Me llamo Leire, tengo 31 años y soy de Bilbao. Trabajo como enfermera en un hospital de Bilbao y conozco la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol desde hace 4 años. Mi primera experiencia fue con un voluntariado en grupo en MukeTuri y luego tuve la oportunidad de vivir más de cerca el día a día de las misioneras, conviviendo con ellas y participando en otros proyectos.
Desde entonces, he viajado una vez al año para aportar mi granito de arena en un proyecto que me parece tan sencillo como necesario, en el que se trabaja por, para y con la gente local. Todas y cada una de las veces he recibido mucho más de lo que he dado, y me siento conquistada por esta manera de ayudar.
Sin embargo, son numerosas las trabas que se encuentran a diario aunque sea en las tareas más sencillas, y numerosas las situaciones que ponen a prueba la fortaleza de uno. A veces llegas a casa con sensación de derrota y de impotencia, te preguntas si algo está bajo tu control, si el trabajo sirve de algo…
Una noche de té y charleta mi compañera voluntaria me preguntó: “¿entonces, por qué vuelves?”. Tardé unos momentos en contestar y mi respuesta fue “¿cómo no volver?”.
No sé cuál será la motivación de otros voluntarios, la mía es colaborar con mi tiempo a mejorar una situación que me parece injusta. No quiero conocer algo que no me gusta y no hacer nada por cambiarlo, así que aunque sea difícil o no cambie la situación de Etiopía, me siento ya unida al trabajo que todas las misioneras hacen. Estando aquí vivo una especie de calma interior con cada sonrisa o cada logro y siento que soy parte de un cambio a mejor.
Quiero expresar mi más profundo respeto y admiración a todas vosotras, que habéis decidido hacer de esta lucha diaria vuestro modo de vida. Los que venimos de voluntarios abandonamos nuestra normalidad por un tiempo pero luego volvemos a nuestro hogar, con nuestra familia. Nuestra “entrega” es temporal. Pero la vuestra es una entrega total para servir a los que más lo necesitan, y a pesar de la frustración, la tristeza y todas las dificultades que se presentan en el camino, me fascina la constancia y el cariño con el que seguís adelante. Regaláis vuestro tiempo y calidez a personas y realidades que muchos ni conciben desde sus hogares acomodados. Hablando con muchas contestáis que en los momentos de flaqueza encontráis la fuerza en la Fe. Yo no soy creyente, pero doy gracias también a esa Fe que sí que mueve montañas.
Siempre tenéis otro punto de vista en el que la esperanza de algo mejor existe y habéis decidido materializarlo. Quisiera compartir algo que me hizo pensar mucho este año:
Al llegar a una zona donde recientemente un sacerdote de la diócesis local había abierto una escuela, me inundó la pena y la rabia por la ausencia de recursos con los que contaba la escuela. No había un sistema para conseguir agua limpia, ni comida para todos los días, los profesores no eran de allí y ni siquiera hablaban la misma lengua. Desolada por el caos yo me llevaba las manos a la cabeza y me preguntaba: “entonces, para qué sirve esta escuela?” Sarai me respondió: ” Al menos Abba Petros los ha visto y gracias a esta escuela, nosotras también”.
Esta visita sirvió para conseguir la financiación de un pozo y abrir una línea de colaboración con el sacerdote para abastecer de comida la escuela. Sin ese precario comienzo, esa comunidad seguiría desconocida y aislada en esas montañas, y el mundo seguiría día tras día, ignorando el sufrimiento de esta gente.
Gracias por ESTAR para ver a esa gente, por prestarles atención y empezar de cero la lucha para mejorar muchas vidas. En definitiva, gracias por no ignorar a tantas personas que nadie ve, y hacer que los olvidados en este mundo sean unos pocos menos.