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Comedor en el poblado de Gimbichu, Etiopía: experiencia de colaboración para el desarrollo.

9 febrero 2018 Publicado por Noticias 0 comentarios sobre “Comedor en el poblado de Gimbichu, Etiopía: experiencia de colaboración para el desarrollo.”

Gimbichu es un poblado de 2.758  habitantes a 13 km de Muketuri, situado en el altiplano etíope. Los campesinos de Gimbichu fueron los primeros en acercarse al Centro Materno Infantil San José , que la MCSPA dirige en Muketuri desde 2008, para aprender a cultivar en la época seca: era toda una novedad poder cultivar sin agua de lluvia: con agua de pozo y pequeños huertos de hortalizas y tubérculos.

 

Desde 2011 la MCSPA ha tenido presencia en este poblado con la construcción de una presa de roca, excavación de 22 pozos excavado manualmente, 120 personas formadas  en  agricultura de huertos biointensivos. Algunos de los campesinos, hombres y mujeres hace años que cosechan cebollas, zanahorias, col, remolacha, espinaca y calabacín, para el consumo familiar y la venta de los excedentes en los mercados aledaños.

 

La precaria alimentación de la zona hace que su población esté afectada por bajo peso de los niños al nacer, anemia,  especialmente entre las mujeres y retraso en el crecimiento.

 

El acceso a agua ha mejorado el estado nutricional y, también, que las niñas, que son las que normalmente iban a buscar agua, puedan ir a la escuela. Pero todavía la alimentación de los más pequeños necesita apoyo, para que su desarrollo pueda ser óptimo.

 

Con este objetivo en el 2016 se inició un programa de alimentación de niños menores de 7 años y mujeres embarazadas y lactantes. Se formó un comité de mujeres para cocinar con una de ellas al frente, Deribe: madre de 4 hijos y trabajadora incansable en el programa de huertos.  La MCSPA se comprometió a aportar comida rica en proteínas: garbanzos, lentejas, soja, habas, aceite, azúcar, etc.

 

Las autoridades locales cedieron una habitación de la unidad de agricultura existente en el poblado para que pudieran comer los niños, y, las mujeres construyeron un pequeña cocina local y se inició el comedor con 60 niños menores de 7 años y 15 mujeres embarazadas.

 

Paralelamente se inició un programa de acompañamiento a las mujeres embarazadas con aporte mensual de hierro, ácido fólico y cacahuetes (que mejora la leche materna) dirigido por la nutricionista Mari Olcina con apoyo de la Universidad de Valencia. Se ha iniciado un estudio del valor proteico de la leche materna para encontrar cómo mejorarla y  aumentar el peso de los niños al nacer. También estudiantes en prácticas llevan a cabo el estudio bacteriológico.

 

En 2017, gracias a la colaboración de la Fundación Canfranc se iniciaron mejoras en el comedor: una cocina con suelo de cemento, una lavamanos para los niños, arreglo de paredes y suelo del comedor, mesas y sillas, instalación de riego por goteo en un huerto comunitario regado desde un tanque al que se bombea agua de la presa.

 

El 31 de enero fue la fiesta: padres , niños, misioneras y voluntarios  celebraron el esfuerzo conjunto en el que han participado un buen grupo de actores: los propios beneficiarios, propietarios del comedor, las autoridades locales,  las misioneras de la MCSPA, voluntarios de Chile, México y España, instituciones y universidades ,… todos unidos con un mismo objetivo: apoyar a  los niños de Gimbichu en sus primeros años de vida para que tengan un desarrollo pleno .

 

Esperamos que esta experiencia puesta ser replicable en mucho poblados que sufren las consecuencias de una mala nutrición en los que podamos contar con la colaboración tanto de líderes del lugar como ayuda exterior.

Cómo no volver a Etiopía

20 octubre 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Cómo no volver a Etiopía”

Me llamo Leire, tengo 31 años y soy de Bilbao. Trabajo como enfermera en un hospital de Bilbao y conozco la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol desde hace 4 años. Mi primera experiencia fue con un voluntariado en grupo en MukeTuri y luego tuve la oportunidad de vivir más de cerca el día a día de las misioneras, conviviendo con ellas y participando en otros proyectos.

Desde entonces, he viajado una vez al año para aportar mi granito de arena en un proyecto que me parece tan sencillo como necesario, en el que se trabaja por, para y con la gente local. Todas y cada una de las veces he recibido mucho más de lo que he dado, y me siento conquistada por esta manera de ayudar.

Sin embargo, son numerosas las trabas que se encuentran a diario aunque sea en las tareas más sencillas, y numerosas las situaciones que ponen a prueba la fortaleza de uno. A veces llegas a casa con sensación de derrota y de impotencia, te preguntas si algo está bajo tu control, si el trabajo sirve de algo…

Una noche de té y charleta mi compañera voluntaria me preguntó: “¿entonces, por qué vuelves?”. Tardé unos momentos en contestar y mi respuesta fue “¿cómo no volver?”.

No sé cuál será la motivación de otros voluntarios, la mía es colaborar con mi tiempo a mejorar una situación que me parece injusta. No quiero conocer algo que no me gusta y no hacer nada por cambiarlo, así que aunque sea difícil o no cambie la situación de Etiopía, me siento ya unida al trabajo que todas las misioneras hacen. Estando aquí vivo una especie de calma interior con cada sonrisa o cada logro y siento que soy parte de un cambio a mejor.

Quiero expresar mi más profundo respeto y admiración a todas vosotras, que habéis decidido hacer de esta lucha diaria vuestro modo de vida. Los que venimos de voluntarios abandonamos nuestra normalidad por un tiempo pero luego volvemos a nuestro hogar, con nuestra familia. Nuestra “entrega” es temporal. Pero la vuestra es una entrega total para servir a los que más lo necesitan, y a pesar de la frustración, la tristeza y todas las dificultades que se presentan en el camino, me fascina la constancia y el cariño con el que seguís adelante. Regaláis vuestro tiempo y calidez a personas y realidades que muchos ni conciben desde sus hogares acomodados. Hablando con muchas contestáis que en los momentos de flaqueza encontráis la fuerza en la Fe. Yo no soy creyente, pero doy gracias también a esa Fe que sí que mueve montañas.

Siempre tenéis otro punto de vista en el que la esperanza de algo mejor existe y habéis decidido materializarlo. Quisiera compartir algo que me hizo pensar mucho este año:

Al llegar a una zona donde recientemente un sacerdote de la diócesis local había abierto una escuela, me inundó la pena y la rabia por la ausencia de recursos con los que contaba la escuela. No había un sistema para conseguir agua limpia, ni comida para todos los días, los profesores no eran de allí y ni siquiera hablaban la misma lengua. Desolada por el caos yo me llevaba las manos a la cabeza y me preguntaba: “entonces, para qué sirve esta escuela?”  Sarai me respondió: ” Al menos Abba Petros los ha visto y gracias a esta escuela, nosotras también”.

Esta visita sirvió para conseguir la financiación de un pozo y abrir una línea de colaboración con el sacerdote para abastecer de comida la escuela. Sin ese precario comienzo, esa comunidad seguiría desconocida y aislada en esas montañas, y el mundo seguiría día tras día, ignorando el sufrimiento de esta gente.

Gracias por ESTAR para ver a esa gente, por prestarles atención y empezar de cero la lucha para mejorar muchas vidas. En definitiva, gracias por no ignorar a tantas personas que nadie ve, y hacer que los olvidados en este mundo sean unos pocos menos.

 

Cómo no volver a Etiopía

20 octubre 2017 Publicado por 0 comentarios sobre “Cómo no volver a Etiopía”

Me llamo Leire, tengo 31 años y soy de Bilbao. Trabajo como enfermera en un hospital de Bilbao y conozco la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol desde hace 4 años. Mi primera experiencia fue …

El reencuentro de Aberash y Johannes

6 agosto 2017 Publicado por Noticias 0 comentarios sobre “El reencuentro de Aberash y Johannes”

El día se despierta cubierto en Muketuri. El eco de la lluvia se confunde con la música que mueve al pequeño pueblo etíope. Entre las casas de aluminio, Aberash reza por la vuelta del más pequeño de sus hijos, Johannes, quien había partido dos meses atrás al continente europeo para operarse de ascitis e hipertensión pulmonar. En una compleja operación, su válvula mitral fue sustituida por una metálica en un hospital de Santiago de Compostela. El chico escuálido que partió hacia España con 39 kilos, prometía volver a casa fuerte, sano y con una nueva oportunidad de vida.

En Muketuri, un pueblo a 78 km al noroeste de Addis Abeba, donde la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol trabaja desde 2007, el “Saint Joseph Mother and Child Center” se prepara la bienvenida del nuevo Johannes y la celebración de la vida. Johannes vuelve de La Coruña, donde ha sido operado con éxito del corazón.

El momento es espectacular: Madre e hijo se reencuentran en un abrazo de emoción y lágrimas incontenibles ante la mirada de voluntarios y misioneras. Nadie se salva de sentir un escalofrío de felicidad al contemplar la belleza del momento, y es que había muy pocas posibilidades de que Johannes regresara con vida. Las horas de clase de inglés para los niños de primaria, se retrasarían unos minutos para que el festejo se llevase a cabo.

Antes de empezar a comer, ambos, madre e hijo, regalan unas emotivas palabras de agradecimiento: Aberash, con la voz quebrada, nos ofrece lo poco que tiene: café recién molido, “njera” caliente —tradicional plato etíope—con su mejor ejemplar de carnero. Ya puede respirar tranquila, tras meses de angustia e incertidumbre su hijo ha sobrevivido a lo imposible. Sus plegarias han sido escuchadas y respondidas en forma de misioneras, médicos y voluntarios.

Johannes, sonriente y sin ningún rastro de la enfermedad salvo la vertiginosa cicatriz que recorre su pecho, se emociona al agradecer a su “segunda madre” la misionera Lourdes y a su “hermana de corazón” la voluntaria Popy, con la que ha convivido este tiempo en Galicia, el regalo de la vida. Sabe lo que conlleva volver sano; entiende que su misión ahora es clave para los de su tierra. Hay mucho que hacer en Muketuri. Hay muchas bocas que alimentar, mentes que educar y corazones que sanar. La vida aquí no es fácil, nadie mejor que él para dar testimonio. Pero parece que el que fuera niño, vuelve ahora como hombre con el propósito de ayudar a cambiar las cosas. Nos hace una promesa y a él mismo: la de aprovechar cada segundo con agradecimiento y dedicar su vida para ayudar al avance de esta pequeña población.

Esta es una tierra de esperanza y oportunidades. No sobran las manos de ayuda, pero la alegría se respira en este pueblo. Aquí los colores brillan intensos y las risas de los niños que se aferran a las manos de los voluntarios hace olvidar el miedo. La felicidad del día es el motor que mueve a las misioneras a dedicar su vida entera por esta gente y promete dar sentido al día de mañana. JUNTOS, misioneras, voluntarios y muchos etíopes se han empeñado en anunciar la vida desde el Saint Joseph Mother and Child Center.

Mamen Alaman.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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