En la vasta tierra semiárida de Turkana, donde la sequía es crónica, las lluvias se convierten en una fuente de felicidad pura en el momento en que caen… es parecido al poder que tiene la Palabra de Dios de transformar nuestras vidas cuando la recibimos. La Palabra de Dios, como la lluvia, también da fruto como señala el profeta Isaías: “Como bajan la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y haberla hecho germinar, para que dé la simiente para sembrar y el pan para comer, así será la palabra que salga de mi boca. No volverá a mí con las manos vacías sino después de haber hecho lo que yo quería, y haber llevado a cabo lo que le encargué..” (Is 55:10-11)
Turkana, la región norte de Kenia, siempre ha sido conocida como la tierra “severa, estéril”… a menudo una extensión desolada, con muy pocos árboles y escasa vegetación. En esta época del año, el sol golpea incansable, quemando la tierra; el viento levanta torbellinos de polvo, que giran en espiral a través del paisaje seco. En un buen año, llueve una o dos veces, otros, nada en absoluto. Es por eso que incluso las lluvias más ligeras transforman la tierra. Imagina cómo sería si esta tierra recibiera lluvias todos los días o meses, ¡estaría rebosante de vida!
Al principio de este año, empezamos a vivir una realidad distinta. Hemos tenido varias lluvias, aunque intermitentes, que han traído felicidad a la gente. El paisaje se ha ido transformando, el verde claro ha cubierto amablemente la tierra y observando esto desde la cima de la Misión de Lobur, el terreno aparece sorprendentemente cambiado. La brisa suave produce ondas en la alfombra de hierba y flores y cada árbol tiene brotes nuevos y hojas recién formadas, mientras millones de pequeños insectos disfrutan de la vegetación. La capa de polvo ha desaparecido y el ganado tiene ahora algo fresco para alimentarse.
Este poder transformador de la lluvia en todas las criaturas ilustra el poder de la Palabra de Dios en nuestro día a día, como señala acertadamente el profeta Isaías. No encontramos paz, alegría o felicidad cuando nuestros corazones están secos como la tierra estéril, atacados por fuerzas egoístas, similares a los vientos fuertes y calientes, haciendo que alberguemos intenciones poco saludables y poco amables hacia los demás.
Pero cuando permitimos que la Palabra de Dios penetre en nuestro corazón y la interiorizamos, también nosotros somos transformados. Aprendemos a amar y muchos pueden encuentrar consuelo en nosotros gracias a la nueva vida recibida, muy parecido a los brotes y ramas nuevas que la lluvia trae y que dan cobijo aves e insectos.
De esta forma, aquellos que reciben la Palabra de Dios tienen la capacidad de mejorar y dignificar la vida de los demás. Igual que la lluvia transforma el terreno árido en un paisaje próspero, los valores del Evangelio tienen el poder de traer abundancia y nuevos frutos a nuestras vidas, nutriendo las semillas de esperanza y bondad que se siembran en el suelo de nuestra existencia. La Palabra de Dios, como las lluvias en Turkana, tiene el potencial de convertir la esterilidad en una cosecha de virtudes, dando frutos de amor, compasión y alegría en abundancia.
Somos muy privilegiados de recibir Su Palabra todos los días en nuestras vidas. Por lo tanto, al igual que la tierra estéril espera las lluvias que caen del cielo, que nuestros corazones también anhelen la Palabra de Dios diariamente y sean transformados por ella para que podamos alcanzar una nueva vida en y con Cristo.
Por Louis Mkweza, aprendiz de la MCSPA.
San Juan Evangelista, Misión de Lobur, Turkana, Kenia.