Para entender lo que supone una experiencia en Etiopía primero hay que ponerse un poco en contexto. Etiopía es un país situado en el cuerno de África y cuenta con 100 millones de habitantes oficialmente. Se trata del único país africano que nunca ha sido colonizado, únicamente sufrió una ocupación italiana entre 1936-1941. Este último hecho es importantísimo para entender su manera de pensar y de actuar.
Nada más llegar nos damos cuenta del contraste que hay con la vida occidental. Tras bajar del avión más moderno en el que jamás he subido y salir de una terminal del aeropuerto prácticamente vacía nos damos cuenta de la realidad del país. Personas queriéndote montar las maletas al coche a cambio de una propina se amontonan a la salida. Toyota de todas las épocas por la carretera conduciendo al estilo etíope, respetando la distancia de seguridad de 20 cm con el coche de delante. Esto último no fue tan chocante para mi porque estuve en India el año anterior. Desde el minuto uno éramos vistos como extranjeros o ‘farenjis’ y nos miraban allá a donde íbamos, algunos con admiración y otros con desprecio, dándonos importancia por nuestro color de piel.
Cuando piensas que ya nada te puede sorprender ves las condiciones en las que viven los mendigos en una de las capitales más importantes de África sin refugiarse de las constantes lluvias. Un país en el que la gente tiene gran afán por mantener sus zapatos limpios, con limpiabotas en cada esquina, mientras sus compatriotas mueren de hambre a dos metros de ellos. Este es uno de los muchos contrasentidos que chocan con nuestra manera de pensar occidental.
Las primeras noches en Addis las pasamos en la pensión Baró. Una pensión de las mejores de la ciudad que equivaldría a una de las peores en España donde ya empezábamos a perder nuestras comodidades. Y este es el primer paso para empezar un voluntariado, salir de tu zona de confort para poder así llegar a otros que lo necesiten. En mi caso empezó con una resolución/lema: no quejarse de nada. Esto me iría ayudando a lo largo del viaje a afrontar las circunstancias que se nos venían encima.
El viaje a Andode es digno de mención. Un viaje por carreteras etíopes, muchas de las cuales estaban allí debido a la inversión en infraestructura que hicieron los italianos en sus años de ocupación. Esta travesía duró unas 11 horas para recorrer una distancia de unos 420 km, que estamos acostumbrados a hacer en menos de 4 horas. Durante el viaje vas siendo consciente de la situación del país: la policía nos para 4 veces al salir de Addis para controlar nuestros documentos, vemos coches volcados debido al estado de las carreteras por las lluvias de la noche anterior, gente que se limita a observar… caos en definitiva para la mente de un occidental; sin embargo en sí ese caos lleva consigo un orden que afecta a la forma de vivir de millones de personas a quienes, a una escala inferior, hemos venido desde muy lejos a ayudar. Nos pasamos todo el viaje saludando a personas por la carretera, cosa que les sorprende mucho, otra vez por el hecho determinante de nuestro color de piel.
Una vez llegados a Andode, al bajar del minibús conocemos a algunos de los que son ahora nuestros niños. Al bajar todos ellos te miran, lo cual ya deja de resultar extraño después de dos días en Addis. Nos dicen sus nombres (que se nos olvidan en seguida) y nosotros les decimos los nuestros. Después del recibimiento de las misioneras nos instalamos en lo que va a ser nuestra casa durante el próximo mes. Al día siguiente nos levantamos con las pilas cargadas y con muchas ganas de conocer aquello a lo que nos vamos a enfrentar.
Ninguno de nosotros (excepto las que ya habían estado) se podía imaginar, para bien o para mal lo que nos íbamos a encontrar. Techos de paja y casas de adobe circundadas de barro por las lluvias de la noche anterior, eso sí, que no faltase su antena parabólica y su televisión. Parece absurdo que en un país donde la mayor parte de los niños sufren lo que en España sería desnutrición severa y donde muchos de ellos no alcanzan la edad de los 7 años, un país donde los cortes de luz están a la orden del día, las familias se endeuden pidiendo un préstamo para comprar un televisor que tener en sus casas. Es una situación que inevitablemente te hace reflexionar y darte cuenta de que no tienen el concepto del ahorro ni el de vivir pensando en mañana. Viven al día en todos los sentidos, preocupándose solo por el presente.
Ya desde el primer día la relación con los niños fue espectacular; no te conocen de nada pero te reciben en su pueblo con los brazos abiertos y una sonrisa de oreja a oreja; muchos de ellos nos acompañaron a casa corriendo, saltando y gritando. Un agotador primer día que deja muy buen sabor de boca de lo que va a ser un mes lleno de experiencias intensas.
Ya el lunes da comienzo lo que podríamos llamar “nuestra rutina”. En mi caso, en primer lugar, si no había que podar árboles con Adriana íbamos a la guardería con los niños de entre 3 y 6 años de 10 a 12h. Durante este tiempo jugábamos con ellos, hacíamos manualidades, cantábamos y luego ayudábamos a las profesoras a darles de comer lo que hubieran preparado para ellos las cocineras. Verlos comer, verlos jugar y en definitiva, verlos sonreír a cada uno de ellos hacía ya desde el primer día que este viaje hubiera merecido la pena.
Después de nuestra comida en la misión, donde gracias a dos compañeros voluntarios comíamos a las mil maravillas con lo poco que había, nos turnábamos para dar clase de inglés a los trabajadores de la misión. Algunos de ellos no sabían escribir, con lo que enseñarles era un desafío pero con una pizarra y poniendo muchas ganas y empeño, unido a algo de esfuerzo por parte de algunos de ellos, conseguimos buenos resultados.
De 3 a 4h de la tarde impartíamos clase de inglés a las niñas del pueblo. Desde el primer momento esto supuso para mí un gran reto. La educación que reciben estas niñas las coarta mucho en cuanto a su forma de ser delante de un hombre. Y más delante de un hombre blanco. Por este motivo, entre los voluntarios que allí estábamos decidimos que a cada una de las clases de niñas debía asistir al menos un hombre. Esperábamos que así pudieran asimilar de alguna manera que hombres y mujeres pueden vivir en régimen de igualdad, cosa que tristemente para ellas es algo inconcebible. Ejemplo de ello es la manera en que se tapan la boca al reírse para evitar enseñar los dientes, o lo calladas que se quedan al pasar cerca de un grupo de chicos, o incluso el silencio que entre ellas reina cuando alguien como yo, se dirige a ellas para preguntarles en clase algo que realmente saben. Esta manera de actuar es bien distinta a la de las niñas de la guardería porque en ellas no ha calado aún la educación recibida y por ello son más libres en cuanto a su manera de comportarse y actuar.
En este momento nace uno de mis retos personales, el de conseguir ganarme a las niñas que estaban en mi clase. De un modo u otro vencer las barreras que ponen entre nosotros. Después de mucho esfuerzo y muchas horas haciendo el tonto conseguí (con un poco de ayuda) que me perdieran el respeto (omitiré la manera) para poder así llegar a ellas y ganármelas. Una tarea dura que mereció totalmente la pena porque son muy buenas chicas y como ya he dicho antes, a pesar de sus circunstancias y educación, inteligentes y abiertas a aprender.
Hay que entender la importancia que tiene impartirles clase a estas chicas. Son niñas que están condenadas de algún modo a llevar la vida que sus madres y abuelas han llevado antes que ellas.
Una vida en la que ellas le pertenecen al hombre con el que se casen, y deberán hacer lo que él les mande a riesgo de recibir ellas mismas o sus hijos una paliza. Algo semejante a lo que ocurría no hace mucho en nuestro país, aunque de un modo más extremo en el que las mujeres casi son un objeto comercial y se dan a cambio de una dote. Sin embargo, está claro que también se da el caso contrario, en el que el marido quiere a la mujer y a los hijos. Es por este motivo por el que merece la pena, para darles una oportunidad, una salida que de otro modo no tendrían.
De 4 a 5h dábamos clase a los niños del pueblo. Como llegaban a la escuela acelerados, antes de entrar les hacíamos hacer ejercicio, ya fueran flexiones o saltar o correr para relajarles un poco y que pudieran centrarse mejor. Con los niños hicimos una división en 4 niveles y nos repartimos las clases. Personalmente, elegí el nivel más bajo ya que para mí eran los chicos que realmente más lo necesitaban. Niños de 7 a 11/12 años que aún no sabían leer ni escribir con soltura, que se sabían las letras del abecedario de memoria en orden, pero a la vez eran incapaces de identificar las letras individualmente. Probablemente iba a ser un proyecto muy difícil y ambicioso, pero decidimos dedicarnos a enseñarles desde 0. Cada día hacíamos unas pocas letras con el ligero inconveniente de que al día siguiente algunos habían olvidado las del día anterior, ralentizando así mucho el proceso. Para que lo afianzaran bien, al final de las clases hacíamos juegos. Casi todos los días nos quedábamos con los niños que veíamos por debajo del nivel general de la clase. Ha sido un proceso frustrante con muchas dificultades, pero realmente hemos visto resultados positivos en gran parte de los chicos.
Para entender su dificultad para aprender y la precariedad de su nivel, hay que entender también las condiciones en las que estudian. Normalmente en Etiopía los niños no son registrados y no se les da un nombre hasta que tienen 7 años. Esto se debe a que no se considera que vayan a sobrevivir hasta que han llegado a esta edad. Para la mentalidad occidental esta es una manera fría de tratar a los niños, pero la mortalidad infantil está a la orden del día en este país (que en la actualidad siempre se encuentra entre los países más pobres del mundo) y esta es, en mi opinión, una manera de reducir las secuelas psicológicas que inevitablemente te deja la muerte de un hijo.
Sin embargo, si han tenido suerte, han podido asistir a alguna guardería como esta de la misión. A los 7 años ingresan en el colegio con muchos otros niños y aquí, oficialmente aprenden a leer y escribir, así como matemáticas y otras asignaturas. Extraoficialmente se podría decir que les pasan de curso aunque muchos de ellos no aprendan nada, para tener de este modo unos niveles de escolarización más altos. Por este motivo muchos de ellos no tienen un rendimiento académico excepcional, ya que no están en un ambiente estimulante para aprender y cargan ellos solos con la responsabilidad de salir adelante por su cuenta.
Dada la falta de atención que reciben en clase muchos niños, entre ellos los que estaban en el grupo más bajo, si no aprenden a leer y a escribir en estos momentos se quedarán atrás respecto al resto de la clase y ahí finalizaría su aprendizaje. Por ello es en estos niveles donde la necesidad es mayor. Darles una oportunidad a aquellos que no la han tenido, una oportunidad que todos nosotros hemos tenido y que no hay que dar por descontada.
Una vez que terminábamos las clases con los niños más rezagados del grupo volvíamos a la misión donde normalmente impartíamos clase a las niñas que viven allí con las misioneras, cuyas edades estaban entre los 8 y los 15. Estas niñas tenían historias familiares y circunstancias muy complicadas y a pesar de ello eran capaces de recibirte siempre con una sonrisa. Entre ellas para mí destacó Marta, a la que ya habíamos conocido en el viaje de Addis Abeba a Andode, pero no contaré aquí su historia. Les dábamos clase a la vez que nos divertíamos con ellas contando historias y jugando en inglés. Ha sido un privilegio y un gusto para mi conocerlas y estar cerca de ellas.
Los días que Adriana nos reclamaba podábamos o nos encargábamos de echarle una mano en lo que podíamos con lo que nos dijera. Esto nos permitió acercarnos a las maneras rudimentarias de trabajar de los agricultores y de los constructores, que sin ningún tipo de maquinaria hacían todo tipo de cosas. No tenían tractores para arar el campo y en su lugar utilizaban vacas para poder así plantar. Hacían el cemento en el suelo. Empleaban herramientas básicas. También pudimos ver alguna de sus chapuzas, como la de montar un depósito de agua sobre una estructura que milagrosamente no había cedido aún pero que ya estaba doblada entera puesto que claramente no lo podía soportar.
Dentro de la misión se puede decir que las plantaciones van viento en popa. Se produce una cantidad muy grande de alimentos y esto se debe en gran medida al empeño de las misioneras por demostrar a la gente local que se puede conseguir.
Esta es otra de las trabas de este país. Todo hay que demostrarlo. Como he mencionado anteriormente, nunca han sido colonizados. Esto les hace de alguna manera ser reacios a todo aquello que venga del exterior. Mirándolo desde su punto de vista esto es absolutamente lógico. Somos gente que vamos a su país, a su tierra una temporada y pretendemos enseñarles cómo hacer las cosas, cambiar su manera de ser y de pensar por una que nosotros creemos que es mejor, una semejante a la nuestra.
Por ello todo es más lento en Etiopía. A pesar de la fertilidad de la tierra, la agricultura no se explota a su máximo rendimiento, sino que se planta exclusivamente cuando llueve, quedando el resto del año desaprovechada. No conciben regar los cultivos. Esto vuelve a ser una cosa que tiene sentido si nos ponemos en sus zapatos. Caminar 3, 5 o incluso 7 km a un pozo en busca de agua con un bidón de 50 litros a la espalda para luego verterla al suelo, no es algo ni práctico ni evidente para ellos, como era de esperar. Yo tuve ocasión de experimentar esta situación llevándole a una de las niñas de 9 años de mi clase el bidón de 20 litros y puedo asegurar que no es una experiencia placentera.
Dadas estas circunstancias las misioneras intentan darles apoyo, educación e infraestructuras construyendo pozos y realizando charlas de nutrición y salud. Además también dan cursos de agricultura en los que incentivan a los agricultores locales a cambiar tanto su manera de cultivar como aquello que cultivan, y todo esto para que puedan producir más y mejor. Como ellas dicen, esto es una pescadilla que se muerde la cola. Para poder progresar necesitan educación. Para poder darles una educación tienen que estar nutridos y alimentados correctamente. Para poder estar nutridos necesitan que la agricultura funcione adecuadamente y con ello, puedan obtener excedentes que vender o almacenar para el resto del año. Para ello hacen falta infraestructuras como pozos. Y a su vez para esto hace falta progreso. A su vez, también cuentan con diversas clínicas y centros de salud. Es un proceso lento e incluso a veces frustrante, según lo que yo he vivido, al que ellas han dedicado la vida y por ello son merecedoras de nuestro reconocimiento.
La desnutrición, como era de suponer, es un frente abierto en la lucha de las misioneras. En los diversos centros que tienen pesan a niños y embarazadas, muchos de los cuales resultan estar en unas condiciones nefastas. Madres anémicas que dan a luz a niños que desde un primer momento ya van a tener un desarrollo tanto físico como mental más lento. Esto ya es una losa en su camino. No puedo tratar este tema sin mencionar a Salomon y sus hermanos, a los que estuvimos dando de comer los últimos días después de clase. Para venir a clase Salomon y su hermano pequeño, Abraham, hacían una buena caminata desde un pueblo cercano (relativamente). Una vez finalizada la clase, devoraban lo que les hubiéramos preparado y volvían a su casa, con el estómago lleno y una sonrisa. Salomon siempre ha estado desnutrido (con 11 años pesa cerca de 20kg) y sus hermanos pequeños estuvieron en riesgo de muerte por desnutrición cuando apenas eran unos bebes. Todo esto a causa de la complejidad de su situación familiar. Pudimos observar una mejoría en los niños, del primer día al último. Al principio apenas hablaban ni se movían. Para nuestra sorpresa, el último día reían y hacían volteretas laterales y se unían al principio del ejercicio de las clases, flexiones incluidas. Espero que no fuera porque nos íbamos al día siguiente. También tuvimos oportunidad de conocer a Belise y a su madre. Belise con 5 años sufría de raquitismo. No encuentro palabras para describir su estado, yo nunca había visto una cosa igual.
Otra de las cosas realmente chocantes del viaje fue el tema del Sida. En mi caso, siempre había oído habar de esta enfermedad, pero nunca había llegado a conocer a alguien que la padeciera. Nada más llegar nos damos de bruces con la que es una de las tristes realidades del país. Incluso sabiendo la dificultad de su contagio, es un estigma que marca la vida de mucha gente. Si tienes sida te proporcionan tratamiento, pero, sin embargo, te pueden subir el alquiler, no te admiten en muchos colegios, la gente te desprecia… eres en definitiva inferior. Esto se debe en parte al desconocimiento de la gente respecto a las formas de contagio y a sus supersticiones. Los etíopes en general son mas devotos que los europeos y buscan una motivación religiosa para lo que les pasa, considerando por tanto el sida y demás enfermedades como una maldición o algo semejante.
La labor de las misioneras en este lugar es en definitiva muy importante. Es admirable su entereza a la hora de soportar todas las tensiones y adversidades que les proporcionan las circunstancias del país. Hacen sin duda todo lo que está en su mano por ayudar a esa gente. Dan gratis lo que han recibido gratis, que es realmente la esencia de la cooperación y del voluntariado. Siempre habrá maneras de hacer mejor las cosas y ellas están totalmente abiertas a sugerencias y críticas constructivas, que es algo muy destacable. Quieren mejorar en todo lo que hacen y aprovechar así al máximo los limitados recursos de los que disponen.
Para concluir, se trata de una experiencia que yo recomendaría a todo el mundo, pero sí es cierto que hay que tener un cierto perfil personal. Tienes que ir dispuesto a darlo todo y a sobrepasar las dificultades que se van a presentar con absoluta certeza, en mayor o menor magnitud. Desde el hecho de renunciar a tus comodidades hasta el ser capaz de reconocer una realidad tan dura como la que viven las personas de allí. Está claro que esto no es para todo el mundo porque no todo el mundo encaja las cosas igual o le da la misma importancia. Sin embargo, sí es cierto que cualquier persona que tenga el coraje y las ganas de adentrarse en un país como es Etiopía, recibirá a cambio mucho más de lo que ha dado. Para mí ha sido un lujo poder llegar a conocer a las personas de Andode, que aunque no tuvieran mucho que ofrecer siempre estaban dispuestos a ayudarte en lo que podían. Eso me recuerda al día en que uno de los agricultores nos invitó a su casa; vivía con su mujer y sus tres hijos en una casa de adobe y paja de 25 metros cuadrados y aún así no le importó nada que nosotros, con medio pueblo de niños a la espalda, entráramos y la ocupáramos entera. Ahora que han pasado unos meses y puedo ver lo que he vivido con perspectiva, me doy realmente cuenta de lo rica que es espiritualmente África en comparación con lo que lo es materialmente Europa. Toda experiencia queda muy bien reflejada en la expresión TIA (This Is Africa).
Inevitablemente nos sale pensar qué habremos hecho nosotros para merecernos la vida que tenemos, de qué manera nos hemos ganado unos derechos y unos privilegios por nacer unos kilómetros más allá.
Daniel Bodrato