El Año de Gracia: P. Alejandro José Campón

27 octubre 2019 Publicado por Noticias, Testimonios 0 comentarios sobre “El Año de Gracia: P. Alejandro José Campón”

Hace más de 23 años, cuando esta revista nuestra In Itinere, comenzaba su andadura en el mundo de las publicaciones, escribía un artículo en el mismo apartado que el actual dando cuenta de mis sensaciones y pensamientos al haber recibido recientemente la gracia de la ordenación sacerdotal; lo titulé en aquel entonces “el año de Gracia”. Releyéndolo recientemente me preguntaba si esa novedad que suponía en mí el haber recibido la ordenación sacerdotal seguía igual de viva y fuerte; si esa felicidad por ser sacerdote que me desbordaba cuando escribía mi artículo seguía siendo el eje de mi vida.

Este año 2019 se han cumplido 23 años de sacerdocio en mi vida, ¿23 años de felicidad?, ¿23 años de “Gracia”?

Es una pregunta compleja y debo ser honesto con vosotros además de conmigo mismo. Podría escaparme con algún superficial y acaramelado panegírico ó elogio a ser sacerdote, de los muchos que he escuchado precisamente en este recién celebrado “año de los sacerdotes”, clausurado por el Papa Benedicto XVI. Podría también caer en un análisis pesimista y lúgubre, sin esperanza ni futuro, en un año precisamente en el que el orden sacerdotal está siendo cuestionado y en el que la valoración del sacerdote en el mundo occidental está por los suelos.

Dejadme empezar por la conclusión: Sí, 23 años de felicidad y Gracia. Y creo que soy honesto y no lo digo porque toca ó por que- dar bien. Si no hubieran sido años de felicidad y de sentir la Gracia en mi vida, me habría escapado de alguna forma y habría declinado a hacer el artículo. Si lo digo así es porque de verdad creo que esa es la respuesta escueta a lo que me preguntaba; es lo que siento y pienso.

La felicidad es un término complejo, porque desgraciadamente estamos acostumbrados a utilizarla banalmente y con pobre base filosófica. En pocas y circunscritas palabras, creo que el problema radica en cómo ubicar en nuestra vida la experiencia de dolor, el sufrimiento, nuestra limitación humana en un universo ilimitado. Por eso no somos felices. Cada sufrimiento vivido no somos muchas veces capaces de introspectivamente transformarlo en un gozo en nuestro peregrinar hacia el plan que Dios tiene para nosotros. Y he aquí mi pobre resumen que da sentido al decir que he sido feliz.

En estos 23 años he pasado por muchas alegrías y también por fuertes experiencias de dolor y de sufrimiento. El día a día de un sacerdote misionero, en tierras remotas y en primera línea de evangelización, como ahora donde estoy en el norte de Turkana, está lleno de constantes desafíos a la vida: hambre, enfermedad, violencia, ignorancia… Es duro y te hace duro. Pero en la ecuación puede más la felicidad de haber aportado tu granito de arena en paliar algo de ese dolor aparente- mente ajeno y eso te hace doblemente feliz y te ablanda el corazón. Créanme, es una de las felicidades más sublimes: el ver a un niño hambriento comer, la sonrisa de una madre porque no tiene que hacer varios kilómetros cada día porque ahora tiene agua cerca, la energía vital de unos jóvenes que se sienten útiles porque tienen trabajo y no condenados a vivir en una espiral de violencia por la supervivencia, la mirada de un anciano cuando se siente aliviado por tu visita, el júbilo de una comunidad que vive y baila la esperanza de su nueva Fe renovada…

Otras experiencias dolorosas vienen motivadas por la pérdida ó separación de seres queridos. Estas experiencias, que desgraciadamente las he tenido también, suponen un gran esfuerzo personal no sólo en el ámbito racional sino sobre todo emocional. Construir la felicidad de vivir sobre ausencias es también duro, pero se sobrelleva con la esperanza puesta en nuevas ilusiones, en ver que Cristo sigue llamando a la puerta de muchos dispuestos a seguirle y en el gozo de ver que el Plan de Dios es mucho más inmenso y seguramente dichoso que lo vivido y experimentado hasta ahora.

También en 23 años hay tiempo para crisis y bajones. No me creo a los que dicen que no han pasado por una crisis existencial ó vocacional. Cada cambio de ritmo en la vida, cada aparente seguridad creada, cada soberbia ó falso derecho adquirido tambalea una y otra vez nuestra vocación. Pero es como la enfermedad cuando se es niño: cada gripe ó cada malaria hace crecer a los niños unos centímetros. Cada bajón, enfrentado con amor, es una elevación en nuestro peregrinaje; cada crisis, una oportunidad de superarnos y de humildemente aceptar que, quién todo lo puede, aprieta pero nos sostiene siempre.

Han sido 23 años, varias misiones, diferentes realidades, vivencias en dos continentes y de vuelta a África, a Turkana. Han sido 14 años de intentar dar el todo por el todo a la llamada recibida, de hacer extensa la llama- da a otros con éxito relativo, pero sin fracaso. También de querer servir a los demás y de intentar que haya un poco más de Cristo en las vidas de los que me han rodeado. Y más que cansado, ahora esperanzado y fortalecido, pues los años pasados, te hacen más fuerte y confiado en que el amor de Cristo penetrará los corazones de los que Dios me envíe.

Alejandro José Campón

 

 

 

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