Si tuviera que resumir mi experiencia en Andode con Blanca y sus compañeras, me vendría a la cabeza un gran corazón. Eso es lo que tienen todas estas personas que realizan esa magnífica labor en esta remota aldea de Etiopía. Me fascinó la pasión, tesón, paciencia y, principalmente, amor, que dedican para llevar a cabo su trabajo.
Cuando llegué allí no sabía muy bien qué iba a hacer, y eso me gustó, porque lo que vas a hacer ahí se define según la necesidad del momento: hicimos desde inscribir a los niños en la escuela en el comienzo del curso escolar, como preparar leche de soja para la merienda de ellos, como talar unos mangos enfermos según las indicaciones de una agrónoma alemana que estuvo hace poco con ellas en Andode.
Cada uno aporta lo que puede y sabe, ya que todos tenemos algo valioso que aportar, o así por lo menos nos lo hacen ver. Pero sin duda, lo que me quedó claro es que quién más ganó en este intercambio, fui yo. Recuerdo como celebramos el año nuevo etíope con la gente de Andode, saltando la hoguera, y como, sin tener grandes cosas, no dudaban en compartirlas con nosotros, invitándonos a comer injera en su casa. Como los niños de la aldea reconocieron con una gran sonrisa a Cris, Mónica, Belén y Noe, cuando las vieron, ya que habían ido el año anterior, y no querían separarse de ellas, jugando sin parar.
También recuerdo con especial cariño los desayunos con Blanca y sus compañeras de la misión en la casa de Andode, en estos desayunos en los que Blanca me explicaba todo el trabajo que hacían, sus expectativas, sus dificultades, y en definitiva, la esencia de su presencia ahí. De todo esto, sin duda lo que más me fascinó fue el reto que configura su misión principal: ir ahí donde nadie ha ido, a un terreno en el que falta de todo, y todo está por hacer, sitios en los que hay que partir de cero para poner algo en marcha, ya sean escuelas para dar de comer a los niños desnutridos, talleres de agricultura para mujeres en las que se les enseñan cómo cultivar alimentos para poder tener comida, la construcción de pozos de agua para combatir las estaciones secas… Todo ello sin intermediarios y sin burocracia que a veces alejan a la mayoría de las organizaciones benéficas u ONGs de su fin principal: que la ayuda llegue al terreno.
Esto fue lo que me convenció del todo para seguir colaborando con ellos desde Madrid, vendiendo artesanía etíope para recaudar fondos para los diferentes proyectos que tienen de ayuda para alimentar a bebés y niños desnutridos, enseñar a mujeres formación básica de higiene para evitar la propagación de enfermedades, conseguir vacunas y vacunar a tantas personas como puedan, la construcción de pozos de agua, gallineros, huertas, y principalmente, llevar su valor humano allá donde se necesita.
Muchas gracias por acogerme con vosotros el poquito tiempo que estuve, y dejarme formar parte de vuestro proyecto.
Ade Dópico
Verano de 2012