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Mi experiencia en Andode, Etiopía

30 agosto 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Mi experiencia en Andode, Etiopía”

Etiopía. Sentada en la parte trasera del Land Cruiser conducido por Tariku y en compañía de Adriana y más visitantes como yo. En algún momento del trayecto de vuelta a la misión desde una aldea que habíamos visitado, palabras comenzaron a surgir en mi cabeza. No sabría describir muy bien su proveniencia aunque una parte de mí estaba segura de que, de alguna forma, era el cam  ino de tierra que dejaba atrás la makina (coche en amárico) el que iba proyectando en mí todas aquellas sensaciones y sentimientos.

Era el camino de tierra; eran los niños, dueños de una enorme sonrisa, saludando a quienes viajábamos en el vehículo; era el verde de las montañas y de los valles, ese verde que espero volver a ver; la madera de las cabañas; el barro de las casas; los pies descalzos de la gente; las garrafas a cuesta.

Todo ello, cada detalle, me hizo rebobinar y ser consciente de todo lo que había aprendido. Si pienso en lo que yo misma decía antes de coger ese avión me doy cuenta de la certeza de mis palabras: “No sé cuánto aportaré a Andode cuando acabe mi experiencia allí, lo que sí sé es que aprenderé yo mucho más de su gente que lo que yo pueda enseñarles a ellos”.

Como decía, palabras llenas de significado brotaban en mi mente. Esclavitud era una de ellas. Esclavos son los etíopes  de su pobreza. Esclavos también de las lluvias que a las cinco de la tarde amenazan con destruir sus casas de barro y madera.

¿Y nosotros, los europeos, chinos o australianos? En fin, los forenyis como ellos nos llaman. También esclavos, aunque de diferente manera. Esclavos de nuestro tiempo, ¡Qué digo nuestro! Como bien nos dimos cuenta y como, con muy acertadas palabras, describe Kapuscinski en las primeras páginas del libro Ébano, al contrario que los africanos, nosotros somos dominados por el tiempo, vivimos a su merced. Con todo establecido, los minutos corren aunque nosotros no podamos seguirles, no nos esperan. Sin embargo, aquí gozan de libertad con respecto al señor tiempo. Pueden permanecer sentados en algún banco, aun con cosas que hacer, porque a ellos el tiempo no les abandona.

Esclavos somos los forenyis del individualismo que nos ciega. Aquí todo se comparte, al contrario que de donde yo vengo. En España, Francia o Bélgica, pongamos como ejemplo, la tendencia que existe hoy en día es a crecer, a aspirar a más, a convertirse en un “yo” más grande y con un futuro provechoso. En un “yo” y no un “nosotros”. Incluso aunque hagamos un bien por otro, en muchas ocasiones importará que “una persona hizo esto por alguien” por encima del bien recibido por ese alguien. Es triste y paradójico a la vez que este individualismo haya contribuido a desarrollar sociedades enteras.

Y de plantearme nuestro individualismo obtengo un nuevo término del mismo camino de tierra que kilómetros atrás me hizo comenzar a meditar: la generosidad. De eso abunda, como los mangos, los mus (plátanos) o los avocados, rebosa la generosidad. Una invitación como agradecimiento por parte de la mamá de Aster, a quien cuidábamos; ver a Teru aprender a decir “Que Dios te bendiga” en español; que una niña de doce años divida en dos un absurdo pedazo de pan que tú le diste, para compartirlo contigo. Estos y muchos otros son ejemplos de la grandeza y bondad que puebla Etiopía y sus aldeas. De ellas aprendo que no es necesario poseer para dar.

 

También pensé en la fe. Pienso en las cruces que las ortodoxas se tatúan en la cara, en sus propias casas, como muestra de su fe; fe, que nuestra sociedad “avanzada” pierde conforme “progresa”. Me planteo lo fuerte que ha de ser para paliar de alguna forma el sufrimiento de ver enfermar a tu hijo de cuatro años, sabiendo que con una alimentación correcta estaría corriendo con los demás niños. También pienso en el conformismo y en la resignación de pensar que las cosas son así porque así han de suceder. ¿Hasta qué punto es bueno o malo este conformismo en una sociedad en la que resulta tremendamente complicado aspirar a ser algo más?

Otra palabra: calor. El sol etíope calienta, aunque no tanto como imaginaba. Y más a unos que a otros. A los habitantes de los poblados, por ejemplo, estoy segura de que es difícil, pues su piel, dura y áspera a causa del trabajo, ha hecho una coraza y mantiene su cuerpo y mente fríos. Frío, para que en una familia con mellizos sean capaces de decidir cuál de los dos es el más fuerte y, en consecuencia, alimentarle más, sabiendo que con su elección, el otro tendrá aún menos oportunidades de sobrevivir. Algunos podrán pensar que esto no es sino crueldad. Yo, sin embargo, creo que es tan grande la coraza que ya ni los rayos del sol africano consiguen calentarles.

En la vuelta a casa desde Angar, montañas y más montañas verdes. Y cómo no, ese color me hace acordarme de mi madre, pues le encanta. Y así, mi mente vaga hasta mi padre y mi hermana, en definitiva, mi familia, palabra que implica unión y amor. Si lo trasladaba aquí, el concepto de familia se tornaba muy poderoso. Estoy segura de que Rosa, una de las misioneras, ha encontrado aquí a su segunda familia.

Sus lazos han de ser fuertes para mantener una misión grande. Estos lazos se demuestran en la confianza puesta en sus trabajadores, en la preocupación por los niños de Andode, en las palabras dedicadas a personas que se hicieron un hueco en esta gran familia y que ya no se encuentran con ellas. Estos lazos implican unión.

Como decía, una familia es unión y amor. En el caso de las misioneras, entre su gente y a Dios. El amor, en toda familia, ha de ponerse en práctica, no basta con decir un te quiero o dar un beso. Aquí, el amor a Dios se pone en práctica, se demuestra manteniendo centros de salud abiertos, cuidando de niños que no tenían un futuro digno, haciendo de la misión un hogar lejos de sus casas.

Raquel Niddan Sánchez

Junio 2017

Mi experiencia en Andode, Etiopía

30 agosto 2017 Publicado por 0 comentarios sobre “Mi experiencia en Andode, Etiopía”

Etiopía. Sentada en la parte trasera del Land Cruiser conducido por Tariku y en compañía de Adriana y más visitantes como yo. En algún momento del trayecto de vuelta a la misión desde una aldea …

Mirando al cielo

21 agosto 2017 Publicado por Noticias 0 comentarios sobre “Mirando al cielo”

Aquí en Etiopía muchos niños no tienen nombre, crecen sin identidad porque hay pocas posibilidades de que puedan sobrevivir. Nada más nacer, las madres cortan el pelo de sus bebés dejando un pequeño mechón en sus cabezas. De esta manera se aseguran que un ángel pueda sujetarlos y llevarlos volando hasta el cielo en el caso de fallecer.

Las cifras muestran esta realidad. Aproximadamente el 44% de los niños menores de cinco años sufren desnutrición severa en Etiopía, siendo ésta la principal causa de mortalidad infantil. Expuestos desde que nacen, los que sobreviven son registrados cuando alcanzan la edad de los 7 años. Hasta entonces se mantienen anónimos porque nadie se atreve a pensar en su futuro. Son los Abush o Mimi, niños y niñas sin identidad. “La falta de alimentos es la principal causa de este problema” asegura Blanca Beltrán, misionera de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol. “La mayoría de los pequeños que asistimos en nuestros programas de desnutrición no tienen nombre. Sus madres no quieren darles uno porque no tienen fe en su esperanza de vida”.

Desde hace 23 años, esta Misión trabaja en el Valle de Angar Guten ofreciendo asistencia sanitaria, educación preescolar y talleres de agricultura a las distintas comunidades que habitan en la zona. Un trabajo de más de dos décadas en las que han conseguido poner en marcha una clínica, dos puestos de salud y tres guarderías que atienden y dan de comer a más de 400 niños de la región. “Todos nuestros proyectos están enfocados en torno a la nutrición”, comenta Blanca. “Nuestro principal objetivo es que la gente tenga comida en sus casas, que puedan abastecerse, diversificar sus cultivos y obtener excedente para poderlo vender”.

En un país en el que el 70% de la población vive en zonas rurales, la agricultura es la base de su sustento. No obstante, la mayoría de los terrenos están dedicados al cultivo de maíz y sorgo, insuficientes para una alimentación equilibrada. “El problema de la desnutrición es la falta de educación, la gente no relaciona la salud con la alimentación”, asegura esta misionera. “En nuestros talleres de agricultura ofrecemos también cursos de cocina, y abastecemos a los campesinos de semillas para que abran sus cultivos a nuevos alimentos como la soja, el cacahuete, las judías u otras verduras”.

Talleres que en amárico han rebautizado como “escuelas de producción de comida” y que la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol pretende extender a otros poblados como Abo Shashover y Abo Goyam, a pocos kilómetros de su misión de Andode, y en donde se han hecho varias visitas de exploración. “En este primer contacto el trato personal es fundamental”, afirma Blanca. “Una a una visitamos las casas de la zona para poder presentarnos y conocer de primera mano el estado en que viven cada una de estas familias: de dónde cogen el agua, qué cultivan, cuáles son sus necesidades….”.

Pero la falta de recursos es una constante entre los campesinos del Valle de Angar Guten y los niños sin nombre es una realidad en su día a día. Es el caso de la pequeña Enat Ayenew, una de las mujeres que habitan en la primera aldea que visitan en este recorrido. Se trata de un asentamiento formado por desplazados que han huido de la hambruna y de la sequía en la región de Wollo, una de las zonas más pobres de Etiopía. Un pueblo de agricultores que ha emigrado en sucesivas oleadas hasta el Valle buscando tierras fértiles donde poder cultivar.

Una vez aquí, las cosas siguen sin ser fáciles. Los habitantes de esta comunidad tienen que caminar 6 km hasta el poblado más cercano para recoger agua y la zona no cuenta con ninguna asistencia sanitaria ni educación. “Además de conocer sus necesidades, realizar estas visitas nos permite también descubrir determinados casos de desnutrición severa en los que es necesario actuar”. Así fue, precisamente como encontraron a Salomón y sus hermanos, los hermanos de Salomón son gemelos y la madre no podía alimentar a los dos, cuando el mas fuerte se enfermó la madre vino a pedirnos ayuda, así nos dimos cuenta de que estaba dejando morir al gemelito más débil. al ver que la madre no creía que con la soja que le dábamos para los bebés los dos podían vivir, la fuimos a ver a su casa, ahí encontramos a Salomón que con 7 años “Su situación era extrema”, recuerda Blanca, “pesaba en torno a 19 kilos, por lo que también tuvimos que incorporarle inmediatamente a nuestro programa de desnutrición”. Gracias a estos cuidados, los gemelos fueron ganando peso. Poco a poco consiguieron recuperarse y, una vez fuera de peligro, fue entonces cuando su familia decidió darles un nombre. “Ese es uno de los momentos más emocionantes de nuestro trabajo”, asegura esta misionera, “ahí es cuando sabes que una madre se ha liberado de todos sus miedos, cree en el futuro de su hijo y apuesta por la vida”. Con Salomón la recuperación ha sido más lenta, sube de peso poco a poco, pero es un niño muy fuerte y con ganas de vivir, tenemos la esperanza de que remontará tantos años de desnutrición severa, este niño se ha agarrado a la vida con todas sus fuerzas.

En su lucha por sobrevivir desde que nacen, la falta de identidad hace aún más vulnerables a los niños en Etiopía. Un país en que los menores de cinco años tienen 30 veces más probabilidades de morir que en Europa Occidental. Es entonces cuando un nombre se convierte en algo más que un atributo. Es un reconocimiento a la existencia, una oportunidad.

Paloma López del Hierro

 

 

El reencuentro de Aberash y Johannes

6 agosto 2017 Publicado por Noticias 0 comentarios sobre “El reencuentro de Aberash y Johannes”

El día se despierta cubierto en Muketuri. El eco de la lluvia se confunde con la música que mueve al pequeño pueblo etíope. Entre las casas de aluminio, Aberash reza por la vuelta del más pequeño de sus hijos, Johannes, quien había partido dos meses atrás al continente europeo para operarse de ascitis e hipertensión pulmonar. En una compleja operación, su válvula mitral fue sustituida por una metálica en un hospital de Santiago de Compostela. El chico escuálido que partió hacia España con 39 kilos, prometía volver a casa fuerte, sano y con una nueva oportunidad de vida.

En Muketuri, un pueblo a 78 km al noroeste de Addis Abeba, donde la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol trabaja desde 2007, el “Saint Joseph Mother and Child Center” se prepara la bienvenida del nuevo Johannes y la celebración de la vida. Johannes vuelve de La Coruña, donde ha sido operado con éxito del corazón.

El momento es espectacular: Madre e hijo se reencuentran en un abrazo de emoción y lágrimas incontenibles ante la mirada de voluntarios y misioneras. Nadie se salva de sentir un escalofrío de felicidad al contemplar la belleza del momento, y es que había muy pocas posibilidades de que Johannes regresara con vida. Las horas de clase de inglés para los niños de primaria, se retrasarían unos minutos para que el festejo se llevase a cabo.

Antes de empezar a comer, ambos, madre e hijo, regalan unas emotivas palabras de agradecimiento: Aberash, con la voz quebrada, nos ofrece lo poco que tiene: café recién molido, “njera” caliente —tradicional plato etíope—con su mejor ejemplar de carnero. Ya puede respirar tranquila, tras meses de angustia e incertidumbre su hijo ha sobrevivido a lo imposible. Sus plegarias han sido escuchadas y respondidas en forma de misioneras, médicos y voluntarios.

Johannes, sonriente y sin ningún rastro de la enfermedad salvo la vertiginosa cicatriz que recorre su pecho, se emociona al agradecer a su “segunda madre” la misionera Lourdes y a su “hermana de corazón” la voluntaria Popy, con la que ha convivido este tiempo en Galicia, el regalo de la vida. Sabe lo que conlleva volver sano; entiende que su misión ahora es clave para los de su tierra. Hay mucho que hacer en Muketuri. Hay muchas bocas que alimentar, mentes que educar y corazones que sanar. La vida aquí no es fácil, nadie mejor que él para dar testimonio. Pero parece que el que fuera niño, vuelve ahora como hombre con el propósito de ayudar a cambiar las cosas. Nos hace una promesa y a él mismo: la de aprovechar cada segundo con agradecimiento y dedicar su vida para ayudar al avance de esta pequeña población.

Esta es una tierra de esperanza y oportunidades. No sobran las manos de ayuda, pero la alegría se respira en este pueblo. Aquí los colores brillan intensos y las risas de los niños que se aferran a las manos de los voluntarios hace olvidar el miedo. La felicidad del día es el motor que mueve a las misioneras a dedicar su vida entera por esta gente y promete dar sentido al día de mañana. JUNTOS, misioneras, voluntarios y muchos etíopes se han empeñado en anunciar la vida desde el Saint Joseph Mother and Child Center.

Mamen Alaman.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Experiencia de Solidaridad Entre Jovenes Etiopes

27 junio 2017 Publicado por Noticias 0 comentarios sobre “Experiencia de Solidaridad Entre Jovenes Etiopes”

​Un grupo de jóvenes católicos etíopes de Addis Abeba han empezado una experiencia profética: se han unido para ayudarse unos a otros a poner en marcha pequeños negocios y se han propuesto ayudar con sus profesiones en zonas necesitadas de su país.

El pasado mes de mayo un grupo de 7 jóvenes entre 23 y 27 años visitaron la residencia de estudiantes para chicas de los poblados de Wuchale Woreda en Muketuri con el propósito de hacer una instalación de luz solar. 

Las jóvenes de la residencia, que provienen de poblados remotos donde la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol hace actividades de nutrición,  agricultura y mejora de acceso a recursos acuíferos,  convivieron el fin de semana con jóvenes universitarios, y fue una experiencia enriquecedora para todos. 

Este grupo invitó a los miembros de la Comunidad residente en Muketuri a asistir al Encuentro de Jóvenes Católicos Empresarios en Addis Abeba donde pusieron un stand . El Cardenal Berhane Yesus Souraphiel saludó a los participantes y les animó  a realizar acciones  solidarias en Etiopía, un país con un 88% de la población viviendo en zonas rurales en condiciones de pobreza. 

Lourdes Larruy MCSPA 

Mirando al cielo

7 junio 2017 Publicado por 0 comentarios sobre “Mirando al cielo”

Aquí en Etiopía muchos niños no tienen nombre, crecen sin identidad porque hay pocas posibilidades de que puedan sobrevivir. Nada más nacer, las madres cortan el pelo de sus bebés dejando un pequeño mechón en …

“Papá, Mamá me voy de voluntariado”.

27 mayo 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre ““Papá, Mamá me voy de voluntariado”.”

Nunca pensé que la mejor experiencia de mi vida empezase con un “Papá, mamá me voy de voluntariado”.

Todo empezó con unas ganas, una ilusión, una idea, con la necesidad de aprovechar el tiempo. Algo que a simple vista parecía una locura transitoria acabó consolidada en un pueblecito llamado Andode. A día de hoy no sabría deciros que fue lo que me impulso a irme de voluntariado, es algo que todavía desconozco; pero si os podría decir los millones de motivos que tengo para volver.

La experiencia de voluntariado es muy personal y cada uno la vive de una manera muy distinta, pero todos los que vamos, vamos por algo y eso es lo que nos une. ¿Si no, cómo podrían convivir trece personas totalmente diferentes en una casa? Trece personalidades, trece formas de ser y una cosa en común: el tratar de aportar ideas y trabajar en equipo para hacer que Salomón coma, Daniel sonría o ver la felicidad de los niños por hacer unas manualidades.

A mí el voluntariado me ha enriquecido como persona, me ha enseñado a vivir de otra manera. Aprendes que hay que luchar por las cosas, que hay que ser persistente, que no hay que rendirse a la primera y que con muy poco se puede ser feliz. Cuando vuelves, valoras lo que tienes mucho más y eres capaz de discernir aquello que tiene verdadera importancia, de lo que no; que por muy difícil que parezcan las cosas tienen solución.

En Andode he visto conseguir lo imposible, lo inimaginable, a base de perseverancia, esfuerzo y cooperación.

No sé quién leerá esto, pero si tú estás como mi yo de hace dos años, pensando en hacer un voluntariado y no te acabas por decidir, hazlo, vivirás tu experiencia a tu manera, pero te puedo asegurar que merecerá la pena.

Por último, agradecer a las misioneras Blanca, Pepi y Lydiah todo el interés y disposición que han puesto para que esta experiencia sea irrepetible.

Beatriz Gómez Tapia

Verano 2016

“Papá, Mamá me voy de voluntariado”

27 mayo 2017 Publicado por 0 comentarios sobre ““Papá, Mamá me voy de voluntariado””

Nunca pensé que la mejor experiencia de mi vida empezase con un “Papá, mamá me voy de voluntariado”. Todo empezó con unas ganas, una ilusión, una idea, con la necesidad de aprovechar el tiempo. Algo …

Cuatro Veranos con las Misioneras

23 mayo 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Cuatro Veranos con las Misioneras”

Es muy complicado, después de haber compartido cuatro veranos en Etiopia con las misioneras de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, tratar de aunar mis sentimientos en una hoja de papel.

Uno de los primeros sentimientos que tuve hace cuatro años tuvo lugar en Muketurri, recuerdo sentirme al borde del abismo de la inmensidad. Estaba en un pueblo a 80 km de la capital trabajando en “solo” dos centros. Cuánto de representativa era nuestra ayuda? Si a nuestro alrededor había miles de pueblos que también necesitaban de nuestras manos… Fue ahí cuando me aferré a lo que decía la Madre Teresa de Calcuta: una gota de agua parece insignificante, pero el mar seria menos mar sin esa gota de agua.

A partir de interiorizar esa frase todo cambió y empezamos a trabajar poniendo “toda la carne en el asador”, todas nuestras energías en actividades muy diferentes, ya fuesen pequeñas o grandes como: registrar a los niños de la escuela, proporcionar la leche a los niños desnutridos, hacer huertos, pintar escuelas, dar clases de ingles, cocinar para una multitud… Lo importante no es lo que hacemos sino con qué objetivo lo hacemos.

Lourdes me dijo una vez que cuanto más das sin recibir nada a cambio, más lleno te sientes… cuánta razón tenía, y qué bonito que me hayan ayudado a experimentarlo en primera persona.

Necesitamos ganas, y con ganas y corazón somos capaces de un gran cambio. Me gustaría compartir con vosotros un momento de los mil y uno que me llevo conmigo. Un día en Mizan Teferi, con motivo de la celebración de Santa Clara, fuimos con Sarai y Esther a un lugar que recibe este nombre, allí viven doce mujeres que tienen lepra con sus familias. A modo de celebración y para intentar paliar el sentimiento de aislamiento social que sufren por su enfermedad, decidimos cocinar arroz para los 50 que seríamos (ardua tarea para los que estamos acostumbrados a cocinar – cuando lo hacemos – para dos o tres personas). Cuando llegamos a Santa Clara y vimos tantísima gente, supusimos que no habría suficiente arroz para todos, y pronto Sarai dijo susurrando: si no hay suficiente, no comemos.

La comida sobró, repitió todo el que quiso hasta que no pudimos más. Cantamos, bailamos, compartimos nuestras mejores sonrisas esperando a cambio una sonrisa aún más grande… y la tuvimos!

Gracias.

En este proyecto he aprendido a llevar a la práctica la frase de “se el cambio que deseas ver en el mundo”. Ellas son capaces de transmitirnos la fe necesaria para creer en que podemos ser capaces de construir un mundo mejor, y lo hacen esforzándose de sol a sol hasta conseguirlo, que se que lo harán, porque ya lo están haciendo.

“La vida no la vemos como es, sino que la vemos como somos”. Gracias por haber compartido vuestra visión de la vida y por permitirme, como estoy haciendo ahora, compartirla yo también.

Sofía García-Ramos Fojón (Popy)

Cuatro Veranos con las Misioneras

23 mayo 2017 Publicado por 0 comentarios sobre “Cuatro Veranos con las Misioneras”

Es muy complicado, después de haber compartido cuatro veranos en Etiopia con las misioneras de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, tratar de aunar mis sentimientos en una hoja de papel. Uno de los …

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