Nunca Más Detrás de la Cámara: Ángel Valdivia López

29 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “Nunca Más Detrás de la Cámara: Ángel Valdivia López”

El inmenso horizonte parecía arder con la luz del ocaso y las montañas de Naita se dibujaban como una silueta oscura y lejana. Miraras donde miraras no parecía haber obstáculo para la vista, para los sentidos; teníamos la certeza de que éramos los únicos seres humanos en muchos kilómetros a la redonda, rodeados de naturaleza en su estado puro. Con las últimas luces del día nos dispusimos a montar el campamento en ese lugar perdido pero mágico, a medio camino entre territorio Nyangatom y Surma en Etiopía. Antes de la cena celebraríamos la primera misa católica en ese rincón del mundo junto a Mons. Dominic Kimengich, Obispo de la Diócesis de Lodwar, donde la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol (MCSPA) ha estado presente durante los últimos veinticinco años.

Nos encontrábamos en la primera noche de un largo viaje de Turkana (Kenia) a Etiopía que sería histórico; nunca antes un obispo de Kenia había visitado a su igual Etíope por tierra, por lo menos no en esas vastas regiones del sur-oeste de Etiopía, donde la iglesia católica no ha podido estar presente. Durante la misa rezamos por Paco, que hacía poco más de dos semanas que nos había dejado. Lo sentíamos muy presente al estar siendo protagonistas de su sueño, un sueño del que él nos había contagiado y enamorado, el sueño de construir misiones “desde Turkana hasta Alejandría”, centros de vida para la gente de los alrededores, como lo ha sido Nariokotome durante todos estos años.

Gracias a este sueño de Paco empezamos hace cinco años esta aventura de fundar una nueva misión entre la gente nyangatom, que habitan el suroeste de Etiopía.

¡Quién me iba a decir a mí, que iba a venir a parar hasta aquí! nadie habría dicho que “era posible” habiendo salido del Prat de Llobregat, un pueblo del cinturón rojo de Barcelona; de una buena familia, aunque poco practicante; de un ambiente en el que ser cristiano, era casi un “pecado”, y ser cura poco menos que una “locura”.

Así es como conocí a las personas que fijándose en mi y creyendo que “si era posible”, poco a poco iban a cambiar el rumbo de mi vida: Lourdes, Paco y todos mis hermanos y hermanas de la MCSPA, con los que comparto mi vida y mis sueños. Conocí a Lourdes cuando yo estudiaba formación profesional de la rama de Imagen y Sonido. Me encantaba la fotografía y la comunicación como medios para plasmar tanto la belleza del mundo, como también la crudeza y las injusticias.

Eran momentos de grandes cambios en la sociedad, de gritos por la libertad: la gira mundial de Bruce Springsteen sobre los derechos humanos, la caída del muro de Berlín, la liberación de Mandela y el fin del Apartheid. Por un lado, yo tenía ganas de contribuir a cambiar las injusticias del mundo, pero por otro, solo me atrevía a estar “detrás de la cámara”.

Por las cosas de la vida, siempre había preferido quedarme como un espectador ante la vida, protegido del daño que el mundo me pudiera causar. Conocer a la Comunidad me ayudó poco a poco a ir perdiendo el miedo a estar “delante de la cámara”, a ser yo mismo protagonista de la historia, de lo que pasaba delante de mí, siendo cada vez más consciente de que Dios me llamaba a salir de mi refugio y a encontrar la felicidad dándome a los demás.

Una de las cosas más bonitas que recuerdo cuando conocí a mis nuevos amigos, fue esa sensación de contar con ellos a largo plazo, con ellos podía compartir no sólo de ocho a dos, o el fin de semana a tomar unas copas, si no que podías contar con ellos para toda tu vida… Que cuando hablábamos o discutíamos de algo, llegábamos hasta el fondo, y hablábamos en primera persona: de nuestras actitudes, de lo que podíamos cambiar, de mejorar nosotros mismos, el mundo y las personas que nos rodeaban.

¡Oía hablar por primera vez de Jesús de Nazaret, y me parecía un descubrimiento alucinante!
Y así fui poco a poco ayudando a mis nuevos amigos a ocuparse de niños de familias marginadas.

Oyéndoles hablar cada dos por tres de África, de Turkana, hablando, compartiendo, conociendo a los que iban yendo y viniendo, me fui enamorando de estos amigos, de su estilo de vida, de su lucha constante por mejorar la vida de los que estaban sufriendo, allí donde estuvieran; y di una respuesta a la llamada que me hacían a dejarlo todo y seguir a Cristo. Durante todos estos años aprendí primero a ser persona, a ver las necesidades de los otros antes que las mías, a ser compasivo, como otros lo eran conmigo (muchas veces más), a estar en todo momento disponible, en función de los demás, lo que llamamos la “flexibilidad permanente”. Eso es el gran tesoro que le debemos a Paco.

Hubo también momentos de oscuridad. Pero en esos momentos aprendí a que siempre tenemos que ver nuestras tribulaciones, nuestras limitaciones, incluso nuestras relaciones humanas, en clave sobrenatural, mirando más allá y viendo que todo tiene sentido si trascendemos y vemos en todo ello la mano de Jesús, de Dios.

¡Y llegó la primavera, nuestra ordenación sacerdotal, hace dieciséis años! Salir al campo, respirar, disfrutar del don de la ordenación. Y enseguida meterse al ruedo y enfrentarse al toro, así es como tomamos consciencia de que ayudar a los demás no es siempre tan fácil. Allí, con Albert, empecé a aprender a ser sacerdote, a tener esa dedicación para con los fieles, a hacer de las homilías algo mucho más ameno, a construir presas, a llevar a los enfermos la esperanza y la sanación de Jesús. Todo ello me ha ayudado a acercarme a Jesús: ocupándome de la viuda, el huérfano y el extranjero. Y concretamente ocupándome de Gregorio que había que- dado huérfano y ahora tiene 20 años, de Pablo, que sufría una osteomielitis en el fémur que casi acabó con él, pero tras años de lucha finalmente se ha curado y ahora tiene 21 años y del pequeño Joseph, un niño de 13 años que tiene una severa artritis reumatoide juvenil.

Ellos también han sido, sin saberlo, los que me han dado la oportunidad de encontrarme con Jesús y de ver mi fe fortalecida, como los que en el evangelio llevaban al paralítico en una camilla para que Jesús le curara, Lc 5,17-26.

Luego, nuevos retos vinieron: trabajar en la catedral de San Agustín de Lodwar y de ahí, junto con nuestro Obispo emérito Patrick Harrington, montar desde la nada la emisora Radio Akicha (que significa “luz” en turkana) siendo esta la primera emisora de radio católica, en toda la parte norte de Kenia. Ahora la radio continúa su rumbo, intentando llevar “luz” a la gente de Lodwar y sus alrededores.

Más tarde volver a mi querida parroquia de Lokitaung, antes de cruzar la última frontera hacia la nueva misión de Nyangatom, intentando ser portadores de Buenas Noticias reales y concretas a aquellos que viven olvidados por el mundo global, esclavizados por el hambre, la sed, la enfermedad y la ignorancia.

Y finalmente hace cinco años empezamos, junto con mi compañero el padre David Escrich, esta aventura de empezar una nueva misión entre los Nyangatom. Nos fuimos con lo puesto y establecimos un campamento-misión en uno de los poblados más remotos de nyangatom. Nos concentramos en ayudar a la gente con el problema del agua, y en estos últimos años hemos podido realizar 13 pozos. También hemos dado asistencia a multitud de enfermos. Ahora ya establecidos en la misión de Príncipe de la Paz, en la colina de Naturomoe, esperamos seguir siendo una luz para la gente de los alrededores.

Ángel Valdivia López, MCSPA

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