Proyecto Nyangatom – Etiopía

19 abril 2017 Publicado por Testimonios 0 comentarios sobre “Proyecto Nyangatom – Etiopía”

Me gustaría poder contarles al detalle, el cómo surgió esta locura de amor, a la que nosotros empezamos a llamar “Proyecto Nyangatóm” sin saber que era así como lo llamaban los misioneros de la comunidad de San Pablo Apóstol (MCSPA), pero me temo que me extendería demasiado. Lo que sí que les puedo contar es como la Divina Providencia intercedió tres veces durante nuestro discernimiento vocacional misionero.

La Primera vez fue cuando me puse en contacto con el padre David Escrich a través de un largo correo, explicándole las inquietudes que me llevaban a tomar dicha decisión, y muchas otras cosas que hoy por hoy creo que se las dije únicamente para tratar de convencerle de que me aceptara. Temiendo que me rechazara como se hace en las entrevistas de trabajo, encomendé mi futuro misionero en el santuario de Serrano, Madrid. Su respuesta fue una mezcla entre entrevista de trabajo y respuesta divina: Ya te llamaré, en una semana estoy en España… Ahí es donde vimos el primer regalo de la Divina Providencia, víspera de la peregrinación al que fue el hogar de San Francisco Javier, patrón de las misiones, y también conocida como “La Javierada”.

La segunda vez en la que vimos la mano de la Divina Providencia fue una semana después de la contestación por parte del padre David. Yo ya había perdido toda esperanza en volver a saber de él, por lo que en una misa a la que asistí antes de entrar a trabajar, volví a encomendar esa vocación, y me tome la liberta de pedir a Cristo (Pedir y se os dará. Mateo 7:7) que me mandase a la misión que me mandase, ésta fuese una misión que estuviese empezando de cero. Al salir de misa recibí una llamada ¡del padre David! Me citó esa misma tarde en la parroquia de San Bernardo. Durante la conversación que mantuvimos en la cita me dijo que yo no iba a ir a Kenya, si no que a Etiopía… ¡a una misión que estaban fundando y estaban empezando a montarla! increíble, no habían pasado ni 24 horas y ya estaba recibiendo de la Providencia Divina un nuevo regalo. Se lo conté al padre David y se quedo alucinado… como para no.

El billete me lo saqué al día siguiente de mi cita con el padre David, del 18 de agosto al 18 de enero, ambos días de Alianza para agradecerle el favor a la madrecita. Fue después de un mes de esto cuando volví a quedar con el misionero, perdón, MISIONERO. Le invite al sótano de la JM de la casa de los padres en la calle Serrano, ya que estaba buscando la forma de involucrar al movimiento de alguna manera con este proyecto. A la reunión acudieron el padre Juan Barbudo, Álvaro Aymerych “Aymero” y Pablo Martino. Nos estuvo explicando los objetivos y la situación en la que se encontraba en ese momento la misión y al finalizar nos fuimos a consagrarnos al santuario. Ahí volví a ejercer mi “derecho” de pedir para que durante la misión me ayudasen de alguna forma a mantener viva la llama de mi santuario corazón. A los cinco minutos de irse el padre, Aymero y Martino vinieron secundados por el padre Juan para decirme: “Guille no te puedes ir sólo, así que vamos contigo”. Desfase ¿no? ¡Ésta vez la Mater no dejó que pasasen ni cinco minutos para responder a mis súplicas! Entre los tres convencimos al padre Juan a hacernos una visita.

Nuestro lema fue y sigue siendo en nuestras vidas diarias. MISSUS SUM. SOMOS ENVIADOS.

La misión bajo el manto de María:

El primer mes en Kenya lo pasamos, Pablo y yo, viviendo en la casa de los hermanos de la caridad, en el barrio de Pangani, situado junto al Slum de Mandare. Fue el mes más duro de los cinco que vivimos en África, ya que nos dedicábamos a atender a los llamados “niños de la cola”. Estos niños no eran otros que aquellos que vivían una situación de deshumanización total, debido a que su único hogar era y es la calle. Niños de doce o más años que buscaban aislarse de su pobre vida drogándose con pegamento. Los Hermanos de la Caridad rezaban todos los días con ellos y les daban de comer día y noche, y esos momentos eran los únicos donde estos niños no se sentían miserables, y era, sencillamente, porque recibían amor. Pablo y yo llegamos a la conclusión de que era como si cuidásemos del propio Jesucristo.

Llegamos a la tribu de los Nyangatóm un 18 de septiembre, con Aymero ya incorporado. Nos gusta pensar que San Francisco Javier tuvo, al llegar al Japón o a las Indias, la misma impresión que tuvimos nosotros al llegar a Kakuta, nuestro poblado. Vimos a gente que vivía en pequeñas aldeas cercadas con palos, pastores de cabras, en su mayoría ancianos, vestidos únicamente con mantas y armados con un látigo y un ekicholón (silla típica de madera en la zona), que nos saludaban con una felicidad plena. Poco después nos demostraron que eran felices con tan solo la manta, el látigo, el ekicholón y sus cabras. No necesitaban nada más. He de decir que el lugar donde nos encontrábamos era una zona muy árida, donde las termitas oteaban la enorme llanura desde lo alto de sus largas chimeneas. La única vegetación eran unos arbustos que tenían en sus ramas unos pinchos de más de cinco centímetros, a los cuales, solo las cabras se atrevían a arrimarse para poder pastar lo único que hay se podía. Las mujeres eran las más duras que hemos conocido, de anchos hombros y cuello fuerte, y así debían ser para poder cargar sobre su cabeza los pesados “yerricans” de veinte litros. Los niños eran, como siempre, los mejores. A veces, se les veía pasear junto con sus padres, y las cabras, agarrados de la mano, otras correr descalzos por la polvareda llena de pinchos y casi siempre tal y como Cristo los trajo al mundo.

Nos extrañaba mucho el no ver a jóvenes, y el padre David nos contó que a los quince años, se iban a las montañas con el ganado vacuno donde había más pastos, y que volvían en época de lluvia. Los pocos que había iban siempre armados con su AK-47 por si el enemigo decidía atacar.

Nuestra integración en la tribu fue una maravilla y de una rapidez extrema. En menos de un mes nos podíamos comunicar con los autóctonos en su idioma, gracias a que estos eran las personas más amigables y que más gesticulaban que nos habíamos cruzado. Cuándo necesitaban algo venían a nosotros e intentábamos hacer lo que en nuestras manos estuviese posible. Muchas veces el problema nos sobrepasó, como es el caso de un hombre de 30 años, que vino, desde Sudán del Sur y con un dolor fortísimo en el estómago, a buscar nuestra ayuda. Cuando tratamos de llevarlo a Kangatem, la ciudad más cercana que se encontraba a dos horas de distancia (si no nos quedábamos atascados en el barro), el camión no arrancaba, y tardamos dos días en arreglarlo. Mientras lo trasladábamos de urgencia junto a su mujer y a su hijo recién nacido intuimos que al pobre hombre no le quedaba mucho tiempo. Tardamos cinco horas en llegar a la ciudad y en dejarlo en el dispensario. A la hora, efectivamente, nos comunicaron que había fallecido y que nos los teníamos que llevar, ya que ellos, al ser el fallecido procedente de Sudán, no se hacían cargo del muerto. A la vuelta tardamos 6 horas, y al llegar a la aldea donde lo atendimos por primera vez nos dijeron que había que enterrarle en su lugar de nacimiento, por lo que acabamos a la una y media de la noche cavando una fosa donde enterrarlo católicamente. Se llamaba LOWI, y a parte de él, también murieron una niña de trece años de pulmonía y un hombre de cuarenta y algo de hambre.

Había noches en que incesable ráfagas de metralletas nos despertaban asustados, y otras en que eran las fieras (hienas o leones) los que se encargaban de hacer dicho trabajo. En el campamento no disponíamos de ducha con agua corriente, ésta era un bidón mal puestos encima de unos tablones. Tu vimos que cavar una letrina que a los dos días de funcionamiento se vio abnegada y fuera de uso por culpa de las fuertes lluvias. Hubo días en los que apenas probamos bocado y en los que el agua escaseo. Nuestra calidad de vida en comparación con nuestras vidas en España era un desastre, pero nunca fuimos tan felices y no hemos vuelto a sentir a Cristo tan presente como entonces, excepto cuando recordamos nuestro paso por ahí.

Me encantaría contarles más de nuestro paso por Nyangatom, pero necesitaría una revista entera. A día de hoy la comunidad Misionera de San Pablo Apóstol ha conseguido que los Turkana y Nyangatóm convivan en paz. Han construido unos 6 pozos en la zona para abastecer de agua a toda la población de Kakuta (unas 3000 personas). Están montando un proyecto para tener una ambulancia móvil que recorra todos los poblados Nyangatóm de la zona, y siguen buscando sitios en las montañas donde poder levantar presas e intentar llevar agua corriente a las aldeas.

Como miembros de la JM España, estamos recaudando dinero para operar urgentemente a tres casos graves de niños. También vamos a formar grupos de misioneros para que vayan cada año a Nyangatóm, y quién sabe, si con el tiempo, cuando las necesidades básicas de la población local estén cubiertas, empezamos a recaudar dinero para construir una capilla a la Mater, Tres Veces Admirable, pero ésta vez como madre de los Nyangatóm.

Un fuerte abrazo.

Guillermo García-Arias.

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