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Cómo sentí la llamada de Dios
Hay muchas formas a través de las cuales Dios nos llama para seguirle. La historia de la llamada vocacional es por tanto única, peculiar y diferente a todas las demás. En mi caso, cuando terminé primaria en el colegio, mis padres me enviaron al seminario menor de la diócesis de Ciudad Rodrigo, en España. Mis padres querían que completase mi educación secundaria ahí, y quizás después de eso, si Dios quería llamarme, estudiar para convertirme en sacerdote. En el seminario recibí una muy buena y cuidada educación religiosa y muy buena formación académica y humana. Cuando terminé secundaria, decidí continuar con mi formación en la Universidad de Salamanca, para estar preparado para la aventura de la vida. El tiempo que pasé en Salamanca pasó muy rápido y después de 3 años había terminado mis estudios de Gestión de empresas de Turismo. Estaba preparado para comenzar con mi vida profesional.
De algún modo, al terminar mis estudios, en lugar de comenzar a trabajar, decidí irme a Londres para mejorar mi nivel de inglés. Por diversas circunstancias, acabé viviendo en el Seminario de San José en Londres, que es la casa central de la sociedad misionera de San José (conocida como Mill Hill Fathers). Pensé que aquel tiempo iba a ser gris y monótono. Me equivoqué. Aquellos años se convirtieron en un periodo crucial para mí, durante el cual mi vida cambió completamente, llevándome por una sorprendente nueva dirección. Dos seminaristas de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol vivían y estudiaban al mismo tiempo que yo en este seminario de San José, Francisco Moro y Fernando Aguirre. Comencé a ir con ellos en mis tiempos libres, acompañándoles en diversas tareas que hacían. Visitábamos juntos a menudo a la comunidad hispano-hablante de Fulham, participábamos en retiros espirituales en la Abadía Benedictina de Ampleforth, e iba con ellos a las charlas misioneras que realizaban en diferentes parroquias a las que eran invitados. Finalmente, la llama de una vocación religiosa apareció en mi vida, a pesar de que yo seguía diciendo que no estaba seguro de si quería ser sacerdote y mucho menos un misionero.
Fue durante mi primera visita a África en el año 1991 con el Padre Francisco Andreo cuando vi claramente que mi lugar en el mundo para seguir a Cristo era junto con la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, y que el camino era siendo sacerdote y donde Dios quisiera enviarme. Aquella primera visita fue hace mucho tiempo, y hoy todavía sigo trabajando en África. Cuando vuelvo la vista atrás, a aquellos días y veo los temores y dudas que tenía, me doy cuenta de que todos deberíamos tener más Fe y confianza en los inescrutables caminos por los que Dios nos invita a seguirle.
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