomar una decisión fue difícil pero finalmente decidí dejarlo todo atrás para unirme a ese pequeño grupo que más adelante sería la MCSPA. A través de ellos descubrí la llamada de Jesús y entendí que Él quería que le siguiera a través de estas personas.

Debido a una enfermedad crónica que tuve, la cual no tiene cura todavía, no pude ir a África durante mucho tiempo. Sin embargo, tuve la suerte de poder cuidar a Pau Bernabé, un niño Turkana con parálisis cerebral que vivió nueve años conmigo en España. Cuidar a Pau me ayudó a apreciar lo que tenía, apreciar lo que Dios nos da a cada uno de nosotros, perseverar en mi vocación y en el compromiso que había adquirido. Durante este periodo, hice mías las palabras de Santa Teresa de Jesús – “La paciencia todo lo alcanza” – con el deseo que  algún día sería capaz de volver a África.

Unos años después con el permiso de mi médico, pude vivir dos años Nairobi. Luego con otros miembros de la comunidad abrí una nueva misión en Méjico DF: establecimos un Centro Materno-infantil en el distrito del Ajusco y comenzamos a cuidar a los niños con el objetivo de aportarles una vida mejor. Estuve 10 años en Méjico.

Finalmente ahora, en Etiopia, me encuentro al cargo de una misión situada en sur-oeste del país, donde estaré hasta que Dios desee que me mueva a algún lugar que este más necesitado.

Espero que mientras me encuentre en Etiopía sea capaz de ver los frutos de nuestra presencia: niños y jóvenes que se nos acercan con la esperanza que un día decidirán dejar todo atrás para seguir a Cristo a través de nosotros.  Esto ya sucedió en Méjico donde conocimos algunas jóvenes mujeres que ahora son miembros de MCSPA y actualmente viven en Etiopía, algunas de ellas creían  a veces no ser capaces de ser misioneras como nosotras pero a través de nuestro ejemplo, plantamos una semilla en ellas que les hace ser mejores y les permite continuar hacia adelante.

Estaría mintiendo si dijera que ha sido un camino de rosas; también han existido momentos de decepción y desamparo. Por otra parte, el balance es definitivamente positivo: ha habido más momentos de felicidad que de tristeza, y he recibido más de lo que he dado.

De lo que estoy convencida es que Dios me llama pese a mi enfermedad crónica.

Me quiere viva: podría estar ahora mismo en los brazos de Jesús, disfrutando de su Reino, pero no lo estoy. Me quiere aquí, sirviéndole, para que con mi pequeña contribución pueda aliviar el sufrimiento de aquellos que ha puesto en mi camino.

Finalmente me gustaría agradecer a Dios por su llamada para que le siguiera a través del Padre Francisco y el resto de los miembros de la MCSPA. Me gustaría también agradecer a cada uno, desde el primero hasta el último, de aquellos que siguen aquí y de los que nos han dejado, porque cada uno de ellos ha tenido un enorme impacto en mi vida.

Rosa Murillo MCSPA

Así Me Buscó Dios: P. Manuel Hernández (Manolo)

28 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Así Me Buscó Dios: P. Manuel Hernández (Manolo)”

Los caminos de los que Dios se vale para llamarnos a seguirle son muy variados. La historia de la llamada vocacional de cada uno es única, peculiar y distinta de todas las demás.

En mi caso, cuando yo terminé los estudios de educación primaria mis padres eligieron el Seminario Menor en nuestra diócesis de Ciudad Rodrigo (España) para que continuara con mi educación secundaria y, si Dios me llamaba a ello, más

En el Seminario Menor recibí, durante cuatro años, una esmerada formación religiosa, académica y humana. Al acabar la secundaria decidí continuar con los estudios universitarios en Salamanca para así irme preparando para más tarde hacer frente a la difícil aventura de la vida. Mi etapa como estudiante en Salamanca pasó rápidamente y al cabo de tres años había completado los estudios de Técnico en Empresas y Actividades Turísticas y estaba dispuesto para comenzar la vida laboral.

De todos modos, al término de mis estudios en vez de empezar a trabajar de inmediato decidí marchar a Inglaterra a perfeccionar los conocimientos de inglés. Por un cúmulo de circunstancias ter- miné viviendo en St. Joseph College en Londres, casa central de la Sociedad Misionera de San José, conocida popularmente como Misioneros de Mill Hill. Lo que en un principio parecía iba a ser una etapa gris y monótona de mi vida se convirtió en una periodo muy importante, crucial. Mi vida iba a cambiar por completo y a tomar un nuevo rumbo, totalmente inesperado.

Por aquel entonces vivían y estudiaban en St. Joseph College dos seminaristas, hoy sacerdotes, de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, los padres Francisco Moro y Fernando Aguirre. En mis ratos libres comencé a acompañarles en sus diferentes apostolados como seminaristas y miembros de la Comunidad en Londres. Juntos visitamos infinidad de veces a la comunidad española de Fulham, participamos en retiros espirituales en la abadía benedictina de Ampleforth o les acompañé a dar charlas de animación misionera a diferentes parroquias donde eran invitados. Poco a poco fue renaciendo en mí la llama de la vocación, aunque yo siguiera afirmando que no tenía nada claro lo de ser sacerdote y menos aún misionero.

Fue a partir de mi primera visita a África con el Padre Francisco Andreo, a finales de 1991, cuando vi claramente que el lugar para seguir a Cristo era la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol y la forma era como sacerdote allí donde Dios me quisiera enviar.

Desde esa primera visita han pasado más de diez años, y yo sigo trabajando en África. Cuando miro hacia atrás y veo mis miedos y dudas iniciales me doy cuenta de que tenemos que tener más fe y confiar más en los caminos, a veces inverosímiles, por los que Dios nos invita a seguirle.

P. Manuel Hernández, MCSPA

 

 

El Año de Gracia: P. Alejandro José Campón

27 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “El Año de Gracia: P. Alejandro José Campón”

Hace más de 23 años, cuando esta revista nuestra In Itinere, comenzaba su andadura en el mundo de las publicaciones, escribía un artículo en el mismo apartado que el actual dando cuenta de mis sensaciones y pensamientos al haber recibido recientemente la gracia de la ordenación sacerdotal; lo titulé en aquel entonces “el año de Gracia”. Releyéndolo recientemente me preguntaba si esa novedad que suponía en mí el haber recibido la ordenación sacerdotal seguía igual de viva y fuerte; si esa felicidad por ser sacerdote que me desbordaba cuando escribía mi artículo seguía siendo el eje de mi vida.

Este año 2019 se han cumplido 23 años de sacerdocio en mi vida, ¿23 años de felicidad?, ¿23 años de “Gracia”?

Es una pregunta compleja y debo ser honesto con vosotros además de conmigo mismo. Podría escaparme con algún superficial y acaramelado panegírico ó elogio a ser sacerdote, de los muchos que he escuchado precisamente en este recién celebrado “año de los sacerdotes”, clausurado por el Papa Benedicto XVI. Podría también caer en un análisis pesimista y lúgubre, sin esperanza ni futuro, en un año precisamente en el que el orden sacerdotal está siendo cuestionado y en el que la valoración del sacerdote en el mundo occidental está por los suelos.

Dejadme empezar por la conclusión: Sí, 23 años de felicidad y Gracia. Y creo que soy honesto y no lo digo porque toca ó por que- dar bien. Si no hubieran sido años de felicidad y de sentir la Gracia en mi vida, me habría escapado de alguna forma y habría declinado a hacer el artículo. Si lo digo así es porque de verdad creo que esa es la respuesta escueta a lo que me preguntaba; es lo que siento y pienso.

La felicidad es un término complejo, porque desgraciadamente estamos acostumbrados a utilizarla banalmente y con pobre base filosófica. En pocas y circunscritas palabras, creo que el problema radica en cómo ubicar en nuestra vida la experiencia de dolor, el sufrimiento, nuestra limitación humana en un universo ilimitado. Por eso no somos felices. Cada sufrimiento vivido no somos muchas veces capaces de introspectivamente transformarlo en un gozo en nuestro peregrinar hacia el plan que Dios tiene para nosotros. Y he aquí mi pobre resumen que da sentido al decir que he sido feliz.

En estos 23 años he pasado por muchas alegrías y también por fuertes experiencias de dolor y de sufrimiento. El día a día de un sacerdote misionero, en tierras remotas y en primera línea de evangelización, como ahora donde estoy en el norte de Turkana, está lleno de constantes desafíos a la vida: hambre, enfermedad, violencia, ignorancia… Es duro y te hace duro. Pero en la ecuación puede más la felicidad de haber aportado tu granito de arena en paliar algo de ese dolor aparente- mente ajeno y eso te hace doblemente feliz y te ablanda el corazón. Créanme, es una de las felicidades más sublimes: el ver a un niño hambriento comer, la sonrisa de una madre porque no tiene que hacer varios kilómetros cada día porque ahora tiene agua cerca, la energía vital de unos jóvenes que se sienten útiles porque tienen trabajo y no condenados a vivir en una espiral de violencia por la supervivencia, la mirada de un anciano cuando se siente aliviado por tu visita, el júbilo de una comunidad que vive y baila la esperanza de su nueva Fe renovada…

Otras experiencias dolorosas vienen motivadas por la pérdida ó separación de seres queridos. Estas experiencias, que desgraciadamente las he tenido también, suponen un gran esfuerzo personal no sólo en el ámbito racional sino sobre todo emocional. Construir la felicidad de vivir sobre ausencias es también duro, pero se sobrelleva con la esperanza puesta en nuevas ilusiones, en ver que Cristo sigue llamando a la puerta de muchos dispuestos a seguirle y en el gozo de ver que el Plan de Dios es mucho más inmenso y seguramente dichoso que lo vivido y experimentado hasta ahora.

También en 23 años hay tiempo para crisis y bajones. No me creo a los que dicen que no han pasado por una crisis existencial ó vocacional. Cada cambio de ritmo en la vida, cada aparente seguridad creada, cada soberbia ó falso derecho adquirido tambalea una y otra vez nuestra vocación. Pero es como la enfermedad cuando se es niño: cada gripe ó cada malaria hace crecer a los niños unos centímetros. Cada bajón, enfrentado con amor, es una elevación en nuestro peregrinaje; cada crisis, una oportunidad de superarnos y de humildemente aceptar que, quién todo lo puede, aprieta pero nos sostiene siempre.

Han sido 23 años, varias misiones, diferentes realidades, vivencias en dos continentes y de vuelta a África, a Turkana. Han sido 14 años de intentar dar el todo por el todo a la llamada recibida, de hacer extensa la llama- da a otros con éxito relativo, pero sin fracaso. También de querer servir a los demás y de intentar que haya un poco más de Cristo en las vidas de los que me han rodeado. Y más que cansado, ahora esperanzado y fortalecido, pues los años pasados, te hacen más fuerte y confiado en que el amor de Cristo penetrará los corazones de los que Dios me envíe.

Alejandro José Campón

 

 

 

Aprendiz en el Amor: David Escrich

27 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Aprendiz en el Amor: David Escrich”

Hace ya 25 años que mi vida está ligada a esta comunidad, 22 de ellos los he pasado en África, los últimos trece como sacerdote. No me es fácil mirar atrás e intentar sintetizar en unas líneas mi itinerario vocacional. No puedo decir que al principio yo fuera una persona muy religiosa, ni mucho menos. Fui descubriendo a Dios, poco a poco, a través de las evidencias, de una infinita sinfonía de personas, eventos, retos, alegrías y derrotas orquestadas por Dios.

Vengo de una familia humilde, que emigraron a Barcelona en busca de trabajo. A los dieciséis o diecisiete años pasé por una época de desencanto con lo que la sociedad tenía que ofrecer y solía soñar, en las tardes de lluvia otoñales, con cambiar el mundo con mis canciones. No es que tuvi- era muchas ni que se me diera bien la música, era más una aspiración que un hecho. Supongo que casi todo el mundo vive algo parecido a esa edad y que al final, la cruda realidad siempre acaba por imponerse. Antes de que nos demos cuenta, ya estamos sumergidos y arrastrados por una riada de imprescindibles eventos para nuestra supervivencia: estudiar, encontrar trabajo (en lo que sea) y no perderlo, las casi obligadas relaciones premaritales, conseguir un coche, una vivienda, formar una familia, los amigos, etc. La fiera acaba ahogándose en las turbulentas aguas de los deberes sociales y se lleva con ella todas esas quimeras, que terminan pasando a un segundo plano, olvidadas en el cajón de las agradables e ingenuas ilusiones adolescentes. Pues bien, podríamos decir que yo tuve la suerte de encontrarme en mi camino a ciertas personas, como Ángel, Lourdes, Paco, etc., que me tendieron la mano y me sacaron de esas torrenciales aguas, abriéndome la verja de un mundo nuevo donde no tuve que canjear mis sueños por un plato de lentejas. Dios se cruzó en mi vida y me puso en bandeja una forma real de materializar mis utópicas inquietudes.
 Lo primero que me cautivó fue la vida en comunidad. Me gustó tanto que me quedé. En nuestras sociedades occidentales la amistad ha sido relegada a un segundo plano, por debajo de las relaciones de pareja. Nos es difícil aceptar como válido cualquier tipo de amor (fuera del círculo familiar) que no sea sexual. Aprender a vivir la amistad como una forma plena de amar me hizo redescubrir las palabras y acciones de Jesús, que cobraron sentido y vida.

El Evangelio se convirtió para mi en un mapa interactivo y real del día a día:“(…) y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino pre- parado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. (…) Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (…).” (Mt 25:31-46) .

Y el siguiente paso lógico a seguir fue poner en práctica el no ser indiferente al sufrimiento ajeno. Esto fue lo que me impulsó a ir a las misiones de Kenia a ayudar.

Dios se cruzó en mi vida y me puso en bandeja una forma real de materializar mis utópicas inquietudes.

En los años que estuve en Kenia, el amor, la caridad, la compasión y la generosidad por el que sufre me llevaron a descubrir a Cristo y mi vocación a seguirlo, a ser oveja.
Todo esto, puesto así, suena muy idílico, nada más lejos de la realidad. En palabras de Leonard Cohen, el amor no es una marcha victoriosa, es un frío y roto aleluya. No es nada fácil salir de uno mismo y anteponer las necesidades de otros a las nuestras. Abandonar las comodidades, rutinas, planes y seguridades que uno tiende a crearse y ponerlo todo en función de un desconocido que viene a tu puerta es una tarea ardua, suele ser molesto, pesado, engorroso y costoso, no sale automáticamente, necesitas que alguien te ayude, corrija y exhorte. Gracias a personas como Paco experimenté que a veces nosotros mismos limitamos la realidad, y que lo que pensamos imposible no lo es, que Dios es un factor a tener en cuenta. Nos da miedo morirnos a nosotros mismos, sacrificarnos por otros, cada sacrificio es una pequeña muerte en la cruz y eso nos asusta. Pero, aunque parezca una contradicción, después de la cruz hay vida, es precisa- mente cuando uno se pierde en hacer felices a los demás, que uno encuentra la verdadera felicidad, uno experimenta la resurrección (cf Mt 16:24-26).

Fue a través de Paco que descubrí mi vocación sacerdotal; que la Eucaristía no es otra cosa que la celebración de que Jesús sacrificó su vida por nosotros, que nos dio todo lo que tenía, su carne y su sangre, para alimentarnos, curarnos, liberarnos; y que es, al mismo tiempo, una invitación a imitarle. La Eucaristía es el sacramento del amor, de la caridad, de la generosidad, de la compasión, del sacrificio de dar comida al hambriento, agua al sediento, ropa al desnudo, hospitalidad al extranjero, visitar al enfermo o al prisionero, abrir los ojos al ciego, etc. La Eucaristía es pasar en nuestro día a día, a tiempo y destiempo, por la cruz y la resurrección de Cristo. Sigo recorriendo este camino de aprendiz en el amor. Es un viaje sin fin, cada tramo es diferente, imprevisible y nunca deja de sorprendente. Si tuviera que quedarme con un texto que definiera todo esto elegiría este de nuestro santo patrón, el Apóstol Pablo:
 “Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los *misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso … Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.” (1Cor 13:1-13)

David Escrich, MCSPA

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Una Vocación Movida – Eleni Tsegaw

26 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Una Vocación Movida – Eleni Tsegaw”

Eleni Tsegaw, como miembro de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, narra su vocación que surgió de salir de su país natal, Etiopía y las alegrías que han llenado su vida como misionera.

Acababa de terminar mis estudios de secundaria y estaba planteándome qué hacer con mi vida, si continuar estudiando en la universidad o tal vez trabajar. Me encontraba en este debate, cuando conocí por primera vez a Cecilia Puig de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA). Ella llevaba un año en Etiopia desarrollando proyectos para la gente más necesitada en el Valle de Angar Guten. Me parecía muy interesante lo que hacía, me preguntaba por qué lo hacía, y qué la movía a venir desde tan lejos a ayudar a gente que no conocía de nada, con la que no tenia  ningún vínculo … Pero todas estas preguntas las guardaba en mi corazón porque no hablaba inglés y Cecilia no hablaba amárico.

Cecilia me propuso que estudiara inglés para poder comunicarnos y explicarme todas las cosas que tenían en mente para desarrollar en Etiopia, así que estuve seis meses estudiando para tener una base y poder hablar. Una vez que terminé, viajé a Angar Guten para ver lo que allí hacían y tenían. Quedé muy impresionada por el trabajo que realizaban, tenían un dispensario y varios puntos de atención con la clínica móvil.

Guten era un pueblo pequeño, sin electricidad, sin agua y sin muchas cosas. En el Valle de Angar Guten en un principio habitaban los Oromos y los Gumuz, pero con la hambruna de los ochentas, el gobierno etíope trajo otras tribus del Norte de Etiopia, como los Amhara y los Tigray. Esto hacía del valle un lugar muy especial para trabajar, pues había que responder a las necesidades de cada una de las tribus. Con Cecilia solíamos caminar por las tardes y era usual que muchos niños nos siguieran por el camino. Ella me propuso que porque no hacíamos algo por ellos, pues no iban a las guarderías porque no existían y sólo unos pocos podían ir a la escuela primaria.

Yo en un principio vi claro que había que hacer algo por esos niños, que les hacía falta de todo, pero mi intención era estar por un periodo corto, y luego volver a Addis a estudiar y seguir con mi vida. Pero Dios tenía otro plan para mí y era que le siguiera, no por un tiempo, sino para toda la vida; cosa que no entendí en el primer momento.

Ese viaje fue muy especial, porque conocí de primera mano cómo eran otras partes de mi país que desconocía. Así que volví a Addis Abeba a estudiar puericultura, y durante este tiempo no paraba de pensar en los niños de Angar Guten. Una vez termine las clases volví con Cecilia y montamos allí una guardería, ¡la primera guardería! Que de hecho es más un Centro de Vida que una guardería,  porque todos tienen cabida, niños, madres, hermanos mayores, etc. incluso habían niños musulmanes, todos tienen un lugar allí.

Fuimos realizando varias actividades para los niños y las madres; y poco a poco me fui involucrando cada vez más, casi sin darme cuenta ya se me había olvidado la idea de volver a casa en Addis Abeba para seguir con mi vida; pues mi vida ahora era este lugar, esta gente, era Cecilia, era Paco, eran todos los de la MCSPA.

Una de las tantas visitas de Paco a Etiopia, marcó mucho lo que hoy es mi vida; esa vez me dijo que era necesario salir de mi país, por lo menos unos veinte años – cosa que yo pensé que era broma – y también me dijo que nadie era profeta en su tierra. Hoy entiendo que era una forma de abrirme los ojos, que él veía en mí la posibilidad de volar, de volar como un águila y ser libre para hacer el bien.

En ese momento me fue muy difícil entender la profundidad de este mensaje, hoy veo que era la Providencia, la mano de Dios que me invitaba a ser parte de una iglesia universal, me invitaba a un plan más amplio, más rico, más complejo.

A causa de esa salida de mi país tuve la oportunidad de viajar a Bolivia y estar más de un año, tanto en Santa Cruz de la Sierra como en Cochabamba. Allí teníamos trabajo con los niños y diferentes programas de desarrollo; en Colombia estuve en la Calera a las afueras de Bogotá trabajando en el desarrollo materno infantil. Luego me fui a vivir a Alemania con un grupo de mujeres de nuestra Comunidad, todas africanas; fueron años duros al principio por la lengua, por el clima y por la cultura, pero poco a poco eso tan duro se convirtió en un regalo para nuestras vidas, pues aprendimos a movernos por el mundo, encontramos amigos formidables que aun hoy están presentes en nuestra vida y nos siguen apoyando.

Durante estos años en Alemania, en Paderborn, nunca estuvimos solas, siempre iban a visitarnos alguno de la Comunidad como Paco. Siempre nos daban ánimo para seguir. En estos años no paramos de dar charlas sobre África en parroquias, colegios y diferentes grupos.

En cada charla me daba cuenta de lo mucho que anhelaba volver a Kenia o Etiopia, y se hacía más fuerte mi vocación. Y también me daba cuenta que cuando explicas otra visión de África la gente se enamora y quiere colaborar, pues en África no todo son desgracias como a veces lo muestran los medios, es un continente lleno de alegría y con gentes con un potencial enorme, que sólo están esperando que alguien les eche una mano.

Luego me fue a vivir a México, nuevamente a empezar de cero – siempre los inicios me han costado mucho; tenía que hablar español, nuevos amigos, nueva casa, nueva gente. Pero con la ayuda de Lourdes, Rosa y de las demás mujeres de la Comunidad, todo se hizo más fácil y fueron años en los que aprendí mucho. Trabajábamos en el barrio del Ajusco, que estaba a las afueras de la Ciudad de México. Allí el trabajo era con familias que habían migrado de otras partes de México y llegaban casi con lo puesto, a buscar oportunidades en la gran capital.

Nuestro foco de interés siempre han sido los niños porque son los más vulnerables, por eso teníamos una guardería que al cabo de unos años se convirtió en el Centro Materno Infantil San José. A mí me impresionó como pidiendo ayuda en el mismo país la gente respondía de forma positiva y nunca nos faltó apoyo en ese sentido; tanto la Central de Abastos como algunas empresas privadas nos donaban sus productos para el buen funcionamiento del Centro San José.

Pero aquí no termina la historia, después de estar ya acostumbrada a México, a sus gentes, volví a salir pero esta vez hacia a África, a Kenia, a Turkana. Y la historia vuelve a comenzar: nueva lengua, casa, gente …

Si miro atrás, sólo puedo decir que mi vida ha sido una bendición, pues han sido años moviéndome de un lugar a otro y sólo puedo decir que he cosechado muchas alegrías. Hoy quiero dar gracias a todos y especialmente a Cecilia porque despertó mi vocación y me ayudo a ser fuerte y seguir a Cristo, a Paco que me impulso a salir de mi país y me enseño que podía moverme en cualquier lado, ser una persona universal, vivir en cualquier lugar, con diferentes personas y sentir que cada lugar es mi casa, mi hogar.

Hoy entiendo mi vocación como una pequeña semilla que puso Dios en mi corazón, que yo misma no sabía que existía hasta que conocí a Cecilia y la despertó, luego vinieron otros como Paco, Lourdes, Escolástica y muchos otros que me han ayudado en este camino, que me han ayudado a ser fuerte, humilde, paciente, exigente, tantas cosas, que me faltarían hojas para poder describir lo mucho que cada uno ha aportado en mi vida. Quisiera invitar a tantas personas jóvenes que vienen a visitarnos a las misiones a que den el siguiente paso, el paso de quedarse para siempre y vivir una vida plena sirviendo a otros, porque yo descubrí que este es el camino a la felicidad.

Eleni Tsegaw MCSPA

Testimonio de Mi Vocación: Mª Josefa Nuñez (Pepi)

17 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Testimonio de Mi Vocación: Mª Josefa Nuñez (Pepi)”

No vengo de una familia especialmente religiosa, pero aún así, mis padres me han educado con valores cristianos. Recuerdo que cuando era pequeña siempre pensaba que cuando fuera mayor, trabajaría mucho para poder ayudar a la gente pobre que anda pidiendo por las calles.

 

Cuando tenía 17 años, pertenecía a un grupo de catequesis, nos estábamos preparando para el sacramento de la Confirmación. El párroco, Eugenio Romero, cada semana que nos reuníamos venía a visitarnos. Nunca olvidaré sus palabras y su cara de felicidad cuando decía: “estoy enamorado de Jesús”. Fue en aquella época, cuando en el grupo de jóvenes le planteamos que además de reunirnos cada semana podríamos hacer alguna actividad para ayudar a los niños de África. Y dos miembros de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, Lourdes Larruy y Rosa Murillo, viajaron en coche hasta el pueblo de Trebujena (Cádiz),  para explicar la labor que estaban realizando en la región de Turkana, en el norte de Kenia. Para nosotros fue todo un gran evento esta visita y que nos dieran la posibilidad de poder ayudar a dos niños de allí, para que pudieran estudiar.

 

Fue a través de este encuentro como empezamos a organizar, en un local que nos dejaron los del Ayuntamiento de Trebujena, la venta de artesanía de Kenia y otras actividades que se nos iban ocurriendo.

 

Me sentía especialmente inconforme con la injusticia y la gran diferencia de formas de vida que permitíamos que hubiera en el mundo. Lourdes y Rosa volvieron a venir al año siguiente y les dije que yo quería ser “monja misionera” y que quería ir a Kenia. Me decidí entonces a explicárselo a mis padres, pero su reacción no fue muy positiva. Me dijeron que dejara de pensar en tonterías y me dedicara primero a estudiar. Recuerdo que les escribí una carta en la que explicaba que no estaba de acuerdo con muchas cosas que pasaban en el mundo y que yo quería poner mi granito de arena dedicándome a ayudar a personas que sufren por hambre o por enfermedad, aunque ellos no lo entendieran. Yo tenía 18 años y tenía que decidir qué carrera estudiar; siempre me había gustado Física, pero empecé a sopesar las ventajas y desventajas en vistas de que yo quería ser misionera. Así que decidí estudiar enfermería por varias razones; es una carrera práctica, podría ejercerla estando en contacto cada día con personas enfermas; y eran solamente tres años, cosa que para mí era muy importante, con vistas a que después de acabar la carrera podría trabajar, independizarme de mis padres y entonces poder emprender mi viaje a Kenia. Para mi sorpresa y satisfacción, me gustó mucho la enfermería. Poco después de acabar los estudios, conseguí trabajo durante dos meses en Sevilla y después en Osuna (un pueblo de la provincia de Sevilla). Así que llegado a este momento tan esperado, escribí una carta a Lourdes diciéndole que ya estaba trabajando y que quería ir a Kenia. Después de tener una conversación por teléfono, quedamos en vernos en Barcelona, en el año 1996. Pasé un fin de semana con Lourdes y Rosa, en el que estuvimos conversando sobre muchos temas. La impresión que me quedó de este encuentro es que había estado con dos mujeres que desprendían felicidad, alegría; que valoraban y saboreaban cada momento de la vida. Y que lo más importante para ellas eran las personas.

 

Seguimos en contacto por carta y acordamos que al año siguiente me iría a Etiopía, donde estaba viviendo Lourdes, durante mi mes de vacaciones del trabajo. El mes de estancia en Etiopía pasó muy rápido y realmente lo que más me impactó fue la vuelta a España. Me había sentido con las misioneras, como en casa. Allí había cabida para todas las personas, porque los protagonistas de su vida eran las personas y los valores humanos y la generosidad eran la guía de los pasos a seguir cada día.

 

Hay cosas que son difíciles de expresar con palabras, pero ciertamente Dios no me dejó; al año siguiente volvía a ir un mes a Etiopía y cuando regresé a España me di cuenta de que la libertad empieza a existir cuando uno hace la elección y el compromiso en su vida y no cuando simplemente se observa el abanico de oportunidades que tienes delante para poder ir probando las diferentes opciones. Así que dejé el trabajo y expliqué a mi familia y a mis amigos que me iba porque realmente esa era mi vocación, para toda la vida.

Sigo viviendo en Etiopía y me encargo de forma más directa de un programa de salud integral en una zona rural, en el Valle de Angar Guten. En la que no hay médicos, todos somos enfermeros: los trabajadores que tenemos contratados y yo. Donde tenemos a nuestro cargo una clínica y dos puestos de salud. Realizamos cada mes vacunaciones y charlas de educación sanitaria en 9 poblados diferentes. Y en la clínica y los dos puestos de salud: atención médica a enfermos, traslado de pacientes en situación de emergencia con nuestro coche al hospital más cercano (que está a dos horas y media en coche), control a mujeres embarazadas, monitorización del peso a los niños y rehabilitación nutricional a los que están desnutridos, apoyo a las familias con Sida y Tuberculosis (para que puedan realizar las revisiones periódicas, tener siempre la medicación y una buena alimentación). También ayudamos a varios ancianos del poblado donde vivimos, con comida y ropa. Y cuando los enfermos necesitan una intervención quirúrgica más complicada o atención médica especializada, organizamos que viajen a la capital (Adís Abeba) y realizamos todo el seguimiento hasta su recuperación total, su mejora, y en algunos casos ( sobre todo los niños y jóvenes que ya tenemos en el cielo), que sufran lo menos posible y tengan una muerte digna. Hablo en plural, porque vivo en comunidad, con tres mujeres más. Y hacemos trabajo en equipo, aunque cada una de ellas también se encargan de las guarderías, de las actividades de agricultura y de construir pozos para que la gente tenga agua para cultivar sus tierras.

Ante tantas necesidades, me sigo sintiendo muy pequeña, pero sé que en este camino nunca estoy sola y Dios siempre nos envía grandes regalos en los pequeños detalles de cada día. Y sobre todo, a través de las personas que llamamos marginados o pobres… y paradójicamente nos dan grandes lecciones de humanidad cuando realmente comulgamos con su sufrimiento. Porque en cada uno de ellos está el rostro de Jesús. Ellos tienen mucho que aportar a la pobreza en valores, esperanza, plenitud, que invade a muchas personas de este mundo a pesar de tener todas las necesidades materiales cubiertas.

La verdad es que no fue tarea fácil explicar sobre todo a mis padres, que había decidido contestar “SÍ” a una llamada para toda la vida. Tampoco puedo entender desde la razón, cómo fui capaz en aquella época de dar el “salto”. Yo creo que simplemente, encontré el tesoro de mi vida. Y es durante la época de la juventud, cuando nos toca discernir sobre lo que queremos hacer y cuál es nuestro lugar en este mundo. Ahora, después de 20 años, puedo seguir afirmando que mi vocación es un gran regalo de Dios, así como poder haber conocido al Padre Francisco Andreo, que en paz descanse, y a todos los miembros de la MCSPA.

Mª Josefa Nuñez MCSPA

 

DÍA MUNDIAL DE LA ALIMENTACIÓN 16 de Octubre de 2016

15 octubre 2019 Publicado por Noticias 0 comentarios sobre “DÍA MUNDIAL DE LA ALIMENTACIÓN 16 de Octubre de 2016”

En este mes misionero de octubre del 2019 proclamado por el Papa Francisco, donde propone que “vivamos un tiempo misionero extraordinario”, porque considera importante, “renovar el compromiso misionero de la iglesia” queremos recordar dos acontecimientos que van ligados el uno al otro en las misiones en las que colaboro, el 16 de octubre es el día mundial de la alimentación y el 20 de octubre es el día mundial de las misiones.

Me voy a centrar en la compasión misionera, valor humano que unifica la empatía y la más alta comprensión hacia el sufrimiento de los demás. Este valor tan noble y necesario, existente en las personas que ofrecen sus vidas, sus conocimientos, sus bienes etc., para ayudar constantemente a los demás, es lo que más me subyugó al llegar a una de las misiones de La Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA).

Soy Mari Olcina Graduada en Nutrición Humana y Dietética y un día llegué, apresuradamente, a la misión de Muketuri, buscando aquello que no encontraba en mi mundo, donde la obesidad por consumo excesivo de alimentos azucarados y grasos ha llegado a la cifra de que el 30 % de los niños españoles padecen obesidad. Asumir como normal lo que en realidad es un problema, como también asumimos como normal la desnutrición crónica que padecen el 41% de los niños menores de 5 años donde la población etíope ha llegado a 105 millones de habitantes, con una población del 44,6% de niños menores de 14 años y una esperanza de vida de 63,6 años.

Como un oasis en el desierto, allí estaba Muketuri y el colegio de Saint Joseph, 370 niños alimentados y formados y dos sábados al mes se abren las puertas del centro para acoger a mas de 100 madres con sus vástagos, en un programa sin precedentes, para paliar la desnutrición crónica de bebés menores de 2 años, paralelamente las misioneras mantienen en marcha un programa para gemelos desnutridos donde ponen todo su empeño en que sobrevivan ambos bebés, de madres también desnutridas, este es el proyecto más humano, que me emociona y me permite entender, en toda su grandeza, que es la compasión, especialmente de las misioneras y misioneros.

Para llegar a paliar tanta necesidad las misioneras abren pozos, proporcionando el agua que da la vida, crean huertos, en los que producen alimentos extras y variados, organizan y ponen en funcionamiento comedores sociales para niños, niñas, mujeres embarazadas y lactantes, ofrecen formación higiénico-sanitaria, atienden a los enfermos.

Aquí, entre este grupo de misioneras, convencidas de que la seguridad alimentaria y un mundo sin hambre es posible, es donde he podido realizarme en la parte más noble y altruista de mi profesión, dar de comer al hambriento y de beber al sediento, desde la fe que las mantiene en pie, por el ejemplo que nos ofrecen, desde su misión y la ayuda que prestan podemos comprender para creer y creer para comprender. Su objetivo ODS 2 HAMBRE CERO, por esa razón trabajo con ellas, porque logran mantener la vida.

¡Feliz día Mundial de la alimentación y feliz día mundial de las misiones!

 

Mari Olcina

Graduada en Nutrición Humana y Dietética

Máster en Derechos Humanos, Paz y Desarrollo Sostenible

Máster en Ética y Democracia

Mi Vocación Misionera: Una Llamada al Compromiso por los Pobres

11 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Mi Vocación Misionera: Una Llamada al Compromiso por los Pobres”

Quiero compartir brevemente el testimonio de mi vocación en este Mes Extraordinario Misionero, especialmente con tantos jóvenes en el mundo que han tenido la fortuna de crecer en países y familias que nos han dado tanto. Soy colombiana, y crecí con unos padres y hermanos maravillosos con los que viví con alegría mi fe católica desde pequeña. Además, crecí en una de las muchas parroquias de la Arquidiócesis de Bogotá, donde el ejemplo de buenos sacerdotes atrae a muchos a seguir a Cristo sin condiciones.

Sin embargo, y a pesar de tener tanto amor de personas cercanas, una extraña insatisfacción llenó mi vida durante los años vividos en la universidad. El dolor de tanta gente de mi país en permanente guerra y el sufrimiento de tantas personas en el mundo, me hacían sentir agradecida por cada cosa que tenía, pero a la vez dejaban mi corazón sediento, hambriento. Nada me saciaba. Mis estudios de psicología, no saciaban mi sed de justicia, mi sed de querer ser parte del plan de bondad que Dios tiene para todos. Muchos libros, mucha teoría, pero poca práctica, poco amor. Fueron momentos difíciles: intensos anhelos de querer cambiar el mundo y no saber cómo. Entre tanta confusión e insatisfacción de una joven bogotana que lo había tenido todo, Dios puso en mi camino, y de la forma más inesperada, mi felicidad.

Una mujer, enfermera y misionera en África durante muchos años, me invitó a ser parte de una familia excepcional: la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol. Con el entusiasmo de Cecilia, y el de muchos otros misioneros del grupo, mi vida encontró a un Jesús vivo: transformador de un mundo que clama justicia y amor. No puedo olvidar al padre Francisco Andreo – Paco-, quien revolucionó todos mis esquemas desde que lo conocí. Con él, el Evangelio comenzó a ser para mí algo vivo, activo, concreto, gracias a su excepcional amor por los más necesitados y especialmente por África. La manera como se comprometía, de principio a fin,  con quienes sufren marcó mi vocación para siempre. Su confianza en Dios era sorprendente, y su fe en la transformación de personas y lugares oprimidos por la desesperación, sigue, aun hoy, impulsando mi vida.

No hay palabras para agradecer aquellos momentos (hace 17 años) en que Dios me llenó de fortaleza para decir “Sí, te sigo, incondicionalmente y de por vida para ir donde me necesites”. Y aquí estoy, en un rincón de África llamado Turkana, lleno de personas sorprendentes que en medio de la extrema pobreza, del hambre, de la falta de agua y la escasez de oportunidades, están construyendo poco a poco un presente y un futuro más digno, a pesar de los innumerables retos.

¡Que bendición haber recibido la misión de convertir en un jardín este remoto lugar del desértico Turkana! Que felicidad ser parte de una familia misionera que desea comprometerse completamente con los más desfavorecidos, acompañándoles de forma permanente para anunciarles un Cristo que les ama aquí y ahora. Y que alegría encontrar en este camino, tantas personas generosas que nos ayudan a construir el Reino de Dios.

Reconozco que la fe en Dios de los turkanas y madurar juntos nuestra fe en Cristo, ha sido mi gran alegría y una enorme responsabilidad que comparto con mis compañeras de camino en la misión de Kokuselei. Misioneras laicas como yo, con quienes estamos construyendo una Iglesia viva y joven en medio de numerosas personas llenas de entusiasmo por hacer presente a Dios en sus vidas. Personas, que necesitan ser acompañadas, pastoreadas, hacia caminos de esperanza, de fe y de amor.

Aquí en África, cientos de personas están necesitadas de buenos pastores que les lleven donde hay vida, donde está Jesús. Pero nos faltan manos, sacerdotes misioneros y misioneras que deseen salir de su propia tierra para llegar a tantos que esperan el mensaje concreto del amor de Dios. Jóvenes que quieran dejarlo todo para seguir a Cristo y que estén dispuestos a ser enviados donde se necesite. Jóvenes que deseen superar ataduras y que estén listos a caminar en contra dirección de un mundo que muchas veces cierra las puertas al verdadero amor.

Soy feliz y sé que quien sigue a Cristo cien por ciento lo es. Como misionera, espero que este Mes Extraordinario Misionero siembre en los corazones de tantos jóvenes católicos alrededor del mundo la semilla de un amor sin miedo y de un amor comprometido con el anuncio de Jesús entre los más necesitados. Oro para que broten vocaciones dispuestas a traspasar fronteras y a unirse a la misión universal de la Iglesia.

Diana Trompetero – MCSPA

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