Los caminos de los que Dios se vale para llamarnos a seguirle son muy variados. La historia de la llamada vocacional de cada uno es única, peculiar y distinta de todas las demás.
En mi caso, cuando yo terminé los estudios de educación primaria mis padres eligieron el Seminario Menor en nuestra diócesis de Ciudad Rodrigo (España) para que continuara con mi educación secundaria y, si Dios me llamaba a ello, más
En el Seminario Menor recibí, durante cuatro años, una esmerada formación religiosa, académica y humana. Al acabar la secundaria decidí continuar con los estudios universitarios en Salamanca para así irme preparando para más tarde hacer frente a la difícil aventura de la vida. Mi etapa como estudiante en Salamanca pasó rápidamente y al cabo de tres años había completado los estudios de Técnico en Empresas y Actividades Turísticas y estaba dispuesto para comenzar la vida laboral.
De todos modos, al término de mis estudios en vez de empezar a trabajar de inmediato decidí marchar a Inglaterra a perfeccionar los conocimientos de inglés. Por un cúmulo de circunstancias ter- miné viviendo en St. Joseph College en Londres, casa central de la Sociedad Misionera de San José, conocida popularmente como Misioneros de Mill Hill. Lo que en un principio parecía iba a ser una etapa gris y monótona de mi vida se convirtió en una periodo muy importante, crucial. Mi vida iba a cambiar por completo y a tomar un nuevo rumbo, totalmente inesperado.
Por aquel entonces vivían y estudiaban en St. Joseph College dos seminaristas, hoy sacerdotes, de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol, los padres Francisco Moro y Fernando Aguirre. En mis ratos libres comencé a acompañarles en sus diferentes apostolados como seminaristas y miembros de la Comunidad en Londres. Juntos visitamos infinidad de veces a la comunidad española de Fulham, participamos en retiros espirituales en la abadía benedictina de Ampleforth o les acompañé a dar charlas de animación misionera a diferentes parroquias donde eran invitados. Poco a poco fue renaciendo en mí la llama de la vocación, aunque yo siguiera afirmando que no tenía nada claro lo de ser sacerdote y menos aún misionero.
Fue a partir de mi primera visita a África con el Padre Francisco Andreo, a finales de 1991, cuando vi claramente que el lugar para seguir a Cristo era la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol y la forma era como sacerdote allí donde Dios me quisiera enviar.
Desde esa primera visita han pasado más de diez años, y yo sigo trabajando en África. Cuando miro hacia atrás y veo mis miedos y dudas iniciales me doy cuenta de que tenemos que tener más fe y confiar más en los caminos, a veces inverosímiles, por los que Dios nos invita a seguirle.
P. Manuel Hernández, MCSPA