Mi experiencia en Etiopía

20 mayo 2017 Publicado por 0 comentarios sobre “Mi experiencia en Etiopía”

Cuando pensé por primera vez en ir a Etiopía sabía que iba a ser un viaje diferente a los demás y me invadía una mezcla de ilusión, miedo y curiosidad. Tenía claro que soy más de “acción” que de “queja”, así que me decidí a salir de mi zona de confort, conocer y vivir otras realidades y aportar mi pequeño granito de arena como voluntaria. Sentía la necesidad de comprender lo que las personas viven allí, poniéndome en sus “zapatos”, creo que es una buena forma de interiorizar y asimilar de verdad las situaciones que se viven en otros países donde no son tan privilegiados como nosotros somos. También sabía que iba a recibir mucho más de lo que iba a poder ofrecer y mi principal miedo era poder gestionar las emociones que iba a sentir. Con toda esa mezcla de sentimientos llegué a Muketuri, en Etiopía, para colaborar con la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol en su centro de nutrición y educación primaria para niños de entre 3 y 7 años. La primera vez que fui allí, en el verano de 2014 tenían más de 300 niños y el centro daba trabajo a más de 40 etíopes en distintos puestos, (profesoras, cuidadoras en el aula para niños con necesidades especiales, agricultores, vigilantes, cocineras, etc). En las ocasiones que he ido allí mi función ha sido principalmente impartir diversas formaciones a los trabajadores de los centros que la fundación tiene allí.

No sé por dónde empezar para explicar qué es lo que más me impactó de mis estancias en Etiopía. Seguramente lo que más me sorprendía cada día y me hacía estar en lo que yo llamaba “un estado de shock permanente” era descubrir la calma relajada con la que los héroes y heroínas que sobreviven allí aceptaban su suerte y decidían enfrentarla con una sonrisa resignada.

Vivir sin agua, con continuos cortes de luz, con menos de un dólar al día para mantener a tu familia, con escasez de comida, sin ropa de abrigo durante la época de lluvias cuando hace mucho frío y llueve continuamente, (la altitud es de 2.600 metros): eso forma parte de tu día a día si has nacido en Muketuri. Y desgraciadamente es la situación generalizada en gran parte del país.

Yo no podía aceptar que esa realidad estaba ocurriendo en un país en pleno siglo XXI. No podía acostumbrarme a la idea de que la esperanza de vida fueran 55 años y de que la mortalidad infantil fuese del 64‰ antes de los 5 años, de la enorme cantidad de niños desnutridos en sus primeros 3 años de vida, además de abandonos, abusos y malos tratos que muchos de ellos sufren.

Me di cuenta de que ser niño en Etiopía es muy difícil, pero sobrevivir siendo un niño con discapacidad es algo así como un milagro. Además, por si fuera poca la mala suerte en el reparto de la baraja cuando te toca la carta de la discapacidad vas a tener que enfrentarte con el rechazo del resto del poblado e, incluso, de tu familia, ya que se considera un “mal de ojo”, o, en el peor de los casos, que la familia lo merecía por sus pecados o acciones pasadas.

Además, cuando eres niño y tienes menos de cinco años lo tienes más difícil: todavía no puedes trabajar cuidando vacas o yendo a buscar agua, por lo que no puedes ayudar a la familia, y por tanto, vas a ser el último en comer: eres el menos “productivo”.

Pero toda moneda tiene dos caras. Y a mí me gusta “elegir”, además, ver siempre la parte positiva de cada una de las experiencias que vivo. Así, que, en este caso, también han sido muchos los aprendizajes y emociones positivas que me he traído de Etiopía.

He reflexionado sobre lo que tantas veces hablamos de desarrollar “fortalezas”, esas capacidades que nos hacen ser mejores en el trabajo o, en general, en la vida. ¡Qué diferente es el entorno en que estas personas viven y que hace que casi todos desarrollen grandes fortalezas para poder sobrevivir!

He admirado su fortaleza, su capacidad de adaptación al entorno, sin quejarse ni obsesionarse con lo que pasará dentro de un año, o dentro de un mes. Lo importante es el aquí y el ahora… ¿Quién sabe dónde estaremos mañana?

He admirado su capacidad de sonreír, de verdad, desde el corazón, no sólo con la boca, sino también con los ojos y con el alma. Es increíble el sentimiento de gratitud a la vida que tienen, simplemente por el hecho de “estar vivos”. ¿Hace falta algo más para poder vivir que “estar vivos”?

Me ha sorprendido su resiliencia y su aceptación, sin quejarse, sin malgastar energías en el victimismo, (y eso que todos tenían, a mi modo de ver, muchos motivos para poder hacerlo). Creo que ellos saben que emplear sus pocas energías en quejarse no va a hacer que su familia coma ese día o que sus niños se recuperen de la enfermedad, así que lo que hacen es simplemente… ¡aceptarlo y centrarse sólo en lo que está en sus manos!

He admirado también sus tremendas ganas de vivir, de disfrutar, es increíble la capacidad del ser humano para adaptarse a las situaciones más complicadas con un gran instinto de supervivencia. Y también admiro la capacidad de normalización de los niños, la espontaneidad para asimilar cualquier situación.

Siempre tengo la sensación de que he disfrutado de un gran privilegio en Etiopía, conociendo y aprendiendo de grandes maestros, que me han enseñado muchísimo y de que voy a intentar practicar todo lo que aprendí con su ejemplo.

Cada niño que he conocido ha sido para mí un gran maestro. Para mí los niños en África son los grandes héroes, merecen mi total admiración. Cada uno de ellos tiene detrás una tremenda historia que haría sonrojar al más estoico. Y una de las cosas que más me maravillan es que, a pesar de esas historias de abusos, abandonos, falta de cariño o de no tener cubiertas las necesidades más básicas que necesita un bebé o un niño, todos ellos conservan la sonrisa y te la regalan con tan sólo ver la tuya.

Me quedo con lo que he aprendido allí. Que no hay que gastar energía en lamentarse, sino en construir. Que lo importante es elegir qué vas a hacer con las cartas que te han tocado en la partida de la vida. Que lo mejor es dar las gracias por poder abrir los ojos un nuevo día y hacerlo al lado de personas que te sonríen. Que es mejor jugar y disfrutar hoy porque quizás mañana ya no estés aquí. Que hay que compartir lo que tienes, porque el bienestar de la comunidad es el tuyo. Que tu energía es mejor concentrarla en la vida, en el hoy, en este momento: es el único que tienes.

¡Gracias de corazón, maestros!

Noelia Bermudez

Coach Ejecutivo. . Zaragoza.

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